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La familia post-moderna: distancia y compromiso

  • Autor/autores: Alfonsa Rodríguez Rodríguez.

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Artículo | Fecha de publicación: 13/02/2001
Artículo revisado por nuestra redacción

Introducción.Los apuntes que siguen se hacen desde la sociología de la familia, pero sobre todo desde la experiencia de ver familias en conflicto a lo largo de los últimos años. Hablamos desde el conocimiento que nos han proporcionado las familias que consultan, bien sea por un problema psicopatológico en alguno de sus miembros (véase anorexia, depresión, alcoholismo y un largo etcétera), ...



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Introducción.

Los apuntes que siguen se hacen desde la sociología de la familia, pero sobre todo desde la experiencia de ver familias en conflicto a lo largo de los últimos años. Hablamos desde el conocimiento que nos han proporcionado las familias que consultan, bien sea por un problema psicopatológico en alguno de sus miembros (véase anorexia, depresión, alcoholismo y un largo etcétera), por conflictos o sufrimiento relacional (situaciones de violencia en la pareja, rupturas conyugales traumáticas para los hijos,... ) y por último familias con graves dificultades derivadas tanto de problemas individuales de algunos de sus miembros, mezclados con graves deficiencias organizativas (el caso prototípico los tenemos en las familias multiproblemáticas).

Cómo no, las reflexiones también surgen de lo más inmediato y por qué no íntimo; es decir, de observar nuestra propia familia, la de los amigos y la de origen. Es en nosotros mismos como personas y terapeutas donde más se pone de manifiesto todas las contradicciones y el difícil equilibrio por el que atraviesa la familia y que, confiamos, expondremos con claridad.

Somos clínicos, así nos vamos ayudar de diferentes casos para mostrar lo que queremos, los ejemplos no tienen más valor que ilustrar los contenidos teóricos. ¿Por qué? Porque no es lo mismo el valor o la actitud que se dice tener en una estadística, y lo que vemos cotidianamente. Véase el aumento en el número de divorcios; todos sabemos que ya no nos casamos necesariamente para toda la vida; queremos una pareja que funcione bajo premisas de igualdad en la toma de decisiones, y un largo etcétera. Todo ello lo encontramos junto a un gran sufrimiento en las rupturas y su evitación pese al daño a los hijos, la difícil negociación con el cónyuge desde la igualdad, etcétera. Qué alejada esta realidad de las noticias que aparecen en revistas y otros medios de comunicación, donde los famosos se divorcian y se vuelven a casar sin problemas aparentes, donde una periodista decide tener un hijo sin padre reconocido...

Reflexionar en torno a las nuevas realidades familiares obliga a repensar términos como: sexualidad, amor, género, poder; valores como solidaridad, fidelidad, individualismo; estilo de crianza de los hijos; los vínculos, la conexión con el otro; cuestiones nucleares que afectan nuestra identidad como sujetos. Intentaremos ocuparnos de esa realidad compleja.

Por otro lado, hoy más que nunca anhelamos el vínculo con el otro, pero a la vez anteponemos el ideal de búsqueda de los propios logros, sin ataduras. Si miramos la pareja de nuestros padres observamos que sacrificaban el ideal de felicidad por un proyecto de futuro común, podríamos decir, se comprometían más que nosotros pero ¿a qué coste? Una mayor igualdad con nuestras parejas nos trajo una democratización de las relaciones familiares, sin embargo tenemos que volver a hacernos la misma pregunta ¿a qué coste? En los tiempos actuales se habla mucho de la patología en nuestros jóvenes, resultado de la no interiorización de la norma, los padres primamos lo nutricio frente a lo normativo en la crianza, llevados la mayoría de las veces por la culpa y responsabilización que sentimos frente al poco tiempo que les dedicamos (dadas nuestras obligaciones personales - profesionales - económicas). Pero, por favor, este no será un discurso fundamentalista de añoranza de una familia patriarcal, una familia que permanecía unida a cualquier precio, donde el ejercicio de la violencia del varón/cabeza de familia estaba legitimado.

El crepúsculo de la familia tradicional

Queremos poner el énfasis en que no aludimos al crepúsculo de la familia, sino al tipo de “familia de nuestros padres” que paso a describir, para lo cual nos ayudaremos de un caso:
La familia G. acude derivada por el psiquiatría de la clínica de Salud Mental donde está ingresada por un intento de suicidio una hija de 22 años, lleva más de 6 meses internada y todos los intentos de alta fracasan porque no hay mejoría; la paciente refiere mucho malestar dentro de su familia.

¿Quiénes integran esta familia que presentamos como familia tradicional, al mejor estilo parsoniano-nuclear, intacta, sin divorcio, etcétera, y que decimos está en crisis? ¿Cuánto sufrimiento encontramos entre sus miembros?.

El padre Antonio de 55 años, es un hombre de “éxito”, hecho a sí mismo. Obligado a desarraigarse de su medio rural por motivos económicos llega a Madrid muy joven, con ahincó y esfuerzo consigue formarse, ascender profesionalmente y tener una buena posición económica. Es un período muy penoso pero “necesario” para conseguir un buen nivel de vida. Conoce a Carmen, joven dependienta de un pequeño comercio, y deciden formar una familia.

Ponemos el énfasis en el término familia, nuestros padres se unían para constituir familia, no para vivir en pareja. El periodo corto de vida en pareja era una etapa más, un matrimonio sin hijos era un fracaso (de la naturaleza femenina preferiblemente), hoy es una opción (vivimos y disfrutamos de la pareja, ya veremos el tema hijos).

Por supuesto Carmen abandona su trabajo (por otro lado nada gratificante ni personal ni económicamente) y con Antonio concibe 4 hijos. Nunca planificaron cuántos, vinieron sin más. Con el primero, (¡un varón!) en la fantasía del padre (que en este punto y cuando su hijo está creciendo ya tiene un cierto patrimonio. Ese varón, continuará su “misión”, su patrimonio material y psicológico. Le siguen tres hijas de 22, 20 y 18 años. En el momento de la consulta el varón está por concluir una carrera técnica relacionada con el tema empresa del padre, tiene 24 años.

La vida de la familia transcurre con un padre proveedor económico, distante de los hijos, porque le queda el papel de imponer la norma, con una madre que se dedica plenamente al hogar y que posee el afecto y la cercanía de sus hijos, que apoya incondicionalmente a su esposo y que entiende que el sacrificio que está haciendo no es tal: Carmen cuenta cómo espera hasta la madrugada a su esposo para ver qué necesita cuando llega agotado de alguna reunión con clientes, horas de soledad con sus hijos (“aunque cuando eran pequeños no me daba mucho tiempo a aburrirme”) pero tranquila porque su esposo (“sabía llevar las riendas”). Todo era orden y concierto.

Este patriarca de nuestra familia tradicional daba seguridad, la pérdida de su aprobación infundía temor, generaba “culpa”, agradecimiento y confianza.

En la familia patriarcal, no había nada que negociar, todo estaba instituido, en orden, los roles y relaciones prefijados desde tiempos inmemoriales: el poder de la madre estaba en el hogar, en su vínculo afectivo con los hijos y el del padre en su posibilidad de “cortar lo económico”. Ambos se sentían ligados, atados a un proyecto que exigía sacrificios. Cuan alejada está esta realidad de la realidad de las parejas que nos consultan, donde dos individuos, iguales, con proyectos independientes, negocian encontrarse en un lugar “intermedio”, en un proyecto que les vincule, les enriquezca y no anule a ninguno.

Prosigamos con nuestra historia. Cuando los hijos de Carmen y Antonio se acercan a la adolescencia, la primera observa que ha sido víctima de un engaño, su esposo además de ser un padre sacrificado y un empresario/trabajador ejemplar, ha mantenido relaciones extramatrimoniales. La traición es difícil de perdonar, el escenario se prepara para que todos pierdan y sufran. Así tenemos que la estructura familiar previa se pervierte en detrimento de los sujetos: la cercanía afectiva de la madre con los hijos se convierte en una coalición contra el padre; éste hipertrofia su autoridad y control sobre aquéllos, que además están creciendo y quieren más autonomía, de los cuales por otro lado siempre estuvo afectivamente alejado. Ambos dejan de funcionar como padres cooperativos aunque desde lugares muy desiguales.

Pero dejemos el caso y preguntémonos: ¿La familia patriarcal se viene abajo? ¿Podemos decir que eso significa una pérdida de valores? Argumento que se ha utilizado para describir la situación de la familia actual. Definitivamente no, pese a que las cifras de divorcio se identifican frecuentemente con síntomas de decadencia de la familia, no son más que indicadores de unas nuevas relaciones familiares. Las relaciones y negociaciones entre iguales producen conflictos más fácilmente, hay que negociar más, ya no es posible imponer la voluntad y la autoridad de una de las partes. Además, la libertad ofrece a todos la posibilidad de tomar la alternativa de marcharse (Alberdi, I. 1999), La libertad de la que habla la autora, no la tuvo Carmen, se quedó anclada en el rencor unido a que al igual que muchas mujeres de su generación sólo fue persona a través de los demás: su esposo, sus hijos y por último se hacía eco de un valor imperante: el matrimonio, su matrimonio, era una comunidad de intereses, patrimonio; sería una frivolidad no preservar la estabilidad de la familia mostrando su deseo de divorciarse. Sus hijos, en particular su hija suicida, se lo pedían a gritos: “papá y mamá divorciaros, por nuestro bien no sigáis juntos”.

Así pues, el crepúsculo de la familia patriarcal en mayor o menor medida en nuestra sociedad es un hecho, mas aunque se haya hundido como ideología en términos generales (y en algunos espacios más que en otros) “... no implica que no subsista como un conjunto de prácticas (...) este desfase entre los principios legitimadores (la igualdad entre los sexos, por ejemplo) y las prácticas cotidianas (inercia en la dominación masculina) es el causante de muchos de los conflictos que se dan en la actualidad, y que se reflejan en el aumento de la violencia doméstica (...). La ideología igualitaria, corolario de la democratización creciente de la sociedad, no hace más que agudizar la percepción de las iniquidades que aún persisten y que se nos aparecen cada vez más como más indignas” (Flaquer, 1999: 17).

Una perspectiva sociológica, que tanto perdemos de vista en ocasiones los terapeutas familiares, lleva consigo plantear “... que los problemas que experimentan los miembros de las familias no son tanto imputables a su interacción psicológica individual como a las tensiones derivadas de contradicciones del sistema social en su conjunto o de la articulación de la familia con otras instituciones de la sociedad” (1999, p: 9), aunque nosotros como clínicos no podemos olvidar y tenemos que añadir la dimensión individual, intrapsíquica. Necesitamos una lente amplía para analizar y tener en cuenta los indicadores estructurales donde se asientan los cambios acaecidos y una lente diminuta para entender los sinsabores, conflictos que dichos cambios traen.

¿Cuáles son los valores que sostienen lo que se ha dado en llamar familia post-moderna? No son más que una hipertrofia de los principios modernos de libertad, igualdad e individualismo, asentados en el derrumbamiento de la legitimidad patriarcal, según Flaquer, que mantenía a las mujeres insertas en un marco premoderno como la familia tradicional.

¿Dónde se asienta la crisis del patriarcado? La ha hecho posible la revolución irreversible, la de la mujer, en palabras del brillante analista de nuestros tiempos M. Castells “la revolución más importante porque llega a la raíz de la sociedad y al núcleo de lo que somos”. Advierte que no ha sido ni “... sería una revolución de terciopelo. El paisaje humano de la liberación de la mujer y de la defensa de los privilegios del hombre está lleno de cadáveres de vidas destrozadas, como pasa en todas las auténticas revoluciones”.

El autor prosigue enumerando qué lo ha hecho posible; ¿por qué las viejas ideas feministas prenden en nuestro tiempo? Propone el análisis de varios elementos: 1- Transformación del mercado laboral y nuevas oportunidades educativas para mujeres. 2.- El avance de la medicina y la farmacología, que permite control de la natalidad (la píldora anticonceptiva deja en manos de la propia voluntad de la mujer si quiere o no tener hijos. 3.- La “rápida difusión de las ideas en una cultura globalizada y en un mundo interrelacionado, donde la gente y la experiencia viajan...” (1999: 160-164).

Gracias pues, al movimiento de liberación de la mujer, ésta se emancipa del padre/patriarca y opta o elige, frente a la situación de necesidad que le llevaba antes al matrimonio; de una relación de complementalidad y dependencia entre los cónyuges, tenemos dos personas relativamente autónomas que quieren tener una relación simétrica o de igualdad.

Hoy todas las parejas, hombres y mujeres llegan al altar o al Juzgado todavía y tal vez por segunda vez al último con la ilusión que sea para siempre. La realidad es que asistimos a una serie de “monogamías sucesivas”, que exigimos mayor compromiso emocional, más sinceridad, libertad, que las mujeres queremos ser buenas madres pero también seres autónomos, con la posibilidad de lograr nuestras propias aspiraciones personales. La pareja quiere áreas de intimidad (primacía de la conyugalidad frente a la parentalidad). Nos hacemos eco, en definitiva de valores de nuestro tiempo. Más propio de la familia patriarcal era la anulación, decíamos, de la conyugalidad, la cual apenas sí existía.

En la actualidad hablamos de “modelos familiares” porque la diversidad es la norma; asistimos a variadas formas de convivencia, a un cambio en la actitud ante el divorcio , a la convivencia sin matrimonio, convivencia parejas homosexuales (Alberdi, 1995). Hay más familias reconstituidas, monoparentales. No estamos frente a una realidad uniforme, por supuesto; pero en los países desarrollados estos cambios, estas nuevas formas de familia ya se reflejan en las estadísticas, lo que constituye para M. Castells un poderoso signo de cambio.

Redefinición de la identidad de la mujer

La mujer viene redefiniendo su identidad en oposición directa al patriarcado, como escribe Castells: “...la rebelión contra la autoridad patriarcal sólo podía ser extrema y a menudo conducía a la marginalidad. Cuando las mujeres llevaron la paga a casa (...) los puntos de desacuerdo tuvieron que discutirse sin el recurso de utilizar de forma inmediata la represión patriarcal (...) la ideología que legitimaba la dominación patriarcal basándose en el privilegio de quien mantenía a la familia resultó decisivamente debilitada” (1999: 199). La mujer al ganar dinero negocia desde un plano de mayor igualdad, pide al hombre que ayude en la casa y en la crianza de los hijos, teniendo que para aquellos varones “comprometidos”, y de los que nos ocuparemos más adelante, también hay una doble jornada, extenuante por cierto para ambos, pero más para la mujer.

Esa nueva mujer elige ser madre a voluntad, con la píldora anticonceptiva los hombres ya no tienen el monopolio y la maternidad no es producto del azar. Esta anticoncepción eficaz nos permite disponer de nuestra propia vida para lograr la independencia. Mas el coste es enorme, M. Selvini con la agudeza y sentido del humor que la caracterizaba, nos habla de la dura prueba por la que hemos de pasar las mujeres: “hoy (...) se pide que la mujer sea bella, elegante y esté en forma, que dedique mucho tiempo al cuidado de su persona; pero esto no debe impedirle competir intelectualmente con los hombres y con las demás mujeres, hacer carrera, y tampoco enamorarse románticamente de un hombre, ser tierna y dulce con él, casarse, y representar el tipo ideal de esposa-amante y de madre oblativa, lista para renunciar a los diplomas fatigosamente obtenidos para ocuparse de panecillos y faenas domésticas” (1999: 212) .

Sabemos pues, lo que desea esta nueva mujer, tener un lugar propio y un lugar para los demás, conocemos los desafíos y el sufrimiento que implica. La pregunta, como clínicos y como profesionales de ayuda, que nos hacemos es ¿Cómo trasladamos estas representaciones a la clínica, a los servicios sociales? ¿No constituimos un universo de mujeres que seguimos responsabilizando y pidiéndole más a otras mujeres?. Vean a continuación cómo en nuestro equipo fuimos prisioneros de nuestras propias contradicciones respecto a esa nueva identidad femenina. A los diez minutos de charla con una pareja joven (en la treintena ambos) hablan que en su separación matrimonial transitoria (acuden a terapia para tomar una decisión acerca de la continuidad o no de su pareja), ambos optaron porque la custodia de su hijo de 2 años fuera para el padre. La madre desde hacia unos meses recogía al niño cada viernes y le llevaba con ella. La exclamación unánime del equipo que se encontraba tras el espejo fue: ¡qué le pasa a esta mujer que entrega a su hijo!; alguien advirtió de los peligros de hacer atribuciones psicopatológicas a esta mujer. Foucault (citado en White, 1993) plantearía cómo cuando los comportamientos no se enmarcan en la norma, aparece la etiqueta de desviación y/o psicopatología. La joven madre, había tomado esta decisión porque él tenía más red de apoyo familiar que le ayudaría con el niño y porque estaba además preparando una oposición para ascender dentro de su lugar de trabajo.

Si bien, y tuvimos oportunidad de trabajarlo con ella, también pagaba el “tributo” de haber tomado la decisión de separarse, porque su marido ya no la hacía feliz: buscó un padre que ya no necesitaba; su maternidad le ayudo en ese proceso de crecimiento.

La estrella menguante del padre

Para hablar del padre de estas familias de fin de milenio, tomo el título de un texto recientemente aparecido de L. Flaquer (1999), porque me parece ilustra con precisión las reflexiones que siguen. Porque si bien hay que señalar que asistimos a un ocaso del padre, que trataremos de poner en evidencia, en sincronía hay un renacer de la paternidad. Estamos ante un nuevo padre: próximo, que muestras evidencias de estar vinculados emocionalmente a los hijos, que participan de las preocupaciones de los hijos y que disfrutan con ello. Que atisba la posibilidad y el gusto de trabajar menos para “invertir” en la relación con su familia.

Difícil tarea, las exigencias externas - mantener el estatus social y progresar en el profesional -, e internas, ya que su socialización se produjo en una época y en un sistema familiar patriarcal bien diferente al del mapa actual, se lo hace muy difícil.

La des-sincronía entre lo que se interiorizó, estilo de ser padre, afecta no sólo al hombre; las propias mujeres también somos víctimas. María nos lo puso en evidencia, y una vez más confrontó al equipo con nuestras propias contradicciones. Consulta porque está muy preocupada por las mentiras “compulsivas” (en sus propias palabras) respecto a las tareas escolares de su hijo Juan, tiene 12 años. El colegio fue el primero que hizo el señalamiento. Juan, el padre, “obedientemente” acude a terapia pero no le preocupa la situación. ¿Quién y qué más decepciona a la madre? La lenta o nula carrera profesional del padre que siendo funcionario ha decidido que “disfrutar de la vida, estar con mis hijos, vivir bien” vale más la pena que esforzarse y pasarlo mal sometiéndose a exámenes y midiéndose con sus compañeros (su hijo uno de los comportamientos que tiene y que más desquician a la madre –y a los profesores- es que se “olvida” los trabajos hechos en la casa, no pudiéndole así poner nota). “Mi marido –dice la madre- es muy suave, no quiero que mi hijo se parezca a él”.

Vemos con Juan cómo aquel padre patriarcal, machista, distante, arbitrario (así había sido su propio padre) deviene en esta generación como un padre cercano pero visto como débil por la mujer-madre. Al parecer un mayor compromiso con los hijos puede dar como resultado que las madres digamos de un padre que busca cada día a sus hijos para comer en casa: “pareces una madre”; más allá de la anécdota asistimos a lo que hoy se ha dado en llamar “femenización del padre”.

Por otro lado, por muy diferentes razones la paternidad está más que nunca en manos de la mujer, su validación se produce según la madre contribuya o no a la misma (Flaquer, 1999); la libertad de la mujer de tener hijos, los bancos de esperma, la concepción de la justicia respecto a la primacía de la madre en la custodia post-divorcio, el abandono de muchos padres, la sociedad en general favorece el vínculo materno. Lejos de suponer una situación de privilegio para la mujer, constituye un gran costo para ella, para los hijos y para los padres-hombres que se pierden ser padres.

Según un estudio de la Oficina del Censo estadounidense (citado en Castells, 1999), en 1991 la proporción de hijos que vivían con sus dos padres biológicos era sólo un 50,8%; los servicios sociales saben, también las estadísticas de la vulnerabilidad económica de los hogares a cargo de la madre sola, en Inglaterra el 61% de estos hogares se sitúan por debajo del umbral de la pobreza (Sullerot, 1993), lo que nos lleva de nuevo a pensar que la carencia del padre como principal proveedor económico, como fuente de apoyo material sigue siendo esencial. Thurow (1997), hace un análisis meramente económico, que nos permite entender “el abandono del padre”. En USA, dice, el 32% de los hombres que tienen entre 25 y 34 años de edad ganan menos de lo necesario para mantener una familia de cuatro personas por encima del nivel de la pobreza, mientras los salarios disminuyen el coste de mantener una familia aumenta (El Pais 3/02/97).

El inciso no era sino para poner de manifiesto que los valores, las nuevas premisas que nos guían en nuestras relaciones familiares también son producto de la economía y de todo lo que de ella se deriva.

Volvamos a la estrella menguante del padre y a pensar en términos de intervención terapéutica.

¿Vamos hacia una sociedad sin padre? ; ¿Para que sirve un padre?. Hace apenas unos meses tuvimos la oportunidad de supervisar a unos terapeutas que trabajaban con tres hermanos (de 16, 13 y 1 año y medio) producto de tres relaciones distintas de su madre; cada uno tenía un padre diferente y lo que es más sorprendente: el referente paterno del primero había sido el padre del segundo (el cual abandonó el hogar cuando su propio hijo tenía apenas unos meses) ya que convivió con el hijo mayor aproximadamente tres años. El tercero era fruto de una relación estable con un extranjero que la abandona apenas sabe que está embarazada. La madre era una mujer entregada a sus hijos, trabajaba para mantenerlos, cuidaba su apariencia, tenía muy buena red de apoyo. Consultaba por las dificultades escolares del segundo de sus hijos y pequeños hurtos.

La angustia frente a la falta de padres, con nombres y apellidos, era del equipo, incluidos los supervisores. Nos preguntábamos ¿Cuándo el pequeño adquiera el lenguaje qué significará la palabra padre?. La salida fácil sería atribuir a las “ausencias de padres” las dificultades del chico, pero ¿y los otros dos hermanos? Se estaban desarrollando física y emocionalmente de forma correcta. ¿Debemos cambiar nuestro viejo mapa? : ¿Hay que hablar del padre biológico (sea éste como sea, esté donde esté, duela o no duela) ; ¿Debemos introducir a toda costa el nombre del padre?; ¿Señalarle a esta mujer la falta y así culpabilizarla? o bien, ¿Mimetizarnos con esta nueva realidad de un universo sin padres?. El desasosiego del equipo persiste.

A modo de conclusión

1.- Todo lo antedicho, y todo lo que se nos quedó al margen, tiene implicaciones para la intervención, porque constituyen nuestros mapas que nos orientan en la acción terapéutica.

2.- Como profesionales del ámbito psicosocial tenemos el deber de favorecer el compromiso, las conexiones intrafamiliares, trabajar con la familia más allá de la forma bajo la que esta se nos aparezca.

3.- En la clínica hoy día asistimos a situaciones de gran inestabilidad, donde los lazos familiares “parecería ser” que han perdido fuerza, donde prima la distancia al compromiso. Es una realidad que hay más inestabilidad, sí, pero ésta es consecuencia de una mayor exigencia de los sujetos a la relación y producto de tener que elaborarnos un traje a medida (Flaquer, 1999) en vez de encontrarnos en roles prefijados.

4.- Comprobamos la existencia de una gran discapacidad entre normas y valores donde fuimos socializados y las exigencias actuales. Una viñeta clínica nos lo ilustrará: una señora de 55 años pide una consulta para aprovechar ese espacio y plantearle a su esposo de 61 años que desea separarse; éste consigue que un psiquiatría (que vio a su mujer cuatro años atrás con una crisis de ansiedad grave) diga que María “está atravesando una crisis en la cual no debería tomar una decisión”. Esta viñeta nos permite ver la sanción social (psicopatológica) de la que es objeto una mujer que se hace eco de principios de emancipación femenina (el crecimiento de sus hijos y un cambio laboral le sirvieron de trampolín). Ella además de arrastrar mucha insatisfacción e infelicidad en su matrimonio de más de 30 años, una de las cosas que reivindicaba era saber “con qué patrimonio contaba”, y lo que es más importante: no quería que su marido hiciera más cosas por ella “aunque lo haga por mi bien”.

5.- El nombre del “padre biológico” (en familias reconstituidas, monoparentales ...) debe ser enunciado, estar presente. Un padre postizo ha de ser (y no es fácil) un amigo, un padrino (Walters, 1991), no un sustituto, aunque halla elementos del rol que ejerce que puedan ser definidos como parentales. El resultado de introducir “al padre” en la vida de una familia reconstituida, donde el padre postizo sustituyó en buena medida al biológico fueron las siguientes palabras de Daniel de 15 años: “es la primera vez que estoy quince días con mi padre, hemos hablado por primera vez... he visto que tengo un padre y eso... quiero mucho a Manuel pero, es diferente”. Desde los tres años Daniel convivía con su madre y su compañero (Manuel).

6. - Hay que subrayar la necesidad de un compromiso en la coparentalidad, más allá de la conyugalidad; hacia una auténtica coparentalidad o custodia compartida en el caso que se hayan separado como cónyuges. Busquemos nuestro propio proyecto personal, hombres y mujeres, sin olvidar o dando un lugar a la parentalidad, a la involucración activa y responsable en la evolución de nuestros hijos. Fidelidad en la parentalidad o hasta que la madurez de nuestros hijos nos separe (Díaz Usandivaras: 1996)

Bibliografía

ALBERDI, I. : “La nueva familia española”. Ed. Taurus. Barcelona, 1999.



CASTELLS, M.: “La era de la información”. Economía, sociedad y cultura. Vol. 2: El poder de la identidad. Alianza Editorial. Madrid, 1997.

DIAZ-USANDIVARAS, C.M.: “El ciclo del divorcio en la vida familiar”, en Rev. Sistemas Familiares, nº 15, año 1996, Buenos Aires.

FLAQUER, LL. : “La estrella menguante del padre”. Ed. Ariel. Barcelona, 1999.



SULLEROT, E.: “El nuevo padre”. Ediciones B. Barcelona, 1993.



THUROW, L.C.: “La familia tradicional está en proceso de extinción”. El Pais 3/02/97.



WALTERS, M. y otras: “La red invisible”. Ed. Paidós. Barcelona, 1991.



WHITE, M. y EPSTON, D.: “Medios narrativos para fines terapéuticos”. Ed. Paidós. Barcelona, 1993.



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