La presente revisión nos lleva a definir al juego como una capacidad innata del individuo que adquiere progresiva complejidad, isomórficamente a las funciones neuropsicológicas que lo predeterminan y constituyen; y que, como éstas, recibe modelado del ambiente en el que el individuo se desarrolla (definiendo a éste como la multiplicidad de estímulos que rodean al ser humano desde el instante mismo de su concepción, incluyendo factores genéticos, epigenéticos y socioculurales).
En este sentido, habría juego en tanto exista una motivación para la consecución de una gratificación, la cual active el aparato locomotor y se sostenga hasta la obtención de la misma, involucrando el desarrollo creciente de la interacción con otro, en igual medida y proporción en que se perfeccionan los procesos comunicativos con otros individuos. Resulta claro entonces que, a mayor progreso intelectivo y emocional, mayor será la complejidad de las funciones neuropsicológicas que deberán interrelacionar para la obtención de placer.
Ana Victoria Poenitz de Ozuna