Desde que el mundo es mundo vivimos en un mundo en guerra. Esto no significa necesariamente que vivamos todo el tiempo en situación de combate. Un mundo en guerra es, en mi opinión, un mundo donde la guerra es una presencia permanente.
La guerra como combate, como exterminio, como amenaza, como eje de la actividad económica, como sostén de la ideología. . . La guerra, siempre la guerra.
Guerra y Paz. Metapsicología de lo posible.
Fau, Luis E.
Psicoanalista, Doctor en Psicología.
Director de AeIP (Asistencia e Investigación en Psicopatología)
Director de PsiNET Online Iberoamericana
Especialista en interdisciplina.
Investigador clínico y terapeuta de soldados conscriptos ex-combatientes de la guerra de Malvinas.
Terapeuta y supervisor clínico en la atención de víctimas y familiares de víctimas del terrorismo de estado.
Nacido en Buenos Aires, 1959
Psicoanalista, Doctor en Psicología.
Director de AeIP (Asistencia e Investigación en Psicopatología)
Director de PsiNET Online Iberoamericana
Especialista en interdisciplina.
Investigador clínico y terapeuta de soldados conscriptos ex-combatientes de la guerra de Malvinas.
Terapeuta y supervisor clínico en la atención de víctimas y familiares de víctimas del terrorismo de estado.
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Desde que el mundo es mundo vivimos en un mundo en guerra. Esto no significa necesariamente que vivamos todo el tiempo en situación de combate. Un mundo en guerra es, en mi opinión, un mundo donde la guerra es una presencia permanente. La guerra como combate, como exterminio, como amenaza, como eje de la actividad económica, como sostén de la ideología... La guerra, siempre la guerra.
Luego de muchos años de ver desde lejos, desde cerca o desde adentro los horrores de la guerra; como víctima o como profesional, ha surgido en mí una sensación, una idea, una convicción o, quizás, una mezcla de todo ello. La paz es un malentendido. La paz es un objetivo ilusorio. Porque la paz es parte indisoluble y garantía solidaria de la guerra.
Es casi un lugar común considerar a la guerra como la expresión de las pulsiones destructivas de la especie humana y a la paz como el estado más elevado y supremo objetivo a conseguir en el recorrido de elevación por sobre nuestra animalidad de origen.
Pero... ¿Realmente es así?
¿Qué es la guerra?
¿Qué es la paz?
¿Es posible la una sin la otra?
¿Existe algo que pueda, deba o merezca ser llamado “psiquiatría de guerra”?
¿Puede existir y, si así fuera, es deseable una psicología de paz?
A continuación algunas ideas más o menos hilvanadas. Mas bien menos...
Un poco de diccionario
Ante mi duda sobre la independencia de la paz respecto de la guerra, recurro a la etimología. El diccionario de María Moliner nos dice:
paz.
(Del lat. «pax, -cis», deriv. de «pacari», apaciguar, y éste de la raíz «pac- [pag-]», lo mismo que «pángere»; v.: «PAG-, pacato, pagar, pazguato; apacible, apaciguar, apazguado, desapacible; pacif..., portapaz». Fem.)
Como sospechaba, paz deriva de pacificar y no al revés. Así, la pacificación depende de la necesaria existencia de un estado anterior, que necesita ser pacificado.
Vamos al diccionario de la Real Academia:
paz.
(Del lat. pax, pacis).
1. f. Situación y relación mutua de quienes no están en guerra
2. f. Pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición
a la guerra o a la turbulencia.
3. f. Tratado o convenio que se concuerda entre los gobernantes para poner fin a una guerra. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing.
Por supuesto, las 3 primeras acepciones aluden específicamente a la guerra.
¿Debería sorprendernos? Creo que no.
La pacificación, la paz, el pacifismo y todo lo que de ello deriva surge, se sostiene y es funcional a la existencia y sostenimiento de la guerra como fenómeno.
No debemos buscar muy lejos ni con medios muy sofisticados para sostener esta aseveración. Empezando por la pax romana o la pax americana. Todos escuchamos expresiones tales como ”si amas la paz prepárate para la guerra” o la referencia a los ejércitos nacionales como “guardianes de la paz”.
Por no mencionar las “fuerzas de paz de las Naciones Unidas” (que son siempre militares) o las muestras de creatividad castrense a la hora de bautizar a las armas: ¿Recuerdan como se llamaban los primero bombarderos que portaban las armas atómicas en los años ‘50? Peacemakers y peacekeepers. Y la lista sigue...
La paz siempre nos fue presentada como el producto de la guerra.
Si bien es un hecho indiscutible que la agresividad es parte de la condición humana, creo que es un ingenuo pero grave error considerar a la guerra como una patología derivada linealmente de las pulsiones destructivas de los humanos en tanto especie. La mayor parte de los humanos es objeto, no sujeto, de la guerra.
A pesar de todos los defectos que podamos encontrarle, la evolución de la humanidad alcanzó, al menos, para que en lo cotidiano las personas no andemos resolviendo nuestras diferencias con los vecinos mediante el asesinato, la violación, el robo o la tortura. Aún en términos fríamente estadísticos el porcentaje de las personas que violan los tabúes sociales es claramente pequeño.
¿Es acaso consistente la idea de que las personas se reúnen espontáneamente en el club del barrio para armar una guerra santa contra los enemigos que viven del otra lado del río?
Sin duda que no. Porque la guerra es un instrumento de la política, del poder, que impone a las personas una regresión patológica que los priva de los beneficios, pocos o muchos, de la evolución de la cultura humana.
La paz aparece como el período pseudo-refractario, más o menos prolongado, entre dos guerras o entre momentos de la misma guerra. La paz está presente en los discursos sociales como respuesta al temor de las consecuencias de la guerra, principalmente de una guerra que se intuye no se puede ganar.
El discurso pacifista no deslegitima la guerra. Simplemente se ofrece como alternativa para preservarla como posibilidad, amenaza o latencia.
Opino que la improbable desaparición del flagelo de la guerra no será consecuencia de las acciones que tiendan a la paz. Postulo que la guerra y la paz son las dos caras de la misma moneda. Factores mutuamente interdependientes que nos condenan a la repetición degradante. Si existe una oportunidad de lograrlo, y no soy precisamente optimista en este sentido, creo es necesario replantear el problema en otros términos. Y para ello es necesario retomar el concepto del poder y sus instrumentos.
Lo que mal empieza...
...mal acaba, decían nuestras abuelas.
Siguiendo el modelo evolucionista Darwiniano, retomado por Freud, propongo repasemos el dispositivo mítico de la “horda primitiva”.
Para no privarme de una mala simplificación, les recuerdo que Freud, partiendo de la observación de la organización de los mamíferos superiores, postula una evolución humana que considera a la “horda” como el primer proto-modelo de organización social. En él, un macho dominante ejerce el poder y la propiedad sobre las hembras del grupo, imponiéndose sobre los machos jóvenes que son, probablemente, sus propios hijos.
Eventualmente estos intentan modificar la situación de sometimiento y abstinencia sexual matando al padre e intentando ocupar su lugar. Intento condenado al fracaso ya que la nueva situación los enfrenta entre sí: no olvidemos que cada uno trataba de ocupar el lugar de privilegio y no de fundar un soviet de hijos.
A partir de ese momento mítico se desencadena la lenta evolución humana generadora de cultura, sostenida en la necesidad de engendrar nuevas formas de administración del poder que permitiera, si bien con las inevitables regulaciones, que los humanos accedan a la satisfacción de sus necesidades y deseos.
Así, desde los primitivos dispositivos tribales, pasando por las monarquías absolutas, dictaduras y otras linduras, hasta llegar a los gobiernos parlamentarios modernos, las diferentes formas de ejercicio del poder son elaboraciones más o menos sofisticadas, más o menos simbolizadas, del modelo inicial de un poder parental, modelo que evoluciona desde lo despótico a lo consensuado.
En el nivel más elevado(?) de la escala, por ejemplo un gobierno parlamentario, encontramos una abstracción omnipotente “la ley” que ocupa el lugar de la figura parental: el lugar del gran padre todo poderoso, justo y equitativo. Ello viene acompañado por una evolución de las artes, la ciencia y la tecnología que nos hace pensar que, finalmente, la humanidad no lo hizo tan mal, después de todo.
Pero no hay mucho espacio para alegrarse cuando en el mismo momento vemos que se desarrolla una guerra santa donde un psicótico peligroso ordena la masacre de miles de inocentes en el nombre de Dios (el gran padre), enfrentado a un estúpido aún más peligroso que juega a “ser Dios” y que dispone de instrumentos de destrucción masiva (complejo industrial-militar) de dimensiones bíblicas. Quizás recuerdan haber oído o leído, hace pocas semanas, la expresión “todo aquel que no esté con nosotros está en contra de nosotros”. Como para quedarse tranquilos...
La guerra como instrumento de poder
El flagelo de la guerra es posible y sostenible en tanto es un instrumento de acción política legitimado por las costumbres y, aún mucho más grave, por las leyes imperantes en nuestra civilización.
Pero... ¿es esta una idea nueva? Por supuesto que no.
“La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Es una cita repetida hasta el cansancio, extraída de la obra de Carl Clausewitz, teórico militar prusiano de la primera mitad del siglo XIX. En realidad la frase es una simplificación que malogra una idea mucho más profunda que aparece claramente en la correcta cita textual:
"La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios".
Más importante aún que este eslogan exitoso son los conceptos que Clausewitz propone respecto a la naturaleza trinitaria de la guerra.
Dice:
"...la guerra [...] en relación con sus tendencias dominantes constituye una maravillosa trinidad, compuesta del poder primordial de sus elementos, del odio y la enemistad que pueden mirarse como un ciego impulso de la naturaleza; de la caprichosa influencia de la probabilidad y del azar, que la convierten en una libre actividad del alma; y de la subordinada naturaleza de un instrumento político, por la que recae puramente en el campo del raciocinio"
El primero de estos aspectos es más bien propio de los pueblos; el segundo de los generales y sus Ejércitos; y el tercero, de los gobiernos...”
Postula que la guerra exitosa involucra la complementariedad eficiente entre los términos de la trinidad: la pasión (que atribuye al pueblo o masa), el valor (que atribuye a los militares) y la razón (que atribuye al poder político).
No me detendré aquí en el análisis de la sugestiva correspondencia entre el modelo trinitario de Clausewitz y el modelo topológico de Freud (Yo, Ello y Superyó) por no ser objeto del presente trabajo. Pero es una idea que vale la pena trabajar en profundidad en otro momento.
Podemos retroceder incluso 2500 años atrás para encontrar en la obra “El arte de la guerra” de Sun Tzu (general chino del siglo V antes de Cristo) claras referencias a la definición de la guerra como una cuestión estrictamente del poder político.
¿Desde qué lugar podemos entonces, como profesionales de la salud, enfocar el problema de la guerra?
Justamente enfocándolo como un problema de salud pública.
Salud es lo que falta
Probablemente todos estaríamos de acuerdo respecto a que es mucho más eficiente y racional enfrentar, por caso, un problema tóxico originado en contaminación ambiental, proponiendo un cambio en la legislación vigente respecto al origen de la contaminación, antes que insistir en la búsqueda de terapéuticas para paliar las patologías emergentes de tal condición.
De igual forma, creo que debemos analizar e investigar, desde el punto de vista de la salud pública, respecto a qué modificaciones en la legislación pueden ayudar a la deslegitimación social de la guerra. Aunque no se logre impedirla al menos dificultará la utilización de la guerra como instrumento legítimo de acción política.
En lo personal, me resulta suficiente como punto de partida la concepción freudiana de la salud: la salud como condición de bienestar en que la persona humana puede amar y trabajar en libertad.
Una de las acciones a emprender es la propuesta e insistencia, sólida y profesionalmente fundadas, respecto de la abolición del servicio militar obligatorio en aquellos países donde se conserva esta práctica.
Continuando en la misma línea, lograr la abolición de la obligación constitucional que impone a los ciudadanos su incorporación compulsiva a las fuerzas armadas en caso de guerra.
Estoy seguro que muchos pensarán que es una propuesta ingenua y/o utópica. Yo mismo no soy muy optimista respecto a su éxito que requeriría para lograrlo, con suerte, varias décadas. Pero la historia de los últimos 2 siglos nos muestra que quizás es posible. Cuando los profesionales de la salud lograron que la sociedad y los gobiernos aceptaran que muchos de los flagelos de la humanidad eran solucionables únicamente si se los encaraba desde la perspectiva de higiene social, salud pública o como prefieran llamarlo.
Los argumentos políticos en contra de estas medidas propuestas son hoy muy endebles y relativamente fáciles de rebatir. A ningún estado en ninguna época le faltarán ciudadanos dispuestos a matar y hacerse matar: sabemos que la muerte siempre está de moda. Pero el objetivo buscado a mediano y largo plazo es la asunción por parte de las personas de su derecho de elección y transformar progresivamente la objeción de conciencia en instrumento de acción democrática con profundos efectos en términos de salud pública.
Es evidente la disminución de riesgo bélico que se observa en los países que eliminaron el servicio militar obligatorio. Cada vez es más difícil para los gobiernos incorporar soldados voluntarios a sus filas. Tenemos a mano el ejemplo reciente de España, cuyo gobierno salió a ofrecer contratos de reclutamiento entre los descendientes de españoles en Latinoamérica, en un intento de compensar la poca motivación de sus jóvenes ciudadanos para seguir la carrera militar. Según he leído, una parte importante de los reclutas “importados” de Latinoamérica renunciaron a pocas semanas de su llegada. Resulta simpático que utilizaran los recursos del ejército español con el único fin de llegar a España e intentar incorporarse a la vida civil.
¿Es posible que los investigadores, terapeutas y demás agentes de la salud mental logren transformarse en los Pasteur, Fleming o Sabin del nuevo milenio?
No lo sé.
Solo propongo que hagamos el intento.
Bibliografía
. Carl Von Clausewitz, Historical and Political Writings, Peter Paret, Princeton, 1992
. Sun Tzu, Art of war, Oxford Univ. Press, 1984
. Sigmund Freud, Obras Completas, Amorrortu, Bs. As., 1990
“Totem y tabú.” (1913), volumen 13
“Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), volumen 18
¿Por qué la guerra? (carta a Albert Einstein), volumen 22
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Del trauma al corazón: Nuevos enfoques psicoterapéuticos.
Carlos Mussi
Fecha Publicación: 01/01/2003