Existe una alta prevalencia de Trastornos de la Personalidad (TP), tanto en la población general como en las poblaciones psiquiátricas. Podría considerarse que el diagnóstico de los TP es inútil, ya que por su actual y discutida definición, son patrones de conducta que son permanentes e inflexibles, y por lo tanto diagnosticar un TP sólo serviría para considerar a ese paciente un enfermo desahuciado, con el que no valdría la pena más que realizar unos cuidados paliativos. También podría llevarnos a evitar este diagnóstico dejarnos guiar por el gran estrés que genera al clínico no familiarizado con los TP, por las distorsiones y problemas que generan en la relación con el clínico y con otros pacientes o porque exigen un proceso de atención costoso desde el punto de vista económico, de tiempo y de medios diagnósticos. Múltiples investigaciones hacen aconsejable que se valore la presencia de un TP en todos aquellos pacientes que acudan a los servicios de salud mental. Porque aumentan el número de síntomas y la intensidad de la psicopatología del Eje I, provocan mayor incidencia de enfermedades mentales primarias, incrementan el coste económico si no se tratan, generan un mayor sufrimiento personal del paciente y de las personas de su entorno e influyen en la evolución de enfermedades médicas generales. Además, su identificación mejora la relación médico-paciente, permite prevenir graves alteraciones como suicidio y formas prematuras de muerte y se generan nuevas posibilidades de tratamiento, pues existen terapias que disminuyen la intensidad de los síntomas.