Cada año, unas 110.000 personas sufren un ictus[i] y, de ellas, entre el 30-50 % presentarán también depresión1, según datos de la Sociedad Española de Neurología. La depresión se erige, así, en el trastorno afectivo más frecuente tras un ictus, afectando significativamente a la rehabilitación posterior al ictus, la calidad de vida, mortalidad y discapacidad[ii],[iii].
La depresión post-ictus (DPI) aparece en, aproximadamente, una de cada tres personas con ictus[iv],[v] y permanece estable hasta 10 años después del accidente cerebrovascular2. Sin embargo, en más del 50 % de los casos, ni se diagnostica ni se trata1. El 25 % de supervivientes a un ictus fue diagnosticado de depresión en los 2 años siguientes a sufrirlo y se estima que casi el 55 % de quienes han tenido un ictus desarrollará depresión en algún momento1.
Por ello, profesionales de la neurología ponen el foco en la importancia de la evaluación precoz de la depresión en la fase aguda del ictus, ya que la presencia de síntomas de ictus puede dificultar el diagnóstico y conducir a un infradiagnóstico1.
Según la doctora Mar Castellanos, jefa de Servicio de Neurología en el Complejo Hospitalario Universitario A Coruña, “la depresión post-ictus afecta negativamente la calidad de vida de los pacientes con ictus. Diversos estudios demuestran que la depresión post-ictus es un factor de mal pronóstico funcional a largo plazo en pacientes con ictus y se relaciona también con mayor mortalidad. Además, la depresión es un factor claramente relacionado con la menor respuesta a la rehabilitación en estos pacientes. Existe, además, una relación directa entre la gravedad de la depresión y el impacto en la calidad de vida del paciente, de forma que, a mayor gravedad de la depresión, mayor es el impacto negativo en la calidad de vida. Por todo ello, el tratamiento de la depresión es importante, ya que se ha demostrado que el pronóstico funcional de los pacientes que reciben tratamiento antidepresivo es mejor”.
Principales síntomas de la depresión post-ictus
La depresión post-ictus se caracteriza por la presencia de síntomas afectivos como la disminución de la reactividad emocional, anhedonia y retraimiento social. Los síntomas somáticos más significativos pasan por la fatiga, estreñimiento, anorexia, trastornos del ritmo sueño-vigilia y disminución de la libido, mientras que la sintomatología cognitiva se manifiesta en la dificultad para concentrarse, sentimientos de desesperanza, culpa, inutilidad y alucinaciones[vi].
Como afirma la Dra. Castellanos, “ante la relación entre la depresión y su impacto negativo en la calidad de vida de pacientes con ictus, esta enfermedad debería diagnosticarse y tratarse de forma adecuada. Es importante, sin embargo, tener en cuenta que el diagnóstico puede ser difícil debido a que los síntomas de depresión en pacientes con ictus no son muchas veces los síntomas habituales de depresión en un paciente sin ictus y porque, en ocasiones, las propias secuelas del ictus actúan como factor confusor de los propios síntomas de la depresión”.
La depresión post-ictus es un factor de mal pronóstico en la recuperación tras un ictus y, a la vez, las personas con depresión que sufren un ictus tienen un mayor riesgo de muerte1.
La prevención y el tratamiento de la depresión tras un ictus requieren la identificación de los pacientes de alto riesgo para el desarrollo de esta complicación, la consideración de los posibles acontecimientos adversos asociados al tratamiento, un seguimiento clínico estrecho y la participación de los profesionales sanitarios implicados en el tratamiento del ictus[vii].
En cuanto al papel del tratamiento antidepresivo sobre esta doble condición, si bien se carece de directrices específicas para la selección de antidepresivos en enfermedades neurológicas concretas, vortioxetina se ha mostrado prometedora en el tratamiento de la depresión asociada al ictus, con mejoras en la apatía, la función cognitiva y los trastornos del sueño[viii].
Se recomienda un enfoque multidisciplinar para el tratamiento óptimo de la depresión en el marco de las enfermedades neurológicas, como es el caso del ictus, pero los neurólogos deben reconocer los síntomas, realizar un diagnóstico e iniciar la terapia de forma precoz, tal y como se pone de manifiesto en la revisión publicada en Brain Sciences, “Depresión en las principales enfermedades neurodegenerativas e ictus. Una revisión crítica de las similitudes y diferencias entre trastornos neurológicos”8.
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[i] INFORME DEPRESIÓN Y NEUROLOGÍA, Sociedad Española de Neurología, 2022. https://www.sen.es/saladeprensa/pdf/Link391_informe.pdf[ii] Ayerbe, L.; Ayis, S.; Wolfe, C.D.A.; Rudd, A.G. Natural History, Predictors and Outcomes of Depression after Stroke: Systematic Review and Meta-Analysis. Br. J. Psychiatry 2013, 202, 14–21. [CrossRef] [PubMed][iii] Kim, E.-S.; Kim, J.-W.; Kang, H.-J.; Bae, K.-Y.; Kim, S.-W.; Kim, J.-T.; Park, M.-S.; Cho, K.-H.; Kim, J.-M. Longitudinal Impact of Depression on Quality of Life in Stroke Patients. Psychiatry Investig. 2018, 15, 141–146. [CrossRef][iv] Hackett, M.L.; Yapa, C.; Parag, V.; Anderson, C.S. Frequency of Depression after Stroke: A Systematic Review of Observational Studies. Stroke 2005, 36, 1330–1340. [CrossRef][v] Hackett, M.L.; Pickles, K. Part I: Frequency of Depression after Stroke: An Updated Systematic Review and Meta-Analysis of Observational Studies. Int. J. Stroke 2014, 9, 1017–1025. [CrossRef][vi] Carod-Artal, F.J. Post-stroke depression (I). Epidemiology, diagnostic criteria and risk factors. Rev. Neurol. 2006, 42, 169–175. [PubMed][vii]Castilla-Guerra, L.; Fernandez Moreno, M.D.C.; Esparrago-Llorca, G.; Colmenero-Camacho, M.A. Pharmacological Management of Post-Stroke Depression. Expert Rev. Neurother. 2020, 20, 157–166. [CrossRef] [PubMed][viii] Depression in Major Neurodegenerative Diseases and Strokes: A Critical Review of Similarities and Differences among Neurological Disorders. Pagonabarraga J, et al. Brain Sci. 2023;13:318.