Investigadores de la Universidad del Sur de California, en Estados Unidos, han analizado durante dos años la literatura existente sobre nutrición y riesgo de demencia, tras detectar discrepancias entre lo publicado y la investigación epidemiológica, y han realizado una serie de recomendaciones para mejorar las investigaciones futuras, según publican en la revista 'The Lancet Healthy Longevity'.
Muchas historias que hacen recomendaciones dietéticas apuntan a estudios observacionales que han sugerido una relación entre el menor o mayor consumo de ciertos alimentos y el riesgo de demencia. Pero las investigaciones clínicas que intentan relacionar nutrientes o dietas específicas con la función cognitiva no han encontrado pruebas convincentes.
"Muchos ensayos no han descubierto que hacer que la gente coma de forma saludable o haga ejercicio se traduzca en beneficios de la forma que se espera de la investigación epidemiológica --apunta el doctor Hussein Yassine, profesor asociado de medicina y neurología en la Facultad de Medicina Keck de la USC y titular de la Cátedra Kenneth y Bette Volk de Neurología de la USC--. Eso significa que, o bien no existe una conexión causal, o bien que estos estudios no han sido diseñados adecuadamente".
Para entender esta discrepancia entre la investigación epidemiológica y los ensayos clínicos, Yassine dirigió el Grupo de Trabajo de Nutrición para la Prevención de la Demencia, un equipo de científicos que dedicó dos años a estudiar la literatura existente sobre nutrición y riesgo de demencia.
Su análisis identifica las principales limitaciones de los ensayos existentes que inciden en el modo en que la nutrición afecta al cerebro y ofrece una serie de recomendaciones para orientar y mejorar las investigaciones futuras. Este trabajo ha contado con el apoyo de una subvención de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos.
Yassine señala que la investigación nutricional en general es difícil de ejecutar bien. Los estudios epidemiológicos muestran, por ejemplo, una asociación entre las personas que comen marisco graso, como el salmón, y una menor incidencia de la demencia. Pero es difícil separar la información nutricional de otros factores que también pueden influir, como el lugar donde vive una persona, los estilos de vida saludables concurrentes o si tiene acceso a una atención médica adecuada.
Es posible que la mayoría de las investigaciones clínicas sobre la alimentación y la salud del cerebro no se hayan realizado durante un periodo de tiempo lo suficientemente largo como para que los resultados sean significativos, señalan, porque se desconoce cuánto tiempo tarda una dieta saludable en afectar a la cognición.
"Si se necesitan de cinco a diez años --prosigue Yassine-- entonces los estudios que duraron dos años o menos no están reflejando con precisión el efecto de la dieta en la cognición".
La investigación futura también mejorará si se investiga más para entender qué cantidad de un nutriente específico necesita una persona para lograr una salud cerebral óptima. Por ejemplo, existe un nivel aceptado de vitamina D que mantiene la salud ósea, pero no puede decirse lo mismo de los nutrientes que se cree que influyen en la salud cognitiva.
El grupo señala que la utilización de biomarcadores en lugar de pruebas cognitivas, la herramienta más utilizada para analizar el éxito de una intervención, puede conducir a resultados inmediatos más significativos que pueden guiar intervenciones más largas que se dirigen a resultados clínicos.
La tecnología, como las imágenes cerebrales, puede ser muy eficaz para seguir los cambios en el cerebro a lo largo del tiempo. Asimismo, señalan que el análisis de muestras de sangre o heces para detectar ciertos biomarcadores, como la ingesta subóptima de un nutriente específico, también puede utilizarse tanto para seleccionar a los mejores participantes como para ayudar a determinar si los participantes del estudio están respondiendo a la intervención que se está estudiando.
Las pruebas genéticas también pueden ser una herramienta eficaz, según Yassine, que estudia la apolipoproteína E4 (POE4), que es el factor de riesgo genético más fuerte para la enfermedad de Alzheimer de aparición tardía. Señala que las personas con esta variante genética responden de forma diferente a la dieta que los no portadores. En este caso, las pruebas genéticas pueden mejorar la calidad de la investigación con intervenciones más personalizadas.
Los nuevos conocimientos sobre el microbioma también pueden mejorar los resultados de la investigación. Yassine apunta que las personas se benefician de los alimentos de forma diferente en función de las diferencias en el microbioma.
"No se puede estudiar completamente cómo funciona la dieta sin estudiar el microbioma --subraya--. También es necesario comprender mejor la relación subyacente entre la microbiota intestinal y la cognición en grandes poblaciones de individuos diversos".
Por último, el grupo concluyó que los investigadores deberían considerar la posibilidad de utilizar una mayor variedad de diseños de estudio, no sólo ensayos controlados aleatorios, y que se debería reflexionar más sobre la elección de los participantes en los ensayos.
Señalan que una estrategia sería diseñar ensayos pequeños y personalizados que tengan en cuenta el riesgo genético de los participantes, la calidad de su dieta y el análisis de su microbioma, al tiempo que utilizan biomarcadores que reflejan las funciones cerebrales. Otro enfoque consiste en diseñar grandes ensayos pragmáticos de salud electrónica que utilicen teléfonos móviles o tabletas para recoger datos, dirigidos a personas con factores de riesgo de demencia.
Aunque gran parte de las investigaciones realizadas hasta la fecha se han centrado en personas mayores, varios estudios de cohortes de alta calidad sugieren que la mediana edad podría ser un momento óptimo para iniciar este tipo de investigaciones, antes de que se produzcan los cambios asociados a la demencia, de modo que los investigadores puedan seguir los cambios a lo largo del tiempo.
Además, el grupo señala que los estudios deben tener en cuenta las preferencias alimentarias de los grupos infrarrepresentados, algunos de los cuales se ven afectados por la demencia de forma desproporcionada.
"Se trata de un documento importante para todos los que investigan sobre la dieta y su relación con la demencia --asegura el doctor Lon Schneider, profesor de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Facultad de Medicina Keck y titular de la cátedra Della Martin de Psiquiatría y Neurociencia--. Es importante que los futuros ensayos arrojen resultados precisos que puedan traducirse en una mejor atención clínica para los pacientes".