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Distanasia ante la muerte encefálica: Un dilema bioético.

  • Autor/autores: Osbert Rodríguez Miranda*; Heydi Flores Podadera**; Juan José Apolinaire Pennini***.

    ,Artículo,Ética,


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Artículo | Fecha de publicación: 17/07/2008
Artículo revisado por nuestra redacción

IntroducciónLa moral surgió antes que la ética, existía ya en el régimen de la comunidad primitiva, mientras que la ética, ciencia de la moral, apareció al formarse la sociedad esclavista (1). La moral es una de las formas de la conciencia social que, en tanto que reflejo de las condiciones materiales de vida de los hombres, es histórica y concreta y, por tanto, relativa y cambiante, cuyo...



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Introducción

La moral surgió antes que la ética, existía ya en el régimen de la comunidad primitiva, mientras que la ética, ciencia de la moral, apareció al formarse la sociedad esclavista (1). La moral es una de las formas de la conciencia social que, en tanto que reflejo de las condiciones materiales de vida de los hombres, es histórica y concreta y, por tanto, relativa y cambiante, cuyo desarrollo constante va acorde con la marcha de la sociedad (2). Es precisamente este proceso de marcha de la sociedad el que a punto de partida de la situación política, económica y social del mundo emergido de la segunda conflagración humana bélica global, y el decursar impetuoso de la Revolución Científico Técnica con su impacto en el terreno de la salud pública y la biomedicina, propicia el surgimiento de la bioética como disciplina científica capaz de adentrarse de forma más general y profunda que la ética médica en aspectos relativos a la conducta de los seres humanos ante la naturaleza y la vida humana general (3). Es remarcable la relación que guarda el nacimiento de esta nueva ciencia con las vivencias del doctor Van Rensselaer Potter, oncólogo norteamericano, obligado a enfrentar la creciente deshumanización en el trato con pacientes en estadio terminal de cáncer atendidos en Unidades de Cuidados Especiales o Intensivos, quienes eran vistos hasta ese momento como entes pasivos en el proceso salud-enfermedad obligados a delegar su derecho de libertad de elegir lo mejor para consigo, en el personal de salud (4). Es por esto que la bioética o ética de la vida, desde su aparición, deja clara su posición ante la muerte a pesar de ser esta una de sus aristas más polémicas.

Las consideraciones acerca de la muerte son muy anteriores a la aparición del pensamiento filosófico. El surgimiento de la filosofía como forma sistemática y lógica de la expresión de las ideas no desplaza ni monopoliza las reflexiones esporádicas y espontáneas del pensamiento común acerca de la muerte. El pensamiento mítico, mágico y religioso revive también y continúa tratando de responder a estos problemas de los orígenes y últimos fines (5).

El concepto muerte ha sufrido históricamente una gran variabilidad aún teniendo en cuenta ciertos rasgos que le otorgan universalidad y, entre ellos, algunos que han trascendido todas las épocas y espacios, es decir, siguen siendo rasgos universales del concepto de muerte la suspensión definitiva de la respiración y de la función del corazón y la destrucción paulatina del cuerpo hasta la desaparición física definitiva (6)(7); pero añadiendo a estos criterios tradicionales nuevos elementos que surgen a partir del desarrollo de la terapia intensiva, en la década de los años 50 del siglo XX, lo cual conlleva al auge de diversas técnicas de soporte vital incluyendo el uso de ventiladores capaces de descomponer, a la manera de un prisma, los diferentes hechos biológicos que convergen en la muerte, ha sido necesario reformular el concepto de la misma en fechas cercanas. Siendo así como en la XXII Reunión Médica Mundial en Sidney surgen dichos cambios conceptuales y aparecen los conocidos de Harvard en la Revista de la Asociación Médica Norteamericana, posteriormente apoyados por The President´s Commission que refiere: "un individuo está muerto, cuando le ha sobrevenido o bien el cese irreversible de todas las funciones cerebrales incluyendo el tronco cerebral, o bien el cese de las funciones respiratoria y circulatoria. La determinación de la muerte debe realizarse de acuerdo a los estándares médicos aceptados." (8)

En nuestro país imperó por varias décadas el viejo Código Civil Español, el cual definía la muerte del individuo, como “el cese irreversible de las funciones cardio-respiratorias”, en el actual Código Civil, nuestros abogados elaboraron una propuesta novedosa a nivel mundial, cuando señalaron: <i>“la determinación de la muerte de la persona natural y su certificación se hace por el personal facultativo autorizado, conforme a las regulaciones establecidas por el organismo competente (MINSAP)”</i>. El documento "Definición y Diagnóstico de la Muerte en Cuba" constituye el marco teórico y práctico para definir y diagnosticar la muerte en nuestro país. Basados en la discusión y análisis de este documento, el Ministro de Salud Pública emite la resolución que brinda la cobertura legal que responde al actual Código Civil, en cuanto a “la determinación de la muerte de la persona natural y su certificación". Este documento se ha generalizado a todas las provincias del país para su aplicación. Por primera vez en nuestro país se logra una regulación médico-legal de un tema tan debatido como es la definición y el diagnóstico de la muerte bajo formulaciones neurológicas (9).

A la par de la metamorfosis conceptual, el abordaje del tema muerte desde el punto de vista médico ha sido controvertido desde tiempos muy remotos. Hipócrates, -S. V a.C.-, en su juramento esgrimía el no dar medicamento mortal por más que se lo soliciten. Platón, -427-337 a.C.-, por su parte dice: "Se dejará morir a quienes no sean sanos de cuerpo" (10). En la actualidad, al respecto, han surgido términos que recrean ambos enfoques. Se reconoce ya la eutanasia, pasiva y activa, y, más recientemente, el manejo del término distanasia. Prácticas que han provocado verdaderos dilemas y conflictos dentro de la bioética. La eutanasia pasiva es la no acción o ejecución de un proceder o aplicación de un fármaco que puede generar la muerte del individuo. La activa es la acción, proceder o medicación que precipita o provoca la muerte.

El término distanasia ha emergido del criterio válido para algunos médicos que sustenta que “mientras haya un soplo de vida hay esperanza”, esto implica la prolongación injustificada de la agonía en enfermos en quienes la medicina ya no tiene nada que ofrecer y se aplica para manifestar hasta qué punto estas acciones asistenciales son realmente provocadoras si se ejecutan en el contexto de un cuadro en el que la vida está supeditada a la tecnología ya que de lo contrario el paciente estaría muerto (5)(11).

En la práctica diaria hemos podido apreciar que la suerte de un paciente luego del diagnóstico de muerte encefálica (ME) deviene dicotómica si comparamos hospitales de nuestro país donde se lleva a cabo el programa de transplante de órganos versus aquellos en los cuales no está implantado dicho programa o dado el caso que el fallecido no cumpla los criterios de inclusión como donante. ¿Será bioéticamente correcto que una vez en ME de no adscribirse el paciente como donante se continúe sometiendo el mismo a procederes médicos?

Desarrollo

De acuerdo con la Psicología Humanista el hombre es un ser inacabado e inacabable, imperfecto pero perfectible, que integra en un ser viviente todas sus dimensiones esencialmente humanas: corporales, psíquicas, sociales y espirituales. Por ende, ser persona humana implica tener cierta identidad, una concepción de la vida y voluntad de actuar, poseer características personológicas propias, memoria, sociabilidad, sentimientos, emociones, capacidad de amar y ser amado. Una persona necesita desarrollar una vida mental y espiritual integral, que la individualiza como ser social y como miembro insustituible de la gran familia humana. En la ME se han perdido todas esas facultades. Por tanto, se llega a la conclusión de que la persona humana como tal no existe. De ahí, que la verdadera muerte se produce no cuando el sujeto deja de respirar o cuando desaparecen los latidos cardiacos, sino cuando el sistema nervioso pierde su condición indispensable de asiento material de la vida psíquica, social y espiritual del hombre (12).

Existen tres grandes tendencias o escuelas en relación con la definición de la muerte en el hombre sobre bases neurológicas: aquellas que se refieren a la pérdida de tributos esenciales que identifican la naturaleza humana, aquellas que se refieren a la pérdida de la integración del organismo como un todo y las que tratan de definir la porción del encéfalo que debe cesar de funcionar irreversiblemente para que una persona pueda declararse fallecida (13).

Como el cerebro es a su vez un órgano muy complejo, con estructuras y funciones que datan de diferentes momentos de la evolución filo-genética, es por ello que las formulaciones de ME según criterios neurológicos pueden ser varias, siendo actualmente la más completa la de Machado Curbelo, quien la define como: "la pérdida irreversible de la capacidad y del contenido de la conciencia." (8)

Los pacientes en estado vegetativo persistente (EVP) reflejan la única situación en que se demuestra una aparente disociación capacidad-contenido de la conciencia. Es importante hacer la salvedad de que El Grupo de Trabajo de varias sociedades de Estados Unidos de Norteamérica sobre el EVP (The Multi-Society Task Force in PVS) ha tratado de definir el uso de los términos persistente y permanente. El término persistente se refiere a una condición de trastorno funcional que se extiende del pasado al momento en que se examina al paciente, y que no tiene un pronóstico definido para el futuro, mientras que permanente denota irreversibilidad. El mencionado Grupo de Trabajo también ha señalado que "un paciente en estado vegetativo persistente se convierte en permanente cuando el diagnóstico de irreversibilidad se puede establecer con un alto grado de certeza clínica" (13) (14). Tener en cuenta estos aspectos es crucial y así queda recogido en los lineamientos para el diagnóstico de la ME vigentes en nuestro país. Se consideran tanto en las pre-condiciones: ¨ Etiología del coma completamente documentada y establecida con precisión, como una lesión estructural e irreparable del encéfalo, de modo suficiente para explicar la pérdida de las funciones de este órgano ¨ , como en los criterios diagnósticos: ¨ Lesión mecánica irreversible del encéfalo ¨ (8).

Una vez concretado el diagnóstico de ME en hospitales donde esté establecido el programa de transplante de órganos los familiares tienen la posibilidad de transformar la tragedia personal de la muerte en un regalo de vida para otros (15). Pero si bien los elementos científicos tienen un carácter universal estos deben tener una aplicación en el contexto estricto de una cultura y una sociedad determinada. De otra forma, y a manera de ejemplo, no podríamos explicar por qué un país con el enorme potencial tecnológico como Japón, tiene limitaciones para desarrollar trasplantes debido a sus conceptos culturales acerca de la muerte y, específicamente, de la ME (16). De forma global la negativa familiar respecto a aceptar este hecho alcanza valores considerables, 60 a 70%, no así en nuestro país en el que solo ocurre en el 10 % (17), quizás por la alta cultura médica que posee nuestra población.

La autonomía es uno de los principios de la bioética, este está representado en la voluntad del finado quien en vida y como acto altruista, dio o no su consentimiento en donar sus órganos para trasplante. En nuestro país está establecida la donación por medio de la tarjeta de donante. Se considera esta la mejor forma de donación voluntaria de órganos, pues tiene la ventaja de que el donante siempre lleva la tarjeta consigo, así el hospital busca la tarjeta y actúa inmediatamente sin tener que preguntar a los familiares del donante si este ha dejado testamento, con este método aumentan las posibilidades de realizar la donación. Los agentes policiales o el personal hospitalario, deben localizar ese documento e informar al equipo de extracción con suficiente antelación para que se organice y realice la extracción (8).

Una vez en este punto retomamos la interrogante que conduce esta investigación: ¿Cuál sería la conducta bioéticamente justa ante el final de un paciente que haciendo valer su autonomía, hubo de decidir en vida donar sus órganos, y una vez en ME se encuentra en un centro hospitalario en el cual no se aplica un programa de transplante de órganos o no cumple los criterios de inclusión como donante?

Es oportuno reconsiderar que los derechos del paciente no terminan con la muerte. Estos deben prevalecer en lo que a un ser humano se debe otorgar, en los principios básicos de la bioética: de la dignidad, de beneficiencia, de autonomía y de justicia (16). Una vez en este punto la decisión sobre continuar o no el "encarnizamiento o ensañamiento terapéutico", mediante el cual se le aplican al paciente todo tipo de acciones "terapéuticas" con el fin de prolongar ¨ su vida ¨ a toda costa, llegando a completar el concepto de muerte en condiciones inhumanas y antinaturales recae sobre la familia y el médico.

Para pisar este terreno citamos a Kessel Sardiñas y colaboradores, quienes afirmaron: ¨ en nuestro medio observamos que los clínicos estimamos subjetivamente la calidad de vida del paciente y la familia suplanta el protagonismo que corresponde a éste ¨ (18).

Teniendo en cuenta al bioeticista español Diego Gracia Guillén quien llega a la siguiente conclusión: “… que el concepto de muerte natural no existe, que la muerte no es un hecho natural, ya que siempre está mediatizada por la cultura. La muerte es un hecho cultural, humano. Tanto el criterio de muerte cardiopulmonar, como el de muerte cerebral y el de muerte cortical son constructos culturales, convenciones racionales, pero que no pueden identificarse sin más con el concepto de muerte natural. No hay muerte natural. Toda muerte es cultural. Y los criterios de muerte también lo son. Es el hombre quien dice qué es la vida y qué es la muerte.” (19), sería prudente en este sentido no obviar nunca la opinión familiar más aún si tenemos en cuenta que el hombre nace pero también se hace y que esta formación es pertenencia familiar en gran cuantía.

Existen, no obstante, en este sentido trabajos que demuestran que las decisiones de la familia no transmiten la escala de valores del paciente en la toma de decisiones, sino la suya propia. Es en este contexto en el que la familia adopta una actitud paternalista, que se caracteriza por ser extremadamente beneficente, ya sea por razones de tranquilidad interior, ¨ se ha hecho todo lo posible ¨, o animados por el avance de la medicina sin darse cuenta del sufrimiento que supone para el paciente. Esto ha conllevado al planteamiento de que si se respetaran más los deseos de los pacientes se frenaría mucho más tempranamente la escalada terapéutica y de cuidados, no cayéndose así en el ya mencionado encarnizamiento terapéutico (20).

De forma general los aspectos éticos implicados en la clínica pueden analizarse con diversa metodología. Entre ellas existen 2 posiciones aparentemente contradictorias: los métodos basados en principios, que afirman que lo importante es la teoría, los juicios éticos, las normas y los métodos casuísticos, que defienden que lo importante son las circunstancias concretas de cada caso. La casuística es el método que parte de casos individuales e intenta aplicar las normas morales a la luz de las circunstancias particulares. De esta forma intenta aislar cada caso, centrarse en él y huir de una abstracción que impida contemplar las características concretas de una situación. En los años setenta se produjo una reaparición del casuismo de la mano de Jonsen y Toulmin, dos autores americanos que habían participado en la National Comission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral Research (informe Belmont), basándose en que precisamente en el campo de la bioética, donde se analizan situaciones clínicas concretas, puede ser muy útil comparar un caso nuevo con otros similares resueltos previamente. Estos autores definen el casuismo como el ¨ análisis de los problemas morales utilizando procedimientos de razonamiento basados en paradigmas y analogías, que conducen a la formación de opiniones sobre la existencia o no de obligaciones morales particulares, enmarcadas en reglas o máximas de carácter general, no de carácter universal o invariable, y por tanto aplicables sólo en las circunstancias del caso ¨. Los casuistas recurren a analogías de forma similar al derecho, donde la jurisprudencia sobre casos previos llega a transformarse en norma para juzgar situaciones similares. Sin embargo, el casuismo moderno no rechaza la teoría, sino que a partir del análisis de los casos intenta construir los principios, las máximas. Según Beauchamp y Childress, la casuística actual ha recuperado la importancia del razonamiento analógico y los casos paradigmáticos, injustificadamente minimizados en la teoría ética. La mejor forma de entender los aspectos generales, los principios, es a partir de la discusión de casos concretos. Bajo este prisma, la casuística no sólo no está reñida con los métodos principalistas de decisión, sino que constituye una excelente herramienta docente para la ética médica (21).

Como se mencionó previamente, la reflexión bioética se puede desarrollar a través de diferentes modelos, pero el que más éxito ha tenido es el denominado principialista, por estar basado en la definición de varios principios que enmarcarían el contenido fundamental de dicha reflexión. No obstante son diversas las críticas que este modelo a pesar de su éxito en el mundo sanitario e incluso fuera de él ha tenido. Una de ellas consiste en la falta de concreción de los principios. Si bien es cierto que los principios tienen un elevado nivel de generalidad, ello no impide que orienten en la resolución de casos concretos. A esta objeción se ha respondido por la vía de la complementariedad. Frente al casuismo, ya definido, se defiende que el proceso de discernimiento ante situaciones conflictivas es, bidireccional, caminando indistintamente de los casos concretos a los principios, y de los principios a los casos. Si los principios están vacíos cuando no cuentan con la concreción que aportan las situaciones reales, éstas, por su parte, se encontrarían desorientadas en un universo sin principios. Los métodos de resolución de casos incluyen, por ello, distintas etapas en las que se valoran tanto los principios como las circunstancias concretas de cada situación.

Otra de las críticas se basa en que podrían existir conflictos entre los principios. Siendo dos pretensiones del modelo, la de la independencia de los principios y la de la falta de prioridad de unos sobre otros. La primera de ellas lleva a que los impulsores del principialismo, Beauchamp y Childress, hablen de dos modelos de asistencia sanitaria, el paternalista y el autonomista (según se basen exclusivamente en los principios de beneficencia o autonomía) incompatibles entre sí (22). Si ubicamos dichos modelos frente al qué hacer, desde el punto de vista médico, ante el cuestionamiento que se dilucida en esta investigación obtendríamos dos rápidas respuestas: la consistente en querer prolongar la vida a toda costa y la que decide rápidamente que lo mejor para el paciente es la muerte. El asunto se tornaría mucho más delicado cuando se redirecciona a un enfermo grave y no ya en ME.

El autor Miguel Ángel García, propone una concepción más dinámica partiendo de que la bioética trata sobre principios que hablan de una sola realidad, la de la asistencia sanitaria a la persona que sufre por causa de enfermedad, haciendo así difícil pensar que sus principios sean absolutamente independientes. El triángulo bioético integra el modelo principialista, tomando como referencia los tres principios propuestos en el informe Belmont, entre los que se crea un espacio de interacción en el que se desenvuelve la asistencia sanitaria, y que vendría definido, más que por los tres vértices (donde donde se sitúan los principios), por los lados, que orientan más claramente dicha interacción. El lado beneficencia-autonomía, que deja claro que la relación clínica debe consistir en un equilibrio entre las propuestas de beneficencia del profesional y los criterios personales del paciente o la familia, según sea el caso. El lado autonomía-justicia, que muestra las limitaciones que a la libertad personal pone la convivencia social, y a las normas sociales la existencia de una serie de derechos inalienables de la persona. El lado justicia-beneficencia, que muestra también las limitaciones que a la beneficencia se pueden hacer desde consideraciones del bien social (y podríamos también decir lo mismo a la inversa). Los principios, de esta manera, no se oponen, sino que se complementan y aclaran en cuanto a su alcance.

Ante la pretensión de que los distintos principios son de igual nivel, lo que, según sus críticos, produciría conflictos irresolubles entre ellos, se han propuesto distintas soluciones, basadas principalmente en el establecimiento de criterios de prioridad entre ellos. Una de las más extendida es la propuesta por Diego Gracia, que separa los principios en dos niveles: el nivel 1, constituido por los principios de no maleficencia y justicia, y el nivel 2, por los de autonomía y beneficencia. El nivel 1 tendría prioridad sobre el nivel 2, debido a que se trata de principios de nivel general y de obligación perfecta, que además vendrían exigidos por el Derecho, mientras que los principios del nivel 2 se mueven más en el ámbito de lo personal y privado y no podrían exigirse jurídicamente (22).

En un estudio clínico observacional y prospectivo del proceso de la muerte en 56 pacientes asistidos "en tiempo real y a la cabecera de la cama" por diversas condiciones médicas irreversibles. El 70% de los pacientes agonizaban sin ayuda médica suficiente: un 30% sin analgesia o sedación de ningún tipo, y un 40% con analgesia/sedación, pero limitadas, no centradas en el paciente y manifiestamente mejorables. Salvo una rara excepción, todos soportaron un grado variable de instrumentación invasiva, a menudo prescindible. El soporte tecnológico invasivo continuado, pese a la ausencia de expectativas vitales, contrastó con el minimalismo analgésico o sedativo. Aunque la muerte era previsible en todos los casos, sólo se documentó orden de no reanimar en, aproximadamente, la mitad (51,7%). La mayoría de los enfermos morían por una afección crónica avanzada, irreversible y terminal.

Salvo raras excepciones, la muerte se encuentra precedida por la agonía (¨ dying ¨, en inglés; ¨ súfranse ¨, en francés). Agonía es una palabra de origen griego: etimológicamente significó ¨ lucha ¨ o ¨ combate ¨. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la define como ¨ angustia del moribundo; sufrimiento, pena o agitación extremos ¨. La muerte es un hecho, la agonía un proceso intransitivo de duración variable, rara vez breve y jamás lírico. Las aportaciones sobre ¨ la muerte ¨ disponibles en la bibliografía biomédica son incontables. Puede hablarse de una verdadera disciplina ¨ tanatológica ¨, y no sólo forense. Sin embargo, se publican pocos informes sobre la agonía (23).

¿Cuántas horas de extremo sufrimiento humano evitable debemos tolerar antes de que la muerte aporte su inmutable serenidad?

Toda esta compleja situación que se genera en la práctica ha llevado a Amir Halevy y Baruch Brody a proponer en cambio una respuesta para cada una de las siguientes tres preguntas centrales: ¿Cuándo se puede suspender el tratamiento del paciente?, ¿Cuándo pueden extraerse los órganos para trasplante?, y, ¿Cuándo es posible el enterramiento del cuerpo?. A lo que responden: ¨ los médicos debieran estar autorizados a suspender unilateralmente el tratamiento ante la pérdida irreversible de la conciencia, —situación discutible porque margina al paciente o a su representante en la determinación de la futilidad de una acción médica—, y la ablación podría efectuarse cuando se cumplan los criterios clínicos hoy vigentes de ME. La tercer pregunta es la que tiene acuerdo unánime: para enterrar el cuerpo es condición necesaria el paro cardíaco”. Después de estas aclaraciones parecería que todo está resuelto, pero en realidad, el acontecimiento que supone morir no se agota en una buena definición desde el punto de vista médico o legal, ya que es una experiencia en la que está en juego lo más íntimo de la esencia humana (19). No olvidemos a Laín Entralgo quien enunciara: “para la muerte humana, lo cierto será siempre penúltimo y lo último será siempre incierto” (17); además, estas respuestas podrían generar nuevas preguntas como por ejemplo, ¿Hasta qué punto hay certeza de evolución irreversible en un paciente dado?, ¿Existe justicia distributiva en cuanto a la utilización de recursos limitados cuando se practica la distanasia?.

La gravedad es irreversible cuando los pacientes presentan enfermedades que bien sea por su evolución o por las complicaciones surgidas, al aplicar puntajes pronósticos, implican evolución final letal o cuando sin aplicar scores se infiere, por el compromiso de funciones vitales o el cuadro general, un pronóstico reservado. Los factores predictivos permiten estratificar pacientes por grupos de riesgo, sobre la base de la mortalidad, secuelas discapacitantes y grados de recuperabilidad. Diferentes sistemas de clasificación pronóstica se emplean en las unidades de Terapia Intensiva para el seguimiento de pacientes en estadio crítico. Desde el punto de vista ético, permiten establecer con rigor científico, la magnitud de la gravedad y establecer pronósticos desde el ingreso y durante el curso de la enfermedad, con la focalización de recursos, según las necesidades (11).

En nuestro país la reducción drástica de la mortalidad infantil, el significativo incremento de la esperanza de vida, así como la inversión del patrón de morbi –mortalidad, nos asemeja en cuanto a situación de salud con los países desarrollados. La reflexión sobre estos problemas desde una perspectiva nuestra cobra especial importancia. En una encuesta nacional realizada a 440 profesionales de la salud y afines, se constató un rechazo generalizado a la eutanasia (90 %), por otra parte hubo un fuerte pronunciamiento contra el encarnizamiento terapéutico y la deshumanización de la atención del moribundo (75 %). La Ética Clínica cubana admite el rechazo al tratamiento, sin embargo también se practica el principio de la veracidad soportable en cuanto a la información al paciente grave o en estadio terminal, lo que dificulta las decisiones informadas de acuerdo a nuestro patrón cultural. Para los encuestados, la vida es un valor positivo, pero no absoluto que deba mantenerse a ultranza, a despecho de que el aumento en la cantidad de la misma se haga a expensas de una calidad deplorable (24).

Ahora bien, ¿Están preparados nuestros profesionales y técnicos de la salud, así como los familiares del paciente con diagnóstico de ME para rechazar la distanasia?. Gutiérrez y Cutting (2001) según resultados de las encuestas aplicadas a profesionales y técnicos de la salud, así como a familiares de pacientes con diagnóstico de ME, ingresados en el Centro de Investigaciones Médico-Quirúgicas (CIMEQ), una de las instituciones paradigmáticas de nuestro Sistema Nacional de Salud, expresaron: “Para sorpresa nuestra, los familiares de los pacientes con diagnóstico de ME o sin él estaban mejor informados respecto al tema que nos ocupa, que los mismos profesionales y técnicos de la salud, a quienes también se les aplicaron encuestas, para recoger sus criterios acerca de las implicaciones bioéticas relacionadas con la ME, la eutanasia y la distanasia.” Este planteamiento nos devela que aún hay camino por andar en cuanto a la preparación de nuestros profesionales de la salud en temas medulares como estos (12).

Los dilemas éticos en el actuar médico se solucionan mediante una cohesión profesional. No obstante, partiendo del principio dialéctico del cambio, nuestras concepciones bioéticas continuarán evolucionando con el cambio intrínseco al desarrollo de la humanidad, siempre con el propósito de que la tecnología no nos separe de lo humano, que lo creado para bien no sea utilizado nunca para mal y que los principios éticos rijan por sobre todas las cosas en el actuar médico, salvando siempre los principios de dignidad y humanismo que son intrínsecos al actuar profesional y a las normas que rigen nuestra sociedad.

Se concluye que un proceder acertado bioéticamente, ante el cuestionamiento planteado, sería aquel que logre conjugar , a la luz de los avances de las ciencias médicas y bajo el amparo de la legalidad, otros tópicos como la voluntad del paciente antes de morir, y la opinión de la familia una vez habiendo muerto el mismo.



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