La vuelta al cole llega. Pero no será igual de fácil para todos. Los pequeños hiperactivos, los que sufren problemas de aprendizaje o aquellos para los que regresar a las aulas supone trastornos de conducta o incluso fobias tardarán más en adaptarse. La situación puede ser peligrosa en algunos casos, como el de los menores disléxicos, un 12,4 por ciento, según un estudio de la fundación CEAR (Centro de Estudios, Aprendizaje y Reeducación) o para los hiperactivos (entre un tres y un cinco por ciento). Estos trastornos, a menudo desconocidos por los padres y por los educadores, repercuten directamente sobre los estudios y están directamente relacionados con el fracaso escolar, que en España alcanza la cifra del 28 por ciento, la mayor de Europa. Sin embargo, estos problemas pueden ser resueltos con relativa facilidad si se descubren a tiempo.
Los primeros días de clase es normal que surjan pequeños trastornos, pero, pasado el principio de curso, hay pequeños que continúan con problemas. «Son los niños cuyos padres suelen decir que no acaban de ir bien en los estudios ». Así lo define Antonio Yagüe, presidente de la Asociación para la Dislexia y otros Problemas de Aprendizaje, una de las entidades más importantes en nuestro país dedicada al tratamiento de los trastornos infantiles que repercuten en los estudios. ¿Cómo saber si su hijo padece alguno? Para Alfonso Delgado, presidente de la Sociedad Española de Pediatría, la clave está en una muy buena y fluida relación entre los padres y los profesores y en averiguar «cuándo un escolar se descuelga de sus compañeros». Se convierte, entonces, en «un niño de riesgo», y «si no hay trastornos sensoriales, sino funcionales, habrá que llevarlo al pediatra, que lo enviará a un psicólogo infantil», asegura Delgado.
Uno de los trastornos más frecuentes y que más puede deteriorar la convivencia con la familia y en la escuela es la hiperactividad. Un pequeño hiperactivo tiene un nivel de actividad y excitación tan alto que afecta a los padres o a las personas que los cuidan. Este problema afecta a entre un tres y un cinco por ciento de los escolares, y es cinco veces más frecuente en niños que en niñas. Los padres suelen reaccionar frente al trastorno con castigos y regañinas, pero estas respuestas no suelen dar resultado.
La hiperactividad depende de factores tan dispares como las alteraciones de la percepción (al igual que la dislexia) o la alimentación. «Se ha relacionado con el consumo de colorantes y con determinados alimentos, por eso a veces se realiza una dieta de exclusión y se elimina un producto de la dieta del niño hasta dar con el que le producía la hiperactividad», señala Alfonso Delgado. El tratamiento más habitual combina la psicoterapia con los fármacos. Paradójicamente, algunos derivados de las anfetaminas pueden mejorar los síntomas del niño hiperactivo, aunque es necesario que los especialistas realicen un estudio muy exhaustivo de cada caso.
La hiperactividad está, a menudo, relacionada con el trastorno de falta de atención, se da cuando el niño tiene períodos de atención escasos y una gran impulsividad. Generalmente, es hereditario, pero puede ser potenciado por el entorno familiar o escolar, y repercute negativamente en los resultados obtenidos en la escuela.
La hiperactividad generalmente es hereditaria pero puede ser potenciado por el entorno familiar o escolar, y repercute negativamente en los resultados en la escuela.
Aunque los padres pueden alarmarse de forma innecesaria, ya que todos los niños se distraen de vez en cuando, si aparecen síntomas claros, es importante diagnosticar a tiempo este problema, pues cuando no se trata, el riesgo de abuso de alcohol y de drogas o el porcentaje de suicidios se elevan.
Pero el trastorno de aprendizaje más común y también uno de los que más repercute en el fracaso escolar es la dislexia. Los colectivos de disléxicos no se cansan de recordar que personajes como el científico Albert Einstein, el inventor Thomas Edison o Picasso padecieron esta patología. Demuestran así a los que desconocen la enfermedad que ellos son igual o más inteligentes que la mayoría, pero que su inteligencia es sólo «diferente».
El primero de estos síntomas consiste en descolocar el lugar de la percepción. Así, los afectados por este trastorno confunden, a menudo la letra «E» con el número «3». Además, sufren una gran descoordinación del tiempo y del lugar. «Les pides que se paren con un solo pie y con los ojos cerrados y no pueden», explica Yagüe, quien asegura que los disléxicos «tienen una gran fantasía auditiva, oyen sus pensamientos». Esto les lleva a mirar el tiempo de forma más subjetiva «como si fuera de chicle».
También tienen fantasía en la vista, y son propensos a ensoñar. Se quedan en su mundo y los maestros suelen decir de ellos que son distraídos. Pero su gran problema en los estudios es que, a menudo, su pensamiento queda bloqueado porque «necesitan pensar en imagen, por eso les cuesta trabajo entender palabras como kilómetro o algunas operaciones matemáticas», asegura el presidente de la asociación.
En las evaluaciones colectivas que la Asociación para la Dislexia y otros Problemas de Aprendizaje realiza en escuelas, se encuentran, entre los seleccionados por los profesores como «niños de riesgo», entre un 80 y un 87 por ciento de escolares con problemas de aprendizaje, lo que repercute directamente en el fracaso escolar si no se tratan a tiempo.
Sin embargo, aunque la dislexia no desaparece, sí se pueden corregir sus efectos negativos. «Todo lo que pasa por la imaginación es controlable por la voluntad, pero a veces se imagina de forma inconsciente. Entonces, hay que hacer que los afectados se den cuenta de sus cinco síntomas y enseñar las cinco acciones contrarias», explica Yagüe.