A lo largo de los últimos años y, en especial, desde el inicio de la pandemia de la COVID-19, la salud mental de los niños y adolescentes en España se ha deteriorado. Según alertan las sociedades expertas, los casos de ansiedad y depresión y los diagnósticos de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) se han multiplicado por tres o cuatro desde 2019, y los comportamientos suicidas han aumentado hasta un 59 %.
Como señala un comunicado lanzado por el Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, del que forman parte la Sociedad de Psiquiatría Infantil (SPI), dependiente de la Asociación Española de Pediatría; la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas (SEUP) y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), antes de la llegada de la COVID-19 ya se estimaba que en torno al 10 % de los niños y al 20 % de los adolescentes sufría trastornos mentales. En la actualidad, los adolescentes presentan más ansiedad, síntomas depresivos, autolesiones y conductas suicidas.
Ante esta situación, las organizaciones anteriores, que cuentan también con el apoyo de la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia (SEMA) y de la Sociedad Española de Pediatría Social (SEPS), reclaman a las autoridades aumento de recursos para atender la salud mental de niños y jóvenes, tanto a nivel hospitalario como en Atención Primaria en un sistema que ya carece de profesionales. “Si antes de la pandemia el número de especialistas ya era insuficiente, y ahora lo es con más motivo”, afirma Azucena Díez, presidenta de la SPI-AEP.
De acuerdo con el estudio Modelo de Simulación de Médicos Especialistas en España 2021-2035 presentado por el Ministerio de Sanidad a principios de marzo, el Sistema Nacional de Salud carece de suficientes médicos y se reconoce la necesidad de incrementar plazas en la especialidad. Datos de Eurostat avalan los anteriores: si la media europea se sitúa en 18 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, España solo cuenta con 10. Una cifra que para Díez “no es suficiente, y se encuentra muy por debajo de los datos de otros países. En la nueva estrategia de salud mental, recientemente publicada, se especifica la necesidad de aumentar la proporción de especialistas en salud mental (psicólogos y psiquiatras y psiquiatras de la infancia y adolescencia), lo cual representa una necesidad muy relevante”.
Como señala el portal europeo, en la última década, casi todos los países han aumentado el número de especialistas. Francia, por ejemplo, pasó de 21,93 psiquiatras por 100.000 habitantes en 2010 a 22,87 en 2018.
Además del aumento de recursos, y la mejora de la coordinación con escuelas y familias, con los pediatras de Atención Primaria como pieza clave, las tres sociedades que forman parte del Grupo Multidisciplinar y del que Díez es portavoz, piden la incorporación de psicólogos clínicos en los centros de salud, una especialidad que a pesar de la demanda no cuenta con más plazas de 200 plazas de psicólogos internos residentes (PIR) en todo el territorio.
Las plazas MIR para Psiquiatría ofertadas tampoco resultan suficientes. Y a este problema se suma su poco éxito en la adjudicación de plazas: solo el 1,7 % de los mejores MIR escogen Psiquiatría como especialidad. La posible explicación, según la presidenta de la SPI-AEP, “es que la psiquiatría es una especialidad única, con un componente de humanismo mayor que otras, y menor tecnificación. Su aplicación requiere más tiempo, y en la sociedad actual el tiempo es un bien muy preciado, todo sucede muy rápido. Quizás estos sean los motivos principales, junto al estigma que, desafortunadamente, aún existe ante las enfermedades mentales”.
Casos más graves, más jóvenes y más hospitalizaciones
Además del aumento de la demanda asistencial de menores por causas de salud mental, también se ha detectado que los jóvenes acuden a los centros sanitarios presentando mayor gravedad. Un ejemplo lo evidencia la pérdida de peso en pacientes con trastornos de la conducta alimentaria que, tras el inicio de la pandemia, es hasta un 50 % superior en comparación con las cifras previas del 20 %. Y, en relación con la intoxicación con fin suicida, a lo largo de la última década se ha evidenciado el aumento de casos, su gravedad y la necesidad de ingreso en unidades de cuidados intensivos.
Estudios realizados por diversas organizaciones como UNICEF, Fundación ANAR o Save the Children han alertado también del impacto de la pandemia. Se estima que los trastornos de ansiedad o depresivos casi se han cuadruplicado (del 1,1 % al 4 %), así como el diagnóstico de trastornos por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y otros trastornos de conducta (de 2,5 % a 7 %).
Los expertos señalan como factores precipitantes el confinamiento domiciliario de hace dos años y las posteriores medidas de restricción, que han afectado “especialmente a una población tan vulnerable como la infancia y la adolescencia. La interrupción de las rutinas y las restricciones sociales se han asociado al uso excesivo de tecnologías y limitación de la actividad física”, denuncia Díez.
Además, algunos niños y adolescentes ya estaban expuestos a situaciones de pobreza, abuso o violencia que empeoraron con la pandemia”, señala la responsable de la SPI y portavoz del Grupo de Trabajo Multidisciplinar.
Psiquiatría infantil y de la adolescencia: nueva especialidad médica
Entre las estrategias de mejora propuestas por el equipo de expertos a las autoridades sanitarias destaca una formación específica en psiquiatría infantil y adolescente para los pediatras, en especial de atención primaria y urgencias. “Al igual que ocurre en otros países, deberían aunarse esfuerzos para que todos los programas de MIR de Pediatría incluyeran, al igual que lo hacen los médicos de atención primaria, rotaciones formativas de al menos tres meses en servicios de psiquiatría infantil. Posteriormente se debería seguir con formación continuada”, afirma Díaz, para quien “los pediatras deberían ser capaces de reconocer los trastornos más frecuentes (ansiedad, TDAH, depresión) para detectar comportamientos suicidas y graduar su riesgo, enfocando el manejo de los casos menos graves y derivando a los de riesgo”.
Como señala la portavoz del grupo, “se estima que, antes de la pandemia una de cada cinco consultas en pediatría estaba relacionada con algún problema de salud mental, y tras la pandemia esta cifra ha aumentado aún más. Los programas de prevención primaria no están desarrollados en nuestro país, y los pediatras, que son los primeros profesionales que atienden a todos los niños, suponen una pieza fundamental en la misma”.
Con el objetivo de mejorar las vías de desarrollo psicológico sano desde la primera infancia, en el 2021 el Gobierno aprobó la especialidad de Psiquiatría infantil y de la adolescencia. No obstante, la aparición de la nueva modalidad va a restar plazas MIR de psiquiatría general, “una decisión no es necesaria ni pertinente, porque la salud mental de los adultos mantiene sus necesidades. Esta reducción en las plazas de psiquiatría general para facilitar la creación de la de psiquiatría infantil y de la adolescencia viene asociada a que ambas especialidades se alargan, pasando de 4 a 5 años para la formación MIR. Por supuesto, habría sido mucho mejor aumentar el número de plazas, pero, con el objetivo de no frenar el avance de la creación de la especialidad, tan necesaria, se alcanzó este acuerdo”, explica Díez.
Como advierte la experta, aunque estemos saliendo de la pandemia, “lo más probable es que sus secuelas se extiendan durante varias décadas. Las personas que han vivido la pandemia siendo adolescentes y han desarrollado síntomas van a tener un riesgo mayor de desarrollar psicopatología a lo largo de toda su vida. Los niños son un grupo menos vulnerable, en general”, concluye.
