Cuando hablamos de la “Ley Seca” americana (1920-33), rápidamente nos vienen a la cabeza imágenes de gánsteres y policías como Al Capone o Eliot Ness y sus intocables. Ellos han quedado como los protagonistas cinematográficos en exclusiva, unos empeñados en proveer de alcohol el reseco mercado americano y los otros encargados de evitarlo, mientras las destilerías clandestinas proveían de licores de mejor o peor calidad los innumerables “Speakeasies” (tabernas encubiertas), a las que se accedía y bebía con discreción para evitar la intervención de los Federales.
Pero lo que no resulta tan conocido es que, además, existieron otros personajes y recursos legales desde donde distraer ciertas cantidades alcohólicas de mayor o menor importancia, siendo de hecho el “alcohol legal” una de las principales fuentes de “alcohol ilegal”. El alcohol, como principio químico, era necesario para una importante variedad de industrias y, a pesar de ser desnaturalizado con diversas sustancias, su contrabando para el consumo humano alcanzó importantes proporciones con desafortunadas consecuencias para la salud en muchas ocasiones. Entre ellos, médicos y farmacéuticos, así como el vino sacramental para la celebración de los ritos de diversas religiones, fueron también protagonistas secundarios de cierta relevancia en aquella película, aunque de algunos de ellos no sabemos si entre los buenos o los malos.
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