Los problemas de ansiedad son el motivo de consulta más frecuente en las consultas de psicología y es conocida la importante limitación funcional que generan (Haro et al. , 2006; Kessler, Chiu, Demler, Merikangas, & Walters, 2005; Somers, Goldner, Waraich, & Hsu, 2006).
Afortunadamente, cada vez existen más intervenciones psicológicas para el abordaje de los problemas de ansiedad que cuentan con aval empírico y su recomendación en las guías clínicas es firme (Chambless & Ollendick, 2001; Stewart & Chambless, 2009). Sin embargo, la práctica cotidiana no se hace reflejo de la “privilegiada” y merecida posición de los tratamientos psicológicos para los trastornos de ansiedad (TA).
El tratamiento de los trastornos de ansiedad ha demostrado su eficacia y efectividad. Sin embargo, no siempre se consiguen los resultados deseados.
Estudiar aquellos factores que interfieren en el curso natural del tratamiento contribuirá a tomar medidas oportunas.
Dos de estos factores son la prolongación innecesaria de los tratamientos y el fenómeno de la terminación prematura. Como es esperable, la duración del tratamiento depende de la naturaleza del problema y de la existencia de problemas comórbidos, pero también de planificaciones demasiado ambiciosas (exceso de técnicas) o la combinación con psicofármacos (con incrementos de hasta un 21% de sesiones).
La terminación prematura se sitúa entorno al 30-35% y los pacientes “anuncian el desenlace” con peor ejecución de tareas y asistencias más irregulares desde el principio. Aproximadamente 50% de los abandonos ocurren antes de la sesión 8 y entorno al 80% de los tratamientos completados exitosamente concluyen antes de la sesión 20.
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