Los problemas de salud mental de los menores se han visto agravados por la pandemia.
La salud mental de grandes y pequeños se ha visto muy alterada por la pandemia. Si bien los mayores sufren de cuestiones como la depresión o la ansiedad, que han aumentado en un 28 y un 26 por ciento respectivamente, la población infanto juvenil también ha notado un notable incremento de los trastornos relacionados con la salud mental. Un contexto como este nos obliga, explican las doctoras Sari Arponen, autora de «Es la microbiota, idiota» y Olalla Otero, de Nutribiotica, a «darle una vuelta de tuerca» al abordaje de la salud mental, porque una gran parte de estos problemas, aseguran, «podría evitarse con unos correctos hábitos de vida y poniendo el foco en el equilibrio de la microbiota».
De hecho, recalca la doctora Otero, «cuantas patologías se ahorrarían si antes de llegar a la enfermedad crónica en consulta nos preguntasen cómo descansamos, cuánto ejercicio hacemos, qué comemos… Prevenir para buscar o mejorar nuestra salud cerebral, que implica no solo tratar de evitar trastornos específicos, sino tener buena capacidad cognitiva (concentración, memoria…) , buenas emociones, relaciones sociales, etc.».
En este contexto, indica la experta de Nutribiotica, «es necesario recordar la relación entre nuestro cerebro y nuestro intestino, con una tremenda comunicación bidireccional. Nuestras bacterias intestinales producen sustancias neuroactivas como, por ejemplo, hormonas o neurotransmisores que son capaces de afectar al funcionamiento del sistema nervioso central». De esta forma, prosigue, «cuando está la microbiota en equilibrio, hay un correcto funcionamiento del eje intestino-microbiota-cerebro y se producen de forma adecuada ciertos neurotransmisores. Si todo está en equilibrio se logra esa correcta salud cerebral».
Lo que ocurre es que la etapa adolescente, reconoce la doctora Otero, es un momento difícil de gestionar en muchas familias. «Además de las conocidas fluctuaciones hormonales que ocurren durante esta etapa de la vida, el cerebro sufre una gran remodelación. El rápido desarrollo físico del cuerpo y el cerebro coincide con cambios en su día a día: una mayor independencia de los cuidadores, un empeoramiento de la dieta, un cambio a peor en los patrones de sueño, abandono o disminución de los hábitos deportivos y la posible exposición al alcohol y las drogas. Ante este cóctel de nuevas experiencias estresantes, en un contexto de hormonas inestables y función cerebral alterada, tal vez no sea sorprendente que los adolescentes sean vulnerables a los problemas de salud mental, ahora agravados por la pandemia».
Esta situación, aclara, «que no es tan frecuente cuando los niños son pequeños, porque los padres controlan sus hábitos de vida (el correcto descanso, la alimentación, el deporte…) se ve totalmente trastocada en la adolescencia, lo que hace más difícil que en estas edades tengan una microbiota equilibrada, lo que puede llegar a afectar a ese eje intestino-cerebro».
Pero los padres, sugiere Otero, «somos responsables de intentar cuidar o cambiar algunos de los hábitos nocivos para la salud cerebral de los menores. Se trata de dar pequeños pasitos en esta etapa tan delicada de nuestros hijos, e insistir en el exceso de las pantallas, en mejorar sus ritmos circadianos, su alimentación o retomar el ejercicio».
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