Dramas familiares, endeudamientos millonarios, mentiras y robos se esconden detrás de aquellas personas que sienten un impulso irrefrenable que les obliga a poseer un objeto. Poco importa la utilidad del artículo. Un tercio de los europeos tiene problemas para controlar sus compras y el gasto que generan. Más de trece millones de españoles podrían calificarse como compradores impulsivos según los últimos estudios de la Unión Europea (UE). Sin embargo, en el 1 por ciento el problema se convierte en una patología descrita como tal. En estos casos la compra es compulsiva, una adicción del comportamiento que convierte la vida de quien lo padece en un auténtico infierno.
En los casos más graves, para adquirir cada día una barra de labios o unos zapatos nuevos «el paciente llega a estafar, mentir, traficar, endeudarse y endeudar también a sus familias hasta acabar en la cárcel» asegura Jesús de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General Yagüe , uno de los mayores especialistas de España en el tratamiento de este trastorno.
Los artículos adquiridos son siempre innecesarios y el sentimiento de culpa invade al adicto nada más ser consciente de lo inútil de la compra. «La ilusión desaparece al llegar a casa, ya no lo quiere y en la mayoría de los casos ni lo sacan de su envoltorio: lo regalan o lo esconden», dice Javier Garcés Prieto, psicólogo experto en hábitos de consumo y asesor de la Unión de Consumidores de España (UCE).
Jóvenes y adolescentes son los más afectados por la compra irracional. En este grupo de población, la mayor falta de alicientes en la vida, convierte en compradores impulsivos al 46 ciento y compradores patológicos a cerca del 8 por ciento.
«Conviene distiguir entre la compra excesiva o impulsiva, que se presenta en una parte importante de la población, de la compra compulsiva o patológica que es un trastorno del control de los impulsos», afirma Jesús de la Gándara.
Millones de personas acuden cada día a los centros comerciales. Es indiferente si la intención inicial es la de comprar un litro de leche porque al salir el carro de la compra está repleto. «En las adicciones leves, la persona compra para contrarrestar una insatisfacción personal, no son felices y no encuentran otros alicientes en la vida», dice Javier Garcés Prieto.
En el hecho de comprar un artículo se experimenta cierto placer y diversión, pero «hay una falta total de autocontrol. Una vez llega a su casa, ve que lo comprado no le sirve para nada, no lo quiere», añade el psicólogo. No se trata de que una persona gaste mucho o compre en grandes cantidades. La compra impulsiva es una necesidad momentánea de tener algo que no nos hace ninguna falta. «En la mayoría de los casos, son conductas que pueden ocasionar un problema pero no una patología», manifiesta Pedro Rodríguez, psicólogo clínico. Lejos de llenar el armario de ropa para compensar frustraciones e insatisfacción, el uno por ciento de la población sufre un trastorno descrito como compra compulsiva. En estos casos, los niveles de algunos neurotransmisores encargados de regular los deseos de comprar ¬principalmente serotonina¬ están alterados.
«En las adicciones leves, la persona compra para contrarrestar una insatisfacción personal, no son felices y no encuentran otros alicientes en la vida», dice Javier Garcés Prieto.
En el hecho de comprar un artículo se experimenta cierto placer y diversión, pero «hay una falta total de autocontrol. Una vez llega a su casa, ve que lo comprado no le sirve para nada, no lo quiere», añade el psicólogo. No se trata de que una persona gaste mucho o compre en grandes cantidades. La compra impulsiva es una necesidad momentánea de tener algo que no nos hace ninguna falta. «En la mayoría de los casos, son conductas que pueden ocasionar un problema pero no una patología», manifiesta Pedro Rodríguez, psicólogo clínico. Lejos de llenar el armario de ropa para compensar frustraciones e insatisfacción, el uno por ciento de la población sufre un trastorno descrito como compra compulsiva. En estos casos, los niveles de algunos neurotransmisores encargados de regular los deseos de comprar ¬principalmente serotonina¬ están alterados.
«La compra compulsiva también está catalogada como uno de los síntomas del trastorno bipolar ¬antes llamado maniaco-depresivo¬ en su fase de desinhibición y expansión», dice Pedro Rodríguez.
No está del todo clara la etiología de la enfermedad. Algunos expertos hablan de la personalidad o el temperamento adictivo. Cuando la compra es verdaderamente patológica la característica principal es la ausencia de control. «Las compras son constantes e innecesarias. Producen placer, que se dedique más tiempo y dinero del que se dispone», afirma De la Gándara.
Mientras en los compradores impulsivos o excesivos no existe una diferencia apreciable en su incidencia por sexos, las mujeres constituyen la mayor parte de los compradores patológicos.
1060 pares de zapatos
Es célebre el caso de la ex primera dama de Filipinas, Imelda Marcos. Cuando cayó el régimen de su marido, el Gobierno filipino informó de que en su armario se habían encontrado 15 abrigos de visón, 65 sombrillas, 71 gafas de sol, 508 vestidos largos y nada menos que 1.060 pares de zapatos. Junto a estas prendas había centenares de bolsos sin utilizar y litros de perfume que nunca fueron usados.
A pesar de que pueden ser inteligentes y de que su nivel de estudios es medio-alto, estos pacientes son absolutamente incapaces de predecir las nefastas consecuencias de sus actos. La ropa, junto con los complementos de moda, son casi siempre los objetivos de la compradora compulsiva. «Estas personas suelen manifestar una excesiva preocupación por su imagen y tienen una personalidad inestable. Es frecuente que la paciente sufra ansiedad, depresión o trastornos alimenticios. Ahora, entre los adictos a las compras se presenta un alto índice de bulimia», asegura Jesús de la Gándara.
En los casos más graves, junto con la compra compulsiva conviven otras adicciones al alcohol o las drogas.
El descontrol del «dinero de plástico»
Según los especialistas en compra patológica, existe una importante influencia familiar en los enfermos. La relación materno-filial repercute en los pacientes. «La influencia de la madre es importante. Muchas adictas a las compras fueron educadas en el consumismo por sus madres, habituadas a acudir a tiendas y centros comerciales y con una fuerte preocupación por su imagen. Una disciplina laxa y cambiante también es una característica de su infancia o adolescencia», añade De la Gándara.
Aunque la compra compulsiva pudo existir siempre, es lógico pensar que es en esta época donde el afán consumista está más desarrollado. Las penurias de la posguerra por ejemplo hacían imposible gastarse sin remedio un dinero que escaseaba. Pero un adelanto tecnológico sí ha sido determinante para que se disparen los casos de compra impulsiva y se agraves aún más sus consecuencias.
La tarjeta de crédito provoca que estos enfermos controlen aún menos sus ganas de comprar. «En el peor de los casos, antes de existir el dinero de plástico el adicto dilapidaba el sueldo de un mes horas después de haberlo cobrado. Sin embargo, en estos momentos estas conductas sean patológicas o no generan fuertes deudas y, al final, la quiebra de la economía familiar», dice Javier Garcés.
«El uso de la tarjeta proporciona a la persona la sensación de que no está pagando. Al no ver físicamente el dinero, éste no puede tener la sensación de que se le va de las manos. Pagar en metálico podría ser un mínimo instrumento descontrol, un filtro que frenase el impulso de la compra», explica Pedro Rodríguez.
Las recién inauguradas rebajas de enero son una época difícil para los adictos a las compras. «Las rebajas son una buena opción para el consumidor sensato pero a la vez una auténtica trampa para el comprador impulsivo», dice Javier Garcés. «Éstas ¬continúa- animan a comprar al instante. El comprador recibe la sensación de que no puede esperar».
Frente a los compradores impulsivos, que representan el 30 por ciento de la población, el comprador patológico por su parte no está amenazado por los descuentos que siguen a las fiestas navideñas. «Al comprador compulsivo no le gustan las rebajas. Hay mucha gente y el paciente no disfruta con aquello que le produce placer, que es el acto de adquirir un objeto», dice De la Gándara.
En Estados Unidos y Gran Bretaña los adictos a las compras son denominados «Shopaholics». Los estudios norteamericanos sitúan el índice de compradores compulsivos en un 5 o 6 por ciento de la población general.
Como ocurre por ejemplo con los alcoholicos, los adictos a «ir de tiendas» también se reúnen en grupos de autoayuda para recibir apoyo mutuo. Abandonar el hábito de comprar sin remedio es tan complicado como «desengancharse» de cualquier otra dependencia, sólo que, en este caso, no existe una sustancia física que, como tal, provoque síndrome de abstinencia.
tratamiento farmacológico
La terapia de conducta es uno de los pilares del tratamiento de la compra impulsiva y compulsiva. El otro, son los fármacos inhibidores de la recaptación de aminas (ISRS). Un reciente estudio de la Universidad de Standford ensayó el tratamiento con Cipramil ¬otro fármaco de la familia de la popular Fluoxetina (Prozac)¬ en una veintena de mujeres adictas a comprar. Los resultados con el antidepresivo mostraron una mejoría en su conducta compulsiva. Al igual que ocurre con el «Prozac», «los estudios con Fluvoxamina (de nombre comercial «Dumirox») han dado buenos resultados», dice De la Gándara.
Para Pedro Rodríguez, los fármacos no son la mejor opción, «salir de compras no encaja con el perfil de la personas que sufre una depresión. Ésta no espera nada de la vida, no tiene ilusión y raras veces quiere salir de casa».
Como complemento a un tratamiento más o menos individualizado, los especialistas ofrecen una serie de consejos a seguir para combatir los deseos de comprar.
Los centros comerciales están diseñados y pensados para hacernos gastar dinero en lo que sea. «Cumplen su función a la perfección. De cada diez personas que acuden a una gran superficie sin idea de comprar nada, nueve acabarán adquiriendo algún artículo», asegura Javier Garcés.