Consideraciones sobre el suicidio: Una perspectiva histórica.
FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2007; 11(3)
Vicente Muelas N*; Ochoa Mangado E**.
* Jefe Sección Psiquiatría. Servicios de Salud Mental de Torrejón de Ardoz.
**Adjunto Psiquiatría. Servicio de Psiquiatría. Hospital Universitario Ramón y Cajal. Madrid.
PALABRAS CLAVE: Suicidio, Historia, Valoración social.
Se realiza una revisión histórica sobre la valoración del suicidio en las diferentes culturas, desde la
Antigüedad hasta nuestros días, analizándose posteriormente los cambios aparecidos en los últimos
años, tanto a nivel conceptual, epidemiológico y causal como el cambio en la actitud social.
Revisión histórica
El suicidio es un fenómeno tan antiguo como la existencia misma de la humanidad. A lo largo de la historia, las
distintas culturas que han poblado el planeta han considerado el suicidio de manera distinta, en función de los
principios filosóficos, religiosos, intelectuales, sociales y económicos que han ido imperando en cada momento.
A- Época antigua y culturas primitivas
En la antigüedad el suicidio, era aceptado en la mayor parte de las sociedades. Así en Mesopotamia era asumido
hasta el punto que, según un mito, el primer hombre fue modelado con barro y sangre del dios suicida Bel. En
Egipto la muerte voluntaria no fue condenada (incluso la primera nota de suicidio de la historia conocida fue
firmada por un consejero faraónico del siglo III a.C.) y Cleopatra VII (69-30 a.C.) nos legó una escena legendaria
al dejarse morder por un áspid para evitar el ultraje de presenciar la victoria de Augusto.
Los galios, celtas, hispanos, vikingos, nórdicos y visigodos consideraron razonable el suicidio por vejez, muerte de
los esposos, muerte del jefe o enfermedad grave o dolorosa. En China el suicidio era un acto de honor y lealtad
mientras que en Japón se llevaba a cabo mediante un acto ceremonial, motivado por expiación o por derrota. En
Meso América los mayas veneraban a Ixtab, diosa del suicidio, en una práctica tolerada, para defenderse de
situaciones extremas, salvar el honor de una persona, de la vergüenza pública o de las desgracias.
Sólo entre las tribus africanas se rechazaba el suicidio, al considerar que reflejaba la ira de los antepasados y se
asociaba a brujería. El contacto físico con el cuerpo del suicida era visto como maligno y terrible, e incluso se
quemaba la casa y el árbol donde se hubiese ahorcado el suicida, enterrándose el cuerpo sin los ritos habituales
(1).
En la Grecia Clásica, a través de la mitología, empieza a consolidarse una simbología del suicidio en la que se
introducen diversos sentimientos como desencadenantes de la muerte voluntaria. Así venganza, decepción (Egeo
se suicidó por creer a Teseo muerto), culpabilidad (Yocasta lo hizo al descubrir su incesto) y locura (Ayax al no
conseguir las armas de Aquiles) fueron considerados motivos para abandonar la existencia. Posteriormente el
suicidio trasciende de las narraciones míticas y pasa a ser una cuestión importante de la reflexión filosófica, pero
por otra parte comienza la condena social del mismo. Platón rechaza el suicidio porque considera que solamente
los dioses deciden cuando debemos abandonar la vida, y hace una excepción en el caso de que los dioses
intervengan y lo soliciten expresamente, tratando de impedir el suicidio por molicie (huir de los trabajos) y
cobardía ante las dificultades de la vida (2).
Evidentemente esta postura crea graves dificultades, ya que no hay manera de saber si el que se mata siente "el
llamado de los dioses" o cree haberlo sentido. Esta actitud propició la inclusión del suicidio en la temática
legislativa y por lo tanto el establecimiento de sanciones a los suicidas. Aristóteles se muestra claramente en
contra del suicidio, lo condena no sólo por ser un atentado contra la propia vida, sino porque afecta a la Ciudad, y
por tanto, el deshonor debía acompañar al que se destruía a sí mismo, por cometer una injusticia contra la
Ciudad, hecho no permitido por la Ley (3). Pero, a pesar de estas opiniones condenatorias y cuidadosas de la vida
en comunidad, la prohibición en Grecia no era absoluta. El suicidio se permitía si estaba ordenado por el Estado, si
era un llamado de los dioses, si se producía bajo la opresión de un dolor incurable o si uno se enfrentaba sin
defensas a una vergüenza intolerable.... Se aceptaba, por tanto, un suicidio razonado en el cual los motivos
otorgaran un peso suficiente al acto y previamente se pidiera permiso a la autoridad (al Senado).
En la Roma Imperial se consideraba honorable entre políticos e intelectuales, y estaba prohibido entre los
esclavos. Cicerón (106-43 a.C.) lo condenaba, con las excepciones del acto heroico y el propio sacrificio en
defensa del honor. Séneca (4 a.C.-65 d.C.) entendía el suicidio y su consumación como la puesta en práctica de la
libertad que posee el ser humano para abandonar una vida que considera ya indigna e impropia de su razón.
Honor y libertad son los dos pilares que sustentan su teoría sobre el suicidio como un acto moral y valiente, nunca
de desesperación ni cobardía. Lo considera un acto de total coherencia con la razón, como la manera de asegurar
nuestra propia libertad frente a la vida, la cual no ha de ser retenida siempre, pues lo bueno no es vivir, sino vivir
bien. Por eso el sabio vivirá tanto como deberá, no tanto como podrá (4). Séneca inaugura con su pensamiento
una visión en la que en la actualidad se apoyan aquellos que defienden la calidad de la vida frente a la santidad
de esta.
B- Edad Media
En la Edad Media surgió una mentalidad social y cultural que consideró el suicidio tabú y marcó una clara ruptura
con la Antigüedad Clásica, apareciendo la prohibición absoluta del suicidio junto al castigo social y religioso. San
Agustín arremete contra la muerte voluntaria, apoyándose en las Sagradas Escrituras y el V Mandamiento "No
matarás". Considera que este mandamiento no va dirigido únicamente al prójimo sino a cualquier ser vivo en
general, así el que se mata a sí mismo comete pecado contra el V Mandamiento. Sin embargo, para explicar los
suicidios cometidos por los Santos, San Agustín opta por retomar la idea de Platón, "si es el mismo Dios el que
realiza el pedido, no nos es lícito despreciar los mandatos de Aquél" (5). El cristianismo ve como virtuoso y fuerte
al hombre que soporta todas las infamias de la vida, la salida racional de la existencia ya no es una prueba de
valor sino más bien de cobardía frente a la vida, una mente débil, que no puede soportar una vida miserable.
Durante esta época el suicidio es penado rígidamente por las leyes religiosas. El Concilio de Arlés (452) declaró
que el suicidio era un crimen. En el Concilio de Braga (563) se dictaminó que el suicida no fuera honrado con
ninguna conmemoración en la liturgia, y se prohibió su entierro en el camposanto. En el Concilio de Auxerre (578)
se determinó que el cuerpo de los suicidas debía ser enterrado en la encrucijada de los caminos, su memoria
difamada y sus bienes confiscados.
Posteriormente Santo Tomás de Aquino (1225-1274) anexiona al argumento de San Agustín sobre el suicidio
como un atentado contra la ley natural y contra Dios y el pensamiento aristotélico del perjuicio a la comunidad,
por lo que suicidarse es un pecado y además conlleva otro gran mal, el no tener tiempo para una penitencia que
pueda expiar tan horrendo pecado que va en contra de Dios, de la comunidad y de uno mismo. Poco a poco ideas
folclóricas sobre el suicidio como algo demoníaco fueron incorporadas en el discurso religioso, fortaleciendo su
valoración como acto condenable por estar ligado a tendencias sombrías. Se propagaron los castigos religiosos
como la excomunión y la negativa a enterrar a los suicidas en el cementerio. A nivel legal era común ensañarse
con el cadáver y confiscarle todos sus bienes. Y además curiosamente el suicida fallido solía ser condenado a
muerte, pero la consumación del suicidio entre los reos tampoco eximía de ser ahorcado, despedazado o
quemado. Estos castigos respondían al temor y al deseo de controlar un acto que era considerado delictivo y
debía ser condenado para evitar su propagación.
C-Edad Moderna
En la Edad Moderna ante los cambios sociales, los humanistas se interesaron en las costumbres antiguas y los
argumentos estoicos en defensa del suicidio. Así, Tomás Moro, Michael de Montaigne, Francis Bacon, entre otros,
redactaron apologías de la autodestrucción que cuestionaban los prejuicios tradicionales. Montaigne (1533-1592)
escribió que era hora de morir cuando vivir reportaba mayor mal que bien y consideraba que es ir contra las
propias leyes de la naturaleza el conservar la vida para tormento e insatisfacción propia, manteniendo la antigua
regla de "O una vida tranquila, o una muerte feliz". Este autor también consideraba el planteamiento cristiano de
la necesidad de luchar frente al sufrimiento, de un vivir para el otro; y que la posibilidad de vivir para las gentes
de bien no depende de lo que les plazca, sino de lo que deban. Así mantenía que es prueba de gran valor el
mantener la vida en consideración a otro y es un rasgo de singular bondad conservar la vejez, si se siente que ese
esfuerzo es dulce, agradable y provechoso para alguien querido.
La sociedad moderna, sumida en un contexto de represión y ataque al conocimiento, con la Iglesia Católica como
epicentro de la moralidad colectiva, mantuvo la condena al suicidio. Entre los siglos XVII y XIX, surgen
importantes planteamientos filosóficos sobre el suicidio con grandes defensores y detractores del mismo, a la vez
que los castigos legales se suavizaron, aunque se mantenía la negativa a enterrar a los suicidas en el cementerio
y por otra parte se otorgaba cierta solemnidad a los suicidios por honor, sobre todo los de militares y los de
duelos.
Los planteamientos filosóficos que se desarrollan en esta época pueden agruparse:
1- Planteamientos a favor:
a- Hume (1711-1776) aporta una serie de razonamientos desde la teología, la sociología y la ética para la
justificación del suicidio. Utiliza argumentos del cristianismo al refrendar que la Providencia es la que guía todas
las causas, y que nada sucede en el universo sin su consentimiento, por lo que la muerte voluntaria también es
permitida y consentida por Ella. Hume rebate la postura de San Agustín y de Santo Tomás, y considera que el
suicidio no es un pecado ni una ofensa contra Dios, sino una cuestión moral. Así, si disponer de la vida humana
fuera algo reservado exclusivamente al Todopoderoso, y fuese un infringimiento del derecho divino el que los
hombres dispusieran de sus propias vidas, tan criminal sería el que un hombre actuara para conservar su vida
como el que decidiese destruirla. Si alguien rechaza una piedra que va a caer sobre su cabeza, esta alterando el
curso de la creación, y esta invadiendo una región que sólo pertenece al Todopoderoso, al prolongar su vida más
allá del periodo que se le había asignado. Sigue basándose en el pensamiento cristiano al considerar que cuando
la vida humana es desdichada, el dar gracias a la Providencia por los bienes disfrutados y escapar de los males,
no puede considerarse una violación de los planes de Dios, sino que cuando la tristeza y la paciencia hacen que
uno se canse de la vida puede llegar a la conclusión que se le está pidiendo que deje su puesto. Quien piense que
no dispone de este poder en realidad se esta quejando de la Providencia.
b- Schopenhauer (1788-1860) afirma que quien comete un suicidio busca con ahínco desesperado liberarse de
males y dolores antes que acabar con su vida. Si pudiera escapar de aquellos males que le acosan sin recurrir a la
propia muerte lo haría, con lo que realmente el suicidio es una manifestación de voluntad de vida. El suicida ama
la vida, pero no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de
vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos, pero sufre porque las circunstancias no le
permiten gozar de la vida. Claramente a favor de la autonomía del individuo, manifiesta que no hay nada en el
mundo sobre lo cual tenga cada persona un derecho tan indiscutible como sobre su propia vida (6).
2- Planteamientos en contra:
a- Kant (1724-1804) considera que se debe respetar a la humanidad en nuestra propia persona, ya que sin este
principio ético el hombre es indigno de vivir y se sitúa a nivel de los animales. El suicidio representa la perdida de
la dignidad humana. Para él, nuestra disponibilidad sobre nosotros mismos tiene fronteras por lo que la autonomía
no es total. El cumplimiento de la norma (la moralidad) es un bien mayor o superior que la propia vida del
hombre. Es preferible sacrificar la vida que desvirtuar la moralidad. Kant sostiene que vivir no es algo necesario,
pero sí lo es vivir dignamente. La miseria no autoriza al hombre a quitarse la vida, pues en este caso cualquier
leve detrimento del placer nos daría derecho a ello y todos nuestros deberes para con nosotros mismos quedarían
polarizados por la alegría de vivir, cuando en realidad el cumplimiento de tales deberes puede llegar a exigir
incluso el sacrificio de la vida.
b- Nietzsche (1844-1900) refiere que el sufrimiento ha de ser asumido como parte de la vida, pero no desde el
punto de vista cristiano de la redención, sino desde la visión del mundo griego del dolor como resultado de un
destino trágico que tiene que ser aceptado por el hombre. Sin embargo defiende el atentar contra la propia vida
en determinadas circunstancias.
D- Situación actual
A partir del siglo XIX se produce un cambio en entorno al suicidio, iniciándose su estudio desde el punto de vista
médico y sociológico.
El planteamiento médico del suicidio se inicia con Falret (1820) que atribuye el suicidio a un trastorno mental y
Esquirol (1838) que se refiere a la muerte voluntaria como el resultado de una crisis afectiva. A partir de este
momento el suicidio se exculpa y justifica con argumentos médicos, y el sufrimiento y malestar del suicida pasan
a clasificarse como síntomas mentales de patologías diversas.
Freud elabora una interpretación sobre el tema, en el que el Thanatos o instinto de muerte es autodirigido, y nos
induce a este tipo de comportamiento. El suicidio es un fenómeno intrapsíquico originado primariamente en el
inconsciente y en el que prima la agresividad y la hostilidad dirigida hacia el objeto amado que ha sido
previamente introyectado, por regla general, de forma ambivalente (7).
A partir de este momento la sociedad delegó en la ciencia y la medicina el suicidio, tras siglos de deambulación
errática en manos de la iglesia como uno de los peores pecados a castigar y de la justicia como crimen, siendo
ahora exclusivamente una enfermedad, o un síntoma final de un proceso patológico.
Desde el punto de vista de la sociología, Durkheim (1897) se propuso desmontar los soportes de la condena
moral al suicidio desde el punto de vista sociológico, y formula la teoría de que es el contexto social el que influye
con mayor peso sobre la decisión de un suicida.
Así, concluye que las sociedades que ejercen una considerable influencia en el individuo, lo contienen y lo
preservan de una decisión trágica, y que a mayor adhesión a las sociedades religiosa en primer lugar, doméstica
en segundo, y política en tercer lugar, hay menor inclinación a darse fin. Establece cuatro tipos de suicidio: el
egoísta (cuando se realiza para afirma la individualidad contra o al margen de su sociedad de referencia), el
altruista (motivado por fidelidad a las normas de la sociedad o para hacer un bien al propio grupo, como la familia
o el partido, típico de los militares), el anómico (tiene lugar cuando las normas sociales están tan alteradas o
relajadas que el sujeto no encuentra motivos suficientes para vivir, no se siente sostenido, ejemplo son los
suicidios por crisis económicas, divorcio o viudez), y el suicidio fatalista (causado por el exceso de
reglamentación, como el de los esclavos y el de aquéllos "cuyo porvenir está despiadadamente limitado") (8).
En la primera mitad del siglo XX proliferan las explicaciones psicológicas tanto de orientación dinámica (Jung,
Menninger, Lacan...) como conductuales y cognitivas y es entre 1950 y 1970 cuando los factores biológicos de la
conducta suicida comienzan a ocupar un espacio en el estudio del fenómeno suicida intentando ir mas allá de las
teorías explicativas y profundizar en la búsqueda de factores que puedan ser útiles en la prevención del suicidio.
En la segunda mitad del siglo XX se han producido una serie de cambios importantes en torno al suicidio, tanto en
el ámbito conceptual, epidemiológico, estudio de sus causas y cambio en la actitud social.
Cambios producidos en el entorno del suicidio
1- Cambios en el concepto de suicidio
Una de las definiciones más extendida de suicidio es la que propuso Edwin Shneidman que lo definió como "el acto
humano consciente de causar la cesación de la propia vida, autoaniquilación, que se entiende como un malestar
pluridimensional en un individuo que percibe este acto como la mejor solución". Sin duda, el término suicidio así
definido evoca una referencia directa a la violencia y la agresividad contra uno mismo y la intención de morir debe
ser un elemento clave (9).
Stengel (1961), diferenció entre el intento y la tentativa de suicidio. En el intento, hay intención autolítica, pero
por impericia o fallos en el método no se logra. En la tentativa no existe la voluntad de morir, sino que más bien
es una forma de pedir ayuda o un intento de modificar situaciones para lograr un beneficio secundario. No
obstante, hay tentativas que acaban en suicidios consumados (10).
Baecheler (1975), plantea que hay que separar los suicidios de los intentos de suicidios, cada vez más frecuentes.
Estos aumentan porque aumenta la atención que se les presta y ese es el objetivo de muchos suicidas fallidos,
convirtiendo el intento en chantaje. Para él, el suicidio es independiente de la sociedad; no así el "mito del
suicidio": la obsesión por el tema es moderna y aun más, romántica, del siglo XIX. Para Baecheler, el suicidio
tiene relación con la noción de fracaso. Mientras en las sociedades tradicionales las personas hacían su balance
frente a la muerte al final de la vida, en las modernas se ha adelantado ese momento a veces hasta la
adolescencia. Y esto explicaría las diferencias epidemiológicas que se están produciendo.
Kreitmen (1977) propuso la expresión parasuicidio para el acto deliberado de ingerir drogas en cantidades no
prescritas terapéuticamente, pero eliminando igualmente la intención suicida.
Aries (1981) considera que el parasuicidio es un fenómeno nuevo. En el pasado el veneno no fue utilizado como
un medio para dar la impresión de matarse sin hacerlo realmente, porque a los individuos no se les ocurría llamar
la atención o ejercer presión de esa manera, su idea del suicidio era más radical, no utilizaban el intento de
suicidio como un medio para darse una oportunidad.
La OMS (1976) intenta unificar la terminología proponiendo unos términos concretos. Define el acto suicida como
el hecho por el que un sujeto se causa a sí mismo lesión, independientemente de su intención y del conocimiento
de sus motivos. Suicidio es la muerte que resulta de un acto suicida. Intento de suicidio es el acto suicida cuyo
resultado no fue la muerte.
Recientemente, se ha propuesto, basándose en el resultado, el término "comportamiento suicida mortal"para los
actos suicidas que ocasionan la muerte y "comportamiento suicida no mortal" para las acciones suicidas que no
provocan la muerte, y que englobarían los "intentos de suicidio", "parasuicidio" y "daño autoinfringido deliberado".
Estas definiciones claramente eliminan la intencionalidad y apoyan a los autores que defienden que el acto es
único y que en la práctica clínica el intento de suicidio y el parasuicidio necesitan de abordajes diferentes.
2-Cambios epidemiológicos
El número de suicidas en las sociedades contemporáneas en general, ha aumentado en un 60% en los últimos 45
años, mientras ha bajado notablemente la edad de un buen número de ellos. Según Rojas Marcos, en todas las
sociedades y culturas hubo siempre un número relativamente constante de personas que ponen fin a su vida, y
otras que lo hacen pero sus familias lo disimulan o esconden para eludir el tabú que pesa sobre el hecho.
Las estadísticas demuestran que existe un incremento continuo de las cifras de suicidio en las últimas décadas, y
un aumento todavía más considerable del parasuicidio. En el año 2002 la OMS. publicó que más de un millón de
personas fallecía en el mundo al año por suicidio, e indicaba que moría más gente por suicidio al año que en todos
los conflictos armados a lo largo del mundo y que en muchos lugares moría tanta gente por suicidio como por
accidente de tráfico y además estimaba que los intentos autolíticos eran entre 10 y 20 veces más frecuentes (11).
En España desde enero de 1980 hasta finales de 1998, las estadísticas del INE recogen un total de 42.122 casos
de suicidio o tentativas de suicidio. En conjunto, los 2.545 suicidios registrados al finalizar 1998 suponen un
incremento del 63% sobre las cifras acumuladas desde diciembre de 1980 (1558 casos). La tasa de suicidios a
finales de 1980 era de 4.1 suicidios al año por cada cien mil habitantes, y se situó en 6.4 a finales de 1998. Los
fallecimientos anuales por suicidio se duplicaron entre 1980 y 1990, momento en el que se estabilizaron. El
suicidio es en España una de las cuatro primeras causas de mortalidad prematura entre jóvenes de 10 y 29 años;
y la quinta entre los de 30 a 39 años (12).
3-Cambios en la edad
En los últimos 50 años se ha observado que las tasas de suicidio son superiores entre las personas de menos de
45 años de edad que entre quienes superan esta edad, en aproximadamente un tercio de los países, fenómeno
que parece existir en todos los continentes y no se correlaciona con los niveles de industrialización o riqueza.
Como ejemplos de países y zonas en los que las tasas actuales de suicidio (así como el número absoluto de casos)
son más altas en las personas por debajo de los 45 años de edad que en quienes la sobrepasan podemos
mencionar a Australia, Bahrein, Canadá, Colombia, Ecuador, Guyana, Kuwait, Mauricio, Nueva Zelanda o el Reino
Unido.
4-Cambios en el estudio de las causas de suicidio
Se esgrimen hoy día como elementos importantes que favorecen la actitud suicida diversos factores, como una
salud psicológica quebrantada, la superioridad de lo material sobre lo espiritual, la ambición desmesurada del
hombre por el poder, la frialdad del cientificismo tecnológico, el estrés de la vida, la vejez desprotegida e
institucionalizada, la disolución familiar, la pérdida de vínculos, la falta de valores morales, la masificación, la
soledad del hombre y la pérdida de roles y valores.
Sin embargo, a pesar de todos esos elementos, el suicidio está en relación directa con los trastornos psiquiátricos
que estarían implicados en más del 90% de los casos de suicidio. E incluso se llega a plantear que detrás de todo
suicidio hay una alteración psiquiátrica. Esto esta más en relación con la dificultad de aceptar el hecho del suicidio
en si mismo y la necesidad de atribuirle una explicación desde la patología.
Pero hay más, el aumento considerable de las cifras de suicidios en personas sin alteración afectiva, con buenas
condiciones socioeconómicas, e incluso con logros importantes ha llevado a muchos autores a la consideración del
`vacío existencial' como motivo de suicidio, el experimentar la vida como algo carente de sentido, lleva a muchas
personas a plantearse ¿vivir para qué? Una inquietud que acompaña a muchas personas antes de su decisión de
suicidarse.
Víctor Frankl, afirma "el riesgo de suicidio no depende de la intensidad de los impulsos suicidas dentro de una
persona, sino de su respuesta a dichos impulsos; y su reacción, a su vez, dependerá fundamentalmente de si
considera o no la supervivencia como algo pleno de sentido, aun cuando sea doloroso, siempre que se tenga una
tarea que cumplir" (13). El caso de los suicidas, que a pesar de haber conseguido éxitos sociales y económicos, en
un momento de sus vidas experimentan la sensación de frustración y vacío existencial, puede deberse a que el
verdadero sentido y valor de la vida está en entender que sobrevivir depende de que haya un `para qué' o un
`para quién'. O como señala Albert Camus para los seres humanos «tan solo existe un problema auténticamente
serio, y es el de juzgar si la vida vale o no la pena ser vivida...» (14).
En la línea de buscar las causas del suicidio en la enfermedad, los estudios en este momento están centrados en
hallar marcadores biológicos. Los antecedentes familiares de suicidio son el mayor factor de riesgo conocido de
suicidio, lo que sugiere que puede haber un rasgo genético que predispone a algunas personas al comportamiento
suicida. Los estudios sobre gemelos han revelado que existe una concordancia tanto para el suicidio como para el
intento de suicidio significativamente mayor entre los gemelos monocigóticos que entre los dicigóticos. Los
resultados de un estudio de casos y testigos entre niños adoptados revelaron que, entre los que se suicidaron, fue
más frecuente la existencia de familiares biológicos que cometieron suicidio. Estos suicidios en gran parte fueron
independientes de la presencia de un trastorno psiquiátrico, lo que indica que hay una predisposición genética al
suicidio independiente de los trastornos psiquiátricos graves asociados con el suicidio, o posiblemente sumada a
ellos.
Otros datos que indican la existencia de una base biológica para el suicidio provienen de estudios de los procesos
neurobiológicos, los cuales refieren alteraciones de las concentraciones de metabolitos de la serotonina en el
líquido cefalorraquídeo de pacientes psiquiátricos adultos que se suicidaron. Un deterioro del funcionamiento de
las neuronas que contienen serotonina en la corteza prefrontal del cerebro puede ser una causa subyacente de la
menor capacidad de una persona para resistir los impulsos de dejarse llevar por pensamientos suicidas.
5-Cambios en la actitud social
El debate actual del suicidio se centra en considerar el suicidio como un derecho civil.
Para algunos el derecho al suicidio es un derecho fundamental al margen de la patología psiquiátrica y debe ser
considerado como un tema de libertad individual exclusivamente. Así el derecho a la vida lleva consigo el derecho
a poner fin a la misma e incluso llegan a plantear que en determinadas circunstancias el considerar la posibilidad
del suicidio es una opción liberadora que hace más llevadero el seguir viviendo.
Para otros sectores sólo debe ser considerado como una opción individual en determinadas circunstancias de
enfermedades incurables y plantean la necesidad de intentar regular legalmente estas situaciones e incluso la
necesidad de facilitar ayuda y si es necesario asistencia médica a aquellas personas que deseen morir
prematuramente (eutanasia pasiva, suicidio asistido....).
Las altas cifras de suicidios han llevado a la OMS a la consideración del suicidio como un problema de salud
pública (11). En 1996, el Departamento de las Naciones Unidas para la Coordinación de Políticas y el Desarrollo
Sostenible elaboró un documento que destacaba la importancia de una política orientadora sobre la prevención del
suicidio. Esta situación ha llevado a la OMS a editar el programa mundial para la prevención del suicidio y a
establecer la Declaración del día mundial para la prevención del suicidio, como medida de concienciación social
sobre el problema del suicidio.
En esta misma línea se ha incrementado el apoyo a las asociaciones de ayuda a las victimas del suicidio. En 1970,
se iniciaron en América del Norte los primeros grupos de apoyo y ayuda mutua para los familiares y amigos de las
personas que se han suicidado. Se establecieron posteriormente grupos similares en diversos países de todo el
mundo. Los grupos de apoyo y ayuda mutua son manejados por sus miembros, y parecen ser beneficiosos para
quienes han perdido a alguien a causa del suicidio. La experiencia común de la pérdida por suicidio une a las
personas y las alienta a comunicar sus sentimientos.
Surgen también asociaciones de ayuda a la prevención del suicidio. Befrienders International (la asociación más
conocida de ayuda al suicida) se ha multiplicado en todos los países.
Una mención a parte merece el suicidio a través de Internet. En la red existe miles de páginas entorno al suicidio
lo que han permitido la divulgación del fenómeno, la expresión de las distintas opiniones, la difusión de las
asociaciones, y por tanto ha dado la oportunidad de que se pueda hablar del suicidio. El potencial papel negativo
de Internet en lo referente al suicidio es que existe un número en aumento de páginas que describen
gráficamente métodos de suicidio, incluyendo los detalles de las dosis de la medicación que son fatales en
sobredosis. Tales sitios pueden quizás accionar comportamientos suicidas en individuos predispuestos,
particularmente adolescentes. Se han publicado varios sucesos de pactos suicidas a través de Internet, fenómeno
relativamente raro. Un pacto suicida es un acuerdo entre dos o más personas de cometer juntos el suicidio, en un
lugar y momento determinados. Lo inusual es que estos pactos parecen haber sido arreglados entre desconocidos
que se conocieron en Internet y planearon la tragedia a través de sitios especiales dedicados a fomentar el
suicidio, en contraste con los pactos tradicionales del suicidio, en los cuales las víctimas son gente con relaciones
cercanas.
Conclusión
En las últimas décadas se han producido determinados cambios en torno al suicidio, incrementándose las cifras de
suicidio y disminuyendo la edad de los suicidas. Se ha roto con la premisa básica del suicidio de "la intención de
morir", que no siempre esta presente en los actos y comportamientos suicidas". Se ha dejado atrás también con
la concepción de crimen o pecado y se ha convertido en síntoma o en enfermedad. Se rompe con la
responsabilidad individual del suicida, y con el silencio sobre el suicidio, existiendo múltiples páginas de Internet y
un importante debate social sobre el derecho al suicidio en determinadas situaciones. Por ello se vuelve a intentar
legislar sobre el derecho al suicidio.
Bibliografía
1. Aries P. El hombre ante la muerte. Taurus humanidades, 1983.
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11. OMS. Informe mundial sobre la violencia y la salud. OMS, Ginebra, 2002.
12. INE. Base de datos. INE, 2006.
13. Frank VE. El hombre en busca de un sentido. Ed. Herder, Barcelona, 1992.
14. Camus A. El mito de Sísifo. Alianza Losada, 1988.
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