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Cuatro gigantes del alma

Fecha Publicación: 01/01/1957
Autor/autores: Emilio Mira y Lopez
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RESUMEN

Nunca como ahora, que se está gestando el cauce social del nuevo hombre, se ha hecho tan necesaria la investigación científica —objetiva y sistemática— de la naturaleza humana. Nunca como ahora, también, ha sido tan conveniente que los datos alcanzados por la ciencia se pongan al servicio y beneficio del mayor número posible de personas, para contribuir al alivio de sus pesares.
Asi como hay enfermedades hay sufrimientos evitables con sólo observar algunas sencillas normas de conducta. Pero éstas no pueden ser impuestas a nadie, sino que han de ser creadas y adoptadas por cada cual voluntaria y satisfactoriamente, en la medida en que se desgajen de su criterio de acción, de un modo tan sencillo y natural como un fruto maduro se desprende del árbol en que se engendró. De aquí la conveniencia —y casi diríamos la imperativa urgencia— de ilustrar en los fundamentos del autoconocimiento a la mayor cantidad posible de adultos. Éstos alcanzan, espontáneamente o por estudio, una visión aceptable del mundo en que viven, pero ignoran casi todo cuanto hace'referencia a su propio universo personal, del cual aquél no pasa de ser, en definitiva, más que una parte extrapolada.


Palabras clave: miedo, ira, amor, deber
Tipo de trabajo: Ebook
Área temática: Psicología general .

DECIMOCUARTA EDICIÓN
Ediciones Lidiun
BUENOS AIRES

Código: L0017
Código (num libro/año):L4/06
Autor: Dr. Emilio Mira y López
Título del libro: LOS CUATRO GIGANTES DEL ALMA
isbn: 978-84-611-1466-3


Libro exclusivamente disponible en formato digital - PDF descargable

CUATR O GIGANTE S DEL A LM A

SERIE SEPA USTED
Asimov, I. -- D e los núm ero s y su historia
Bacq, R. -- La energía sola r y las bom ba s de calor
Béguery, M. -- La explotació n de los océanos
Bourde, C h. -- La s enferm edade s circulatoria s
Escardó, F. -- A natom ía d e la fam ilia
Escardó, F. -- Sexología de la fam ilia
Firpo, N. -- Diccionario del am or
Greppi, C. -- Hacia un m und o m ejo r
Guéron, J. -- La energía nuclea r
Judd , S. H. -- La dieta d e California
Laborde, S. -- El cáncer
Lequin, Y. - M aillard, J . -- Europa occidenta l en el siglo XX
Maillard, J. - Lequin, Y. -- El nuevo m und o del Extrem o O riente
M atras, J. J. -- El sonid o
Mira y López, E. -- C uatro gigante s del alm a
Ribas, A. P. -- El rol del em presari o en la socieda d
Rousseau, P. -- La luz
Termier, H. - Term ier, G. -- Los anim ale s prehistórico s

E M ILIO M IR A Y LÓPE Z

CUATRO GIGANTES
DEL ALM A
El miedo · La ira
El amor - El deber

DECIMOCUART A EDICIÓN

E d ic io n e s L id iu n
B U E N O S A IR E S

A

GUISA

DE

ENFO

QUE

Nunca como ahora, que se está gestando el cauce social del
nuevo hombre, se ha hecho tan necesaria la investigación científica --objetiva y sistemática-- de la naturaleza humana. Nunca
como ahora, también, ha sido tan conveniente que los datos alcanzados por la ciencia se pongan al servicio y beneficio del mayor número posible de personas, para contribuir al alivio de sus pesares.
Asi como hay enfermedades hay sufrimientos evitables con
sólo observar algunas sencillas normas de conducta. Pero éstas no
pueden ser impuestas a nadie, sino que han de ser creadas y adoptadas por cada cual voluntaria y satisfactoriamente, en la medida en
que se desgajen de su criterio de acción, de un modo tan sencillo
y natural como un fruto maduro se desprende del árbol en que se
engendró. De aquí la conveniencia --y casi diríamos la imperativa
urgencia-- de ilustrar en los fundamentos del autoconocimiento a
la mayor cantidad posible de adultos. Éstos alcanzan, espontáneamente o por estudio, una visión aceptable del mundo en que viven,
pero ignoran casi todo cuanto hace'referencia a su propio universo
personal, del cual aquél no pasa de ser, en definitiva, más que una
parte extrapolada.
Dos grandes obstáculos, empero, dificultan este autoconocimiento que Sócrates ya reclamaba, como principio de toda actuación: el primero de ellos consiste en que la propia inmediatez dificulta enormemente todo intento introspectivo (del propio modo
como cuanto más acercamos un objeto a nuestra vista peor lo vemos); el segundo deriva de los cambios constantes de nuestro tono
vital --reflejados en nuestro humor y en nuestra autoconfianza--
que nos llevan a teñir siempre el autojuicio estimativo, dándole un
exagerado color de rosa o un injustificado tono de oscuro pesimismo.
En efecto, el hombre pasa, casi sin término medio, de considerarse
el "rey de la creación" a creerse "simple barro"; unas veces se

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autojuzga como espíritu "cercano a Dios" y otras como una "máquina de reflejos".
Hasta hace apenas medio siglo, la psicología aparecía dividida --al igual que la filosofía-- en dos campos ideológicos irreconciliables: en uno se hallaban quienes creían que la esencia y
sustancia del hombre es un principio sutil, inextenso y eterno, llamado "alma"; en otro militaban quienes opinaban que desde el
más profundo de los idiotas hasta el más excelso de los genios, no
pasan de ser acúmulos de materia que toman la forma de "cuerpo
humano". Éste, en una de sus partes --el cerebro-- engendraría
la conciencia, de un modo tan directo y natural como el riñon segrega la orina. Esas dos actitudes (idealista y materialista) más o
menos suavizadas y disimuladas constituían la base de los sistemas
psicológicos imperantes. Afortunadamente,
hoy se ha superado la
"impasse" y comienza a surgir la síntesis dialéctica, impulsora de
nuestra ciencia: el se/r humano es, sí, un acumulo de sustancia viva,
una inmensa colonia celular --si se quiere-- pero en él se observan,
además de las actividades propias de la vida "elemental" de cada
una de sus micropartes, otras --globales, individuales, inter y supracelulares o personales-- que le imprimen un peculiar modo de vivir
y comportarse, asegurando no solamente su persistencia en el espacio y en el tiempo, sino su expansión y trascendencia en otro
plano, más reciente: el plano superpersonal o social.
Objeto de estudio de la moderna psicología son, precisamente,
esas actividades integrales del organismo humano vivo,
productos
de una complejísima interacción de estímulos y necesidades (excitantes e incitantes) del ambiente y del llamado medio interno. Según cuál sea la calidad lograda de esa perpetua y oscilante síntesis
vital del hombre se nos presentará como ángel o demonio, como
mero proyectil impulsado por las ciegas y mecánicas fuerzas de
instintos ancestrales o como unidad su i generijs --jamás lograda ni
repetida hasta entonces-- que brilla con luz propia,
inconfundible,
en el reino de los valores, inconmensurablemente
alejada de los
planos en que se entroncan y agitan las fuerzas fisiconaturales.
Pero, a pesar de sus diferencias de aspecto y rendimiento, el
hombre tiene un cierto número de características que lo definen y
delimitan como especie, inconfundible con las demás del reino animal. Estudiarlas y comprenderlas es el afán primordial de los actuales cultores de la caracterología, la tipología, la antropología y

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la personalogia. Todos ellos parten del concepto dinám icoevolutiv o
y propenden a relacionar entre si ¡as im ágenes obtenidas desde los
diversos planos de enfoque (actitud pluralista ) tales com o: la apariencia (mórfica) corporal y el tem peram ento; ésta y la fórm ula
hormonal; dichos tres factores y el carácter; éste y la educación;
ésta y el ambiente económicosocial, etcétera. T ales interrelaciones
se llevan a cabo con 'la esperanza de llegar a constituir una visió n
d el h o m b r e e n su total devenir, pues la psicología actual aun sien do por definición integral, unitaria y global, aspira tam bién a ser
infinal, o sea, a no trazarse límites estrictos en su cam po de investigaciones. De aquí que partiendo del análisis del m ás sencillo acto
personal --morderse una uña por ejemplo-- llegue, a veces, con
facilidad a tener que interesarse por el estudio de las peculiaridades
culturales de una época humana.
Precisamente por esa extensión y profundización
de sus temas, nuestra ciencia es hoy, paradójicamente, más abstracta y m ás
concreta que hace un siglo: si, de una parte, estudia con mayor
detalle a Juan López, de otra, en cambio, lo disuelve o desvanece
en un inmenso océano de heterogéneas fuerzas (físicas, químicas,
biológicas, sociales) en el que apenas si queda su corporeidad como
simple punto de referencia. De aquí la conveniencia de acudir, periódicamente, a los artificios "plásticos"
--dinámicorrepresentati vos-- para facilitar la mejor comprensión de los actuales postulados psicopersonales.
Y es por ello que, sin perder excesivamente el tono austero
que conviene a toda descripción científica, nos creemos autorizados a presentar al público interesado en conocer sus tuétanos mentales, una visión de los mismos que dista sumamente, claro está,
de lo real, pero que, no obstante, es singularmente h o m o lo g a de la
que hoy aceptan como verdadera los psicólogos profesionales. Cualquiera que sea la escuela a que éstos pertenezcan, la vida personal es
concebida como una intermitente serie de expansiones y retracciones (pulsiones y pasiones) condicionadas por la interacción de
las energías contenidas en el potencial hereditario (plasma germinal) desarrolladas por el aporte nutritivo (citotipico) y modificadas por la estimulación constante del ambiente (inducciones, o mejor in d u c a c io n e s y educciones o e d u c a c io n e s que pueden
resultar,
a su vez, de puros actos mecánicos o de influjos
ideoafectivos).

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El hombre en estado primitivo o "salvaje", el "homo
natura",
es principalmente movido por los ingentes impulsos de preservación y de expansión en su ser, que constituyen los complejos dispositivos defensivo-ofensivos y procreadores vulgarmente
conocidos
bajo el calificativo de "instintos de conservación y de reproducción". Éstos se acusan a cada momento en nosotros, primero en forma de leves "deseos", luego de claras "ganas" y más tarde, si no
son a tiempo satisfechos, de imperiosas e impulsivas "necesidades"
de huida, de ataque o de posesión.
Los estudios experimentales del conductismo y de la psicología pre y neonatal han demostrado que existen notables diferencias
individuales en el modo y la intensidad con que el ser humano
muestra tales pautas reaccionóles, cuando son excitadas por diversas
situaciones experimentales. De aquí que no sea justo considerarlas
como meros mecanismos reflejos, aun cuando es evidente que se expresan a través de multitud de automatismos a los que cuadra ese
calificativo. Por ello es preferible elegir una palabra que englobe los
aspectos neurológicos y psíquicos, heredados y adquiridos, estables
y mudables, colectivos e individuales de dichas reacciones; y esa
palabra la hallamos en el término
EMOCIÓN.
Pues bien: tres son las emociones primarias en las que se
inscribe toda la gama de reflejos y deflejos de huida, agresión y
fusión posesiva. Sus nombres más comunes son: EL MIEDO,
LA
IRA y el afecto o AMOR.
La energía que ellas son capaces de movilizar y vehicular es tan inmensa que cuanto el hombre ha hecho de
bueno y de malo sobre la Tierra se debe,
fundamentalmente,
cargar en su cuenta. Pero, desde hace ya muchos siglos, los seres
humanos no viven aislada y anárquicamente sobre la corteza del
planeta, sino que constituyen grupos y, por ello, cada individuo
requiere --de buen grado o por fuerza-- la categoría de "homo
socialis". Y aquí entra en juego otra inmensa fuerza, predominantemente represiva de las anteriores, que es vulgarmente
conocida
con los nombres de ley, obligación, costumbre, norma,
tradición,
etc., no solamente contenida en códigos y mandamientos más o menos sagrados, sino almacenada en determinadas "autoridades", que
usan su poder para cuidar que sea introducida equitativamente
en
cada cerebro, apenas éste es capaz^ de recibirla. A esa cuarta fuerza
vamos a denominarla, globalmente,
DEBER.

CUATRO

G IG A N T E S

DEL

ALMA

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Ciertamente, no es posible considerar a esta nueva faz en el
mismo plano que las anteriores; no es, en primer lugar, congénita
ni tampoco cabe incluirla en el calificativo genérico de las emociones. Pero, como veremos en el momento oportuno, es capaz, muchas
veces, de conmocionar al hombre y de hacerle, en ocasiones, resistir el embate de cualquiera de ellas o, inclusive, de todas juntas.
Al igual que el miedo, la ira o el amor, el DEBER, cuando no es
satisfecho puede no solamente morder sino remorder en las entrañas anímicas y conducir a los máximos sufrimientos y al suicidio.
Puede, pues, parangonarse sin menoscabo con los tres gigantes "naturales" este gigante "social" que, en cierto modo, deriva de ellos
y contiene algo de cada uno en su singular textura.
No es exagerado emplear la voz "gigante" para designar estos
cuatro núcleos energéticos que, a modo de los cuatro puntos cardinales, orientan, propulsan y a la vez limitan el universo mental,
individual y especifico, del hombre. Nuestra vida personal, en efecto, discurre a menudo por los cauces de la mera "noesis" del mero
"contemplar", "divagar", "saber" o "razonar", neutro, frío y objetivo.
Mas cuando ello sucede es porque en nada interfiere lo contemplado, divagado, sabido o razonado con el ámbito de nuestros
propios intereses vitales. Tan pronto como los roza --y mucho más
si penetra directamente en su zona-- sentimos la punzada vivencial
del sentimiento o la emoción: nuestra vida se anima y colorea en
la medida en que se tiñe, entonces, de la paralizante angustia miedosa, de la impulsiva furia colérica, del arrebatador éxtasis amoroso
o del implacable "imperativo categórico" del deber. Desde ese momento el "Yo" se siente invadido y tironeado por los dedos, garras y
tentáculos de sus gigantes y asiste, casi siempre, como mero espectador doliente a su terrible lucha, para luego obedecer, cual sumiso
esclavo, al que resulte vencedor, aun cuando sea por un breve espacio de tiempo. La tan cacareada y pomposa "razón" --que tan brillantemente se exhibe cuando el individuo se halla "fuera" de la
zona en donde actúan aquéllos-- es ahora igualmente zarandeada y
peloteada de uno a otro, con la misma aparente sencillez con que una
ola de tempestad altera el rumbo de una barca, el viento huracanado
juega con las hojas o un terremoto desquicia una casa. Por ello no
cabe considerarla, hasta ahora, más que como una enana; eso sí,
muy avispada y marisabidilla, que es capaz, a veces, de aprovechar

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el sueño de sus tiranos para mostrarse en toda su belleza o, incluso,
de cabalgar a su lado, cuando éstos van al paso y no están muy desvelados.
En las siguientes páginas vamos a estudiar EL MIEDO,
LA
IRA, EL AMOR Y EL DEBER, los 4 gigantes del alma, siguiendo
el orden de su enumeración, que corresponde, en nuestra
opinión,
al de su creación, tanto en la historia del mundo animal como en la
evolución del ser humano. Después, iniciaremos al lector en algunos
secretos de su estrategia bélica y describiremos algunas de sus más
frecuentes batallas; con esto pretendemos hacer algo más que entretenerlo: deseamos ayudarle a liberarse, siquiera sea parcial y efímeramente, de las consecuencias más angustiosas de su yugo. No vamos a realizar alardes de seudoerudición ni a seguir normas sistemáticas; usaremos de nuestra propia psicología didáctica, para hacer
atractiva la composición, sin falsear su fondo
conceptual...
En cada caso nos remontaremos hasta el origen mismo de su ser
y lo seguiremos en las diversas fases evolutivas, señalando sus diversas máscaras y sus múltiples mañas. Ahora, lector amigo, dobla
la hoja y empieza a enfrentarte con el más viejo de nuestros gigantes y quizás el peor comprendido, hasta hace poco.

CAPÍTUL O PRIMERO

EL

MIEDO

Sus orígenes en la escala biológica.
Dedúcese de los sagrados textos que D ios introdujo el temor
desde los albores de la vida (Génesis 9, 2: Y vuestro temor y vuestro pavor será sobre todo anim al de la tierra y sobre toda ave de
los cielos, en todo lo que se moverá en la tierra y en todos los peces
del mar. Levítico p. 26, 16: Yo tam bién haré con vosotros esto: en viaré sobre vosotros terror, extenuación y calentura que consuman
los ojos y atormenten el a l m a . . . Isaías 8, 13: A Jehová de los
ejércitos, a él santificad: sea él vuestro temor y él sea vuestro m iedo) . En esto coinciden el punto de vista religioso y el científico,
pues, para el biólogo actual, el m iedo --heraldo de la muerte-- no
es, ni más ni m enos, qu e la em oción con que se acusan, en los niveles superiores del reino anim al, los fenómenos de parálisis o detención del curso vital tque se observan hasta en los más sencillos
seres vivos unicelulares, cuando se ven som etidos a bruscos o desproporcionados cambios en sus condiciones ambientales de existencia.
Hagamos u n esfuerzo im aginativo y tratemos d e representarnos
los orígenes de la vida en nuestro planeta: siguiendo las ideas de
H eckel podem os suponer q u e los primeros seres vivos del reino vegetal aparecieron en el fondo de los mares, en donde las variaciones
del am biente son, relativam ente, suaves y lentas, de suerte qu e es
más fácil la conservación de cualquier ritm o m etabólico; es casi
com o, en u n m om ento dado, por agrupación especial de complejas
m oléculas de carbono, se crearon los anillos propios de la serie orgánica de la quím ica y surgieron las primeras núcelas protoplásmi-

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cas, posiblem ent e aún n o estructurada s en form a específicam ent e estable, n i m uch o m enos en form a individualizabl e m acroscópicam en te. Pues bien : ya desde entonces, en ese prim itiv o protoplasm a, cabe
suponer q u e sus núcelas, al recibir el im pacto de las nuevas o bruscas m odificacione s del am bient e físicoquím ic o (alteracione s de tensión osm ótica , de carga eléctrica, etc.) , revelan una m odificació n de
su ritm o m etabólico , el cual se ve m om entáne a --o definitivamente --
com prom etid o cuand o el desnivel entre la capacida d alterante del
exterio r y resistente de su interio r se inclin a a favor del prim ero (excitante o estím u lo ) . Y entonces pued e sobrevenir en ella s u n proceso
de precipitació n coloidal, m ás o m enos extenso , o sea, un a fase de
"gelificación" q u e según sea reversible o irreversible (en funció n
d e la capacidad de recuperación vital) determ inar á u n estado de
prim itiv o "shock" coloida l o d e "muerte" protoplásm ica.
La dism inució n o detenció n de los fenóm enos vitales, directam ente producida por potenciale s de acción qu e com prom eten el inestable equilibri o entre tod o agregad o o masa de m ateria viva es, pues,
u n hech o d e tip o físicoquím ico , consustancia l d e su propia natura leza. C uand o u n a prim itiv a red circulatoria -- aun antes de la existencia de tejid o nervioso-- perm ite la difusió n de la alteración producid a en el lugar de incidencia de los excitante s o estím ulo s nociceptivo s se observará , sin duda , u n a tendencia a la globalización d e
la aparente reacción d e la masa viva; de tal suerte ésta em pieza a
adquirir una fisonom ía d e individualidad, casi siempre coetánea con
un a cierta tendencia a la persistencia de sus lím ites m orfológicos.
Pues bien : desde ese m om ent o pued e afirmarse que existe la raíz
biológic a prim itiva del fenóm en o em ociona l del m iedo .
¿Qué falta para qu e tal raíz produzca , propiam ente , la planta
m iedosa? : la existencia de u n sistem a nervioso, capaz de condicio nar esa reacció n sin necesidad de la actuació n directa de los factores absolutos qu e hasta ahora la determ inaban . T a n pronto com o
u n organism o anticipa u n efecto, o sea, tan pronto com o establece
el reflejo condicionad o correspondiente, bastará la presencia --más
o m eno s lejana-- de u n estím ulo asociativam ente ligad o a la acción
dañina , para que se observ e en el ser el m ism o cuadro de dism inu ción o detenció n de sus m ás aparentes m anifestaciones vitales. D e
esta manera nace ya, com pletam ent e constituido , nuestro primer gigante, a lo largo de la m ilenaria caden a secular de la evolució n biológica . Por ello , si en cualquier protozo o podem o s sorprender la

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inactivación (cesación de actividades) en respuesta al im pacto del
excitante nociceptivo , en u n vertebrado ya som os capaces de n o ta r
esa m ism a inactivació n en previsión del posible o probable d añ o .
Y eso --se revele o n o en form a subjetiva-- es propiam ente el m iedo.
Sus orígenes en la vid a individual humana.
U n feto ele 3 m eses es, ya, capaz de responder a estím ulos eléctricos, m ecánicos y térm icos, de intensidad algógena (provocadora
de dolo r en el neonato ) m ediante u n a brusca contracción , seguida
de la paralizació n de sus m ovim iento s d u ran te u n períod o de varios
segundos o de varios m inutos, según los casos. Esta detención del
curso vital n o parece, em pero , tener aú n carácter profiláctico, sino
q u e, con toda probabilidad , resulta de u n a inhibición refleja, directam ente provocad a p o r la llegada, a los centros nerviosos, de la onda
d e excitació n an o rm al, puesta en m arch a en el sitio de aplicació n de
los estím ulos alterantes (golpe, descarga eléctrica, e tc .).
L o q u e interesa, n o obstante, es señalar que tan pronto com o
em pieza el organism o h u m an o , en su desarrollo in trau terin o , a m ostra r señales di: u n a conducta integral o individualizada , éstas son
-- precisamente-- las q u e corresponden a la fisonom ía m iedosa, es
decir, in h ib ito ria . B ien poco se sabe aú n acerca de la naturaleza
ín tim a de este proceso in h ib ito rio : parece q u e d u ra n te él se eleva
extraordinariam ente la resistencia al paso de las corrientes celulífugas a través de las conexiones en tre el axón (cilindro-eje o prolongación efectora de las células nerviosas) y las dendritas (prolongacio nes receptoras de las neuronas vecinas). L a "articu lació n " en tre cada
dos células nerviosas n o h a de ser concebida en form a de charnela
m ecánica sino de u n a especial barrera quím ica o, m ejor, electroquím ica, q u e se denom ina "sinapsis" y en determ inada s ocasiones se
torna intraspasable para determ inadas cargas o trenes de ondas néuricas. E ntonces surge u n verdadero "b lo q u eo " y paralizació n de las
corrientes nerviosas (sem ejante a la paralizació n del tránsito en un a
red ferroviaria si dejan d e funcionar las casillas de los guardagujas)
desintegrándose el tráfico vital de los im pulsos reaccionales y desapareciend o ted a m anifestación de conducta individual planificada.
D esde el punte» de vista bioquím ico se afirm a que en tales m om ento s
las células nerviosas están en "fase refractaria" , y n o tienen lugar

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en su in terio r desprendim iento s energéticos, sino sim ples m icrocam bios anabólicos.
Sea de ello lo q u e q u iera , tam bién en el ser hum an o se cum ple
el hecho de q u e las prim eras m anifestaciones de su vid a individual
llevan aparejad a esta reacción prem ortal, q u e revela la existencia en
él d e nuestro p rim e r gigante, aú n antes de q u e sea presum ible pen sar en q u e posea conciencia de su existir.
Presencia del miedo en el neonato.
Esa reacción espa& m ódicoinhibitoria q u e acabam os de señalar
ya en el feto, se revela d e m odo m ucho m ás evidente en el hom bre
recién nacido. Efectivam ente, si tom am os u n neonato entre nuestras
m anos, lo suspendem os en el aire y lo dejam os caer u n p a r de palm os, recogiéndolo nuevam ente en ellas, podrem os observar n o solam ente la m ism a brusca y general contracció n de su m usculatura
-- que le hace retom ar su cu rv atu ra y flexión fetal-- , sino q u e los
fenóm enos de parálisis o dism inució n de las m anifestaciones vitales
subsiguientes se h ará n m ucho m ás evidentes q u e en el feto: su corazón se h a b rá d eten id o u n o o m ás segundos, al igual q u e su respiración , para reem prende r su m arch a débilm ente , prim ero, y en form a acelerada, p ro n to . U n a palidez m o rta l h a b rá sustituid o en su
cara a la vultuosidad anterio r y si en ese m om ento pudiésem os pin charle u n brazo o u n a p iern a n o provocaríam o s la salid a d e sangre,
pues una brusca contracció n de los vasom otores h a casi detenid o la
circulació n periférica.
Si pudiésem os, tam bién, extraer u n a radiografía, au n al cabo
de varios m inutos, notaríam o s u n a dilatación de las asas intestinales y cólicas y u n a cesación de la actividad m otriz del estóm ago,
n o solam ente po r la parálisis secretora (qu e influye secundariam en te sobre sus m ovim ientos) sino , tam bién, po r la relajació n de la
fibra m uscular lisa, a lo largo de todo el tu b o digestivo. T ales síntom as viscerales --y otros m uchos q u e n o describim os, en aras de
la brevedad-- son producido s po r u n a intensificación del ton o sim pático, con liberación , m ás o m enos ab u n d an te , de adrenalina.
S uponiend o q u e la caíd a experim ental --y n o m ecánicam ente
traum ática-- a la q u e hem os som etido a l recién nacid o hubiese du ra d o m ás tiem po , intensificand o así la violencia del fenóm eno es-

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tudiado , podríam os, quizá, n o llegar a ver en él u n a sola contusión,
pero persistirían , a veces d u ran te horas, huellas de u n a g ra n conmoción o "shock", con casi com pleta p érd id a de la actividad de su corteza cerebral y profundas alteraciones del tono neurovegetativo . E n
tales condiciones, incluso l a m u erte sería posible -- sin herid a n i
lesión traum ática (externa n i interna)-- porqu e tal conm oción n o
h ab ría sido provocada, en realidad , po r acción directa sobre ta l o
cual p arte de su organism o , sino po r u n a acción global e indirecta
sobre todas ellas (pérdid a de la base d e sustentación ) desencadenando de esta suerte u n a com plicad a serie de reflejos inhibitorios (denom inada en i;ste caso "deflejo catastrofal" , de G oldscheider). Pues
bien, si u n hom bre vulgar e ingenu o hubiese asistido a nuestro experim ento, am én de sus com prensibles críticas acerca de su dureza,
seguram ente h a b ría descripto la situación diciend o q u e "se le h ab ía
dad o u n susto bárbaro (o un susto de muerte) al pobre n en e" ; lo
q u e confirm a la exactitu d q u e en m uchos casos existe entre los
p u n to s de vista p o p u la r y científico, en el cam p o psicológico.
N atu ralm en te , tam poco nos es posible saber de q u é m odo vive
subjetivam ente esos m om ento s la alboreante persona, neonata tam bién (pues el cúm ulo de estím ulos q u e actúan sobre el organism o
fetal d u ran te el p arto , y apenas nacido , es la p rin cip a l fuerza q u e
determ ina la integració n de sus respuestas, en form a q u e principie a
constituirse su p e rso n a ) ; m as, n o im porta, pues el m ied o p u ed e
existir y ser tenido sin ser sentido, au n q u e la recíproca n o es verdadera (o sea, q u e n ó es posible sentirlo sin te n e rlo ).
Si en vez de u n cam bio tan brusco y d añ in o com o al que lo
hemos som etido, procedem os, ahora, a dism inuir progresivam ente su
vitalidad, m ediante u n a sustracción de calor, u n a alim entació n d e ficiente, etc., llegará p ro n to u n instante en el q u e con menor intensidad d e la estim ulació n (caída m ás leve) desencadenarem o s la m ism a o m ayor respuesta in h ib ito ria . E l m ied o es, en efecto, un gigante
que se nutre de la carencia (y po r eso, com o m ás adelante verem os,
la m áxim a form a de carencia, q u e es la NADA, es, tam bién , la q u e
m ejor lo c u ltiv a ).
P or esta razón, los neonato s desvitalizados, sujetos a h ip o alim entación , a irío , falta de reposo, etc., tiem blan y exhiben la reacción del "shoclk", la em oción prem ortal y el m iedo , au n po r m otivos
relativam ente nim ios. Y u n a de las m aneras, leves, de m anifestar
esa tendencia & la parálisis vital es, precisam ente, la ausencia de res-

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puesta colérica ante los estímulos irritantes intensos; otras veces, esa
p ro p ia desvitalización llevará al neonato a m ostrar un a respuesta de
irritació n ante estím ulos q u e son perfectam ente neutro s para los recién nacidos norm ales (y entonces pued e afirm arse q u e tales niños
tienen, desde el nacim iento , la "debilida d irritab le" , q u e luego se
transform ará en la llam ad a "neurastenia constitucional" , u n o de
cuyos síntom as prim ordiales es, precisam ente, u n m ied o exagerado) .
Cómo crece el Gigante Negro.
T a n to en la escala f ilogénica com o en la ontogénica, hem os visto
q u e la raíz biológica del m iedo cala en lo m ás hondo de su génesis.
A hora es preciso, em pero, q u e tom em os aliento para seguir el curso
evolutivo , acelerado , de su desarrollo y m adurez, hasta considerarlo
en su estructura, su aspecto y fisonom ía actuales, o sea, en su m odo
de presentarse y de existir en cualquier ad u lto civilizado de nuestra
época.
Si retom am o s la consideración del q u e podríam o s denom ina r
miedo orgdnicopersonal, en la escala anim al, recordarem o s q u e era
condición "sine qua n o n " p ara su form ación, la existencia d e u n
sistem a nervioso, capaz de difundir en todos los ám bitos orgánicos
la acción conm ocionante del excitante (en este caso, incitante) dañin o y, a la vez, determ ina r la respuesta global de inm ovilización,
retracció n vital y m u erte aparente (parcial y transitoria ) del ser
an te él (en tan to se reforzaba ulteriorm ente la vid a vegetativa, gracias a la liberació n de horm onas adrenalérgicas). Pues bien : en u n
grad o m ás avanzado y elevado de com plicación biológica, se produce
u n a conducta global, nueva, q u e es preciso considerar com o derivada
de la anterior, pero presupone, ya, la existencia de u n a intencionalidad personal en el anim al, es decir, de u n sentido teleológico en
sus actos: la denom inada conducta fugitiva o reacción de huida,
cuyo propósito es el alejam iento m aterial del ser an te la situación
d añ in a .
E sta reacción de h u id a tom a diversas m anifestaciones según las
especies de anim ales en que la estudiem os, pero siem pre presupone
la puesta en m archa de sus dispositivos kinéticos (m úsculoestriados) d e
traslación y la orientació n de los m ism os en form a que el desplazam iento corporal se produzca en sentido opuesto al qu e m arca la

CU A TR O

GIGANTE S

DEL

ALM A

19

dirección actuante del estím ulo provocado r del m iedo (al que, de
ahora en adelante, llam arem o s "fobígeno", o sea, engendrado r de
fobia, p ara m ayor concisión expositiva).
Im p o rta , pues, señalar, que el paso de la h u id a hacia d en tro de
sí a la huid a hacia fuera de sí y hacia atrás del estím ulo fobígeno
requiere, obligadam ente , en algún m om ento de la evolución biológica, el paso de la m era pasividad a la activa defensa individual
a n te la acción nociceptiva. D e esta suerte podría decirse que el animal no huye porque tiene miedo, sino que huye para librarse de él;
ha pasado , de ser víctim a propiciatoria e indefensa, a ser un a in d ividualidad personal que pon e en juego sus recursos para superar la
situación , elim inándose de ella sin sufrir peores daños.
Por tanto , entiéndase bien, la tendencia a h u ir no pued e ser
considerad a com o síntom a sui generis del m iedo, sino com o indicio
patognom ónic o de su intelección po r p arte del anim al, aun cuand o
ella n o haya de ser, forzosam ente, consciente (ya que incluso el hom b re huye, m uchas veces, sin sab erlo ).
Casi sim ultáneam ente con la aparició n de este alivio en la lucha
contra los efectos deletéreos del m iedo, éste gana, em pero, u n a colosal batalla p ara asegurar su dom inio y extenderlo infinitam ente en
el ám bito de la vida psíquica. En efecto: son m uchos los vertebrado s
superiores q u e , si bien poseen seguros m ecanism os de huid a ante los
entes q u e les son dañinos, sufren, en cam bio, sus efectos no sólo ante
la acción real y directa de éstos sino ante la presencia de cualquier
estím ulo q u e -- previam ente coincidente con ellos-- haya sido asociado y actúe como signo condicionante y anticipador del sufrimiento, provocand o u n a reacción m iedosa, m uchas veces innecesaria. Es
así com o se origina, no ya el m iedo ante el d añ o sino el m iedo
an te el "in d icio " del daño , o sea, el peligro .
Podría parecer que esto significa u n progreso, un a adquisició n
favorable para el anim al, pero es preciso aclarar que, en realidad, el
proceso de condicionalizació n asociativa y refleja que ocasiona tal
preparación (aparentem ente previsora) es un arm a de doble filo,
pues si, de un a parte, al determ inar la conducta de h u id a profiláctica, evita al ser algunos daños, al desencadenarla ante tod o cuanto
ha estado conectad o (tem poral o especialm ente) con el agente prim itivam ente fobígeno (el llam ad o "estím ulo absoluto") le im pulsa a
renunciar, de antem ano, a m uchos posibles éxitos y le inflige, a la

20

EM ILIO

MIRA

Y LÓPEZ

vez, lo q u e podríam o s denom ina r "presentaciones de lujo", del m iedo, q u e de esta suerte se ve alim entado a dos carrillos, con todos
los daños reales y, adem ás, con m últiples signos seudodañinos.
Análisis de la "doble alimentación" del miedo.
E l hecho q u e acabam os de señalar m erece ser estudiad o y explicado u n poco detalladam ente, teniendo en cuenta el carácter fundam en ta l de este lib ro , destinad o n o tan to a los especialistas com o a
lectores de cultura psicobiológica m edia. A un éstos, probablem ente,
ya saben q u e tod o el aprendizaje experiencial de los anim ales superiores se basa en el establecim iento de u n a constantem ente m udable
serie de reflejos condicionales. T ale s reflejos derivan del prim itivo y
lim itad o equip o de reacciones heredadas (congénitas, instintivas,
autom áticas, genéricas, absolutas; todos estos nom bres, en este caso,
son sinónim os) que, desde el nacim iento , va siendo am pliad o y com p letad o po r la progresiva extensión del cam po de estím ulos q u e
las m otivan , a la vez q u e se van m atizand o y adquiriend o gradaciones de intensidad y adecuaciones específicam ente concretas an te
cada g ru p o de ellos. Pues bien , en este sentido puede afirm arse q u e
nuestro gigante es u n o de los m ás rápidos y avispados aprendices
q u e se conocen. V eam os, po r ejem plo, lo q u e sucede a u n perro d e
pocas sem anas si u n hom bre q u e va en u n carro desciende d e él,
g rita de u n m od o peculiar y le da u n fuerte bastonazo en el lom o :
d u ra n te varios días o sem anas se h ab rá n vinculad o com o estím ulos
efectivos (es decir, se h a b rá n condicionado ) p ara determ ina r su
m ied o y su reacción de h u id a todos cuanto s integrasen la situación
(constelación) q u e resultó dolorosa. A sí pues, le bastará ver a cualq u ie r persona descender d e cualquier vehículo en m ovim iento ; percibir cualquier g rito sim ilar al q u e precedió a su dolor; ver a cualquier individu o con u n bastón , etc., p ara asustarse. C on ello h a
m ultiplicad o infinitam ente las ocasiones de sufrir el zarpazo d e l
m iedo sin real necesidad .
T a n sólo a fuerza de tiem po , en la m edid a en q u e ciertas personas q u e descienden de vehículos lo acaricien ; q u e otras griten y le
den com ida; q u e otras le dejen su bastón para q u e lo m uerda, etc.,
irá p au latin am en te descondicionándose tod a esa serie de estím ulos
q u e se h ab ía n convertid o en "señales de alarm a" , capaces po r sí

CUATRO GIGANTES DEL ALM A

21

m ism os de provocar la m ism a im presión reaccional que, prim itiva m ente, sólo resultaba del dolor producido po r el bastó n sobre el
lom o. Ya podem os im aginar cuan difícil resulta proceder a u n a extinció n com pleta de todos esos estím ulos, y p o r ello en la práctica
resulta q u e "cada susto crea cien m iedos", o sea, que m ientras las
reales acciones dañinas -- causantes de la respuesta de inactivació n
directa-- aum entan en proporción aritm ética , los estím ulos q u e las
representa n y anticipan , provocand o la denom inada "reacció n de
alarm a " (tam bién denom inada "eco " o "som bra" del verdadero
m iedo) aum entan en proporció n geom étrica. Y en definitiva, tratándose de anim ales q u e posean u n sentim iento existencial, resulta
evidente q u e tales m iedos -- com prensibles pero injustificados--
aum entan innecesariam ente el sufrim iento , en u n ciego in ten to de
evitarlo. P orque, a su vez, cada u n o de ellos crea cien sustos y, d e
esta suerte, se engendra u n a especie de círculo vicioso q u e n u tre a
nuestro gigante, haciéndole tom ar inusitadas proporciones; éstas lle garían a invalidarno s para tod a acción, a n o ser p o rq u e en ese grado
de evolución h a n surgid o de su propio vientre otros q u e , desconociendo su paternidad , van a oponérsele ferozm ente.
L a im aginación , poderosa aliad a del m iedo hum ano .
A p a rtir del 2$ añ o de vida, el n iñ o posee, ya, u n esbozo de
vida representativa . Esto significa que sus recuerdo s pueden, en
cualquier m om ento , transform arse en im ágenes y volverse a presenta r an te él (re-presentaciones) siendo, así, objeto de u n a reviviscencia y d an d o p áb u lo a la reactivació n de cuantas tendencias se asociaron con la original ocurrencia q u e los determ inó.
D e esta suerte, la vida m ental, hasta ahora desarrollad a en
superficie, esto es, sobre el presente del telón am biental, adquiere,
ya, u n a profundidad y u n relieve insospechados; las dim ensiones
"p asad o " y "fu tu ro " le dan u n volum en de tip o universal; el ser
se trasciende; el pensam iento "ad q u iere alas" y ya pued e lanzarse
a construir estím ulos propios, alim entándose a sí m ism o, sin necesidad del aporte de excitantes concretos. L a función psíquica m ed ian te la cual se asocian y com binan los datos e im ágenes de la vida
representativa, dand o lugar a construcciones y procesos ideoafectivos q u e son ajenos a la estim ulació n directa (circundante) se deno-

22

EM ILIO

MIRA

Y LÓPEZ

m in a im aginación . C onstituye, claro está, un elem ento im portante
para el pensam iento , m as tam bién lo es para la conducta, ya q u e
ésta, a veces, se ajusta m ás a sus efectos que a la realidad exterior,
p o rq u e el sujeto queda prendido de su m agia, cual el sediento cam in a n te se descarría po r el espejism o en el desierto. M as la fuerza im pulsora de las m últiples com binaciones tem áticas que constituyen el
pensam iento im aginativ o es casi siem pre la de alguna tendencia d irectriz, vinculada a la satisfacción de alguna necesidad vital prim aria. T a n sólo en m uy contadas ocasiones, tratándose de personas de
buen desarrollo y capital psíquicos, se da el caso de q u e "jueguen "
con su im aginació n y se dediquen a divagar y entretenerse con ella,
salvando cuidadosam ente -- aquí y allá-- los escollos desagradables
de los recuerdos que, al em erger, podrían despertar las em ociones
m olestas. L o general es, em pero, com o ya hem os advertido , que la
im aginació n sea sum isa sierva de las tendencias, positivas o negativas, de acción. Si son las prim eras las q u e privan -- reveladas en el
plan o consciente en form a de "deseo", "ensueño ilusorio " (o d el,
m ás intenso, afán) -- el pensam iento im aginativ o discurre po r floridos senderos. Pero rara será la vez que en algún recodo del cam ino
no tropiece con la interferencia de las segundas, qu e se presentan en
form a de "dudas", "presagios", "sospechas" o, m ás concretam ente,
"tem ores". Y entonces, tan pronto com o la im aginació n cabalgue
sobre ellas, nos traerá al galope el negro m anto del m iedo y lo instalará en el paisaje, agrandándolo de m odo tal que con su som bra
cubra todos los cam inos asociativos.
Entonces el hom bre -- niño o ad u lto , varón o m ujer, sano o enfermo-- em pieza a sufrir u n o de los m ás siniestros efectos de este
gigante: el denom inad o "m iedo im aginario", contra el cual poco
pued e hacer, pues la razón -- fría, lógica, pero neutra-- es im potente ante los efectos deletéreos, velocísim os, ágiles, cálidos y sutiles
de la fantasía pavorosa. P or u n a extraña paradoja, cuanto m ás
irreal, o sea, cuanto m enos prendid o de la realidad -- presente y
concreta-- es u n tem or (im aginario ) tan to m ás difícil es com batirlo
po r el m ero razonar de un sano juicio . Y ello explica po r q u é hasta
los m ás valerosos guerreros, capaces de lanzarse al descubierto contra u n a m uralla de fuego o de lanzas, retroceden despavoridos ante
la sospecha de un enem igo ingrávido e invisible. Es así com o los
"m uertos" asustan m ás que los "vivos"; los "fantasm as" angustian

CUATRO

GIGANTES DEL ALM A

23

y to rtu ra n a las m entes ingenuas m ucho m ás de lo q u e u n bandid o
de carne y hueso; en sum a: lo que no existe acongoja m ás q u e lo
que existe. Sería, sin em bargo, injusto negar existencia a eso q u e
no existe, en el sentido corriente del térm ino, pues la verdad es q u e
existe en la imaginación, o sea, creado por quien lo sufre y, precisam ente por esto, no pued e h u ir de ello, pues sería necesario huir de
si mismo para lograr zafarse de su am enaza.

CAPÍTULO II

LAS M O T IV A C IO N E S

DEL

M IE D O

Previa distinció n entre causa y m otivo .

E n las precedentes páginas hem os pasado revista a los factores
o raíces causales del m iedo y nos hem os dad o cuenta de q u e éste,
tal com o se presenta en nosotros, representa u n a em oción sum am ente com pleja, pues se halla integrada po r la com binació n d e varios procesos, q u e h a n id o surgiendo a lo largo de la evolución biológica: en prim er lugar, la tendencia a la irreversibilida d d e ciertas
reacciones (precipitació n coloidal, p o r ejem plo) producida s p o r
cam bios desusados d e la estim ulació n celular, origin a en el organism o u n a invalidez parcial y tem poral q u e se traduce en u n a dism inu ción d e sus actividades vitales (raíz b io q u ím ica); en segundo térm ino , los m ism os efectos nociceptivos, cuand o se ejercen a través de
u n sistem a nervioso, provocan en éste u n "blocaje", u n a inhibición ,
o interceptació n del paso de los im pulsos, qu e priv a de su h ab itu a l
estim ulació n a los centros nerviosos superiores (corticales) y paraliza, así, los arcos aferentes (sensitivos) y eferentes (m otores) dejando al ser suspendid o y angustiado; es decir, reducid o a m ero p u n to
psíquico, sin volum en n i iniciativ a personal. E n tercer térm ino, em pero , aparece u n a prim era reacción defensiva contra ese efecto, consistente en el refuerzo de los dispositivos propulsore s de la traslación ,
p ara em prender la h u id a o alejam iento , en sentid o opuesto a l de la
acción nociceptiv a (d a ñ in a ) ; m as este alivio se ve contrapesad o
p ro n to , n o sólo p o r la m aterial im posibilida d de realizar la h u id a
(ausencia de escape geográfico, coacción m oral del am biente, falta
de energía para vencer la inhibición de las vías m otrices correspondientes, etc.) sino porque, en virtu d de u n proceso de condicionalización refleja negativa, aum entan rápidam ente los estím ulos fobí-

26

EMILIO MIRA

Y LÓPEZ

genos. El hom bre sufre entonces no solam ente el m iedo ante la situación absoluta, concreta, presente y dañina, sino ante cuantos
signos quedaron asociados a ella y ahora la evocan; sufre asim ism o
ante la ineficiencia de asegurar su h u id a ; o ante el conflicto (ético)
qu e se le engendra al considerar que ella tendrá peores, efectos q u e
los q u e trata de evitar. F inalm ente, surge el m ied o im aginario
-- cuarta y peor de sus m odalidades-- ocasionada po r una presunció n
analógica y fantástica, que lleva al hom bre al temor de lo desconocido y, singularm ente , al m iedo de lo inexistente y de lo inesperado ;
culm inando todo ello en el m iedo y la angustia ante la cara cóncava
de la realidad : L A NADEDAD.
Pues bien ; todos esos factores son causas integrantes de nuestro
m iedo ; pero los motivos, es decir, los influjos q u e nos hacen sentir, en
u n m om ento dado , atenazado s po r sus m últiples tentáculos, son
m uchos m ás; casi podría afirm arse q u e son infinitos, si se tom an
com o tales los objetos, seres o conceptos que (por algun a conexión
asociativa con los m otivos prim itivos) son capaces de desvelarlo y
reactivarlo . Im porta señalar ahora un a fundam ental distinción :
m ientras los m otivos son, generalm ente , extrínsecos, es decir, ajenos
a la estructura general, las causas son, siem pre, intrínsecas, es decir,
propias de dicha estructura. A quéllos son el fulm inante y éstas son
la pólvora.
Motivos por carencia .
U n grup o de m otivos del m iedo puede ser calificado com o n e gativo, o sea, p o r carencia: cuando el ser necesita vitalm ente algo, lo
busca y n o lo encuentra , siente la frustració n de sus esfuerzos y
agota, redoblándolos, su energía. Entonces surge la sospecha --y
luego la creencia-- anticipadora del fracaso o renuncia en la consecución de lo buscado y, si esto resulta básico para la prosecución
de la vida personal, el ser n o sólo sentirá disgusto, tristeza o decepción (fórm ulas leves y disim uladas -- m arginales apéndices de nuestro gigante-- ) sino q u e sufrirá el zarpazo directo del m iedo. Es
así com o el cam inante descarriad o siente m iedo a m orir de ham bre
y de sed; cóm o el obrero en paro forzoso siente m iedo de no poder
sostener su fam ilia; cóm o el n iñ o siente m iedo de la obscuridad y la
soledad; cóm o, todos nosotros, sentim os m iedo po r la sLnple caren-

CUATRO

GIGANTES DEL ALM A

27

cia de los m edios (dinero , cariño , salud, etc.) de q u e nos valem os
p a ra poder seguir viviendo. Ese m ied o producido po r la im presión
del real o supuesto "desam paro" es, a veces, totalm ente in ag u an ta ble, p o rq u e n o tiene u n objeto que, al fijarlo, lo justifique. P re cisam ente esa carencia, esa incom pletud, esa nada parcial, contra la
q u e n o cabe ad o p ta r un a postura concreta de defensa ni de ataq u e ,
puede, a su vez, no existir en verdad . Q uiere ello decir que el sujeto se asusta ante su creencia de que carece de algo que en realidad
tiene, Y el caso m ás típico es el de m uchos adolescentes (y de adultos em ocionalm ente adolescentes) que viven angustiado s y tortu rados po r creerse q u e carecen de valor (ánim o, valentía, co raje);
tales sujetos nos presentan el m ás curioso de los m otivos del m iedo
cuando , po r azar, se olvidan de tal carencia y, retrospectivam ente ,
se dan cuenta de que se com portaro n bien en un a situación de em ergencia. T a n habituado s están a ser pusilánim e s q u e ese brusco cam b io los asusta doblem ente y "se horrorizan entonces ante la idea d e
sufrir la carencia del m iedo". Surge así la paradoja de q u e se atemorizan porque no se atemorizan. Y nuestro negro gigante goza de la
posibilida d d e utilizar, en ausencia, su p ro p ia som bra.

M otivo s por insuficiencia .

U n a variante, m itigad a y cualitativam ente distinta, del g ru p o
anterio r nos la d a n los m otivos q u e podem os englobar bajo la denom inación de este acápite y, tam bién , con el térm ino de "m inusvalencia", siguiendo la term inología adleriana.
En efecto, son legión las personas que sufren m ás de la cuenta
y pagan excesivo trib u to al m iedo po r creerse deficientes o inferio res al prom edio de sus sem ejantes en la posesión de tal o cual
carta de triunfo en la vida. Esas personas desarrollan el célebre
"com plejo de inferioridad" y adquieren un a actitud encogida y tím ida, cualesquiera q u e sean las circunstancias qu e las rodean.
M uch o cabría escribir acerca del d añ o q u e algunos térm inos
m édicos y otros térm inos psicológicos han hecho, en este aspecto,
a quienes los leen sin com prenderlo s bien. P orque, po r ejem plo,
en este aspecto, es frecuente observar personas inteligentes q u e acuden al psicoterapeuta en dem anda de q u e les libre de su com plejo de
inferioridad , com o si se tratase de u n algo ajeno a ellos -- una espe-

28

EM ILIO

MIRA

Y LÓPEZ

cié de tum or psíquico-- q u e pudiese ser elim inado con las pinzas del
psicoanálisis de u n m od o sem ejante a com o el dentista saca u n a m uela. (T ales ingenuos n o se dan cuenta de qu e lo que se precisa hacer
con ellos es darles u n nuev o criterio para enjuiciarse y enjuiciar su
m isión y su destino en la vida, tras de lo cual vendrá suavem ente y
po r añ ad id u ra el dom inio de los m edios instrum entale s [estrategia
de la co n d u cta ] que les aseguren el éxito, profesional, sexual o
so cial).
Fácilm ente se com prend e la diversidad de este grup o de m o tivos: insuficiencia cultural, estética, económ ica, psicológica, práctica, etc. C ada u n o de esos títulos incluye m u ltitu d de posibles factores de tem or, m as en todos asom a, tras la cortina, el m an to del seg u n d o gigante q u e p ro n to estudiarem o s (ahora disim ulad o bajo la
form a de im pulso de afirm ación del prestigio ) .
D e todas suertes y cualquiera sea el sector de la conducta en
q u e se localice esta estim ación de la autoinsuficiencia , interesa señalar q u e su acento cae invariablem ente en la vertiente del "hacer" y
apenas si roza la del "saber" o la del "valer". Es así com o, po r
ejem plo, u n o de tales insuficientes dice: "yo sé bien lo q u e tengo
q u e hacer y estoy convencido d e q u e valgo, com o artista, pero hay
veces q u e no puedo demostrarlo y esto es lo q u e m e angustia y hace
q u e m e sienta asustado cada vez q u e h e de actuar". A qu í tenem os
expresad a la fam osa "P eur d e l'action " (P ierre Jan et) en la que,
propiam ente, intervien e m ás el m ied o del "fracaso en conseguir el
éx ito " q u e el m ied o de la acción m ism a. Y siendo esto así, n o hay
d u d a de que el sufrim iento está entonces m ucho m ás m otivad o po r
la vulneració n del llam ado am or propio , con la derivada presentación del gigante rojo (la ira contra sí m ism o) q u e po r la auténtica
presencia del m iedo .
M otivos conflictivos.
N uestro gigante acude presuroso a realizar su horrible trabajo
tan p ro n to com o surge en el ám bito personal u n a situación conflictiva, q u e es, en realidad , determ inada po r u n a excesiva aportació n
de tendencias m otivantes, o sea, po r u n a superabundancia de pautas
de reacción , todas asociadas a la presente constelación de estím ulos y

CUATRO

GIGANTES DEL ALM A

29

ningun a suficientem ente superpotente com o p ara desplazar a las dem ás y apoderarse d e las vías m otrices, im poniendo la acción q u e , en
potencia, sirve y representa.
E n tales condiciones, en la conciencia personal surgen coetáneam ente diversos propósito s de solución y, m ientras en el p lan o
neurológico (neurofisiológico ) se establece la lucha d e im pulsos
efectores, p ara vencer la resistencia sinapsial d e la vía m otriz final
("B attle for th e final com m on p a th " , m aravillosam ente descrita p o r
S herrington ) el sujeto se confiesa q u e "n o p u ed e decidir cuál de
sus acciones sería la m ejor". Es así com o surge la duda, no teórica,
sin o práxica (entiéndase práctica) y tironeado contradictoriam ente
p o r im pulsos equipotentes e incom patible s d e sim ultánea descarga
exterior, el p o b re "Y o" siente desorganizarse y desintegrarse su conducta, perder su seguridad y su aplom o y caer, paulatinam ente , en tre los tentáculo s del m iedo.
Se da así la paradoja de q u e u n exceso de posibles reacciones
a n te la situació n es ta n perjudicial com o u n a carencia previa d e
ellas, p o rq u e , en definitiva, la lim itación de los medios mecánicos
(actos m usculares) obliga a elegir solam ente u n a y ello retrasa su
ejecución de u n m od o enteram ente análogo a com o cuand o diversas
personas se em peñan en salir sim ultáneam ente po r u n a p u erta estrecha se m achucan y no consigue salir nadie.
D e aq u í q u e las personas q u e tienen u n a ab u n d an te vid a intelectual p ro p en d a n a ser dubitativa s y a m ostrarse m uy cautas en su
conducta o, p o r el contrario , ex h ib an , a veces, im pulsiones desproporcionadas aparentem ente (pero explicables po r un a supercom pensación de sus habituale s indecisiones).
D e aqu í tam bién q u e cuand o alguien vive un tiem po m ostrán dose anorm alm ente asustadizo y m iedoso, sin q u e haya m otivos externos q u e lo expliquen , q u ep a pensar en q u e ello tiene u n a m otivación ín tim a y es debido a u n conflicto entre diversas pausas de
reacción , q u e no pueden realizarse n i ser inactivadas, conduciend o
así, en definitiva, a un a debilitació n progresiva de la autoconfianza
in d iv id u al.
Esos "ovillos psíquicos" precisan, p ara ser desenm arañados, la
cap tu ra del cab o inicial q u e , a veces, se h alla m uy distante en la
línea tem poral retrospectiva, según verem os al ocuparnos, luego, de
la psicoterapia del m iedo .

30

E M IL IO

M IR A

Y

L Ó PE Z

Estímulos, objetos o "agentes" del miedo.
D esde un p u n to de vista teórico, el m iedo ejerce su dom inio
sobre todo cuanto existe en el ám bito psicoindividual. C ualquier
d ato , im agen, idea o im presión vivencial pued e convertirse (directa
o indirectam ente ) en un estím ulo servidor, su objeto o agente. Es
así com o hom bres geniales h a n sentid o m iedo a n te cosas tan aparentem ente inofensivas com o u n a m anzana (B yron), u n a cuchara
(Strindberg ) o u n lazo de seda (F la u b e rt) . A tales m iedos se acostu m b ra denom inarlo s "supersticiosos" y en determ inada s com arcas
se generalizan , dand o carácter terrorífico a u n sinfín de seres y acontecim ientos naturales inofensivos, pero qu e son considerados com o
"presagio " de algo m alo (el canto del gallo antes de hora, el trip le aullid o nocturn o de u n perro , dos curas de espaldas, el núm e- ro
13, etcétera). N o obstante, hay algunos factores m otivantes q u e po r
su carácter de m áxim a difusión en grandes círculos culturales y su
persistencia a través de todas las épocas, es preciso considerar com o
fundam entales o principales estímulos fobigenos y merecen q u e nos
detengam os u n poco en su enum eració n y análisis. Em pecem os, pues, por el m ás genérico de ellos:
EL

DOLOR

El m ied o al dolo r es tan generalizad o q u e q u ie n n o lo siente
pasa po r ser anorm al. El dolo r -- analizado por nosotros con la
m erecida extensión en nuestro lib ro Problemas Psicológicos Actuales :-- es un a im presión o vivencia desagradable, qu e pued e variar,
en su intesidad , desde la sim ple m olestia hasta el insoportable sufrim iento , y en su form a, desde u n a puntiform e e instantánea irritación (pinchazo de la inyección hipodérm ica , por ejem plo) hasta
u n global y perm anente desgarram iento de las entrañas. H ab lan d o
con precisión , lo qu e tem em os n o es tan to el dolor en sí com o el
sufrim iento q u e generalm ente determ ina ; pues hay casos --no tan
infrecuentes com o m uchos creen-- en los qu e la im presión sensitiva
dolorosa es, paradó jicam ente , voluptuosa y placentera; tal ocurre
con las excitaciones dolorosas a las que voluntariam ente se som eten,
i E ditor "E l A teneo", B uenos A ires.

CUATRO

GIGANTES DEL ALM A

31

para aum entar el placer sexual, las personas denom inadas masoquistas. Pero com o no es nuestro intento reproducir, ni siquiera sintetizar, lo q u e aillf expusim os, aceptarem o s la igualdad : D olor = Sufrim iento . Siendo así, es evidente que el dolor es u n o de los m ás
efectivos estím ulos fobígenos, tan to para los dem ás anim ales superiores com o pura el hom bre. Éste y aquéllos m uestran en su conducta, sim ultáneam ente , los efectos, prim ero excitantes (ligados a
violentas reacciones defensivoofensivas) y luego inhibitorios (sometidos, ya, a la acción p u ra del m iedo y del "shock" que precede al
colapso) de todas las vivencias (sensitivas) dolorosas.
R esulta interesante ver que la prim era m anifestación que sigue
a la aplicació n de u n estím ulo "algógeho " (provocador de dolor)
en cualquier lugar del cuerpo hum an o es la m ism a brusca contracción y retracció n (instintiv a o autom ática) qu e vim os producirse
en el neonato al qu e sustrajim os la base de sustentación , dejándole
caer, u n a fracción de segundo, en el aire. A u n antes de que el sujeto
sienta --en form a de dolor-- la "señal de la alarm a consciente" qu e
le advierte de la acción alterante y dañin a del estím ulo, ya ha reaccionado ante éste, tratand o de dism inuir su superficie de contacto
con él. Inm ediatam ente después, se producirá n los reflejos de huid a
(o separación del cuerpo y el estím ulo) gracias al em pleo predom in an te de los m úsculos extensores. Esto es de singular im portancia,
pues nos m uestra cóm o los mismos reflejos (series o cadenas de reflejos q u e sirven a u n determ inado acto vital) q u e interviene n en
la defensa contra el dolor son los que sirven para la defensa contra
el m iedo . Y si forzásem os u n poco la realidad, sin alterarla substancialm ente , podría agregarse q u e son, tam bién, los m ism os que inician las acciones ofensivas de la ira (según se com prueb a perfectam ente en el esi:adio del pánico furioso, com o verem os m ás a d e la n te ) .
Sin duda, el m iedo al dolor q u e siente el hom bre n o deriva
solam ente del sufrim iento que éste le inflige sino, tam bién, de qu e
im aginativam ente anticip a las consecuencias dañinas, locales, del
estím ulo algógeno. Si fuese posible q u e se nos asegurase de antem an o q u e el dolor n o tiene otro efecto m ás q u e el inm ediato y si, a
la vez, se nos garantizase q u e n o va a u ltrap asa r u n a determ inad a
intensidad, es casi seguro q u e desaparecería en gran p arte nuestro
tem or ante él: tal ocurre, por ejem plo, con los dolores q u e provoca
u n m édico o cirujan o d u ran te su exploración , o con los qu e voluntariam ente sojaortan m uchas personas, en aras de ganar la "lín ea "

32

EM ILIO

MIRA

Y LÓPEZ

corporal de m oda. El "coeficiente de aprensión" q u e acom pañ a u n
dolo r determ inado (y condicion a la reacción m iedosa ante él) depende, pues, n o tan to de sus propias características sensitivas com o
d e la interpretación que se dé al proceso orgánico o nervioso q u e
lo provoca.
E n este aspecto conviene advertir q u e , en general, todos los
objetos, estím ulos o agentes tem idos lo son m uch o m ás p o r el d añ o
qu e se supone pueden ocasionar qu e po r el q u e realm ente están haciendo, en u n m om ento dado. Y ello se debe a q u e nuestra reacción
personal se orienta, siem pre, po r u n presente psíquico (im aginario prospectivo) q u e n o es el presente cronológico, o sea, q u e n o corresponde al instante m ism o en q u e se vive. D el propio m odo com o las
reacciones del autom ovilista no se orientan d e acuerdo con el cam ino que tiene bajo las ruedas de su vehículo, sino en consonancia
con el q u e ve a unas cuantas docenas de m etros ante él.
LA

PENA

L ógicam ente, las penas h ab ría n de ser m ás tem idas que los dolores, pues n o solam ente pro

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