Las emociones son concebidas como rasgos constitutivos no de los individuos sino de sus relaciones (Barriga, 1986; Gergen, 1992). No sólo son vividas sino que son socioconstruidas, según la estimación de Averill (1988), dado que están influidas por los vocabularios afectivos y motivacionales mediados por la acción de ideologías sociales, como estándares de legitimación social, mediante las que se definen las representaciones sociales sobre los afectos y sobre el amor como arquetipo sentimental por antonomasia (Jiménez Burillo, Sangrador, Barrón y Yela, 1995; Sangrador y Yela, 2000; Yela, Jiménez Burillo y Sangrador, 2003). El concepto de amor romántico, como idealización del arte de amar, está enraizado en las actitudes individuales y en las representaciones sociales al uso e interrelacionado con mitos y paradojas románticas y se construye, en parte, mediante los procesos de socialización romántica (Ferrer, Bosch y Navarro, 2010; Yela, 2003). Es valorado como un sentimiento vital, siendo conceptualizado como una de las emociones más intensas y deseables, según Sternberg (1989). El calificado por Giddens (2000) como amor confluente, por oposición al amor romántico, conlleva una idea de intimidad que contraviene la idea de la entrega incondicional y permanente. Semejante amor líquido (Baumann, 2005) permanece vinculado al cambio social y a las condiciones postmodernas manifestadas en transformaciones estructurales de la vida social relacionadas con la conducta amorosa, tales como la reorganización de la vida doméstica, los roles de género, las relaciones paterno-filiales y el comportamiento sexual, según el análisis de Crego (2004).
Del comportamiento amoroso se derivan múltiples implicaciones sobre el bienestar físico, psicológico y social y, específicamente, la pareja constituye una fuente de satisfacción psicosocial, estando relacionada la calidad de las relaciones de pareja a los estilos de apego de los individuos (Gómez Zapiain, Ortiz y Gómez-López, 2011). Tales interpretaciones de los afectos en las relaciones de pareja están influenciados por variables socioculturales con profunda raigambre histórica (véase Barrón, Martínez-Iñigo, De Paul y Yela, 1999; Ferrer, Bosch y Navarro, 2010). Las nuevas formas de relación amorosa y sus conflictos son una de las señas identificativas del normal caos en el amor, en los términos expresados por Beck y Beck-Gernsheim (2001).