Psicología.com. 2018 VOL 22
Artículo de investigación
Desarrollo de la personalidad en adolescentes víctimas de
abuso sexual infantil: abordaje psicoeducativo
Marina Camacho Rubio e Inmaculada Méndez*
Universidad de Murcia
*Autor de Correspondencia: Inmaculada Méndez Mateo. Facultad de Psicología. Universidad
de Murcia, Campus de Espinardo, 30100. Espinardo, Murcia, España.
Resumen
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La adolescencia es un periodo de desarrollo y crecimiento en el que se incluye el
asentamiento de los rasgos de personalidad del individuo. Niños y adolescentes son
vulnerables a sufrir abuso sexual infantil, más aun si no son informados en su centro educativo
y si se encuentran sin redes de apoyo o en un contexto familiar desfavorable. El abuso sexual
infantil puede tener graves consecuencias psicológicas y afectar al desarrollo de la
personalidad. Este estudio propuso que debían existir diferencias significativas entre la
personalidad de adolescentes que habían sufrido abuso sexual infantil y la personalidad de
aquellos que no. Para comprobarlo se administró a ambos grupos de participantes el
cuestionario de personalidad 16PF-AQP de Cattell. Los resultados revelan que los
adolescentes abusados sexualmente tienen una menor Estabilidad emocional y Apertura al
cambio y una mayor Ansiedad. Por lo tanto, se comprobó que existen diferencias en la
personalidad de los adolescentes abusados sexualmente respecto a los no abusados. Estos
datos arrojan luz sobre una cuestión poco estudiada como es la personalidad adolescente y,
en concreto, de adolescentes que han sufrido abuso sexual. Además pueden ser útiles para
tenerlos en cuenta en los programas psicoeducativos de intervención de esta problemática.
Palabras
clave:
Abuso
sexual
infantil,
personalidad,
adolescencia,
intervención
psicoeducativa, psicología del desarrollo, educación..
Abstract
Adolescence is the time for development and growth in which personality traits are formed.
Children and adolescents likely to suffer childhood sexual abuse, even more if they are not
informed about it in their schools and if they are not provided with support or if they are in a
maladaptive family. Childhood sexual abuse can have severe psycho-logical consequences and
may influence personality's development. This study proposed that there can be significant
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differences between the personality of adolescents who had suffered childhood sexual abuse
and the personality of those who hadn't. In order to confirm this, the 16PF-AQP personality
questionnaire by Cattell was administered to both groups. Results reveal that sexually abused
adolescents show less Emotional stability, Openess to change and more Anxiety .It was
confirmed that there are differences between sexually abused adolescents' personality and
the personality of those who haven't been sexually abused. The results contribute to the
research on adolescents' personality and, more specifically, on the personality of those who
have been sexually abused. They may also be useful for the psychoeducational intervention
programs on childhood sexual abuse.
Key Words: childhood sexual abuse, personality, adolescence; psychoeducational
intervention, developmental psychology, education
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INTRODUCCIÓN
La adolescencia se caracteriza por una serie de cambios físicos, psicológicos y sociales desde
la aparición de los primeros signos de la pubertad (Iglesias, 2013). En la adolescencia se
constituyen las características de la personalidad más relevantes y se desarrollan las destrezas
necesarias para desenvolverse de manera independiente en la vida adulta (Cerezo y Méndez,
2009). Las características y estilos que conforman la personalidad son relativamente estables.
Su estructura se puede dividir en rasgos de personalidad, que son estables, y elementos
cognitivos y afectivos, más dependientes de la situación y, por tanto, cambiantes (Bermúdez,
Pérez-García, Ruiz, Sanjuán y Rueda, 2011). Así, los rasgos de personalidad se entienden como
predisposiciones a comportarse y reaccionar de una misma forma o de acuerdo a un patrón
determinado (Molina, Inda y Fernández, 2009). El estudio de los factores de personalidad en
niños y adolescentes ha sido poco estudiado y sobre todo a través de las evaluaciones de
terceras personas y rara vez mediante el uso de cuestionarios (Romero, Luengo, GómezFraguela y Sobral, 2002).
El abuso sexual infantil se considera una de las formas más graves de maltrato hacia menores
de 18 años (Guerra y Farkas, 2015). Se define como "cualquier tipo de actividad con un niño
que esté destinada a proporcionar una satisfacción sexual a uno de los padres, un cuidador o
cualquier otro individuo que tenga alguna responsabilidad sobre el niño" (American
Psychiatric Association, 2014, p.718). De acuerdo con esta definición, algunos autores han
propuesto diferencias entre abuso sexual, ataque sexual y explotación sexual. El primero es
producido por el cuidador del menor, mientras que en el ataque sexual el agente es un
desconocido y la explotación implicaría el uso del menor como mercancía sexual (Lago y
Céspedes, 2006). Sin embargo, la literatura parece no acordar una definición universal
(Drerup, McCord y Aydlett, 2013). Por lo que se trata de un problema complejo en el que
convergen diversos factores tanto individuales, familiares y sociales como culturales.
Teniendo en cuenta la variabilidad existente en cuanto a la definición del concepto, no es de
extrañar que las tasas de prevalencia del abuso sexual infantil varíen notablemente entre
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estudios. Algunos autores abogan por el término "victimización sexual" con el fin de integrar
todas las formas de violencia vinculadas al ámbito de la sexualidad que puede sufrir un menor
(Pereda, Abad, Guilera y Arch, 2015). Si solo se considera como abuso sexual la penetración,
entre el 1.3% y el 28.7% de mujeres habrían sufrido abuso sexual en la infancia, frente al 1.1
% y el 14.1% de víctimas masculinas. Ampliando la definición a otras formas de abuso sexual,
la cifra ascendería entre el 8% y el 62.1% en mujeres y desde el 3% hasta el 29% en hombres
(Drerup et al, 2013). En España, el primer estudio de prevalencia del abuso sexual infantil
reveló una incidencia del 19%, ligeramente superior en mujeres (22%) que en hombres (15%)
(López, Carpintero, Hernández, Martín y Fuertes, 1995). Cabe añadir que la evidencia sostiene
que en los estudios en los que se pregunta directamente a los menores sobre sus vivencias,
se encontraron porcentajes muy superiores de victimización sexual en comparación con los
datos obtenidos por parte de las estadísticas oficiales, donde no se reflejaban los casos que
no habían sido denunciados (Pereda, 2016; Pereda et al., 2015). De acuerdo con esto, se cree
que solo en el 50% de los casos los menores revelan el abuso; solamente el 15% denuncia a
las autoridades y únicamente el 5% se encuentra ya en disposición judicial (Echeburúa y
Corral, 2006).
En la adolescencia, el abuso sexual ocurre con más frecuencia en el momento en el que
empiezan a aparecer signos visibles del comienzo de la pubertad, siendo este periodo cuando
las niñas son especialmente vulnerables (Berger, 2015). Las niñas suelen tener
aproximadamente el doble de riesgo que los niños de ser abusadas sexualmente, y a menor
edad (González, Ramos, Vignau y Ramírez, 2001). Esta problemática también se asocia al
hecho de padecer una enfermedad mental, una discapacidad, retrasos en el desarrollo;
familias monoparentales o reconstituidas, estilos autoritarios y conflictivos, que sean caóticas
y desestructuradas y que consumen drogas (Cortés, Cantón-Cortés y Cantón, 2011; Echeburúa
y Corral, 2006; Lago y Céspedes, 2006; Moran, Coffey, Chanen, Mann, Carlin y Patton, 2011).
De esto se puede extraer que la personalidad del menor, junto a las características de su
contexto social, juega un papel importante al predisponer a ser víctima del abuso.
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El abuso sexual infantil supone un factor de riesgo en el desarrollo de trastornos mentales
(Moran et al., 2011). La quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales (DSM-5) lo incluye entre otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica
por su capacidad para influir en el curso y el pronóstico de un trastorno mental (APA, 2014).
Consecuentemente, la incidencia de trastornos mentales es superior en las víctimas de abuso
sexual infantil, incluyendo trastornos afectivos, trastornos de ansiedad, trastornos de
dependencia y abuso de sustancias, disfunción sexual, baja autoestima, inhibición, problemas
generales de comportamiento, comportamiento autolesivo y agresión (Drerup et al, 2013) así
como trastorno de estrés postraumático e incluso el suicidio (Lee y Song, 2017).
El abuso sexual infantil, al igual que la vivencia de otras situaciones adversas tempranas,
interfiere en el desarrollo de la personalidad de forma significativa y a largo plazo (Hengartner
et al., 2015). Este efecto se ve potenciado por el hecho de que la estructura de la misma aún
está consolidándose. Esta es la razón por la que el estudio de la personalidad en la
adolescencia es especialmente relevante, y una actuación en ese periodo podría prevenir el
desarrollo de determinados problemas en la vida adulta (Molina et al., 2009). La literatura ha
tratado de determinar si existen diferencias en la personalidad de las víctimas de abuso sexual
infantil en comparación con el resto de la población. Numerosos estudios han buscado
diferencias en los cinco factores personalidad, encontrándolas en Neuroticismo, Extraversión
y Apertura a la experiencia. El factor Neuroticismo-Estabilidad Emocional es el que parece
tener la mayor relevancia en cualquier forma de abuso (físico, psicológico y sexual),
encontrándose valores superiores en Neuroticismo en todos ellos (Hengartner et al., 2015;
Lee y Song, 2017; Pickering, Farmer y McGuffin, 2004).
Así, estas personas se describían a sí mismas como más propensas a preocuparse, estar
nerviosas e inseguras. De acuerdo con Lee y Song (2017), el Neuroticismo podría mediar entre
el abuso sexual y la gravedad de la sintomatología depresiva posterior. Cuanto mayor sea el
nivel de Neuroticismo reportado por el adulto que ha sufrido abuso sexual en la infancia, es
más probable que sea mayor la sintomatología psicológica que presenta. Por otra parte, para
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algunos autores, el abuso sexual infantil es predictor de una alta puntuación en el factor
Extraversión (Pickering et al., 2004).
La evidencia también ha encontrado puntuaciones significativamente mayores en la escala de
Apertura a la experiencia en las personas víctimas de abuso sexual infantil. Así, estas personas
tendían a describirse a sí mismas como curiosas, creativas, imaginativas y poco tradicionales
(Drerup et al., 2013). De hecho, se ha encontrado una posible asociación entre el abuso sexual
en la infancia y el poseer unos gustos e intereses inusuales (Pickering et al., 2004). Todo esto
podría relacionarse con el similar factor de personalidad del 16PF-APQ de Cattel (2001) que
recibe el nombre de Apertura al cambio. También se han encontrado en estas víctimas de
abuso sexual infantil diferencias en ansiedad e Imagen pobre de sí mismo. Asimismo, dado
que el abuso sexual infantil se relaciona con la aparición de síntomas de ansiedad, cabe
esperar que en los cuestionarios de personalidad en los que se incluye la Ansiedad, como otro
constructo a tener en cuenta, las puntuaciones en este factor en las víctimas de abuso sexual
sean mayores. De hecho las personas que han sufrido abuso sexual se encuentran con una
probabilidad hasta cinco veces mayor que el resto de la población de padecer algún trastorno
de ansiedad, como el trastorno de ansiedad generalizada, las fobias, el trastorno de pánico o
el trastorno obsesivo compulsivo (Cortés et al., 2011). Por otro lado, Whealin y Jackson (2002)
encontraron en las víctimas de abuso sexual un autoconcepto académico más bajo, una peor
autoestima en cuanto a la apariencia física, ansiedad por el cuerpo y una baja autoestima
global. La asociación entre este tipo de abuso y una baja autoestima, podría guardar relación
con el factor de personalidad Imagen pobre de sí mismo.
No todas las víctimas de abuso sexual infantil presentan problemas a largo plazo (CantónCortés, Cantón, Justicia y Cortés, 2011). Varios estudios han encontrado un número
significativo de menores que, aun habiendo sufrido abuso sexual, presentan pocos síntomas
o incluso ninguno. Esta cifra oscilaría entre el 25 y el 36% (Drerup et al, 2013). Estos datos
pondrían de manifiesto que existen diferencias en el ajuste psicológico de las personas que
pueden conducir a que, ante la misma situación, un individuo desarrolle o no sintomatología
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psicológica. De hecho, algunos estudios sugieren que los factores cognitivos de la víctima
podrían tener un mayor peso en su ajuste psicológico que las propias características del abuso
sexual infantil que sufrió (Cantón-Cortés et al., 2011).
Cabe esperar, por tanto, que determinados factores protectores del desarrollo de esta
sintomatología justifiquen en mayor o menor medida las diferencias en el ajuste de estas
personas. Factores que podrían consistir en determinadas características de personalidad de
estos menores, que los harían más resilientes al poseer ciertas características psicosociales o
habilidades de afrontamiento que les ayudarían a lidiar con tal situación adversa. La
Extraversión y la Estabilidad emocional podrían ser elementos protectores del desarrollo de
sintomatología tras una experiencia de abuso, en concreto, de tipo depresivo (Lee y Song,
2017).
La literatura se ha centrado tradicionalmente en el estudio de la personalidad en víctimas ya
adultas que sufrieron abuso sexual en la infancia. Escasos autores se han dedicado a este fin
en la población adolescente. Sin embargo, la adolescencia puede ser el momento idóneo para
estudiar estas diferencias en personalidad. Primero, porque en este periodo la personalidad
aún está consolidándose, por lo que la intervención temprana sería de gran utilidad. Segundo,
porque estos rasgos de personalidad también pueden jugar un papel importante en el inicio
de conductas de riesgo posteriores al abuso sexual infantil y esta misma intervención evitaría
su aparición. Tercero, por la cercanía de los sucesos en el tiempo en comparación con los
estudios sobre la población adulta. Por todo ello, se hace necesario investigar sobre la
personalidad de los adolescentes que han sido abusado sexualmente, con el objetivo de que
los resultados puedan ser incorporados a los programas de prevención, detección e
intervención. El objetivo general del estudio fue el de averiguar si existían diferencias
significativas en los rasgos de personalidad entre los adolescentes que habían sufrido abuso
sexual infantil y aquellos que no habían sido víctimas.
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MÉTODO
Sujetos
Esta investigación se llevó a cabo con un total de 121 participantes: 70 procedentes de un
centro de psicología y trauma de Murcia y 51 procedentes de un centro educativo de Murcia.
De estos participantes, se descartaron los que no cumplimentaron adecuadamente el
cuestionario, de manera que se imposibilitó su corrección. En cuanto al sexo, el 73.6% eran
mujeres.
Los participantes del centro de psicología tenían entre 13 y 17 años y los participantes del
centro educativo entre 14 y 16 años. Así, la distribución por edad fue la siguiente: tres
participantes de 13 años, 44 de 14 años (23 del centro de psicología y 21 del centro educativo),
41 de 15 años (20 del primer grupo y 21 del segundo), 29 de 16 años (20 de primer grupo y 9
del centro educativo) y cuatro de 17 años.
Por un lado, el centro de psicología y trauma se trata de un centro especializado en la atención
integral del abuso sexual infantil. Entre sus funciones destacan la información,
asesoramiento, valoración, diagnóstico, tratamiento y peritación de casos de abuso sexual en
menores de 18 años, así como la intervención en diferentes ámbitos, con el fin de prevenir el
abuso sexual y reducir las consecuencias negativas derivadas del mismo. Así, se eligió a la
población adolescente que había acudido a este centro para participar en esta investigación.
Por otro lado, se escogió un centro educativo de la misma Comunidad Autónoma (Región de
Murcia), en concreto los grupos que en el curso académico 2016-2017 habían sido
matriculados en 3º y 4º de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Los criterios de inclusión
fueron: que los estudiantes tuviesen la autorización de sus padres o tutores y que, el día de
la administración de la prueba, asistiesen a clase. Así, se excluyeron el resto de cursos del
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centro escolar y los alumnos de los cursos seleccionados que no contaban con la autorización
pertinente.
Instrumento
El 16PF-APQ de Cattel (2001) fue la herramienta que se seleccionó para realizar este estudio.
Schuerger (2001) llevó a cabo la construcción del 16PF-APQ (2001), una versión adaptada a la
personalidad adolescente. Su ámbito de aplicación es de 12 a 19 años. Esta prueba consta de
205 elementos que miden los siguientes factores: estilos de respuesta; 16 rasgos o escalas
primarias (Afabilidad, Razonamiento, Estabilidad emocional, Dominancia, Animación,
Atención normas, Atrevimiento, Sensibilidad, Vigilancia, Abstracción, Privacidad, Aprensión,
Apertura al cambio, Autosuficiencia, Perfeccionismo y Tensión); seis preferencias
ocupacionales, las dificultades cotidianas y las cinco dimensiones globales de la personalidad,
que siguiendo el modelo "Big Five" o de los cinco grandes que se usan en el 16PF-5 (de
adultos) son: Extraversión, Ansiedad, Dureza, Independencia y Autocontrol. Para nuestro
estudio nos hemos centrado en describir las cinco dimensiones globales.
El promedio de fiabilidad de las dimensiones globales de esta prueba es de .82, siendo .85 en
Extraversión, .87 en Ansiedad, .77 en Dureza, .82 en Independencia y .81 en Autocontrol.
Procedimiento
Tras obtener el permiso de ambos centros, los padres o tutores de los menores fueron
informados sobre el estudio y el carácter voluntario de su participación y firmaron un
consentimiento informado. Tras la obtención, la selección de los sujetos fue atendiendo a los
criterios de inclusión mencionados. La administración del cuestionario se realizó de forma
colectiva con una duración entre 45 y 60 minutos.
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Diseño utilizado
El diseño empleado fue un estudio transversal a través de una investigación cuantitativa.
Diseño ex post facto descriptivo.
Análisis de datos
La comparación de medias entre dos grupos independientes se llevó a cabo a través de la
prueba t de Student en el programa SPSS en su versión 19.
RESULTADOS
En lo que respecta a la estabilidad emocional, asumiendo varianzas no homogéneas, se
encontraron diferencias de medias estadísticamente significativas t (94.12)= - 6,033, p=.000.
Así, la media de los participantes del centro educativo (M=60.45; DT=29.24) fue superior a la
centro de psicología (M=30.36; DT =23.83) con un tamaño del efecto bajo-medio (d=-.49).
Estabilidad emocional
70
60
50
40
30
20
10
0
Estabilidad emocional
Centro Psicología
Centro Educativo
Figura 1. Diferencias de medias significativas en Estabilidad emocional entre ambos grupos
de participantes
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En cuanto a la ansiedad, se encontraron diferencias de medias significativas, asumiendo
varianzas homogéneas t (119)= 4.909, p= .000. A este respecto, la media de los adolescentes
del centro de psicología (M=66.17; DT=29.16) fue superior a la media de los estudiantes del
centro educativo (M=41.65; DT=24.07) con un tamaño del efecto bajo (d=.416).
Ansiedad
70
60
50
40
Ansiedad
30
20
10
0
Centro de Psicología
Centro Educativo
Figura 2. Diferencias de medias significativas en Ansiedad entre el grupo experimental y el
grupo de control
Finalmente, tanto en la extraversión como en la imagen pobre de sí mismo y en apertura al
cambio no se encontraron diferencias de medias significativas entre ambos grupos.
DISCUSIÓN
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En el presente estudio se pretendía describir si existen diferencias significativas entre los
adolescentes víctimas de abuso sexual infantil y los adolescentes que no lo son, con respecto
a las variables Estabilidad emocional, Extraversión, Imagen pobre de sí mismo, Ansiedad y
Apertura a la experiencia. El estudio ha permitido evidenciar la existencia de existen
diferencias significativas entre ambos grupos en cuanto a los factores Estabilidad emocional
y Ansiedad. La investigación apunta que las víctimas de abuso sexual en la infancia tienen una
menor Estabilidad emocional. Estos valores de los adolescentes podrían ser de utilidad para
conocer cómo es su vulnerabilidad a sufrir estas consecuencias psicológicas. Así, los
participantes del centro de psicología con las menores puntuaciones en este constructo
tendrían más probabilidades de presentar una sintomatología psicológica mayor. El
Neuroticismo podría mediar entre el abuso sexual y la gravedad de la sintomatología
posterior (Lee y Song, 2017). En cuanto a la ansiedad cabe destacar que las víctimas de abuso
sexual presentaron unos valores más altos que los adolescentes del centro educativo. A lo
largo de toda la literatura sobre el abuso sexual infantil, se ha destacado la ansiedad como
una de las consecuencias clave. De este estudio se puede extraer que existe una mayor
ansiedad en adolescentes que han sufrido abuso sexual en la infancia en comparación con
aquellos adolescentes que no. Así, estos participantes, víctimas de abuso sexual infantil,
tendrían una probabilidad hasta cinco veces mayor que el resto de la población de padecer
un trastorno de ansiedad (Cortés et al., 2011).
En lo referente a la extraversión, la imagen pobre de sí mismo y la apertura al cambio no se
encontraron diferencias de medias significativas entre ambos grupos.
Entre las limitaciones de nuestro estudio cabe tener en cuenta la problemática que plantean
los estudios transversales ya que no podemos saber si la estructura de la personalidad se
formó antes de la historia de abuso infantil, en este caso sexual, o si fue después a
consecuencia de éste (Hengartner et al, 2015). Tampoco podemos determinar si esa
experiencia por sí sola, sin influencia de ninguna otra variable, puede causar trastornos en el
desarrollo de la personalidad de estos adolescentes. Asimismo, no podemos determinar
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claramente un orden temporal ni establecer relaciones causales. Por ello, puede ser que el
haber sufrido abuso sexual infantil altere el funcionamiento y desarrollo de la personalidad
pero también puede ser que el poseer unos rasgos de personalidad específicos sea lo que
predisponga a estos sujetos al abuso sexual. Por otro lado, se ha de tener en cuenta que
puede darse un sesgo debido al tipo del instrumento utilizado, el autoinforme, ya que puede
haber información relevante sin detallar y llevar a una infraestimación de los efectos reales.
Además, los participantes pueden responder de acuerdo a la deseabilidad social, si bien el 16
PF-APQ incorpora una escala que mide si esto ocurre, llamada Manipulación de la imagen.
Otra de las limitaciones de este estudio es la representatividad de la muestra, circunscrita a
una determinada zona geográfica, que restringe el alcance de las conclusiones extraídas.
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CONCLUSIONES
Este estudio aporta más información sobre la escasa base existente con respecto a la
personalidad en adolescentes que han sido abusados sexualmente. Esto puede resultar muy
útil dada la necesidad de intervenir sobre estos jóvenes de la manera más completa posible,
incluyendo todas las variables relevantes pertinentes, teniendo en cuenta el potencial peligro
que suponen las consecuencias del trauma producido por el abuso sexual en la infancia y la
necesidad de evitar la perpetuación de esta problemática. Este abordaje deberá, por un lado,
enfrentarse al obstáculo del secretismo que envuelve este tema a nivel familiar, escolar y
social, y, por otra parte, beneficiarse de los descubrimientos que se hagan sobre factores
amortiguadores del abuso sexual infantil, en cuanto a disminución de la vulnerabilidad a
sufrirlo y prevención de la sintomatología posterior en el caso de que ocurra. En concreto es
de especial interés conocer qué variables intervienen en el proceso de ajuste de las víctimas
con el objetivo de favorecer que no desarrollen, en la medida de lo posible, secuelas
psicológicas (Cantón y Justicia, 2008; Echeburúa y Guerricaechevarría, 2011).
Cabe destacar que desconocemos la capacidad de detección de los programas actuales,
puesto que la publicación de estudios de incidencia nacional es escasa y se remonta a hace
más de diez años, posiblemente debido a la escasez de subvenciones a las investigaciones que
se llevan a cabo (Pereda, 2016). Por ello, con miras al futuro, deberían hacerse estudios sobre
la eficacia de los programas de detección e intervención actuales y continuar en la
investigación sobre si las variables de personalidad nos pueden ayudar a predecir casos de
abuso sexual infantil o contribuir a una mejor intervención del mismo. Igualmente, la
investigación futura deberá incluir además otros tipos de abuso, con el fin último de plantear
una propuesta psicoeducativa a gran escala que, junto a una intervención psicoeducativa,
produzca cambios en la aparición y el mantenimiento de los mismos. Esta intervención
psicosocioeducativa debería definirse en términos de prevención de las situaciones
potenciales de riesgo, teniendo en consideración los factores de riesgo citados, como por
ejemplo, el inicio de la adolescencia o ser mujer. Para llevarla a cabo se necesita voluntad
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institucional, recursos humanos y materiales, coordinación y colaboración multidisciplinar
entre diferentes equipos (como profesores, psicólogos, administraciones y medios de
comunicación entre otros) y participación ciudadana (Fernández, 2013). En concreto, en el
ámbito familiar, debería llevarse a cabo un plan de formación en habilidades que no se
desarrollen correctamente, centrándose en la comunicación y resolución de problemas. En el
colegio, debería fomentarse la cooperación entre profesionales, la implantación de educación
sexual quizá a una edad más temprana, y sobre todo, facilitar información al respecto. En
cuanto al entorno, los medios de comunicación juegan un papel clave en la propagación de
información apropiada para acabar con el estigma social de preguntar dudas acerca del sexo
o desvelar los problemas que se encuentren sobre este asunto. Todas las instituciones deben
asumir los objetivos de aumentar la sensibilización social, formación a profesionales y
evaluación de programas sobre abuso sexual infantil para su prevención e intervención, así
como promover la realización de estudios de incidencia de abuso sexual en las Comunidades
Autónomas, con un registro unificado de casos para tener una visión real de su magnitud en
nuestro país.
Desafortunadamente, y a diferencia de otro tipo de programas como los destinados a
prevenir el maltrato infantil, los programas de prevención del abuso sexual infantil
establecidos se limitan a trabajar con los menores y no suelen incluir a los
padres/madres/tutores, a los que simplemente informan de en qué consiste el proyecto en
el que van a participar estos jóvenes así como de una serie de pautas para que puedan
advertirles de este peligro (Martínez, 2000). Por lo que todos los agentes educativos deben
estar atentos a los indicadores que pueden revelar que un menor ha sido o está siendo víctima
de abuso sexual y valorarlos junto al equipo directivo y de orientación del centro.
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