La bioética o ética de la vida, desde su aparición, deja clara su posición ante la muerte a pesar de ser esta una de sus aristas más polémicas. El concepto muerte ha sufrido históricamente una gran variabilidad, añadiéndosele en la actualidad a los criterios tradicionales de parada cardiorrespiratoria los de muerte encefálica. El establecimiento del programa de transplante de órganos elucida las pautas a seguir ante un paciente que una vez en muerte encefálica se adscriba al mismo, pero de no aplicarse dicho programa o no cumplir el fallecido los criterios de inclusión, ¿qué proceder a seguir sería bioéticamente correcto? Se concluye que sería necesario conjugar, a la luz de los avances de las ciencias médicas y bajo el amparo de la legalidad, otros tópicos como la voluntad del paciente antes de morir y la opinión de la familia una vez habiendo muerto el mismo.