Martínez-Monteagudo MC. Psicologia.com. 2013; 17:6.
http://hdl.handle.net/10401/6171
Revisión teórica
Diversidad familiar y ajuste psicosocial en la sociedad
actual
Family diversity and psychosocial adjustment in the current society
María-Carmen Martínez-Monteagudo1*, Estefanía Estévez2, Cándido Inglés3
Resumen
Los denominados nuevos tipos de familia han dado lugar en las últimas décadas a una
proliferación de investigaciones sobre las repercusiones que la estructura familiar puede ejercer
sobre el funcionamiento familiar y el ajuste psicosocial de sus integrantes. En el presente trabajo
se profundiza en estas asociaciones a partir de la siguiente secuencia expositiva: en primer lugar,
se contextualiza a la familia en su evolución histórica a través de un breve recorrido por los
principales estudios en psicología sobre las transformaciones de las uniones familiares; en
segundo lugar, se realiza una aproximación al concepto y definición de la familia y se analiza la
complejidad de aportar una consideración única que integre todas las agrupaciones familiares
existentes en la actualidad; en tercer lugar, se concreta la diversidad actual de formas familiares
para, finalmente, enmarcar cada tipo de familia con la literatura científica existente sobre el
ajuste psicosocial de sus integrantes, y en particular, sobre las familias monoparentales,
reconstituidas, homoparentales y adoptivas. Los resultados al respecto sugieren que, si bien
algunas estructuras familiares presentan más factores de riesgo frente el desarrollo de
problemas de ajuste en sus integrantes y, especialmente, en los hijos, la clave no parece estar
tanto en la tipología particular como en que se movilicen una serie de recursos que cumplan
unas determinadas funciones indispensables para el bienestar psicosocial de las personas
implicadas.
Palabras claves: Familia, Ajuste psicosocial, Monoparental, Reconstituida, Homoparental,
Adoptiva.
Abstract
The emergence of called new types of family has led in recent decades to a spread of researches
on the influence of family structure on family functioning and psychosocial adjustment of their
members. In the present paper these associations are analyzed in depth from the following order
sequence: firstly, the family is contextualized in its historical evolution through a brief view of
the main studies in psychology on the transformation of family unions; secondly, an approach to
the concept and definition of family is presented, analysing the complexity of giving a single
definition that integrates all family groups existing today; thirdly, the current diversity of family
types is considered and related to the scientific literature on the psychosocial adjustment of its
members, and in particular on single-parent, reconstituted, adoptive and homoparental
families. The results suggest that, although some family structures present more risk factors
against the development of adjustment problems and, especially, in children, the key aspect
does not seem to be the particular type of family, but the fact that the family guarantees certain
resources that meet core functions for the psychosocial well-being of the people involved.
Psicologia.com ISSN: 1137-8492
© 2013 Martínez-Monteagudo MC, Estévez E, Inglés C.
1
Martínez-Monteagudo MC. Psicologia.com. 2013; 17:6.
http://hdl.handle.net/10401/6171
Keywords: Family, Psychosocial adjustment, Single-parent, Reconstituted, Homoparental,
Adoptive.
Recibido: 13/11/2012 Aceptado: 03/01/2013 Publicado: 26/02/2013
* Correspondencia: maria.mmonteagudo@umh.es
1,2y3 Departamento de Psicología de la Salud. Universidad Miguel Hernández de Elche.
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Aunque la preocupación por el estudio de la familia es, sin duda, anterior al siglo XX, es a
comienzos de este siglo, y en particular durante las décadas de los años 20 y 30 cuando
comienzan a proliferar las publicaciones centradas en el estudio de la familia como objeto de
análisis. Algunas de las aportaciones científicas clásicas que promovieron el acercamiento al
estudio de la familia son, por ejemplo, las publicaciones de Burgess (1926) con su libro The
family as a unity of interacting personalities, Cottrell (1933) con el artículo Roles and marital
adjustment, Frazier (1939) con The negro family in United States y Zimmerman y Frampton
(1935) con el libro titulado Family and society: A study of the sociology of reconstruction. Estos
investigadores comenzaron a examinar el sistema familiar como una institución con valores,
conductas, relaciones y sentimientos particulares, con la convicción de que la investigación
científica podría aportar información práctica relevante para el mejor ajuste psicosocial de los
integrantes de la unidad familiar.
Desde entonces y a lo largo de los siglos XX y XXI, el estudio de la familia y de las
relaciones de parentesco han sido temas frecuentemente considerados en Ciencias Sociales
como la Psicología, la Sociología, la Historia y la Antropología (Bestard-Camps, 1991). Cada una
de estas disciplinas se ha centrado en describir, examinar y comprender diferentes aspectos de
la familia, pero todas ellas han llegado a la conclusión general común de la gran dificultad para
definir lo que la familia representa, admitiendo que la misma, lejos de ser universal, está
fuertemente arraigada al momento espacio-temporal en el que se analiza. En otras palabras, un
acercamiento conceptual exhaustivo al término familia requiere de la adopción de una
perspectiva histórica y cultural amplia (Coontz, 2000). La familia no ha significado lo mismo en
la edad antigua, en la edad media o en la edad moderna, como tampoco lo hace en la actualidad
en distintas sociedades. Lo que entendemos por familia es, por tanto, una idea elaborada a
partir de significados compartidos por las personas que conviven en un mismo momento
histórico y cultural (Musitu, Estévez y Jiménez, 2010).
Así, por ejemplo, la elección libre y voluntaria del cónyuge, o la pasión amorosa en la
unión formal entre dos personas, son características que asociamos a la familia de hoy en día,
aunque son de carácter muy reciente y ni siquiera actualmente están presentes en todas las
sociedades (Alberdi, 1999). En una visión retrospectiva resulta más fácil ejemplificar este caso si
pensamos en las familias hebreas, griegas y romanas de los primeros siglos de nuestra era. El
marcado patriarcado característico de esa época influía directamente en la formación de uniones
matrimoniales, cuyo objetivo fundamental era asegurar la continuidad de las líneas familiares a
través de la descendencia directa, al margen de si había o no vínculos afectivos de amor en la
pareja (Bardis, 1964). Siglos más tarde, durante la Edad Media, el amor y el matrimonio seguían
siendo conceptos independientes satisfechos en relaciones distintas como el amante o amado, y
el esposo o esposa con quien se había constituido una unión familiar, quedando la vida conyugal
relegada a los imperativos del cristianismo (Burguière, 1988). De los textos de San Agustín se
desprende la idea de que toda la realidad, y también la familiar, incluyendo las diferencias entre
hombres y mujeres, la demonización de la sexualidad, etc, apelaba a las leyes divinas. A partir
del siglo XVI y durante la denominada Edad Moderna, las relaciones familiares comienzan a
transformarse más profundamente y el vínculo de pareja se torna más íntimo y fundamentado
en el sentimiento, si bien esta revolución fue muy lenta (Ariès, 1987).
No será hasta el siglo XX cuando los cambios industriales, económicos y sociales
desencadenados en determinados países europeos, conlleven importantes implicaciones en la
liberación de la mujer en las esferas económica, psicológica y amorosa, con consecuencias de
gran relevancia en la consideración de la familia (Flaquer, 1999; Worsley, 1977). La gran
revolución de los sentimientos tendrá su apogeo a mediados del siglo XX, cuando los conceptos
de amor romántico, sexualidad, matrimonio y familia se unen. A finales del siglo XX acontecen
otra serie de transformaciones importantes asociadas con las relaciones familiares y de pareja,
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como la legalización del divorcio o la supresión de la penalización por adulterio y contracepción.
Las familias se caracterizan por su diversidad, pero también por la exigencia de compromiso
mutuo, sinceridad y solidaridad entre sus miembros (Alberdi, 1999). La mujer ya no depende
exclusivamente del hombre para llegar a la maternidad, puesto que existen técnicas como la
reproducción asistida que permiten la formación de nuevos tipos de familia monoparentales. De
esta manera, el matrimonio ha dejado de ser el ritual necesario y exclusivo para culminar la
unión de la pareja, puesto que ahora existen nuevas formas de convivencia integradas en el
concepto actual de unión amorosa y de familia.
Además de estas transformaciones acontecidas en las últimas décadas, existen otras como
consecuencia de cambios demográficos, laborales y económicos, como la mayor esperanza de
vida en los países industrializados, la incorporación de la mujer al mundo laboral o el aumento
del promedio de años que los jóvenes permanecen dentro del sistema educativo formal. Estos
aspectos han ejercido una notable influencia en la edad media para contraer matrimonio,
actualmente alrededor de los 30 años en numerosos países industrializados, en el número de
hijos, con tasas que muestran una reducción significativa, y en la presencia de los hijos en el
hogar hasta alcanzada la juventud e incluso la madurez, como consecuencia del retraso de la
vida en pareja y de las dificultades en el entorno laboral para conseguir un trabajo estable y con
una remuneración aceptable (Instituto Nacional de Estadística [INE], 2004, 2009).
Todas estas transformaciones, junto con la diversidad actual de formas familiares,
conllevan una gran dificultad para delimitar una definición precisa e integrante del término
familia, para encontrar una descripción que pueda abarcar toda la variedad de agrupaciones
familiares existentes en numerosos contextos actuales (Gracia y Musitu, 2000). La complejidad
de aportar una definición se hace incluso mayor si se pretenden conciliar bajo un mismo
epígrafe tanto las variaciones históricas y culturales como la realidad contemporánea de
acuerdos de vida conjunta. Hoy en día se ha tomado conciencia de que los cambios demográficos
y sociales acontecidos en las últimas décadas han transformado este concepto, de modo que la
tradicional familia nuclear, como modelo universal, ya no puede entenderse como único punto
de referencia.
Por este motivo, algunos autores plantean que es más correcto referirse a las `familias' en
plural como modo de aceptación de la diversidad actual de formas existentes (Berger y Berger,
1983). Adoptar esta perspectiva supone poner en igualdad a las familias casadas, cohabitantes,
adoptivas, monoparentales, reconstituidas, etc. Tal y como a continuación se analiza, la
complejidad para establecer una definición única fundamentada en la estructura familiar
también ha conllevado que algunos investigadores opten por definir la familia en base a las
funciones que ésta desempeña o a su organización relacional más que estructural (Beutler, Burr,
Bahr y Herrin, 1989; Nardone, Giannotti y Rocchi, 2003). El análisis de esta diversidad familiar
nos permitirá examinar en mayor profundidad las características de ajuste psicosocial de sus
integrantes.
Aproximación al concepto y definición de familia
A mediados del siglo XX, Lévi-Strauss (1949) elaboró un documento clásico en el estudio
de la estructura familiar titulado Structures elementaires de la parente. Este documento
atribuía a la familia tres características principales: 1) tiene origen en el matrimonio, 2) está
compuesta por el marido, la esposa y los hijos nacidos del matrimonio, y 3) sus integrantes
están unidos por obligaciones de tipo económico, religioso u otros, por una red de derechos y
prohibiciones sexuales y por vínculos psicológicos y emocionales como el amor, el afecto, el
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respeto y el temor. Esta definición plantea el problema de afirmar que la familia tiene origen en
la ceremonia matrimonial, un aspecto cuestionable en numerosos contextos actuales y que
soslaya ciertas estructuras sociales con una representatividad creciente como las uniones por
cohabitación o las parejas de hecho. Por otro lado, asumir que la familia debe estar compuesta
por un hombre, una mujer y los descendientes directos de ambos, es una clara renuncia a
considerar la adopción de hijos o las uniones homosexuales dentro de la definición.
La mayoría de definiciones que se han aportado en los trabajos publicados en la segunda
mitad del siglo XX han seguido incluyendo características básicas como la firma de documentos
para la legalización de la unión familiar, o la cooperación en la crianza y educación de los hijos,
como aspectos inherentes a la definición de familia (Giddens, 1995; Gough, 1971). Si bien es
necesario señalar que estas características propias de la denominada familia nuclear continúan
siendo en la actualidad las predominantes, no son las únicas, por lo que es inviable continuar
sosteniendo descripciones de naturaleza tan limitante si pretendemos analizar la familia desde
toda su complejidad.
Más que la composición y estructura de integrantes, lo que verdaderamente destaca en la
familia actual es la progresiva subjetivización de la relaciones y el deseo de autorrealización a
través de éstas, es decir, la conversión de la familia como institución rígida en otros tiempos en
una realidad fundamentalmente psicológica (Otero, 2009). Así, según destaca Otero (2009), no
podemos obviar que la estructura de la familia viene amalgamada con vínculos de afecto y de
convivencia que en muchos casos han tenido que superar ciertos tipos de vínculos, como los
presentados en el Cuadro 1.
Cuadro 1. Superaciones de la familia actual (Otero, 2009)
-
Superación de los vínculos legales: parejas de hecho, convivencia con mayores de edad
sobre los que no se tiene ya tutela...
-
Superación de los vínculos sanguíneos y reproductivos: parejas homosexuales, parejas
con hijos adoptivos, crianza de los hijos del cónyuge con los que tampoco se establecen
vínculos legales...
-
Superación de los vínculos económicos: independencia económica de las mujeres,
dependencia de los hijos durante más años...
-
Superación de los vínculos sociales: valoración positiva de la soltería, normalización de
las familias monoparentales y de las rupturas matrimoniales...
Estas superaciones, junto con las transformaciones sociales a las que aludimos con
anterioridad, han dado lugar a una gran diversidad de estructuras familiares que, a pesar de sus
diferencias en composición, sí presentan ciertas peculiaridades en común como las que ya
apuntó Goode en 1964 y que seguimos considerando vigentes: La familia es la única institución
social, junto con la religiosa, que encontramos formalmente desarrollada en todas las sociedades
conocidas; la familia es la única institución social que cumple conjuntamente una multiplicidad
de funciones relacionadas con aspectos fundamentales para la supervivencia, bienestar y ajuste
de la persona, como la función económica, educativa y afectiva; las responsabilidades inherentes
a los roles familiares difícilmente pueden ser desempeñados por otras personas; las obligaciones
familiares, aun no estando penalizadas formalmente en su incumplimiento, tienen
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consecuencias tan profundamente negativas en sus integrantes y el sistema familiar en general
que la mayoría de personas opta por mantener estos deberes familiares.
En esta línea, el artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1949
establece que "la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la
protección de la sociedad y del estado", destacando ya entonces su excepcional relevancia para
la organización y bienestar de la comunidad. Además de estas características, la familia persigue
unos objetivos particulares adicionales de distinta naturaleza, como la intimidad, la cercanía, el
desarrollo, el cuidado mutuo y el sentido de pertenencia entre sus integrantes. Estos elementos
pueden estar presentes en todos los acuerdos de vida que configuran el nuevo mapa de las
familias actuales y que se analizan, con mayor profundidad, en el apartado siguiente.
Diversidad actual de formas familiares
Los nuevos modelos de familia han ido progresivamente equiparándose a los
tradicionales. Para las generaciones anteriores era más habitual crecer en familias con un padre
y una madre unidos por el vínculo del matrimonio. En la actualidad, aunque esta estructura
familiar sigue predominando en buena parte de las sociedades, la proporción ha disminuido
notablemente en numerosos países (Campo y Rodríguez-Brioso, 2002). Así, hoy en día son
mucho más comunes las uniones con un padre y una madre que cohabitan sin estar casados, o
que conforman familias reconstituidas resultantes de divorcios o nuevas nupcias (Antolín, Oliva
y Arranz, 2009). Además, existe un creciente número de otras estructuras familiares como las
compuestas por un solo adulto o por dos personas del mismo sexo (González, 2000). El cambio
en la composición de las familias de las últimas décadas se debe también, en parte, a ciertas
características propias de este momento histórico cultural, como el retraso en la formalización
de las parejas, el descenso de la fecundidad y el incremento de las separaciones y divorcios
(Campo y Rodríguez-Brioso, 2002).
La distinción de tipos de familia más conocida atiende a los miembros que componen la
unión familiar, y es la que hace referencia a la familia extensa y la nuclear (Musitu y Allat, 1994).
La familia extensa es aquélla que sigue una línea de descendencia y que incluye como miembros
de la unidad familiar a personas de varias generaciones; este tipo de familia supone la máxima
proliferación posible del conjunto familiar como ocurre, por ejemplo, en la sociedad tradicional
china o en numerosas comunidades de etnia gitana. La familia extensa se estructura,
principalmente, a partir de la herencia o legado. La transmisión del legado es la clave de la
familia extensa e incluye la herencia biológica y material, así como el conjunto de características
psicosociales que caracterizan a los miembros de la familia y que los define y diferencia de otras
(Millán, 1996). La familia nuclear constituye un grupo social más reducido, compuesto por el
marido, la esposa (es decir, la pareja unida por lazos matrimoniales) y los hijos no adultos (o
que todavía no han constituido sus propias uniones familiares). Cuando los hijos alcanzan una
edad determinada y forman familias propias, el núcleo familiar se vuelve a reducir a la pareja
conyugal que la formó originalmente; también es posible que otro pariente resida en el hogar,
como los progenitores de los cónyuges.
Aunque en cada etapa de la evolución social han coexistido formas mayoritarias y
minoritarias de familia, la preeminencia de la familia nuclear ha sido una constante, y con
carácter general se puede afirmar que ha existido tanto en los pueblos primitivos como en las
sociedades industriales más avanzadas. De hecho, hoy todavía es el tipo de familia más habitual
en Europa, si bien es cierto que la proporción de hogares que representan este modelo nuclear
ha disminuido considerablemente en las últimas décadas para dar paso a una mayor diversidad
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de formas familiares (Campo y Rodríguez-Brioso, 2002). En el Cuadro 2 se presenta un
esquema de las principales estructuras familiares actuales.
Cuadro 2. Tipología familiar actual
-
Familias nucleares: Están compuestas por los dos cónyuges unidos en matrimonio y sus
hijos.
-
Familias nucleares simples: Formadas por una pareja sin hijos.
-
Familias en cohabitación: Convivencia de una pareja unida por lazos afectivos, pero sin el
vínculo legal del matrimonio. En algunas ocasiones, este modelo de convivencia se
plantea como una etapa de transición previa al matrimonio; en otras, las parejas eligen
esta opción para su unión permanente.
-
Hogares unipersonales: Formados por una sola persona, mujer o varón, ya sea joven
(normalmente solteros), adulta (generalmente separados o divorciados), o anciana
(frecuentemente viudos).
-
Familias monoparentales: Están constituidas por una madre o un padre que no vive en
pareja y vive al menos con un hijo menor de dieciocho años. Puede convivir o no con otras
personas (abuelos, hermanos, amigos...). La mayor parte de estas familias están
encabezadas por mujeres.
-
Familias reconstituidas: Se trata de la unión familiar que, después de una separación,
divorcio o muerte del cónyuge, se rehace con el padre o la madre que tiene a su cargo los
hijos y el nuevo cónyuge (y sus hijos si los hubiere).
-
Familias con hijos adoptivos: Son familias, con hijos naturales o sin ellos, que han
adoptado uno o más hijos.
-
Familias homoparentales: Están constituidas por parejas del mismo sexo: dos hombres o
dos mujeres. Desde 2005 la ley permite en España que se constituyan también en
matrimonio legal. La pareja puede vivir sola, con hijos propios o adoptados, o concebidos
a partir de métodos de fecundación artificial o a través de vías alternativas a las de la
procreación en el marco de una pareja convencional.
-
Familias polinucleares: Padres o madres de familia que deben atender económicamente,
además de su actual hogar, algún hogar monoparental dejado tras el divorcio o la
separación, o a hijos tenidos fuera del matrimonio.
-
Familias extensas: Son las familias que abarcan tres o más generaciones y están formadas
por los abuelos, los tíos y los primos. Subsisten especialmente en ámbitos rurales, aunque
van perdiendo progresivamente relevancia social en los contextos urbanos.
-
Familias extensas amplias o familias compuestas: Están integradas por una pareja o uno
de los miembros de ésta, con uno o más hijos, y por otros miembros parientes y no
parientes.
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Es importante señalar que las diferencias demográficas, económicas y culturales entre
países implican, a su vez, la existencia de grandes diferencias respecto del modo de entender y
formar una familia en cada contexto particular (Arraigada, 2002; Valli, Mangano y Pernice,
1995). Así, por ejemplo, hay culturas donde priman las familias extensas en comparación con las
nucleares; en otras, la influencia de determinadas creencias se representa en el elevado número
de matrimonios de carácter religioso; otras sociedades abogan más, sin embargo, por el
matrimonio de carácter civil; y en otros contextos, la firma de documentos para establecer un
vínculo legal ha perdido gran parte de significado y se apuesta por la cohabitación como modelo
principal de unión familiar.
En el caso particular de España, el descenso en el número de matrimonios ha
repercutido notablemente en el diseño de los estudios sociológicos y en las estadísticas
derivadas, de tal modo que en los últimos informes del Instituto Nacional de Estadística (INE;
2004, 2009) sobre el tema que nos ocupa, en lugar de hablar de familia se habla de hogar, y en
lugar de presentar datos sobre el número de matrimonios se hace con parejas. Según los
resultados publicados en estos informes, la pareja con al menos un hijo es el tipo de hogar más
frecuente (42.1% del total de hogares), seguido de la pareja sin hijos (21.5%). Si tenemos en
cuenta el número de hijos, la pareja con un hijo representa el 21%, con dos hijos el 17.4% y con
tres o más hijos el 3.7% restante.
Actualmente, las familias extensas donde conviven más de tres generaciones
representan en España el 4.4%, mientras que las parejas de hecho constituyen el 6% del total. El
aumento en las rupturas matrimoniales y procesos de divorcio ha provocado un incremento de
los hogares unipersonales (mayoritariamente formados por varones), monoparentales
(mayoritariamente compuestos por mujeres a cargo de hijos menores; 7 mujeres por cada
hombre) y de familias reconstituidas. Teniendo en cuenta que según estas estadísticas el 52% de
los matrimonios disueltos tiene hijos menores de edad, es muy probable que la familia
reconstituida siga aumentando en los próximos años. También las familias extensas, y las
denominadas familias extensas amplias o familias compuestas, integradas por la pareja o un
adulto con hijos y por otros miembros parientes y no parientes, han aumentado en la última
década en España como consecuencia de la inmigración, según se desprende de los datos
publicados por los informes mencionados del INE. Finalmente, los matrimonios entre personas
del mismo sexo representan actualmente el 1.6% del total, estando dos terceras partes
conformadas por la unión de dos hombres.
Además de los factores culturales, existen también otros determinantes demográficos y
económicos que influyen en las tipologías familiares. En particular, en las sociedades
occidentales han acontecido en los últimos años múltiples cambios que se han vinculado con la
nueva diversificación familiar (Campo y Rodríguez-Brioso, 2002). Algunas de estas
transformaciones son el descenso de los índices de natalidad y el aumento de la esperanza de
vida, aunque quizá el cambio más destacable sea la transformación en la disolución de las
familias. A partir de los años 70 las tasas de separaciones y divorcio aumentaron
considerablemente en numerosos países como consecuencia de profundas modificaciones en las
legislaciones al respecto. Tenemos el caso reciente de España en donde, desde la
implementación del denominado divorcio express, vigente desde 2005, y con resoluciones más
rápidas y menos costosas económicamente, se ha triplicado la tasa de separaciones
matrimoniales con repercusiones importantes en la representatividad de ciertos tipos
familiares.
La Tabla 1 recoge información publicada en el informe del INE (2009) y en los trabajos
de Otero (2009) y Campo y Rodríguez-Brioso (2002). Estos datos reflejan que los hogares
españoles están compuestos cada vez por menos miembros. Así, por ejemplo, el porcentaje de
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hogares formados por 6 personas o más ha descendido en las últimas dos décadas de un 8% a
menos de un 4%, mientras que la mayoría de hogares se compone por dos o tres personas. Otra
transformación importante en las últimas cuatro décadas es que los jóvenes cada vez se
emancipan más tarde, de modo que encontramos un 37.5% de personas entre 25 y 34 años que
todavía vive con sus padres. Este hecho se relaciona con la edad media del primer matrimonio
que ha pasado de estar rozando la veintena en 1970 a sobrepasar la treintena en 2007. La edad
media para el matrimonio también ha aumentado significativamente en los últimos años, lo que
a su vez repercute en el descenso en el número de hijos de las familias actuales. Algunos
investigadores se han preguntado por las repercusiones que estas grandes transformaciones en
las estructuras familiares pueden estar ocasionando en el funcionamiento del sistema familiar y
en el ajuste psicosocial de sus integrantes, un aspecto que se aborda en el siguiente apartado.
Tabla 1. Transformaciones socio-demográficas de la familia
Categoría
1970-1971
1990-1991
20002001
2007
Tamaño medio de la familia
3,8
3,2
3.03
2.74
Edad media de las mujeres al primer matrimonio
19,7
24.8
28.4
31.1
Edad media de los hombres al primer matrimonio
--
28.23
30.4
34.1
Edad media de las madres al nacimiento del primer
hijo
21
25
30
31
Número medio de hijos por mujer
2,86
1.24
1.26
1.40
Porcentaje de mujeres casadas con empleo
21.2
24.4
40.4
48.9
Tipo de familia y ajuste psicosocial de sus integrantes
La aparición de las denominadas nuevas formas familiares ha dado lugar en las últimas
décadas al análisis de las repercusiones que la estructura familiar ejerce sobre la adaptación y
funcionamiento de sus integrantes. Sin embargo, la mayoría de las investigaciones se han
centrado generalmente en torno a la comparación de familias nucleares y monoparentales sin
atender a otras realidades familiares existentes y, además, se ha prestado especial atención al
ajuste psicosocial y emocional de los hijos en detrimento del resto de miembros de la familia.
Familias monoparentales
Las familias monoparentales son aquellas que mayor atención han recibido en la
literatura científica, centrándose fundamentalmente en las repercusiones que la separación o el
divorcio tiene sobre los hijos. La ruptura de una pareja genera cambios personales, económicos,
sociales y familiares que en los niños y adolescentes se han relacionado con una mayor
probabilidad de presentar problemas psicológicos (Rodríguez-Pascual, 2002). De hecho,
numerosos estudios han concluido que los hijos de padres separados o divorciados presentan
más problemas psicológicos que los niños que viven con ambos progenitores (Cantón, Cortés y
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Justicia, 2002; Erdes-Kavecan, Oljaca, Kostovic y Kovacevic, 2012). Concretamente, se han
identificado tanto problemas externalizantes (trastornos de conducta, agresividad,
desobediencia, etc.) como internalizantes (ansiedad, estrés, depresión, etc.) en los primeros
años tras el divorcio. Cantón et al. (2002) observaron en su estudio que los niños de familias
monoparentales a cargo de la madre presentaban mayores niveles de conducta agresiva,
comportamiento antisocial, conducta delictiva y consumo de alcohol y otras drogas. Del mismo
modo, diferentes investigaciones han encontrado niveles más elevados de ansiedad y depresión
en niños de padres divorciados (Amato, 2000), así como una inadaptación personal y escolar
significativamente mayor que en los niños de familias intactas (Bengoechea, 1992; Potter, 2010;
Wood, Repetti y Roesch, 2004).
Sin embargo, parece ser que el impacto del divorcio de los padres sobre la adaptación
emocional del niño varía según diferentes variables como la edad, el sexo o el tiempo trascurrido
tras la separación. Así, los niños más pequeños tienen menos capacidad para evaluar las causas
y consecuencias de la situación, por lo que suelen autoinculparse con mayor frecuencia (Orgilés,
Espada y Piñero, 2007), mientras que los adolescentes se enfrentan con más confianza al contar
con mayores recursos ante el divorcio de sus padres (Cantón et al., 2002). No obstante, en los
adolescentes también se ha observado una mayor probabilidad de abandono de los estudios,
inicio temprano en las relaciones sexuales, asociación con iguales antisociales, participación en
actividades delictivas y consumo de drogas (Edler y Russell, 1996; Yárnoz-Yaben, Comino y
Garmendia, 2012). De este modo, los niños de menor edad parecen presentar un peor ajuste a
corto plazo. Sin embargo, a largo plazo, se adaptan mejor que los mayores, probablemente
porque recuerdan menos los conflictos familiares (Cantón et al., 2002; Wallerstein, Corbin y
Lewis, 1988). En cuanto al sexo, generalmente, los niños presentan un peor ajuste,
especialmente durante los dos años siguientes al divorcio, mientras que la adaptación de las
niñas es más rápida (Cantón y Justicia, 2002). Además los niños suelen presentar más
problemas conductuales mientras que las niñas presentan en mayor medida ansiedad,
depresión y baja autoestima (Cantón et al., 2002).
Otro de los factores que mejor predicen el ajuste y bienestar psicológico de los hijos es el
tipo de relación que mantienen con sus progenitores (Amato y Keith, 1991; Iraurgi, MartínezPampliega, Iriarte y Sanz, 2011; Turner y Kopiec, 2006). Así, la existencia de una relación
positiva (especialmente con la madre) protege a los hijos de conductas de riesgo (por ejemplo,
consumo de drogas), mientras que las malas relaciones, el escaso control o las pautas de crianza
inconsistentes aumentan la probabilidad de que los hijos presenten un peor ajuste social y
emocional (Broberg, 2012; DeGarmo y Forgatch, 1999). Por el contrario, el alto nivel de
conflicto en las relaciones entre padres e hijos potencia el riesgo de efectos negativos tanto para
los niños como para los adultos durante y después del divorcio (Lebow, 2003). Destacan
especialmente aquellos conflictos que se encuentran centrados en el niño, como la disputa por la
custodia, los desacuerdos referidos a las pautas educativas y de crianza, la utilización del niño
como mensajero entre los progenitores y que el menor conviva con la nueva pareja de sus
progenitores (Bonach, 2005).
Amato y Keith (1991) llevaron a cabo un metaanálisis en el que concluyeron que, si bien
la separación y el divorcio per se se relacionan con la mayor presencia de problemas de
adaptación en los hijos, esta influencia es pequeña, en comparación con otras variables más
importantes que acompañan este proceso y parecen tener un mayor impacto en el desarrollo de
esos problemas de conducta, como la calidad de las relaciones entre padres e hijos y el clima
familiar en el que se enmarcan estas interacciones.
Así, aunque casi todos los niños experimentan la transición del divorcio como algo
doloroso, por lo general, transcurridos los dos primeros años comienza a reducirse la tensión,
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pudiendo adaptarse a la nueva situación (Emery, 1999; Morgado y González, 2001). Morgado y
González (2001) encontraron niveles similares de ajuste psicológico y comportamental,
autoestima, competencia escolar, cognitiva y social, en los hijos de padres que habían pasado
por la experiencia de divorcio hacía al menos cuatro años y en los niños que vivían en una
familia biparental.
Con respecto a las adaptación de los adultos divorciados, se ha documentado un mayor
riesgo de problemas de salud (Williams y Umberson, 2004), malestar psicológico y aislamiento
social (Mitcham-Smith y Henry, 2007; Yárnoz-Yaben, 2008). Una de las situaciones más
delicadas es el caso de las familias de madres solteras o separadas en las que recae la principal
responsabilidad de la administración del hogar y el cuidado de los hijos y, muy especialmente,
en los casos de madres jóvenes y pobres (Ahn, 2012; Menéndez, Hidalgo, Jiménez, Lorence y
Sánchez, 2010). Aunque se ha observado que muchos de estos hogares pueden ser estables, es
cierto que existen mayores riesgos de que esto no sea así por distintos motivos. La mayoría de
estas madres cambian frecuentemente de empleo o realizan varios trabajos mal remunerados y
pasan la mayor parte del tiempo fuera del hogar sin poder atender y supervisar a sus hijos como
quisieran (Bumpass y Lu, 2000). También cambian más a menudo de lugar de residencia, de
pareja y amistades (Hill, 2011). Todos estos cambios pueden resultar altamente estresantes para
la madre y reflejarse en última instancia en el trato con los hijos, con las subsiguientes
consecuencias negativas en su ajuste psicosocial (Flaquer, Almeda y Navarro-Varas, 2006;
Turner y Kopiec, 2006).
Otro tipo de monoparentalidad, que se ha hecho visible más recientemente, es el caso de
las madres solteras por elección. Se trata de mujeres solteras que han optado por ser madres sin
tener pareja estable (Bock, 2000), y que presentan una realidad muy diferente a los casos
anteriormente citados. Así, aunque existe en la actualidad escasa información sobre este caso
particular, las investigaciones coinciden en señalar características propias en este tipo de
monoparentalidad. Se trata de mujeres que toman la decisión de ser madres en un momento de
estabilidad y autonomía vital (empleo estable, vivienda, autonomía financiera), en el que no
tienen pareja, encontrándose en el límite de edad para la posibilidad de ser madres biológicas y
con un deseo intenso de ser madres, que les hace recurrir generalmente, a las técnicas de
reproducción asistida para conseguirlo (Hertz, 2006). Así, estamos ante un colectivo de mujeres
con un alto nivel educativo, que desempeñan trabajos cualificados y disponen de recursos
económicos para afrontar la maternidad en solitario (González, Díez, Jiménez y Morgado,
2008).
A modo de conclusión, en las familias monoparentales, padres e hijos se enfrentan a
cambios que van a repercutir en su ajuste social y emocional. Sin embargo, es necesario atender
también a otras variables que modulan estos procesos, como la edad de los hijos, el sexo, el tipo
de interacción, el tipo de crianza o pautas educativas, el grado de conflictividad familiar, el
tiempo transcurrido tras la separación o las condiciones económicas. Los problemas a los que se
enfrentan las familias monoparentales no son radicalmente distintos, una vez controladas estas
variables, a los de otros hogares (Rodríguez-Pascual, 2002).
Familias reconstituidas
En estrecha relación con el aumento de familias monoparentales, está aconteciendo un
aumento paralelo de familias denominadas reconstituidas, en las que personas divorciadas o
separadas se involucran en una nueva relación que culmina en un segundo matrimonio o unión
familiar (González y González, 2005). La mayoría de investigaciones han coincidido en señalar
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algunas particularidades de estas familias reconstituidas, como las siguientes: (a) los roles de los
cónyuges están menos definidos, (b) es más probable que los integrantes se encuentren en
diferentes momentos de su ciclo de vida, (c) la presencia de hijos condiciona, normalmente, el
desarrollo de problemas convivencia, y e) las expectativas de la pareja respecto del cónyuge
suelen ser mayores en comparación con el primer matrimonio (Benokraitis 1996; González y
Triana, 2001). Estas características favorecen la exposición de estas familias a más
acontecimientos estresantes (Acosta, Milian y Vaillant, 2011; González y Triana, 2001). Así,
Dunn (2002) identifica como factores de riesgo en estas familias el hecho de ser más complejas
y la exposición de los niños a más conflictos con padrastros y hermanastros, además de la
posible inestabilidad económica, conflictos en la pareja conyugal en torno a los estilos de
crianza, superposición de actitudes, creencias o valores (O'Connor e Insabella, 1999). Según
señalan Cantón, Cortés y Justicia (2007), solamente un tercio de los padrastros llega a
establecer una relación satisfactoria con sus hijastros, mientras que en el resto se observa una
relación de baja implicación. Algunos estudios, incluso, relacionan un mayor riesgo de consumo
de sustancias en adolescentes que viven con padrastros o madrastras en comparación con
aquellos adolescentes que conviven con sus padres biológicos (Wagner, Ritt-Olson, Soto y
Unger, 2008). Es fundamental identificar los sentimientos por los que atraviesan estos chicos,
ya que en los inicios pueden exhibir un alto nivel de resistencia hacia los nuevos miembros en la
familia reconstituida y un alto sentido de lealtad hacia el progenitor que no ha contraído
matrimonio (Cintrón, Walters y Serrano, 2008).
Algunas investigaciones han señalado que estos conflictos se producen, sobre todo, en
las primeras etapas de la constitución de la nueva familia, pudiendo durar el proceso de
adaptación entre cuatro y seis años (González y Triana, 2001). Una vez pasado este proceso, las
familias constituidas identifican también los posibles efectos positivos de esta nueva situación,
fundamentalmente por la disponibilidad de una red familiar de apoyo más extensa que permite
disponer de más recursos sociales y económicos (Ruíz, 2004). En el estudio llevado a cabo por
Cintrón et al. (2008), los adolescentes pertenecientes a familias reconstituidas afirmaban que la
nueva familia significaba un beneficio para todos los miembros, ya que aumentaban los ingresos
económicos, las posibilidades de conseguir planes futuros y ofrecía mayor estabilidad familiar y
redes de apoyo más extensas que incluyen tanto la familia biológica como la del padrastro o la
madrastra.
Destacamos algunas recomendaciones propuestas por Benokraitis (1996) para que una
familia reconstituida sea exitosa: a) tener expectativas realistas respecto de la nueva familia b)
dejar a los niños sentir tristeza por la pérdida de la familia anterior, con apoyo y sensibilidad
ante su sufrimiento, c) estimular una relación de pareja fuerte, para crear una atmósfera de
estabilidad, que reduzca la ansiedad en los hijos ante la posibilidad de una nueva disolución
marital, d) que la inserción del padrastro o la madrastra en la vida de los hijos se manifieste de
manera progresiva, e) desarrollar sus propios rituales para combinar conocimientos previos con
su nueva vida y que no exista una única manera de llevar a cabo las cosas, y f) concretar las
obligaciones y derechos entre el padre o madre biológica y las personas encargadas en las
segundas familias, para que exista una relación saludable entre todos. Finalmente, una relación
de pareja sólida es un aspecto de vital importancia para fortalecer la dinámica en la familia
reconstituida (Musitu, 2000; Saint et al. 2011).
Familias homoparentales
Debido a la excepcionalidad asociada a estas familias, el rechazo social ha sido una de
las variables más analizadas en los estudios al respecto por las subsiguientes repercusiones
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negativas que pudiera tener en el ajuste psicosocial de sus integrantes. Las investigaciones han
constatado, sin embargo, que el grado de apoyo social que perciben las familias homoparentales
no difiere significativamente de las heterosexuales (González y Sánchez, 2003). Algunos
estudios sugieren incluso, que las familias homoparentales informan de una red social de apoyo
más amplia en comparación con las familias heterosexuales (Julien, Chartrand y Bégin, 1999;
Patterson, 2000). Según Green y Mitchell (2008), una fuente importante de apoyo para las
parejas homosexuales la constituyen las amistades con la misma orientación sexual, con quienes
sienten un mayor vínculo de identificación. Así, padres y madres se muestran altamente
satisfechos con el apoyo emocional e instrumental que les prestan las personas que son
relevantes en sus vidas (González y Sánchez, 2003). Del mismo modo, Kurdek (2005) concluyó
en su estudio sobre funcionamiento familiar en parejas homosexuales que la dinámica en estas
familias no difiere de la heterosexual en aspectos como la comunicación, la expresión de
sentimientos o las estrategias de resolución de problemas.
Especial atención ha recibido el desarrollo emocional y social de los hijos en estas
familias, y aunque algunos estudios han señalado ciertas diferencias entre los hijos de padres
homosexuales con respecto a los heterosexuales (ver Cameron, 2009, para una revisión), la
mayoría de investigaciones coinciden en que el ajuste psicosocial de estos niños y adolescentes
es similar al de las familias heterosexuales (Bos, Van Balen y Van den Boom, 2005; Pedreira,
Rodríguez-Piedra y Seoane, 2005). Así, se ha documentado la inexistencia de diferencias
significativas en identidad sexual (Brewaeys y Van Hall, 1997), orientación sexual (Greenfeld,
2005), competencia académica (González, Morcillo, Sánchez, Chacón y Gómez, 2004),
habilidades sociales (Golombok et al., 2003; González et al., 2004), relaciones de amistad
(González et al., 2003), autoconcepto y autoestima (Bos y Sandfort, 2010; González et al., 2003;
González et al., 2004), y problemas de conducta (Antolín et al., 2009; González et al., 2003).
Bos y Sandfort (2010) compararon la identidad de género, la futura participación en relaciones
heterosexuales y el ajuste psicosocial (autoestima y competencia social), y observaron que los
niños de familias homosexuales sentían menos presión de los padres para ajustarse a los
estereotipos de género, era más probable que tuvieran dudas sobre la futura participación de
relaciones heterosexuales, y no encontraron diferencias en ajuste psicosocial respecto de los
hijos de padres heterosexuales. En la misma línea, Gartrell y Boss (2010) en un estudio
longitudinal realizado con 154 familias homosexuales, observaron que los hijos de estas familias
presentaban puntuaciones superiores en competencia social y competencia escolar, y
puntuaciones inferiores en problemas de agresividad que sus pares de familias heterosexuales.
Antolín et al. (2009) tampoco encontraron diferencias significativas en conducta antisocial
entre los hijos de familias homoparentales con los hijos de otras tipologías familiares (nucleares,
monoparentales, reconstituidas y adoptivas).
En la misma línea, asociaciones de gran prestigio en el campo de la Psicología y la
Psiquiatría también han confirmado consistentemente que los niños criados en familias con
padres homosexuales presentan el mismo nivel de funcionamiento emocional, cognitivo, social y
sexual, que los educados por parejas heterosexuales (American Academy of Pediatrics, 2002;
American Psychiatric Association, 2002; American Psychoanalytic Association, 2002; American
Psychological Association, 1998).
Familias adoptivas
Otra de las tipologías familiares que mayor atención ha recibido son las familias
adoptivas, donde conviven personas sin la unión de lazos biológicos. Aunque en el pasado estas
familias fueron estigmatizadas socialmente, en la actualidad se percibe un alto grado de
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aceptación social y reciben el mismo reconocimiento legal y social que las familias tradicionales,
lo que actúa como un factor de protección para el ajuste de sus miembros (Ocon, 2006). Sin
embargo, se han identificado una serie de factores que pueden perjudicar la adaptación de los
niños adoptados como, por ejemplo, las experiencias previas vividas por el niño (Ji, Brooks,
Barth y Kim, 2010), la cantidad de tiempo de permanencia en hogares institucionales (Simmel,
Brooks, Barth y Hinshaw, 2001; van der Vegt, van der Ende, Ferdinand, Verhurlst y Triemeier,
2009), las expectativas de abandono, el bajo sentimiento de pertenencia y permanencia en la
nueva familia (Verhulst, 2000) o los problemas de conducta infantil (Simmel, 2007), factores
éstos que interfieren en el desarrollo de una relación socioemocional cálida y segura con sus
padres adoptivos. Además de éstos, uno de los factores que parece influir en mayor medida en el
ajuste de los hijos es la edad en que el niño es adoptado, de modo que cuanto más pequeño es el
niño, mayor probabilidad existe de que se logre una buena integración (Brodzinsky, Lang y
Smith, 1995; Rosas, Gallardo y Angulo, 2000).
Los problemas de adaptación se suelen concentrar en los seis primeros meses y las
dificultades pueden afectar a cualquier ámbito del desarrollo infantil, siendo los más prevalentes
los problemas lingüísticos, las dificultades en la construcción de la propia identidad y los
problemas de tipo social, generalmente derivados de un contexto anterior poco favorable
(Fernández, 2002; Hernández-Muela, Mulas, Téllez y Rosello, 2003; Juffer, Van Ijzendoorn y
Palacios, 2011). Respecto del ajuste de los padres adoptivos, la mayoría de estos padres deben
someterse a una serie de evaluaciones en un proceso que puede ser intrusivo y generador de
ansiedad (Limiñana, 2009). Sin embargo, estas familias están seleccionadas desde el punto de
vista de su idoneidad para proveer un contexto familiar adecuado, por lo que estas parejas
muestran habitualmente una alta motivación hacia la crianza de sus hijos (Johnson, 2002).
Además, la mayoría de investigaciones destacan que los padres se encuentran muy satisfechos
con la adopción de sus hijos (Castle et al., 2009; Sánchez-Sandoval, 2011). No obstante, resulta
de especial importancia que cuenten con información adecuada sobre las posibles dificultades
del niño, así como formación en estrategias que les permita afrontar los conflictos potenciales.
Las investigaciones concluyen que el éxito en el ajuste de niños y padres adoptivos depende
fundamentalmente de una adecuada preparación de los padres sobre cómo afrontar las posibles
dificultades de sus hijos y disponer de servicios de apoyo permanentes a estas familias,
garantizando así en mayor medida que los padres puedan proporcionar ambientes adecuados
para el desarrollo infantil (Arranz y Oliva, 2010; D'Andrea, 2009).
Conclusiones
Las transformaciones acontecidas en las últimas décadas a nivel demográfico, social y
económico, han dejado también su huella en las formaciones familiares, de manera que se ha
tornado sumamente complejo aportar una única definición de familia que abarque a la totalidad
de tipos existentes en la actualidad. Así, en los últimos años, el modelo de familia tradicional
nuclear ha ido cediendo espacio a una gran diversidad de tipologías familiares, aumentando el
interés por el ajuste psicosocial de sus integrantes. Los estudios indican que si bien la estructura
particular de la familia no parece ser la clave del mejor o peor ajuste emocional y psicosocial de
los hijos, ciertas tipologías familiares tienen más probabilidad de integrar factores de riesgo que
conllevan problemas en el ajuste de padres e hijos. Así, el éxito en la adaptación de estas
tipologías familiares parece estar relacionado más directamente con la habilidad de los padres
para crear un clima positivo y propicio para el buen desarrollo de los miembros de la familia,
ofreciendo un contexto de socialización enriquecedor.
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Las familias monoparentales se enfrentan a circunstancias particulares que pueden
repercutir en el ajuste psicosocial, como la posible reducción de ingresos económicos, los
conflictos con el ex-cónyuge, o los problemas de adaptación de los hijos a la nueva unidad
familiar. Sin embargo, es necesario atender a otras variables que van a modular el grado de
adaptación de sus miembros (la edad de los hijos, el sexo, el tipo de interacción familiar, el tipo
de crianza o pautas educativas, el grado de conflictividad familiar o el tiempo transcurrido tras
la separación) y a las que es necesario atender para conocer el grado de influencia que pueden
ejercer en el bienestar emocional o social de los integrantes (Arch, 2010). De este modo, el
simple conocimiento del tipo de estructura familiar que conforman nos proporciona escasa
información sobre su adaptación.
Del mismo modo, las características específicas de las familias reconstituidas propician
el desarrollo de problemas particulares como desajustes en la convivencia entre padrastros y
hermanastros, roles pobremente definidos con respecto a la educación, o la resistencia de los
hijos a la nueva unión familiar. Sin embargo, también aquí resulta especialmente relevante
atender a la dinámica familiar, como el tiempo que los miembros de la familia pasan juntos, las
relaciones con otros familiares, las pautas de comunicación entre los integrantes o el apoyo
social del que disponen (Musitu, 2000). Con respecto a las familias homoparentales las
investigaciones han confirmado que, si bien estas estructuras familiares también cumplen más
factores de riesgo y se ven sometidas a más acontecimientos estresantes, el ajuste psicosocial de
sus miembros no parece diferenciarse significativamente con respecto a otras estructuras
familiares (Bos et al., 2005).
Finalmente, las investigaciones sobre familias adoptivas también señalan una serie de
variables que pueden afectar al ajuste de sus miembros (sobre todo en el caso de los niños) como
las experiencias vividas antes de la adopción, el internamiento en hogares institucionales o los
problemas habituales de conducta de estos niños. En estas familias se señala especialmente la
necesidad de información y formación a los futuros padres para poder atender adecuadamente
las necesidades particulares de sus hijos (Arranz y Oliva, 2010).
En casi la totalidad de las nuevas tipologías familiares (monoparentales, reconstituidas
y adoptivas) los problemas de adaptación suelen aparecer en los primeros meses de constitución
de la familia, superándose posteriormente y presentando a partir de ese momento un ajuste
social y emocional similar al de las familias nucleares. Así, más que la estructura familiar per se,
habría que ahondar en las variables sociodemográficas e interactivas asociadas a cada tipología
familiar, y que conforman la calidad del contexto familiar en particular (Arranz y Oliva, 2010;
Arranz, Oliva, Olabarrieta y Antolín, 2010). Siguiendo esta argumentación, lo más significativo
no son las nuevas formas de familia, sino el hecho de que en su interior se movilizan unos
recursos que cumplen unas determinadas funciones que son indispensables para el bienestar
psicosocial de los seres humanos.
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