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Un estudio sobre el masoquismo

Fecha Publicación: 15/11/2006
Autor/autores: Francisco Traver Torras
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RESUMEN

Este es un estudio sobre el masoquismo, hecho a sabiendas de que el masoquismo no puede fragmentarse del sadismo que le es complementario. Sin embargo, he eludido a propósito hacer un estudio de aquellas actitudes opuestas o antagónicas con un propósito claro: el de limitar este libro al estudio de aquellas actitudes que pudiéramos llamar masoquismo consentido o al que se vive inconscientemente.

Hablar del sadismo y del sádico me hubiera llevado a un análisis demasiado extenso sobre las distintas versiones del mal y no hubiera sido posible deslindar aquellas conductas negociadas de aquellas otras impuestas. Hubiera debido adentrarme en el siniestro mundo de la tortura, del exterminio y del genocidio, actitudes colectivas e individuales que hablan de la universalidad del fenómeno a lo largo de la Historia. Pero este viaje me hubiera llevado al mundo de la imposición y del suplicio, sin embargo este libro no puede desconsiderar la posibilidad de goce que cuelga de él.

El lector sabrá entender a qué clase de masoquismo me refiero, aunque ciertamente es muy difícil delimitar aquellas actitudes que son fruto de la negociación, de aquellas otras que son una costumbre relacionada con la guerra, la persecución, el aniquilamiento de cualquier disidencia o aquellos otros ejemplos que proceden de la ordalía, la orgía o del exceso de Poder, en cualquier tiempo o época. Este tipo de actitudes son materia para una obra aparte. En este volumen el lector sólo encontrará aquel tipo de masoquismo que de una manera u otra es electivo. También de sus conexiones con la patología mental y de sus relaciones con la espiritualidad y la cultura de la dominación.


Palabras clave: masoquismo
Tipo de trabajo: Ebook
Área temática: Psiquiatría general .

Código: L0020
Código (num libro/año): L7/06
Autor: Francisco Traver Torras
Título del libro: UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO
isbn: 978-84-611-4041-9


Libro exclusivamente disponible en formato digital - PDF descargable

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Francisco Traver

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

¿No puedes darme aun más dicha?
¡Adelante! pues aun te queda el dolor.
Lou Andreas Salomé

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

Francisco Traver

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UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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ADVERTENCIA AL LECTOR.
Este es un estudio sobre el masoquismo, hecho a
sabiendas de que el masoquismo no puede fragmentarse
del sadismo que le es complementario. Sin embargo, he
eludido a propósito hacer un estudio de aquellas actitudes
opuestas o antagónicas con un propósito claro: el de limitar este libro al estudio de aquellas actitudes que pudiéramos llamar masoquismo consentido o al que se vive inconscientemente.
Hablar del sadismo y del sádico me hubiera llevado
a un análisis demasiado extenso sobre las distintas versiones del mal y no hubiera sido posible deslindar aquellas
conductas negociadas de aquellas otras impuestas. Hubiera
debido adentrarme en el siniestro mundo de la tortura, del
exterminio y del genocidio, actitudes colectivas e individuales que hablan de la universalidad del fenómeno a lo
largo de la Historia. Pero este viaje me hubiera llevado al
mundo de la imposición y del suplicio, sin embargo este
libro no puede desconsiderar la posibilidad de goce que
cuelga de él.
El lector sabrá entender a qué clase de masoquismo
me refiero, aunque ciertamente es muy difícil delimitar
aquellas actitudes que son fruto de la negociación, de
aquellas otras que son una costumbre relacionada con la
guerra, la persecución, el aniquilamiento de cualquier disidencia o aquellos otros ejemplos que proceden de la ordalía, la orgía o del exceso de Poder, en cualquier tiempo
o época.
Este tipo de actitudes son materia para una obra
aparte. En este volumen el lector sólo encontrará aquel

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tipo de masoquismo que de una manera u otra es electivo.
También de sus conexiones con la patología mental y de
sus relaciones con la espiritualidad y la cultura de la dominación.

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

PRIMERA PARTE

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UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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1-INTRODUCCION.
El sadomasoquismo es aquella condición erótica
que toma al sufrimiento como elemento central de su goce.
Siendo el sadismo, un masoquismo imaginario aliado al
triunfo del egoísmo, según la definición que se atribuye a
Marie Bonaparte, un sadismo vuelto hacia sí-mismo
(Reich,1949) o un sadismo puesto cabeza abajo (Reik,
1963).
Sin embargo, el término es decididamente ambiguo, no sólo por tomar prestados los apellidos de dos personajes históricos que le legaron su apellido, sino porque
da cuenta de un constructo teórico a partir de testimonios
literarios (Sade y Sacher-Masoch), dos personas distintas
que hablan de una misma pasión desde lados opuestos de
la trinchera.
Quizá por eso, ambas actividades aparecen como
entidades categoriales escindidas, pares antitéticos desgajados del tronco común del que proceden dando a entender
que hubiera individuos sádicos y masoquistas, como si
pudiéramos hablar por ejemplo del odio y del amor como
pares opuestos y no como operaciones análogas vinculadas al apego y a sus amenazas y decepciones.
El sadomasoquismo no es una dualidad sino una
dialéctica. Lo mismo sucede con el Bien y el Mal, conceptos ambos anudados en una extraña operación que parece
concederles vida propia a los contrarios. Dualidades que
no existen sino idealmente, vinculados como están, a las
operaciones psicológicas que se relacionan con la violencia genérica de la especie humana y en menor grado de la
dominación, una violencia encubierta.
Hasta ahora, todas las aproximaciones que se han
hecho de esta variante sexual proceden de la literatura y de
la clínica. El lector sagaz caerá pronto en la cuenta de que
la novedad que pretendo introducir es escribir una aproximación más allá de ellas. Más allá y no "por afuera de",

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porque soy médico y creo que me será difícil renunciar a
todo aquel saber que bordea la ciencia desde dentro.
Sin embargo, no pretendo escribir desde el lado de
la trinchera médica ni ampararme en la legitimidad de la
ciencia, no pretendo conseguir un saber objetivo, sino de
esa clase de saber que sirve para dar cuenta de lo que sabemos ya. Una labor de síntesis que agrupe el saber empírico de la filosofía más comprometida con el fenómeno
(Hegel, Heidegger y Nietzsche) con el sabor científico
más rancio, de la obra de Freud y el psicoanálisis. Una
piedra Rosetta que pueda alumbrar sobreentendidos y malentendidos y que recorra y escudriñe tanto en la literatura
masoquista, como en la antropología estructural de LevyStrauss. Lo que trataré en este Estudio sobre el masoquismo, uno más, es de sintetizar todos y cuantos saberes han
dado cuenta del sufrimiento humano consentido y de los
conceptos que cuelgan de él, la muerte, el incesto, el erotismo y el goce.
No recuerdo ya si la idea de escribir este estudio
sobre el masoquismo, venia madurándose en mi desde
hacía tiempo, como sucede cuando abordamos un proyecto
a partir de nuestro propio deseo, o fue fruto de la casualidad y de mis lecturas simultáneas sobre el asunto. Lo cierto es que cuando tuve la idea de acometerlo me encontré
con una dificultad que ya intuía: la escasa bibliografía
científica y sobre todo los pocos textos modernos que
existen sobre el tema. De modo que empecé por el principio: intenté recoger toda la información que me fuera posible a partir de los clásicos. Naturalmente releí lo poco
que Freud escribió sobre el asunto: El problema económico del masoquismo, Los tres ensayos y poco más. Me di
cuenta que Freud pasó de puntillas sobre el asunto, a pesar de haber escrito sobre lo divino y lo humano.
No obstante, nuestra concepción actual sobre el
masoquismo y también los mitos creenciales del público
en general procede. del psicoanalisis, la unica disciplina
que se ha ocupado de este fenómeno hasta el punto de
configurar prejuicios bien consolidados sobre determinados conceptos, como ha sucedido con el llamado maso-

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quismo femenino. Después de haber releído estos fragmentos me propuse documentarme en las fuentes, desempolvé al viejo Marqués de Sade y cómo no; volví al simpático Severino de Sacher-Masoch que había leído de joven,
en aquella edición de Alianza prologada por Castilla del
Pino, que aún conservo y me fue muy útil para este trabajo. Las fuentes.
Aun sin ser el primer masoquista de la historia, Sacher-Masoch puso la etiqueta de su apellido a esta conocida, siniestra, inexplicable y quizá por eso, ignorada actividad sexual, que casi simultáneamente fue descrita profusamente en todas sus variantes por Kraft-Ebing en tratados
de psiquiatria de la época. Visité también el punto de vista
oficial sobre el asunto: la última edición del DSM, la cuarta. La postura actual de la Psiquiatría sobre el masoquismo
es la que sigue:
Un acto real, no simulado de ser humillado, golpeado, atado o cualquier otro tipo de sufrimiento. Los
individuos que padecen este trastorno se encuentran obsesionados por sus fantasías masoquistas, las cuales deben
evocar durante las relaciones sexuales o la masturbación,
pero no las llevan a cabo. En estos casos las fantasías
masoquistas suponen por lo general el hecho de ser violado o de estar atado u obligado a servir a los demás de
forma que no existan posibilidades de escapar. Otras personas llevan a cabo sus fantasías ellos mismos o con un
compañero...Las fantasías masoquistas están presentes
durante la infancia y suelen combinarse con otras perversiones como el sadismo, el exhibicionismo y el fetichismo...Lo usual es que con el tiempo se aumente su potencial lesivo, lo que eventualmente puede provocar lesiones
o incluso la muerte del individuo.
Para el diagnóstico de este trastorno (según el
DSM-IV) hacen falta, al menos, dos condiciones:
1.-Durante un periodo de al menos seis meses, fantasías recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican el hecho (real, no

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simulado) de ser humillado, pegado, atado o cualquier otra
forma de sufrimiento.
2.- Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo
o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de
la actividad del individuo.
La novedad que introduce el actual manual de clasificación de los trastornos mentales sobre la anterior edición (el DSM-3R), es la consideración de su carácter egodistónico, cuestión que no acaba de aclarar si los ponentes
consideran aun hoy el masoquismo una perversión (una
parafilia) o no, puesto que este criterio podría dejar fuera
de la clasificación prácticamente todas las conductas masoquistas habituales. Da la impresión que han tenido en
cuenta este rasgo de egodistonía, como sucedió con la
homosexualidad, conservando el masoquismo sexual, como una categoría residual donde englobar aquellas conductas compulsivas, que a veces -naturalmente- también
existen entre algunos masoquistas, dejando libre la posibilidad de considerar más adelante la personalidad masoquista descrita por Millon como un constructo diagnóstico
útil.
De allí y gracias a una magnifica monografía de
Luis A. De Villena, que leí con deleite mientras hacía búsquedas bibliográficas regladas que saturaban mi mesa de
un exceso de información acerca del tema que pretendía
estudiar, caí en la cuenta de que quizá la mejor fórmula
para saber más sobre el asunto era leer a algunos poetas
que habían destacado por sus actividades sadomasoquistas: me refiero a Swinburne y a Baudelaire, cuyo poema
que a continuación expongo, habla de la identificación que
todo sádico hace con su víctima y viceversa:
Y así yo vendré una noche
cuando la hora del placer suene,
hacia los tesoros de tu persona,
como un ladrón, caminando de puntillas.
Para castigar tu carne jubilosa,

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para macerar tu seno intacto
y hacer en tu flanco estremecido
una herida ancha y profunda.
Y vertiginosa dulzura
infundirte, hermana, mi veneno
a través de esos labios renovados,
más abiertos y más bellos..
Recurrir a las fuentes suponía bucear en el texto
del "inventor" del masoquismo Leopoldo von SacherMasoch (1836-1895), autor de la biblia masoquista, La
Venus de las pieles, un texto de obligada lectura para
cualquiera que pretenda saber algo más sobre el masoquista y el masoquismo. Von Sacher-Masoch, como por cierto
todos los masoquistas era también un gran fetichista: como
más adelante veremos, existen relaciones de vecindad entre los gustos sadomasoquistas y los propiamente fetichistas, en realidad existen simpatías de vecindad entre todas
las perversiones.
Leopold Von Sacher Masoch, era un aristócrata,
culto, profesor de la Universidad de Viena donde compartía magisterio con Kraft-Ebing (1840-1902) el célebre
profesor de Psiquiatría, autor de un best-seller en aquella
época: la Psycophatia Sexualis, el libro más vendido de la
historia de la Psiquiatría, quizá por la escasa oportunidad
del público en general de leer historias verdes. Von Sacher-Masoch no era pues un indocumentado, oigámosle en
un texto autorreflexivo, de la Confesión de mi vida de
1906:
Soy mentalmente normal, pero he sido precoz en
todos los aspectos. A los 13 años componía cantidad de
poemas serios, a los 16 imponía por mi seriedad viril, a
los 18 los problemas filosóficos me absorbían. He tenido
pocas relaciones pero buenas y me creo dotado más que
medianamente. Convertido en hipocondríaco a los 18,
bajo la influencia de las poluciones que se multiplicaban
(sic), llegué a habituarme después a mi estado, pero soy

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pesimista y fatalista, a pesar de eso estoy siempre alegre,
pero tengo ideas negras cuando pienso en el porvenir.
Von Sacher-Masoch alude constantemente a su
"vicio solitario" a su obsesión por la masturbación a la que
acusa de ser la responsable de su propio masoquismo. En
otro párrafo alude a la necesidad de curarse su manía masturbatoria y la asocia con su problema actual:
Para llegar a eso (a curarse de la masturbación)
seria necesario, quizá por sugestión hipnótica eliminar el
masoquismo y despertar nuevos sentimientos hacia la mujer buscada por ella misma (citado por Moll 1899).
La alusión al vínculo entre masoquismo y masturbación está presente en todos los textos de la época y en
todos los textos psicoanalíticos postfreudianos y no es en
absoluto una redundacia baladí, dado que las perversiones
y la prohibición sexual mantienen relaciones de buena
vecindad y sempiterna antipatía. Sobre ello volveré más
adelante, al ocuparme de las elucubraciones sobre su origen y el problema de la culpa. Pero me interesa subrayar
ahora algo: la precocidad sexual. Llama la atención tanto
en Sacher-Masoch como en Rousseau, que fecharan ambos su experiencia a los 8 años y también que fueran buenos estudiantes, preocupados ambos por temas éticos o
estéticos. Me interesa subrayar esta palabra y meterla - de
momento- en el congelador.
En otro párrafo, Leopold, da una versión de los
hechos calcada a la que más adelante ilustraré con el caso
de J. J. Rousseau.
Al parecer, Leopold, a la edad de 8 años espiaba a
su tía Zenobia en la intimidad de su alcoba, mientras propinaba una serie de latigazos a su marido y a un invitado.
Por accidente, es descubierto "in fraganti", entonces ella le
proporciona a su sobrino Leopold, el castigo que minutos
atrás estaba presenciando escondido tras un armario y en
secreto. Un armario lleno de pieles y de abrigos, que cae
estrepitosamente, siendo descubierto el infeliz espía.

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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Este acontecimiento se grabó en mi alma como con
un hierro al rojo- En ese momento no comprendía a esa
mujer, envuelta en pieles voluptuosas, traicionando al
marido y maltratándolo después, pero aborrecí y amé al
mismo tiempo a esa criatura que con su fuerza y belleza
brutales, parecía creada para poner su pie en la nuca de
la humanidad.
Aquí aparece uno de los elementos a mi juicio más
importantes del masoquismo: de un lado la iniciación, un
rapto a partir de la contemplación de una escena, por otro
la atribución que adjudica un poder omnipotente a la figura del agresor, que en este caso es una mujer, adornada
con pieles, pero ya se verá como esta trasferencia de poder
que hace el masoquista es la piedra nuclear sobre la que
gira esta enigmática actividad.
Ya en plena faena, me enteré leyendo un texto de
Nacht de 1968 que J.J. Rousseau había sido masoquista y
que sus Confesiones, contenían una experiencia de primera
mano (como la de Sacher-Masoch) para conocer más sobre el tema, una experiencia nada banal que me conmocionó por su lucidez y si se me permite, por su modernidad.
"Quien creería- dice Rousseau- que este castigo de
niño recibido a los 8 años por mano de una mujer de
treinta decidió mis gustos, mis deseos y mis pasiones, para
el resto de mi vida y todo eso en el sentido contrario a lo
que debería ser habitualmente. Al mismo tiempo que mis
sentidos se despertaron, mis deseos sintieron tan bien el
cambio que les impartió lo que había experimentado, que
no se atrevieron a buscar otra cosa".
Obsérvese que el propio Rousseau da una hipótesis
etiológica acerca de su masoquismo sexual, una hipótesis
asociacionista del estilo de Binet, y porque no decirlo,
muy Freudiana; pero no solamente eso, sino que además
afirma que esta experiencia le marcó en el sentido contra-

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rio a lo que debería ser habitualmente. Es verdad, lo
usual, al menos lo que hoy creemos, es que los niños que
han sido maltratados se convierten a su vez en agresores,
al menos es lo que estamos acostumbrados a oír hasta el
paroxismo. Llama también la atención otra cuestión de ese
fragmento y es el tema "del despertar de los sentidos". ¿Es
por esa razón que Rousseau fue un masoquista en lugar de
un sádico, precisamente porque coincidió con el despertar
de los sentidos? ¿O los sentidos se despertaron precisamente porque ya estaban dispuestos para ello y Rousseau
de manera catamnésica lo hace coincidir con el episodio?
Oigámosle.
"La srta Lambercier tenía para con nosotros el
afecto de una madre, pero también tenia su autoridad y
nos castigaba cuando lo merecíamos. Mucho tiempo se
mantuvo con las amenazas y esta amenaza de un castigo
nuevo me parecía muy terrible, pero después de la ejecución lo encontré menos terrible en la prueba que en la
espera y lo más extraño es que este castigo me hizo amar
más a quien me lo había impuesto (...) un castigo en el
que había encontrado una sensualidad que me había dejado más deseo que temor por experimentarlo otra vez por
la misma mano."
Naturalmente, Rousseau se refiere a la flagelación,
a los azotes en las nalgas, el supremo castigo masoquista.
De este fragmento podemos extraer nuevas conclusiones:
el autor del castigo es "como una madre", una persona
querida que cuida de J. Jacques y a la que este estima y
admira. No se trata de un castigo inmerecido, brutal o arbitrario, sino de un castigo merecido y proporcional a la
falta (castigo por otra parte muy frecuente en aquella época), incluso - y según el propio J. Jacques- por debajo de
ella. Y la cuestión más importante: la amenaza y el alivio
que proporciona el castigo, inferior siempre en su cualidad
a la percepción de la propia amenaza repetitiva y constante.

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Sea como fuere, el propio Rousseau admite que esta escena le marcó en sus gustos eróticos de adulto y según
se desprende de la descripción, la situación es descrita
como sensual y buscada activamente por el propio Rousseau como un acto consentido y deseado. La lucidez de
Rousseau es tal que más adelante afirma:
"Mi antiguo placer de niño, en lugar de desvanecerse, se asoció de tal manera al otro (relación sexual)
que no pude nunca descartarlo de los deseos encendidos
por mis sentidos: y esta locura, unida a mi timidez habitual, me ha vuelto siempre muy poco emprendedor con las
mujeres."
De modo que para ser masoquista (según Rousseau) hacen falta dos cosas, primero una experiencia infantil voluptuosa, - dice-, obsérvese que no dice erótica o
sexual, sino voluptuosa y luego ya en la adolescencia, que
esta experiencia se asocie a la pulsión sexual propiamente
dicha. Si encima uno es tímido pues peor, parece afirmar
nuestro héroe. De esa misma opinión resulta ser KraftEbing cuando dice:
Cuando la idea de ser tiranizado se asocia durante
mucho tiempo a un pensamiento libidinoso de la persona
amada, la emoción lujuriosa se transfiere finalmente a la
tiranía misma y se completa la transformación en una
perversión (pag 207, Psychopatia sexualis)
Una idea muy moderna si se atiende a nuestro actual concepto del binding (asociación o ligazón). Entre
nosotros F. Mora ha teorizado que:
Los mecanismos de unir o poner juntas todas las
propiedades de un objeto son producidos por la actividad
o disparo sincrónico de todas las neuronas que intervienen en el análisis de cada propiedad de acontecimiento
percibido.

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Hoy estaríamos casi obligados por el peso del discurso psicoanalítico a pensar que los niños tienen una
sexualidad calcada de los adultos, o lo que es peor: a negar
cualquier sexualidad en ellos. Nadie hablaría ya, de una
experiencia voluptuosa, sino tal vez de una experiencia
aterradora o una experiencia sexual pura y dura, en clave
de abuso. Y sin embargo ¿qué es la voluptuosidad?
Según el diccionario "es una sensación que causa
placer intenso y embriagador de los sentidos", es decir,
una especie de borrachera placentera, no dice nada del
dolor, aunque no está el miedo, ausente en ese cóctel, el

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lo. En cualquier caso era el castigo quien liberaba de facto
la voluptuosidad largo tiempo contenida.
Tengo la convicción de que el castigo por sí mismo
no es placentero en ningún caso: los masoquistas no tienen
orgasmo durante el castigo, sino que les sirve de antesala
al goce sexual propiamente dicho y ahora si, merecido. En
este sentido me parece contradictorio el término "algolagnia", o el pensar que los masoquistas disfrutan con el dolor, o que no lo sienten como los demás o que disfrutan
siendo maltratados, esta opinión es más producto de la
ignorancia que una aproximación definitiva a la verdad.
Hay dos conceptos bastante aceptados por la moderna sexología, el término excitación y el término orgasmo, siendo este la culminación de la excitación, aunque no
debemos olvidar que existen orgasmos que suceden por un
cambio de rango, un cambio en la organización de la excitación basal. Evidentemente me refiero a la excitación
sexual, pero no toda excitación es sexual, como el propio
término voluptuosidad nos asegura, con independencia de
que algunas personas sólo pueden excitarse con la mediación del miedo. Y no toda excitación es placentera, confundiéndose muchas veces con la disforia, es decir, un
estado de desasosiego irritable, egodistónico que nunca
termina por ser voluptuoso o placentero, sino colérico o
precediendo a un ataque de pánico.
En otro orden de cosas nos excita (nos estremece o
sobrecoge) el miedo y la cólera y por eso vamos a ver películas de terror donde proyectar nuestro goce negado, nos
excita la sangre y la contemplación de la violencia, que no
es más que un fenómeno de proyección similar. Hay excitaciones tolerables y excitaciones prohibidas. Las prohibidas, simplemente las negamos y se las atribuimos a otro, si
es en una película mejor, allí tenemos oportunidades más
que sobradas de podernos disociar. En realidad las películas no suceden de verdad sino sólo en lo imaginario o en la
ficción, por tanto no tenemos nada que temer, se trata de
simulacros que ejercen un efecto "como si" fueran experiencias reales. La excitación sadomasoquista que obtenemos de los filmes de terror es un ejemplo de ello, son exci-

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taciones intolerables que nadie aceptaría poseer de buen
grado, a pesar de ser un fenómeno generalizado y placentero, léase voluptuoso.
El término masoquismo ha caído en desgracia, quizá por la misma razón que el término perversión o el término homosexual, no sólo en los manuales de Psiquiatría
sino en el propio discurso social. Estas palabras gozan de
mala reputación, todas tienen una acepción intolerable
para el cuerpo social. Nadie se reconocería masoquista, o
perverso, y los homosexuales prefieren ser llamados
"gays", porque ­efectivamente­ el término perversión,
como el término masoquista u homosexual son términos
clínicos que implican alguna perturbación o trastorno
mental. Y antes de la clínica y en ocasiones simultáneamente con ella, fueron términos médico- legales y delitos
tipificados en el Código Penal de casi todos los países civilizados. Algunas prácticas de este tipo todavía lo son y
en el DSM-IV existe un capítulo diagnóstico al que se le
ha suavizado el nombre. Las perversiones ya no son perversiones sino parafilias y allí comparten nosografía tanto
el pederasta, como el masoquista "light". Naturalmente el
influyente lobby gay, consiguió retirar de los manuales
diagnósticos a la homosexualidad, suerte, que desgraciadamente no ha corrido ninguna otra "perversión".
Es verdad que la Psiquiatría supuso un avance en la
concepción de estas conductas, que en cierto modo pasaron desde el sistema Penal a los manuales de clasificación
médica durante el siglo XIX, pero la medicalización de los
gustos sexuales, lejos de resolver el problema (si es que
hay algo que resolver en el placer privado), lo que hizo fue
categorizarlo, prologando nuevos abusos sobre los
disidentes de lo sexual.
EL DOLOR Y EL PLACER
Estamos acostumbrados a pensarlos en pares de
opuestos, en categorías cerradas, a partir de nuestra instrucción cartesiana y dual; sin embargo existe otra posibilidad conceptual: pensarlos en un contínuo de sensibili-

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dad-insensibilidad o de placer-displacer, constelaciones
cuyos destinos son el dolor o el goce según la vía en que
deriven, o en estados de máxima indiferenciación.
Una tradición sufí, afirma:
Cosas antagónicas ejercen una acción común aunque nominalmente sean opuestas. (Rumi)
El estado de máxima sensibilidad consistiría en una
percepción difusa y un estado de receptividad abierta frente a los estímulos. Todos los estímulos, tanto el dolor como el placer se encuentras maniatados biológicamente a
través de los opioides endogenos. Una paciente mía Marta-, que más adelante seguiré citando como referencia
obligada, una mujer de una gran inteligencia e intuición
me confesó un día:
"El masoquismo es un problema de piel, de esquema corporal, yo no conozco mis límites, los límites de mi
piel, necesito que alguien los marque, les ponga fronteras,
algo que señale donde está el término municipal de mi
cuerpo. De pequeña jugaba mucho con eso, me gustaba
explorar mis orificios, mis limites, me abría los labios con
hilos y con lana y me miraba al espejo, me sentía diferente
así. Me apretaba los ojos hasta marearme porque quería
ver las cosas más pequeñas y distantes como próximas y
las cercanas como alejadas, siempre he tenido interés por
marcar el límite de mi cuerpo, a veces haciéndome daño,
poniéndome gomitas en las manos para que se me quedara la marca, un daño que siempre acepté porque me proporcionaba seguridad acerca de dónde acababa mi cuerpo. Sin embargo el dolor me da mucho miedo".
Los órganos sensoriales están diseñados para recoger toda la información externa, al menos la percepción
que se encuentra en el rango de lo perceptible. Desde un
punto de vista neurofisiológico es obvio que en la piel no
existen receptores para el placer sino para el dolor, quizá
porque la percepción del dolor es más importante desde el

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punto de vista adaptativo para el ser humano, que el propio placer. En este sentido la adjudicación de una determinada sensación al registro del placer puede ser una cuestión idiosincrásica o de simple dosis de excitación o de
disponibilidad psicológica. Por el contrario, en el cerebro
existen múltiples sistemas de recompensa que dependen
de varios subsistemas alimentados por diversos neurotransmisores. Parece como si en la marea evolutiva, el
cerebro hubiera de haberse blindado intensamente para
poder resistir las diversas calamidades que el cuerpo debería soportar a lo largo de su vida. Las endorfinas, sobre
todo, regulan un sistema antidolor en el cerebro, pero también la serotonina y sobre todo la dopamina, parece que
forman parte de un metasistema de recompensa que regula
a todos los demás.
El dolor no sólo es percibido periféricamente (nociceptivamente), no sólo es estímulo o señal de peligro
para la homeostasis, sino también respuesta, porque en
parte debe de ser elaborado por el cerebro límbico y la
corteza cerebral. Podemos afirmar que el dolor es mitad
percepción y mitad sensación. En ocasiones, como sucede
con el dolor psicógeno, ni siquiera es necesaria la alteración funcional, basta con la sensación pura a nivel central.
El dolor tiene además una función social: para ser
reconocido debe ser comunicado, legitimado por alguien,
es así como se transforma en queja. Sin queja, ningún dolor podría ser reconocido y perdería por tanto su carácter
de señal comunicativa. Equivale a decir que sin afecto
límbico concomitante, el dolor quedaría en nada o poca
cosa, una idea o representación. El dolor es fundamentalmente una emoción, en contraposición al daño que es algo
objetivo y visible. La polaridad daño/dolor, lo visible y lo
invisible forman parte de la ritualización de cualquier
"juego sadomasoquista"1, como más adelante tendremos
ocasión de explorar.
Utilizaré el término juego para referirme a cualquier interacción, gobernada por reglas. Reglas que tienen como fin alejar la
incertidumbre de cualquier interacción.
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En mi opinión el dilema que plantea el masoquismo es sólo aparentemente paradójico. ¿Puede el dolor erotizarse?
Si lo estamos pensando desde la perspectiva de los
opuestos, es razonable que nos invada cierta perplejidad:
dolor y placer parecen categorías alejadas y que se excluyen mutuamente, existe una inacapacidad física de habituarse al dolor. Sin embargo si lo pensamos desde el punto
de vista del umbral de sensibilidad no hay contradicción: o
se reacciona o no se reacciona, la conocida "ley del todo o
la nada". Desde este punto de vista puramente fisiológico,
el masoquismo puede representar un estado de máxima
sensibilidad.
Muchos estados mentales psicopatológicos se caracterizan ­precisamente­ por su contrario, es decir, por
un estado de insensibilidad crónica, piénsese en la "flemática narcotización" de algunas personalidades simbióticas
o en la indiferencia del esquizofrénico o en la abulia del
depresivo, no sólo al placer sino incluso al dolor físico.
Este estado, conocido como anhedonia, insensibilidad al
placer, nos oculta a veces que también es un estado de
insensibilidad hacia el dolor. En mi opinión, estos estados
representan el polo opuesto al estado de máxima sensibilidad, que representan determinados estados mentales vinculados a la creatividad y por supuesto al masoquismo.
Con todo, es probable que la teoría clásica esté
equivocada al pensar que lo que sucede en el masoquismo
es una erotización del dolor. Por qué no pensar, que cuando un organismo reacciona, lo hace a través de la sensibilidad extrema, dado que los órganos de los sentidos están
construidos ­como dice Bergson­ para apresar "toda la
realidad". Tenemos abundantes ejemplos para hacer este
ejercicio: el proceso creador y el testimonio de poetas,
novelistas, compositores, creadores en general así lo parecen indicar, con la conocida metáfora del "dolor de alumbramiento".
El creador, a la llamada de una determinada "inspiración" se encierra durante meses, sintiendo sólo el peso
de las horas, sacrificando - cómo no- partes de su goce y a

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veces de su comodidad o su equilibrio en función de esta
persecución: las ideas, las imágenes, las melodías se niegan a ser capturadas sin resistencia, aunque el artista termina por dar con ellas al objeto de transformarlas. He
evitado el verbo sublimar, como expresión verbal de este
proceso, pero me parece pertinente emplearlo aquí.
La mayor parte de la gente (la gente común) se limita a disfrutar y consumir sensaciones de otros. Los artistas transforman esa sensación y alumbran algo distinto,
original e idiosincrásico, destinado al consumo de los demás: de aquellos que son incapaces de crear nada nuevo
por muy inteligentes que sean, hábiles o talentosos. Ellos,
las personas comunes se limitan a consumir bienes que
proceden de la creación ajena, pero el artista es en tanto
que transforma. Ese proceso de transformación desde lo
amorfo hacia la obra terminada, es en esencia el proceso
creador. Abundan las descripciones que nos hablan de que
ese "alumbramiento" es doloroso y gozoso, puesto que
ambas sensaciones aparecen amalgamadas constantemente
en el proyecto. De otro modo ninguna obra podría ser terminada. ¿Es el artista un masoquista profesional tal y como sugiere A. Philips?
Es muy posible que el artista tenga alguna disfunción especifica en su aparato perceptivo que le impida
filtrar las percepciones a fin de hacerlas tolerables.
Eso es, al parecer, lo que hace todo el mundo, protegerse de la inundación de estímulos, mediante un filtro,
una barrera a los estímulos que llamamos atención selectiva y también umbral de la conciencia.
Y el masoquista, ¿qué hace? Mi impresión es que
los masoquistas obtienen placer de forma muy fácil y sencilla. No es raro encontrar en la población masoquista femenina una mayoría de sujetos hiperrespondedores: son
las llamadas multiorgásmicas. Mujeres que por la facilidad
con que llegan al orgasmo, quizá precisen colocar una
barrera ante su goce y la realidad.

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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Desde Freud sabemos que las barreras naturales al
placer sexual son tres: el pudor, la repugnancia y el dolor.
¿Es posible pensar que el dolor actúe como un modulador
ante la facilitación neurofisiológica del masoquista? En el
placer hay algo de fastidioso, ciertamente. Tal y como dice
Bataille: "el erotismo de los cuerpos tiene algo de pesado,
de siniestro".
Existe una tercera posibilidad en la etiología del
masoquismo y es que el dolor no sea realmente sino un
epifenómeno, algo que se llega a tolerar para complacer a
la pareja o partenaire, algo que forma parte del ritual sadomasoquista, que se admite como mal menor a fin de acercarse al objeto y retenerlo. Naturalmente muchas veces se
trata de reajustes imaginarios: las mujeres creen que los
hombres disfrutan haciendo sufrir y los hombres suelen
pensar que las mujeres disfrutan sufriendo. Este error cognitivo puede estar en la base del deseo de agradar, más allá
del catálogo de los gestos razonables. Del deseo de agradar que llega hasta el sometimiento o el sacrificio.
Y por fin, creo que las tres teorías pueden ser ciertas: es posible que el dolor se erotice, como es posible que
un determinado sufrimiento se medicalice, dado que la
definición o el rotulado de los sucesos suele ser un consenso de opinión. Es posible también, que el dolor y el
placer no sean opuestos, sino dimensiones de una única
categoría: el umbral de sensibilidad neurofisiológica. O
que el dolor se acepte como mal menor a fin de evitar la
separación, el abandono o el rechazo. Por último, es posible que el castigo se acepte para amortiguar el fácil placer,
o como un impuesto "para el placer" ofrecido a la diosa
Moral.
Nietzschte decía que la cristiandad había envenenado a Eros y que si bien esta no había muerto se había
convertido en un vicio, condenando el masoquismo al repliegue intrapsíquico, en virtud de las exigencias de la
Moral, una instancia supraindividual que a través de las
religiones monoteístas había logrado penetrar en el individuo a través de sus creencias. Una moral que no sólo condena la violencia, sino que trata de aparentar que no existe,

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tras la mascarada del masoquismo. A consecuencia de este
cambio de ubicación hoy diríamos que ya no es un vicio,
sino una categoría psicológica, lo que es lo mismo que
decir que sigue morando en el interior del cerebro humano, en su mente y transmitiéndose a través de la cultura.
Sin embargo, creo que el paradigma del masoquismo, con todo, no es el dolor, sino la humillación y el
sometimiento a una autoridad atávica, impersonal, que
opera desde algún remoto lugar del inconsciente colectivo
en forma de padre (o madre) severo, punitivo y castrador.
La tía Zenobia de Sacher-Masoch es el paradigma universal, en este caso representado por la madre- fálica, dominante y imaginada con atributos casi divinos.
¿Qué necesidad puede tener alguien de someterse a
una figura así? ¿Qué juego de roles siniestro se recompone
o descompone con este ritual? Esta pregunta tiene algo de
trampa, porque se supone que es deseable socialmente,
lograr ser autónomo, asertivo, dominante y competitivo.
Delegar soberanía en otro parece una claudicación intolerable para nuestros ideales opulentos. Sin embargo, tenemos que admitir que hay algo en la autoridad que nos resulta fascinante, y que delegar nuestra voluntad en ella,
puede tener un efecto tranquilizador para gran parte de la
población.
En este sentido el masoquismo o al menos los juegos de dominación-sumisión serían fenómenos naturales,
que se dan en todos y en cada uno de nosotros en diversos
grados y condiciones. Si es un fenómeno natural, desde
luego no puede ser patológico, mas que cuando se hace
inadaptativo. En mi opinión, el sadomasoquismo no es una
enfermedad sino el representante vicario de la Moral, entendida como el protocolo de prohibiciones que los humanos hemos inventado para oponer a las tendencias naturales de codicia, lujuria y agresión, que son socialmente inaceptables. También puede ser considerado en su vertiente
práctica, como una forma de obtener control, predictibilidad sobre nuestra situación en la pirámide de poder, una
forma de explorar nuestro narcisismo y nuestra pasividad

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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y eventualmente una forma de reparar duelos o identificaciones deterioradas o fragmentadas.
El masoquista no es una víctima, porque nadie es
masoquista de manera pura e ineluctable, sino que el sadomasoquismo se presenta en bloque, como representante
del erotismo ligado al placer de dar muerte. Esta pulsión
relegada al inconsciente por la humanización y posteriormente sacralizada por las religiones monoteístas, es la
responsable de las actitudes de sumisión propias del masoquismo. Lo primario es la agresión, lo secundario el
sometimiento y la autopunición, aunque se trata de mecanismos bidireccionales y centrífugos que suponen versiones distintas sobre la manera en que el ente individual
afronta la agresión intraespecífica.
El masoquismo del que estoy hablando de momento, es decir, el masoquismo consentido, no tiene nada que
ver con el problema del maltrato, que representa una lacra
social, donde las mujeres viven atormentadas por maridos
celosos o acosadores.
El maltrato supone un caso extremo de sadomasoquismo, donde se pierde el aspecto consensuado de las relaciones de
dominación-sumisión, traspasando las fronteras del goce y la
alteridad. Se trata más de un fenómeno pasional que sadomasoquista.

Son pues, fenómenos distintos que mantienen un
cierto parentesco anclado en el mito de que la mujer es la
esclava del hombre. Ya veremos como precisamente el
masoquismo ­clásicamente­ ha venido asociándose más
con el sexo masculino que el femenino.
Frecuentemente, el masoquista es un manipulador,
pero nunca una víctima, a no ser que no sepa que disfruta
con el sometimiento (o que al menos le resulta más fácil
de aplicar que la agresión directa), cuestión que merecerá
un capítulo entero. De esta misma opinión es T. Reik
quien en 1941 ya hablaba de la tendencia manipulativa de
estas personas.

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La novedad que introduce Reik en la concepción
clásica de masoquismo, es su idea de que el origen de estas conductas está en la fantasía, entendida como ensoñación consciente, un lugar desde donde el sujeto podría
contener sus impulsos destructivos, merced a una serie de
mecanismos de inversión. Para Reik, los rasgos diferenciales del masoquismo serían, primero: el factor suspensivo,
el retraso. Segundo: el factor demostrativo, hacer ver, y
tercero: el factor provocador, una tendencia a confundir al
testigo: un testigo necesario para que la queja sea reconocida por el otro.
La idea de que el masoquista no busca sino el placer, está contenida en todas las descripciones de los psicoanalistas. El propio H. S. Sullivan afirmaba en 1947:
Muchas personas aceptan abusos y humillaciones
y cuando las observas, descubres que casi siempre obtienen lo que desean. Y las cosas que desean son: satisfacción y sentirse a salvo de la ansiedad.
Se refiere naturalmente al masoquista perverso, a
aquella persona que obtiene un goce sexual directo a partir
de una escena más o menos sofisticada, una dramatización
que incluye fetiches y objetos "ad hoc". Una escena que no
tiene nada de improvisada o peligrosa, antes al contrario,
se trata de un escenario pactado, cómodo y seguro, no
exento de humor y a veces de esperpento. Una escena ritualizada y consensuada.
Un ritual es una combinación de conductas perfectamente predecibles, que son repetitivas y están frecuentemente incluidas en una ceremonia, una liturgia, que tiene
como objetivo limitar la difusión de la conducta y del pensamiento. Un ritual es un atajo al albedrío, podría decirse
que un ritual es todo lo contrario del libre albedrío es decir
de la indeterminación. La vida está llena de rituales que
tienen que ver con los "fenómenos de pase", los estados de
transición, los tránsitos de un lugar a otro. El efecto catártico del ritual, es tal que no es necesario que sea compren-

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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dido por el propio iniciado para que surja su efecto, generalmente normalizador y tranquilizador.
Es tranquilizador, porque permite al sujeto mantenerse al margen y no pensar, dejarse llevar en un tránsito
difícil y ser conducido por el peso de los símbolos. Lenguaje como somos, no podemos vivir ajenos a él. En este
sentido los rituales abrevian la complejidad del mundo, al
permitirnos sentirnos como partes de una comunidad
humana en contacto con lo sagrado o con la totalidad.
A pesar de que la conducta sadomasoquista está
perfectamente ritualizada, con un lenguaje propio, unos
mitos propios y fetiches y jerarquías perfectamente definidos, nada hay tan inestable como la pareja sadomasoquista.
LA PAREJA SADOMASOQUISTA
Estamos acostumbrados a pensar el sadomasoquismo, mediante una polaridad de individuos. Uno
que somete y otro que es sometido, a veces también, en
uno que maltrata y otro que es maltratado. Sin embargo
Kraft-Ebing, ya intuyó que el sadomasoquismo era una
entidad única y no son estas tendencias ­necesariamente­
antinómicas. Pueden de hecho convivir bajo una misma
piel, como sucede siempre con los opuestos. La sexualidad
improductiva, no reproductiva, se caracteriza por un mecanismo de doble impulso: placer y poder. En este sentido
nos recuerda Foucault que:
Ejercer un poder que pregunta, vigila, acecha, espía, excava, palpa y de otro lado el placer de huir, engañar
o desnaturalizar. Poder que se deja invadir por el placer al
que da caza y frente a él, placer que se afirma en el poder
de mostrarse, escandalizar o resistir.
La pareja sado-masoquista, como extremos donde
confluyen las sexualidades fugitivas de la represión informe: aquella que procede de instancias irreconocibles y a

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veces invisibles, no son más que los actores que se refuerzan recíprocamente en las espirales del juego de placer y
poder. Categorías, que como señala el propio Foucault, no
se anulan sino que se persiguen, se cabalgan, se reactivan,
se encadenan según procesos de excitación e incitación.
El sádico (o dominante) no es, pues, el contrario
del masoquista, su oponente o adversario, sino el actor que
le sirve de soporte, para explorar ­corporalmente­ la función categorial del poder y del placer que de él se prolonga. No quiero decir que en todo masoquista (o sumiso)
haya un sádico "reprimido", sino que la dominancia y la
sumisión son instancias reversibles y permeables, como
ser vago o trabajador, enfermo o sano.
No es rara la inversión de roles entre sus miembros
o la convivencia de la dualidad en un individuo (switch).
Roles que se eligen en función de los gustos (del carácter
de cada cual) y también del sexo o de la posición social,
en realidad se eligen en función de una mitología: la mitología del género. Una mitología que adjudica el papel dominante al hombre y el sumiso a la mujer.2
En realidad, la pareja sado-masoquista no hace sino
dramatizar, esperpentizar la relación de poder entre los
sexos. Se trata, sin embargo de una simulación: no pueden
existir parejas sadomasoquistas estables, quiero decir, oficiales. Las que existen se vinculan con un contrato que les
obliga a ambos miembros y por un tiempo determinado:
un consenso a plazo fijo y frecuentemente reversible. Hay
algo en la pareja sadomasoquista que es, al parecer, insoportable, como en cualquier pareja perversa. Sin embargo,
estoy lejos de pensar a la pareja sado-masoquista como
una entidad entomológica, tal y como acostumbramos a
pensar en Psiquiatría. Tampoco al perverso lo considero
así. Aunque la homosexualidad, por ejemplo, se haya
constituido a lo largo de las ultimas décadas como una
identidad, no hay que olvidar que esta identidad se sustenEn cada especie animal este reparto de roles cambia. Por
ejemplo: en los leones los miembros dominantes son los machos
y entre las hienas al contrario, son las hembras.
2

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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ta en la creencia de que la perversión es una especie,
cuando sólo hace un siglo era una categoría jurídica y el
homosexual, un pederasta reincidente.
La naturaleza médica o psicológica de la homosexualidad (como paradigma de la sexualidad periférica), nace en
1870, en el famoso articulo de Wesphal sobre las "sensaciones
sexuales contrarias". No tanto supone el comienzo de un tipo de
relación sexual, como una cierta cualidad de invertir lo masculino y lo femenino. La homosexualidad aparece a partir de este
momento como una figura de la sexualidad cuando fue rebajada
de la práctica de la sodomía y redefinida como una especie de
androginia interior, de hermafrotidismo del alma. (M. Foucault,
"Historia de la sexualidad", tomo 1, pag 57)

La pareja estable y convencional, la pareja reproductora, se caracteriza por la tensión, la discusión, la negociación, el cambio de roles, el viraje brusco, la fricción
y la ambigüedad, dado que tienen que lidiar con las contradicciones y colisiones sociales internalizadas y asociadas a su sexo, género y posición de poder: ningún miembro puede ser dominador o dominado de manera explícita
o por mucho tiempo, a pesar de que la dominación o la
subordinación se halle omnipresente en cualquier decisión.
La dominación es una instancia supraindividual que no
puede ignorarse, es así que usualmente, esta tensión se
resuelve con un reparto de territorios entre ambos miembros, lo que lleva constantemente a una renegociación de
los roles y del reparto del poder en la familia o pareja. La
negociación constante del poder es el "leit motiv" que
anima a una pareja durante toda su vida, un engorro que
impregna de una forma casi permanente los conflictos con
la prole. La familia podría definirse como aquel lugar
donde se dan las mayores pugnas por el poder de cualquier
institución social conocida, con excepción hecha quizá de
la política o las guerras tribales. Los hermanos se jerarquizan según la edad y sus habilidades de seducción. Los
padres que originalmente poseen y delegan el poder, se
convierten en los proveedores naturales de prebendas y

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distribuidores oficiales entre sí y hacia sus hijos. Y además, estas alianzas cambian con el tiempo, de modo que la
distribución de poder entre ellos no es algo inmutable, sino
que se modifica con el crecimiento y los logros de habilidades de sus componentes, aunque no sin lucha o cesión
de soberanía de una u otra parte.
La pareja sadomasoquista, sin embargo, opera desde un lugar mucho más cómodo y predecible. La distribución de roles rígidos amortigua y ritualiza la lucha por el
poder que aparece en cada esquina de cualquier decisión,
al margen de resultar protectora en tanto en cuanto fragmenta la idealización de la consiguiente devaluación que
sigue inevitablemente con el paso del tiempo a cualquier
relación. Todo está pactado de antemano, un Amo/a que
ordena y un esclavo/a que obedece. Mediante un movimiento mágico, el poder es transformado, defragmentado
en placer, proceso que invierte la dirección causal de la
represión sexual, que tiende a internalizar en los individuos la culpa derivada de la transgresión de su prohibición. A condición ­claro­ de que se sigan inexcusablemente determinadas condiciones: que se ponga fin a la
exigencia de mutualidad, por ejemplo, una demanda que
impregna cualquier relación, digamos, convencional. Aquí
sólo importará el placer de uno, el otro parece rendirse a
una especie de fascinación o altruismo sexual extraordinario: el de subordinarse a un estereotipo de objeto sexual
absoluto. Se profundiza pues, llevando hasta el paroxismo
la distinción objeto-sujeto, una distinción que, paradójicamente, subyace en cualquier búsqueda de placer erótico,
que en definitiva no es, sino una búsqueda de completud.
Una completud que sólo se contenta con la aniquilación

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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amo/a se idealiza, se convierte en un arquetipo de Dios, lo
que secundariamente permite a este no idealizar y al esclavo/a no devaluar.
Esto es naturalmente la teoría, porque en la práctica sucede una cosa muy distinta y es la rebelión natural
del masoquista o el cansancio del amo/a extenuado. Es por
eso por lo que la pareja masoquista de tan estable, se convierte en inestable, y entonces como sucede siempre en las
relaciones vicariantes, se impone el cambio de pareja ­de
estímulo­ con objeto de que el juego pueda jugarse sin fin.
No existe complementariedad alguna en la pareja
sadomasoquista, sino un juego metacomplementario donde
el esclavo está continuamente "obligando" al amo a hace

No 651.2 reW n100 TzBT/F1 11.9838 Tf1 0 0 1 154.471 537.905 Tm[(s)-1(anQq9i)-2(g)10(a)4(ndo")8( )-40(a)4(l)-2( )-40

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a tener mucho poder desde la debilidad o el victimismo,
así como poco o ningún control desde la dominancia.
¿Alguien puede creer que cuando un masoquista
paga a una prostituta para que le humille o le cabalgue, ha
perdido totalmente el control? En absoluto, porque "quien
paga manda", es decir, el control viene definido por la
cualidad de la relación que en este caso es puramente una
transacción comercial. Dicho de otra forma, en la dominación-sumisión existe una ambigüedad constante acerca de
quién controla a quién en la relación, a pesar de que los
roles sean estereotipados y repetitivos. Una ambigüedad
que lleva a veces a los dominantes a plantearse la relación
en términos de "posesión" y a los sumisos en términos de
"contrato", tal y como ha señalado acertadamente Deleuze
y que de alguna manera marcan las fronteras entre los niveles comunicacionales donde la dominación/sumisión
vira hacia sado/masoquismo.
En este orden de cosas el masoquista que pide a su
Amo/a que le castigue, está de alguna manera imponiendo
un nuevo control sobre la situación y convirtiendo la relación en metacomplementaria, de ahí la dificultad de definir la relación desde dentro. Esta imposibilidad es la que
genera el continuo cambio de pareja, es decir, el inicio de
una nueva partida.
AMOR MASOQUISTA
Al contrario de Freud, que pensaba que el masoquismo era el representante del instinto de muerte, algunos
autores ­como Berliner y Menaker­, piensan que el masoquismo deriva de las primeras experiencias infantiles. No
consideran al sadomasoquismo como una fuerza instintiva,
sino como una forma patológica de amar.
En su opinión, el niño premasoquista desarrolla
una especie de ceguera que le hace interpretar el sufrimiento o el abuso como amor, pervirtiendo de ese modo
las elecciones objetales posteriores. La vinculación a la
figura punitiva es un enigma psicobiológico, porque pareciera que los mecanismos de aversión fueran suficientes

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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para mantener a distancia ­en el vínculo­ al objeto punitivo, sin embargo Millon afirma que:
El peligro de ser totalmente abandonado genera
mas ansiedad que el vincularse a otro, aunque se haya
experimentado que de tal vinculación derivan consecuencias negativas. (Trastornos de la personalidad: Más allá
del DSM-IV, pag 621)
Lo que explicaría la vinculación al objeto punitivo
o en palabras de Bowlby, el apego ansioso, una forma de
protegerse de un mal mayor. Mal mayor que hace referencia a la pérdida del objeto, a la separación. En este sentido,
muchas personas preferirán un vínculo tormentoso perverso y aun de abuso, antes que perder, definitivamente, al
objeto de su dependencia. En un orden de cosas más terrenal, es obvio que pueden existir amores masoquistas, ese
tipo de relación donde "mis males, ni contigo ni sin ti,
tienen remedio". Todos hemos tenido la experiencia de ser
amados por personas que detestábamos o por el contrario
habernos enamorado de personas que nunca atendieron
nuestros ardores o de otras poco recomendables. Esta situación también es masoquista, y tan frecuente que no
merece ningún comentario suplementario, salvo señalar
que cualquier cosa es aceptable para el enamorado, salvo
la pérdida de la propia relación, aun siendo humillante o
insatisfactoria. En este sentido nos puede servir de fuente
de información, el propio arte de este homenaje a Billy
Holiday, por parte de Mª del Mar Bonet.:
Jim no me trae nunca las flores que prefiero
no reímos nunca juntos, porque no lo merezco
No sé porqué estoy tan loca por Jim.
Jim no me dice nunca que soy su ardiente deseo
El fuego del amor con que se enciende
A pesar del tiempo que hace que le conozco
Cuando me siento enferma de amor por Jim

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Francisco Traver
Hago como si me vengara de él
Lo dejo ir, pero mi corazón
Se desgarra aun más
Sé que el día en que me ame me dejará
Podeís creerme, será hoy o mañana
Siempre llevaré conmigo alguna cosa de Jim.

Dicho de otro modo cualquier cosa es aceptable,
antes que la pérdida del objeto amado, aun a costa de que
no nos ame o nos humille con su indiferencia. Es más,
existe la sospecha razonable de que el vínculo pueda perderse definitivamente con la llegada del amor, cuestión
que no por paradójica deja de ser verosímil.
Algunas personas que he conocido en la clínica y
que traían consigo una cierta cultura "psi", y también un
cierto adoctrinamiento psicoanalítico, solían definirse
"como personas que siempre se enamoran de personas no
idóneas". Esta definición es propia de mujeres cultas que
casi siempre tienen algún prejuicio sobre su supuesto masoquismo inconsciente, etiqueta abusada por los analistas
de todo el mundo. Es cierto que muchas mujeres parecen
siempre "repetir un mismo patrón de elección de hombres
incompetentes" para la vida familiar y práctica, a la que
parecen aspirar. Pero se trata simplemente de una trampa
de la propia mujer, una trampa hacia sí misma. A veces
amamos sin tener ninguna esperanza de ser correspondidos, simplemente por buen juicio estético. Otras veces
porque necesitamos desembarazarnos de "cadáveres" anteriores y la mejor manera de olvidar a un amante es a través
de otro que haga de puente entre el olvido y la realidad.
Otras veces, porque no queremos compartir nuestra vida
con nadie, aunque no nos atrevamos a reconocerlo.
Las mujeres pueden ser víctimas de una mitología
del amor, que en cierto modo las mantiene apresadas en un
ideal romántico al que no consiguen capturar, ni desenredar. Lo que ignoran (o niegan), es que tal vez no les interesa para nada. Otras se sienten frustradas, por no poder
reeditar una familia similar a la suya de origen, sin caer en

UN ESTUDIO SOBRE EL MASOQUISMO

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la cuenta de que no tienen fuerza ni vocación suficientes
para llevarla a cabo. En mi opinión, las mujeres están tan
identificadas con el arquetipo materno, que se sienten totalmente fracasadas si no consiguen, en un tiempo razonable, reeditar su familia perfecta.
Por otra parte ¿qué significa una pareja no idónea?
¿Cómo detectar la idoneidad de una persona, antes de someterla a la prueba de la convivencia? Una convivencia
que no se regala a nadie y que todos tienen que sufrir con
las preceptivas contradicciones, renuncias y adversidades.
¿Por qué estas mujeres suponen que no tienen más remedio que someterse a ella?
La influencia del psicoanálisis sobre las verdades
compartidas por la población es tal, que en determinados
ambientes las propias mujeres consideran masoquista el
hecho de no haber podido consolidar una relación estable
con una pareja "idónea" y arrastran su supuesto masoquismo por el diván de más de un psicoanalista, para caer quizá- con el tiempo en la cuenta de que no necesitan para
nada ese nicho ecológico que los románticos llamaban
amor y los menos románticos, hogar.
Es verdad que en determinados casos, la repetición
de la pauta fallida es la expresión de una identificación
vicariante más o menos patológica. Es el caso de la hija
del abusador que se empareja con otro abusador, o la hija
del alcohólico que repite su elección paterna en su pareja.
Pero estos casos no necesitan de comentario alguno porque la identidad vicaria está en primer plano y se constituye como un significante con el suficiente peso para impedir la permeabilidad en la elección de otras identidades
alternativas. Se trata de identidades rigidificadas, aprendizajes anómalos y estilos de vida estereotipados que se instalan en la conciencia obturando el paso a cualquier otra
posibilidad, por eso hablamos e(s)-1(n7 T 0 1 189.8240(l)-2(a)4( )-140(c)4(onc)4(i)-2(e)

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sujeto temido, que pasa así a un lejano lugar inaccesible a
la conciencia.
El amor romántico es un sentimiento muy curioso
que aún opera como un ideal, al que las mujeres universalmente parecen aspirar, no así los hombres, constantemente acusados por las féminas de escasa sensibilidad y
de tener poco contacto con sus emociones. Estas mujeres
parecen olvidar que el amor es un correlato psicológico
del sexo ­su octava superior­, un sentimiento que lo puede
trascender, pero no anular. Que el impulso sexual es el que
hay que preservar por encima de todo. Que no sabemos
por qué, pero la tendencia reproductiva es precisamente
"el quid" de la cuestión. Que nos enamoramos para reproducirnos, pero que también y gracias al funcionamiento de
nuestro cerebro podemos enamorarnos sin reproducirnos y
aun más: que podemos reproducirnos sin enamorarnos en
abs

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