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El síndrome mental de los poderosos



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Noticia | 07/03/2018

La posesión de poder, particularmente del asociado con un éxito abrumador y que se ha mantenido durante un período importante de tiempo, podría enfermar. El médico psiquiatra José A. Posada Villa, cuenta de qué se trata el síndrome de hubris.


La revista médica británica Brain publicó un artículo titulado ‘Síndrome de hubris: ¿un trastorno de la personalidad adquirido?‘ escrito por David Owen, exsecretario de Asuntos Exteriores británico, que también es médico y neurocientífico y Jonathan Davidson, profesor de psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Universidad de Duke.


La palabra surge del griego hybris y se refiere a un acto en el cual un personaje poderoso se comporta con soberbia, arrogancia y una autoconfianza que lo lleva a actuar por fuera de toda lógica. Se siente capaz de realizar grandes trabajos, cree que todo lo que necesita y lo que quiere son cosas muy importantes y que, por lo tanto, está autorizado a actuar por encima de la ética de la mayoría de los mortales. Cuando una persona sucumbe al síndrome de hubris, su experiencia en el poder ha distorsionado su personalidad y toma de decisiones.



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La historia nos muestra que grandes líderes han sufrido desórdenes mentales como la esquizofrenia, el trastorno afectivo bipolar, el trastorno depresivo mayor, el trastorno de personalidad paranoide o antisocial y en general otras patologías graves. Por supuesto, no todos. Por ejemplo, una revisión de fuentes biográficas de trastornos mentales en presidentes de Estados Unidos entre 1776 y 1974 mostró que 49 por ciento cumplían criterios que sugerían trastorno psiquiátrico: depresión (24 por ciento), ansiedad (8 por ciento), trastorno bipolar (8 por ciento) y alcoholismo (8 por ciento), datos que coinciden en términos generales con las tasas de trastorno mental de la población.


En el caso del síndrome de hubris, algunos lo ven como narcisismo. Otros simplemente lo asumen como algo esperable en líderes poderosos: presidentes de grandes empresas, gerentes, políticos, militares, artistas, etc., pero esa arrogancia tiene otro significado en términos de salud mental, por supuesto, después de descartar problemas psiquiatricos como el trastorno afectivo bipolar o el trastorno de personalidad paranoide en el que la grandiosidad puede ser una característica destacada.


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En el caso del síndrome de hubris, es necesario un cierto período de tiempo en el poder. La persona puede tener características predisponentes de personalidad, pero el problema mental se adquiere, es decir, su aparición es posterior al ejercicio de poder. Hay que advertir que, actualmente, no se considera un trastorno psiquiátrico como tal. Se trata de un perfil de personalidad que se manifiesta en el momento en que una persona está en una situación social en la que tiene mucho poder y se hace adicto a él. El síndrome de hubris, al ser considerado una condición adquirida de manera circunstancial, es diferente de la mayoría de los trastornos de la personalidad descritos en psiquiatría. Es relevante señalar que se desarrolla con más frecuencia cuando el personaje aspira a un segundo período de poder.


El síndrome de hubris es descrito por un patrón de comportamiento en el que la persona:



  • Ve el mundo como un lugar para autoglorificarse a través del uso del poder.

  • Tiene una tendencia a hacer cosas para mejorar la imagen personal.

  • Muestra una preocupación exagerada por la imagen y la presentación.

  • Exhibe celo mesiánico y exaltación en su discurso.

  • Se confunde con una nación u organización.

  • Usa el “nosotros” en la conversación.

  • Muestra excesiva confianza en sí mismo.

  • Muestra desprecio por los demás.

  • Se dice responsable solo ante Dios o la historia.

  • Muestra una creencia inquebrantable de que será comprendido en esas instancias.

  • Pierde contacto con la realidad.

  • Recurre a la imprudencia y las acciones impulsivas.

  • Esgrime la rectitud moral para obviar consideraciones prácticas, el costo o los resultados y

  • Muestra incompetencia al no tener en cuenta la adecuada formulación de las políticas.


Aunque se disculpe, no parece arrepentido. Tampoco parece desafiante ni presumido, ni siquiera falto de sinceridad. Parece como desorientado y sintiendo que la deferencia hacia ellos es una ley natural y que el daño que produce es demasiado pequeño. Incluso sienten que quienes los critican están bromeando. No pueden creer lo que están escuchando.


En estudios que abarcaron dos décadas en sujetos bajo la influencia de altos niveles de poder, se encontró que actuaban como si hubieran sufrido una lesión cerebral traumática: se volvieron más impulsivos, menos conscientes de los riesgos y de manera crucial, menos hábiles en ver las cosas desde el punto de vista de otras personas.


Es poco probable que estas personas busquen tratamiento de un profesional de la salud mental para su cuadro mental, aunque pueden aceptar ayuda para complicaciones tales como depresión o relacionadas con el alcohol.


Tristemente, la mayoría de las veces no hay mucho que se pueda hacer, aparte de encontrar los aspectos divertidos de la arrogancia de estos personajes. Quizás si hay antídoto contra la arrogancia, es el humor.


El síndrome de hubris en los poderosos es una amenaza mayor que las enfermedades convencionales para la calidad de su liderazgo y el manejo apropiado de sus responsabilidades. Se han sugerido estrategias para identificar y limitar la arrogancia como el manejo del humor, pero nada puede reemplazar el autocontrol y la humildad mientras se está en el poder y la capacidad de escuchar a quienes están en posición de asesorar. Otra forma importante es la práctica de la preocupación por las necesidades de las personas y no simplemente por su propia causa.


Es un fenómeno que necesita ser investigado a profundidad y no será muy útil poner etiquetas que son inapropiadas solo porque se desea desesperadamente decir que la persona está loca.


La propuesta es que mientras mejor se conozca este fenómeno y más consciente se tenga, será más fácil neutralizarlo o manejarlo.

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