La depresión es la primera enfermedad a nivel mundial según la OMS, es una pandemia que afecta a 350 millones de personas, primera causa de incapacidad laboral y una de las primeras 10 causas de discapacidad permanente a nivel mundial (1). La depresión es una enfermedad en la cual sus síntomas psicológicos, emocionales, somáticos y conductuales, se manifiestan como un síndrome que expresa una alteración sistémica mucho más grande. En esta interrelación coexisten alteraciones psicopatológicas, neurológicas, inmunológicas, endócrinas y metabólocas, de probada evidencia en la observación clínica y estudios científicos de los últimos años (2). Cada vez se conocen más claramente las manifestaciones sistémicas de la depresión y, sabemos por la evidencia actual, que la modulación de la respuesta de la neurotransmisión a nivel central se da a través del sistema inmunológico que, a su vez, regula la respuesta del sistema endocrino que incluye el eje gonadal, tiroideo y fundamentalmente el eje de estrés (3, 4). La interrelación entre estos sistemas puede explicar parcialmente los cambios sistémicos que suceden en la depresión, como los síntomas iniciales de tipo neurovegetativo por la reacción aguda del eje de estrés, los de mediano plazo como el síndrome apático persistente y las somatizaciones migrantes y alternantes, pero todavía no se pueden explicar con tanta claridad los síntomas de reactividad sistémica prolongada de más largo plazo como ser afecciones tipo dolor crónico, alteraciones cardiovasculares, endócrinometabólicas e inmunológicas (3, 4).