La adolescencia se ha caracterizado desde hace mucho tiempo por una paradoja: si bien se la asocia ampliamente con una mayor toma de riesgos y una aparente falta de miedo, también es un período en el que los trastornos de ansiedad alcanzan su punto máximo y la sensibilidad al estrés se acentúa en relación con la infancia y la edad adulta.
Esta contradicci...
La adolescencia se ha caracterizado desde hace mucho tiempo por una paradoja: si bien se la asocia ampliamente con una mayor toma de riesgos y una aparente falta de miedo, también es un período en el que los trastornos de ansiedad alcanzan su punto máximo y la sensibilidad al estrés se acentúa en relación con la infancia y la edad adulta.
Esta contradicción plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza del procesamiento del miedo y las amenazas durante la adolescencia y sobre cómo los cambios en el desarrollo de los circuitos neuronales contribuyen a los resultados tanto adaptativos como desadaptativos. Para abordar estas inconsistencias, nos basamos en los descubrimientos fundamentales realizados por Joseph LeDoux y sus colegas sobre los circuitos neuronales que subyacen a las respuestas a las amenazas en roedores adultos.
Su trabajo ha sido fundamental para identificar vías clave (en particular las que involucran la amígdala, la corteza prefrontal y el hipocampo) que rigen las respuestas a las amenazas en las distintas especies. La conservación de estos circuitos en los seres humanos proporciona un marco poderoso para comprender cómo se desarrollan las respuestas a las amenazas con el tiempo y por qué la adolescencia es un período de mayor vulnerabilidad y resiliencia única.
Al extender estos conocimientos a los humanos y roedores en desarrollo, hemos identificado condiciones en las que los adolescentes muestran respuestas a las amenazas intensificadas y otras en las que parecen sorprendentemente intrépidos. Esta variabilidad en la sensibilidad a las amenazas probablemente tenga su origen en cambios en curso en el desarrollo neurológico. Por ejemplo, la amígdala, un centro clave para procesar las amenazas, sufre cambios funcionales y estructurales durante la adolescencia, y a menudo se vuelve hiperactiva en respuesta a los factores estresantes.
Al mismo tiempo, la corteza prefrontal, que desempeña un papel fundamental en la regulación del miedo y la modulación de las respuestas emocionales, todavía está madurando, lo que conduce a un control descendente menos eficiente sobre las respuestas a las amenazas. Este desequilibrio en el desarrollo puede ayudar a explicar por qué los adolescentes oscilan entre un comportamiento imprudente en algunos contextos y una mayor ansiedad en otros. Desde una perspectiva evolutiva, este patrón de procesamiento de amenazas puede tener fines adaptativos.
Una mayor sensibilidad a las amenazas podría aumentar la vigilancia en un entorno social cada vez más complejo, ayudando a los adolescentes a afrontar nuevos desafíos y evitar posibles peligros. Por el contrario, un cierto grado de asunción de riesgos puede ser necesario para la exploración, la independencia y el vínculo social, lo que en última instancia beneficia tanto al individuo como a la especie. Sin embargo, cuando este equilibrio se altera (ya sea por una excesiva sensibilidad a las amenazas o por un control regulatorio insuficiente), aumenta el riesgo de sufrir trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés.
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