Autor/autores:
Bridget L. Callaghan, Dylan G. Gee , Laurel Gabard-Durnam...(et.al) b,
El cerebro humano permanece altamente plástico durante un período de desarrollo prolongado. Por lo tanto, aunque las adversidades tempranas del cuidado que alteran el desarrollo de la amígdala pueden dar lugar a dificultades duraderas en la regulación de las emociones, estas trayectorias deberían responder al cuidado enriquecido posterior. La exposición ...
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El cerebro humano permanece altamente plástico durante un período de desarrollo prolongado. Por lo tanto, aunque las adversidades tempranas del cuidado que alteran el desarrollo de la amígdala pueden dar lugar a dificultades duraderas en la regulación de las emociones, estas trayectorias deberían responder al cuidado enriquecido posterior.
La exposición a una crianza de alta calidad puede regular (es decir, disminuir) la reactividad de la amígdala de los niños, un proceso que, a largo plazo, se hipotetiza para mejorar la regulación de las emociones. Probamos la hipótesis de que incluso después de la adversidad, la relación padre-hijo se asociaría con disminuciones en la reactividad de la amígdala a las señales de los padres, lo que a su vez predeciría una ansiedad futura más baja.
Los participantes fueron 102 niños (6-10 años de edad) y adolescentes (11-17 años), para quienes se recopilaron datos en uno o dos puntos de tiempo y que habían experimentado atención institucional antes de la adopción (n = 45) o tenían vivieron siempre con sus padres biológicos (comparación; n = 57). Examinamos cómo la reactividad de la amígdala a las señales visuales del padre en el tiempo 1 predijo un cambio longitudinal (del tiempo 1 al tiempo 2) en la ansiedad infantil informada por los padres a lo largo de 3 años.
En el tiempo 1, en promedio, los decrementos de reactividad de la amígdala a las señales de los padres no se observaron en niños que habían recibido atención institucional, pero sí en niños en el grupo de comparación. Sin embargo, algunos niños que previamente experimentaron atención institucional mostraron una disminución de la reactividad de la amígdala a las señales de los padres (∼40%), lo que se asoció con mayores sentimientos de seguridad informados por los niños con sus padres. Las disminuciones de la amígdala en el tiempo 1 fueron seguidas por reducciones de ansiedad más pronunciadas del tiempo 1 al tiempo 2 (es decir, 3 años).
Estos datos proporcionan un mecanismo neurobiológico por el cual la relación padre-hijo puede aumentar la resiliencia, incluso en niños con un riesgo significativo de síntomas de ansiedad.
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