Autor/autores:
Lidia Engel y Cathrine Mihalopoulos
La soledad ha sido descrita como una epidemia y es uno de los problemas de salud pública más urgentes en Australia y en todo el mundo. A diferencia del aislamiento social, que se refiere a una medida objetiva de las interacciones y relaciones sociales, la soledad se define como una experiencia subjetiva en la que una persona percibe una discrepancia entre las relaciones sociales que ...
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La soledad ha sido descrita como una epidemia y es uno de los problemas de salud pública más urgentes en Australia y en todo el mundo. A diferencia del aislamiento social, que se refiere a una medida objetiva de las interacciones y relaciones sociales, la soledad se define como una experiencia subjetiva en la que una persona percibe una discrepancia entre las relaciones sociales que desea y las que realmente tiene, ya sea en términos de calidad o cantidad.
Aunque es común y natural sentirse solo ocasionalmente, los periodos prolongados e intensos de soledad están asociados con efectos negativos en la salud física y mental. Las investigaciones indican que la soledad puede afectar a personas de todas las edades; sin embargo, los adultos mayores son especialmente vulnerables a experimentarla, así como al aislamiento social, en mayor medida que otros grupos etarios.
Las razones para este aumento de la soledad en la vejez incluyen transiciones y eventos significativos, como la jubilación, que puede llevar a la pérdida de una red social basada en el ámbito laboral, y la disminución de ingresos económicos. Además, la pérdida de amigos y la viudez, los cambios en las condiciones de vida (como la transición a un centro de cuidados para personas mayores), y una disminución en la salud y la independencia también contribuyen a este problema.
Las personas mayores que enfrentan un mayor riesgo de soledad incluyen aquellas que viven con bajos ingresos, que sufren de alguna discapacidad, que residen en zonas rurales o enfrentan problemas de vivienda. Además, las personas solteras, sin hijos, o que viven solas, así como aquellas que son vulnerables o están en riesgo de sufrir abuso, y quienes tienen bajos niveles de alfabetización o habilidades tecnológicas, son grupos especialmente propensos a experimentar soledad.
Un creciente cuerpo de evidencia destaca la significativa carga de salud asociada con la soledad, incluyendo un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, depresión, deterioro cognitivo y mortalidad prematura. Estudios recientes sugieren que la soledad también se ha convertido en un problema económico, ya que está relacionada con un aumento en el uso de servicios de salud y la demanda de atención institucional.
Este contexto hace evidente la necesidad de desarrollar estrategias tanto efectivas como rentables para abordar la soledad, priorizando intervenciones que fortalezcan las conexiones sociales y mejoren el acceso a servicios comunitarios, especialmente para los adultos mayores en situación de vulnerabilidad. Abordar la soledad desde una perspectiva de salud pública es crucial para mejorar la calidad de vida y reducir las consecuencias adversas asociadas a este fenómeno global.
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