Dentro del gremio, la concepción hegemónica de la psicología se basa en dos presunciones, una epistemológica y otra teórica: la epistemológica supone que la psicología es una ciencia porque aplica el llamado método científico; la teórica supone que su objeto es la mente o la conducta y su finalidad es descubrir las leyes que las gobiernan con vistas a crear técnicas que promuevan nuestro bienestar.
A menudo se considera que tales leyes reposan en la objetividad anatómica y fisiológica del cerebro. En todo caso, lo epistemológico y lo teórico van ligados a lo político: los psicólogos, con su experticia, tendrían la última palabra respecto al comportamiento humano. Estarían para suministrar evidencias acerca de nuestra verdadera naturaleza y, corrigiendo lo que se desvíe de la norma, aplicar a individuos y poblaciones técnicas basadas en ellas. Parece casi inmoral, entonces, problematizar una ciencia cuyo objetivo es el bienestar de la gente.
En este estudio se propone de forma tentativa una concepción de la psicología que pretende desplazar las cuestiones epistemológicas (qué clase de ciencia es, de serlo) y las teóricas y metodológicas (cuál debe ser su objeto y su método) adoptando una perspectiva basada en la genealogía de cuño foucaultiano y en la antropología de la ciencia de autores como Bruno Latour.
Para ello, se marca distancia con la llamada psicología crítica y se argumenta que la psicología importa más por lo que hace que por lo que dice (aunque decir es también hacer) y que funciona ante todo como una práctica de subjetivación. Se termina revisando brevemente algunos trabajos que intentan mostrar ese funcionamiento en casos concretos.
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