Cuando se habla de Psiquiatría todo el mundo piensa en el diván del psiquiatra freudiano o en la “camisa de fuerza”, tan aireada por cierta prensa sensacionalista y películas sin rigor y con mucha demagogia que, lamentablemente, se han vertido sobre la materia.
Muy pocos son los que relacionan Psiquiatría con investigación cerebral, pruebas funcionales diagnósticas, marcadores biológicos o niveles de neurotransmisores. Eso no vende, no da morbo, eso parece que no atrae al gran público, quien identifica más el sufrimiento mental con el esperpento, la violencia, la marginación, que con la enfermedad que cualquiera puede sufrir y un abordaje médico serio y especializado.
Posiblemente buena parte de culpa la tenemos los propios médicos psiquiatras que hemos coqueteado a lo largo de la historia con otras ramas del saber abandonando nuestro origen: la Medicina y la Biología. Hemos querido ser a la vez antropólogos, sociólogos, psicólogos, filósofos e, incluso, teólogos, antes que lo que de verdad somos: médicos especializados en el estudio de una parte esencial de la estructura y función humana, como es el cerebro.
Con tanto y tan diverso trajín, se pierde rigor, perspectiva y también oficio. Por eso, es necesario recuperar el norte y ser lo que somos: profesionales sanitarios dedicados al diagnóstico, pronóstico y tratamiento de las enfermedades psíquicas.
Hay que dejar muy claro a los otros profesionales nuestro ámbito de actuación y lo que podemos y lo que no podemos hacer. Hay sensibilidades y actitudes diversas, pero el papel del psiquiatra no es el de ser un escuchador de problemas humanos, un consejero sentimental, un líder de opinión, ni tampoco un experto en explicar lo inexplicable. La Psiquiatría debe dejar definitivamente la elucubración y trabajar en la investigación del enfermar mental como lo hacen otros médicos: utilizando el modelo científico tradicional.
Muchos lo hacemos y lo tenemos muy claro, pero todavía quedan “ejemplares” en la profesión que defienden la inexistencia de la enfermedad mental, y mantienen que es la sociedad la que está enferma y que el psicótico no es más que el “chivo expiatorio” de ese conflicto. En fin, mucho se puede hablar, pero las evidencias se imponen, lo que hace falta es estudiar todos los días y ponerse las pilas, dejando las teorías personalistas para las siempre interesantes charlas de café.
Lo dicho, las neurociencias son el presente-futuro, es el camino, duro y metódico, que nos va a dar frutos jugosos para paliar uno de los sufrimientos más intensos que existen: la enfermedad mental.