Ciertamente, “El laberinto de los espejos” es un artificio que emerge en la encrucijada entre la filosofía, la psicología, y la neurobiología. En éste triángulo de las bermudas del intelecto, la incipiente protociencia que denominamos neurociencia, lucha por abrirse camino en unas coordenadas donde los espejismos son la norma, siendo fácil sucumbir. Para salir ilesos, es preciso reelaborar temáticas intemporales como la felicidad, la belleza, la seducción, el deseo, el alma o las huellas del recuerdo. Todos estas herramientas, arman el sextante que orienta la navegación de la propia existencia. Porque en la apasionante aventura de vivir, el amor es la fuerza irrefrenable que sella el origen y predetermina el destino. En el trayecto, es preciso reinterpretar el trasfondo del fantasma del recuerdo, los espejismos del yo, la sombra del otro, el hechizo de la musa y la incertidumbre de la eternidad. En éste laberinto especular, sujeto y objeto se ven abocados a representarse en una danza infinita de imágenes especulares, donde lo evidente impide el acceso a las dimensiones ocultas de la condición psíquica. Con el fin de desenredar la madeja de los sentidos, profundizar en el interior es la única alternativa para alcanzar cierto bienestar duradero. Para ello, la primera premisa consiste en claudicar ante el hecho de que la percepción del alter ego está invariablemente pervertida, por la proyección de lo que el uno mismo representa en la realidad. No hay duda, que el siglo XXI será la centuria del cerebro.
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