A rey muerto, rey puesto. A un profesionalismo médico de la cosecha del XX, con bouquet, cuerpo y aroma inconfundibles, pero etiquetado y embotellado en la pasada centuria, debería sucederle, en el primer cuarto del siglo XXI, otro profesionalismo. ¿Pero, cuál es el fruto esperable de esa nueva forma de profesionalismo médico? En responder a esa pregunta se han afanado los profesionales y expertos docentes que ha reunido esta semana en el julio académico escurialense la Cátedra de Educación Médica Fundación Lilly-UCM (Universidad Complutense de Madrid).
Ducha en traducir los retos a lenguaje llano, Montserrat Esquerda, directora general del Institut Borja Bioética de la Universidad Ramon Llull, resume el que implica dotar de contenido a eso que se engloba bajo el membrete de Profesionalismo Médico del siglo XXI: "Entre lo viejo y lo nuevo, hay que dilucidar qué es lo irrenunciable". La meta sigue, pues, pendiente de concreción, pero el punto de partida tiene, según ella, una carencia evidente: "Dicen que los hijos deben parecerse más a su tiempo que a sus padres, pero nuestra medicina y nuestra educación médica se parecen mucho más a nuestro padres que a nuestros tiempos, que son muy acelerados y cambiantes".
Pero no se trata de matar al padre -apunta Esquerda-, sino de refundar el nuevo profesionalismo sobre los cimientos del que alumbró la pasada centuria. "El del siglo XX se basaba en principios tan claros como un conocimiento específico y especializado, un compromiso de servicio a la sociedad, un principio de autorregulación y la idea de la autonomía en la toma de decisiones, que, en el caso de la medicina, constituye la esencia del acto médico", apunta Esquerda, representante, además, de la junta directiva de la Sociedad Española de Educación Médica.
Parte de eso (o todo) sigue siendo valido, según Esquerda, pero el contexto -o "los tiempos", como ella misma decía antes- han cambiado y, con ellos, la necesidad de refundar las reglas del juego. Parafraseando al internista norteamericano Mark Siegler, la experta en Bioética de la Ramon Llull habla de los tres periodos o eras en la historia de la relación clínica: "Durante milenios estuvimos inmersos en la era del paternalismo, que era, propiamente, la época del médico: mandábamos; poco, porque había poco que hacer, pero mandábamos; de ahí pasamos a la era de la autonomía, que es la edad del paciente y que, según Siegler, solo ha durado 30 o 40 años, porque ahora estamos en la edad de la burocracia, la del gerente, la del financiador".
Esa era terciaria (la de la pasta, simplificando mucho) responde a características que, inevitablemente, permean una de las bases del profesionalismo: la relación médico-paciente. "El coste y la complejidad de la atención sanitaria han crecido y, consecuentemente, han ganado peso las gerencias y administraciones. El bien del paciente se contrapesa con otros bienes y aparecen palabras y conceptos como eficiencia, contención del gasto y rentabilidad", resume Esquerda.
A nuevos tiempos, nuevos pactos, pero el puente entre lo viejo y lo nuevo, entre el profesionalismo del XX y del XXI debe sustentarse sobre los cimientos de eso que Esquerda llamaba más arriba "lo irrenunciable". Y aquí tercia la voz de Isabel González Anglada, jefa del Servicio de Medicina Interna y jefa de Estudios del Hospital Universitario Fundación Alcorcón (Madrid), cuando habla de la enseñanza (y del aprendizaje) a la cabecera del paciente como uno de esos eternos médicos inmarcesibles: "La cabecera del paciente ha sido, es y será el principal escenario donde se aprende la medicina, más allá de la lógica y rápida evolución de los tiempos".
Al margen del "evidente" aprendizaje clínico (el curriculum formal, que dice la internista de la Fundación Alcorcón) que mana de ese eterno que es la docencia a pie de cama, González Anglada apunta el enriquecimiento del curriculum oculto: "El alumno aprende también actitudes, valores, humanismo, ética y profesionalismo, observando a otros profesionales en su trato con el paciente".
La era de la burocracia que apunta Esquerda remedando a Siegler no está exenta de amenazas para el ejercicio médico y, consecuentemente, para la definición de ese nuevo profesionalismo que ya asoma la pata en este primer cuarto de siglo. Javier García Alegría, presidente de la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas (Facme), arremete contra uno de esos cocos, el exceso de burocracia, y lo personaliza en la historia clínica digital, "mucho mejor que la tradicional, pero que no está exenta de problemas". El principal, que ata al médico al yugo del teclado.
Si hay algo claro a estas alturas es que ese profesionalismo médico tradicional "está muriendo" y llega exhausto a la recta final del primer cuarto del siglo XXI. El reto, apunta la experta en Bioética, es reformularlo, y hacerlo sobre unos pilares que garanticen la solidez del puente que habría que tender entre el legado de los padres y las exigencias de los nuevos tiempos.
Entre tanto, Esquerda deja un aviso a navegantes: "Actualmente hay un desajuste grave entre el contrato social implícito, lo que la sociedad y las personas esperan de nosotros como profesionales médicos, y el contrato social explícito, entendido como las condiciones contractuales, laborales y de ejercicio profesional". Su conclusión es tan clara como demoledora: "Si no conseguimos ajustar ambos contratos, no habrá futuro para el profesionalismo".