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Libre albedrío y neurociencias. Tercera parte. Neuroética: Neurociencia de la ética, acrecentamiento de habilidades, acción voluntaria y responsabilidad.

  • Autor/autores: Fernando Ruiz Rey.

    ,Artículo,Ética,


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Artículo | Fecha de publicación: 14/12/2009
Artículo revisado por nuestra redacción

La neuroética es una disciplina emergida recientemente del campo de la bioética en relación a los problemas éticos generados por los procedimientos de investigación y por las proyecciones de los avances teóricos y prácticos de las neurociencias, especialmente los relacionados a la manipulación de la identidad y autonomía personal con obvias implicaciones en la vida de los individuos y de...



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La neuroética es una disciplina emergida recientemente del campo de la bioética en relación a los problemas éticos generados por los procedimientos de investigación y por las proyecciones de los avances teóricos y prácticos de las neurociencias, especialmente los relacionados a la manipulación de la identidad y autonomía personal con obvias implicaciones en la vida de los individuos y de la sociedad. En algunos aspectos, la neuroética comparte con la bioética las consideraciones éticas acerca del sujeto bajo experimentación, como son las condiciones requeridas para el consentimiento informado y los problemas de competencia y de seguridad de las investigaciones realizadas. Sin embargo, la neuroética presenta un campo particular de reflexión, ya que el cerebro -- el centro de las investigaciones y manipulaciones de las neurociencias -- es el órgano considerado como el asiento primario de la vida psíquica, la base orgánica de la conciencia y de la identidad personal. Las neurociencias en este sentido, tienen el potencial de inmiscuirse en la vida íntima de las personas, violando su privacidad, su autonomía y su dignidad; considérese como ejemplos: el manejo de los resultados de las neuroimágenes y las manipulaciones de la conducta con intervenciones neurogenéticas. (1: 119)



Un área de creciente interés para las disciplinas preocupadas del comportamiento humano y de la responsabilidad del individuo por sus acciones voluntarias, la constituye la documentación realizada por las neurociencias de las influencias del funcionamiento cerebral en las operaciones psicológicas básicas de la persona, como las cogniciones, las emociones y la memoria. Esta puesta en evidencia de las influencias de la estructura funcional cerebral en el proceso del pensar, del valorar y del actuar de los hombres, obliga a revisar la acción ética y, muy particularmente, la responsabilidad de los individuos frente a la sociedad, ésto claramente expresado en la imputabilidad legal de la conducta de sus miembros. De este modo, las neurociencias se incorporan como una nueva y fundamental dimensión al estudio del actuar ético, la teoría ética ya no se puede considerar centrada exclusivamente en los conceptos filosóficos y teológicos tradicionales de libre albedrío, identidad personal, autocontrol e intención de sujetos perfectamente racionales, sino que además se debe incorporar la persona concreta, que ineludiblemente envuelve su mente, y su corporalidad: el Sistema Nervioso Central, si se quiere hacer verdadera justicia al juicio ético de la conducta de los seres humanos. Por esta influencia del cerebro en el pensar y valorar de los hombres, se ha hablado de la ‘neurociencia de la ética’ como una sección de la neuroética, para enfatizar la importancia de las estructuras funcionales cerebrales en el comportamiento humano y en la eticidad de su actuar. (2:15-18) Con el creciente avance de las técnicas de investigación cerebral y la documentación más precisa de la interrelación cerebro-mente, la ética de las neurociencias toma cada vez más vigencia y necesidad de atención por los estudiosos de la teoría ética, los legisladores y el público general.

Acrecentamiento de habilidades

Ya hay claras intervenciones de las neurociencias en el funcionamiento cerebral que muestran modificaciones del pensar, del sentir y del valorar de los seres humanos, como lo evidencia el uso habitual de psicofármacos en la práctica psiquiátrica. Las drogas antipsicóticas controlan, alivian y previenen episodios psicóticos, los antidepresivos son efectivos en la corrección de estados depresivos severos, las drogas colinérgicas alivian las fallas de la memoria en la demencia inicial, y los estimulantes aumentan la concentración y disminuyen la fatiga. Estas drogas se han usado fundamentalmente para indicaciones médicas, pero algunas como el metilfenidato (Ritalin ®) y la amfetamina (Adderall ®) son ya de uso común en los campos universitarios americanos para mejorar el rendimiento cognitivo, e incluso algunos padres los solicitan de los pediatras para aumentar el rendimiento escolar de sus hijos. (3:12-18. 4:143-145. 5) Se estima que con el progreso del conocimiento fisiológico del Sistema Nervioso Central se producirán drogas con beneficios más precisos y menos efectos secundarios, con lo que su uso por la población general se espera que aumente para satisfacer diversos beneficios, como la eliminación de afectos negativos (miedo, hostilidad), aumento de la confianza personal y del autocontrol, disminución del apetito y de la necesidad de dormir, y estimular la actividad sexual. El masivo uso de sildenafil (Viagra ®) por la población ‘sana’, es paradigmático del uso de medicamentos más allá de indicaciones estrictamente médicas. (6:47-51)



Las implicaciones personales y sociales del uso de medicamentos, particularmente de drogas que afectan el funcionamiento cerebral, genera numerosas consideraciones éticas, desde las usuales en la bioética de la investigación de estos productos, incluyendo los posibles efectos dañinos a corto y largo plazo, hasta la necesidad de redefinir lo que se considera la vida normal, y del significado del esfuerzo, del fracaso y del dolor en la vida personal; y, desde el punto de vista de la comunidad, se teme que se produzcan inequidades en la distribución y acceso a estos productos de efectos beneficiosos para el rendimiento de los usuarios, con aumento del desbalance entre grupos privilegiados y postergados. (6:51-53)



Desde el punto de vista del tema que nos interesa en este trabajo, se puede sostener que el libre albedrío de los sujetos sometidos a las drogas que incrementan las habilidades personales, no eliminan su capacidad de elección, pero estas sustancias cambian naturalmente las condicionantes psicológicas para ejecutar la elección personal. Y en último término, los sujetos conservan la capacidad de optar por el cese del consumo de estos medicamentos. La situación es diferente cuando estas drogas son impuestas a individuos contra su voluntad o son sometidos a coerción para que las acepten, en estos casos desaparece o disminuye la opción de eliminar su uso; un ejemplo de esta situación la constituyen las ordenes judiciales de uso de psicotrópicos y hormonas para modificar impulsos y tendencias conductuales en criminales, como es el caso de uso de drogas antidepresivas inhibidoras de la retoma de serotonina para disminuir la agresión, y el uso de la hormona sintética acetato de medroxiprogesterona para bajar el nivel de testosterona y reducir el recividismo de los crímenes sexuales. (7) Esta práctica legal genera por cierto consideraciones éticas particulares.



Los conocimientos psicofarmacológicos constituyen un aporte importante de las neurociencias a la vida de la comunidad, con claras implicaciones para el sistema legal; ilustra esta situación el tratamiento antipsicótico, que en muchas jurisprudencias se ha incorporado como tratamiento legalmente impuesto para asegurar el control de pacientes resistentes a los regimenes voluntarios. Una situación similar puede ocurrir con nuevos medicamentos, como la naltrexona, un antagonista de los opiáceos, que bloquea el placer producido por esas drogas facilitando el control de la adicción. El problema de la adicción muestra una limitación de la libertad de elección, los adictos están presos en la compulsión por saciar la necesidad de la droga que utilizan, al punto de abandonar familia, empleo y hasta quebrar instintos básicos como el maternal con el fin de conseguir la sustancia adictiva. El libre albedrío queda reducido significativamente bajo el peso de la adicción, pero no totalmente obliterado, siempre se elige en alguna área de la actividad humana, aunque sea a la sombra de la adicción; y, con respecto a la droga que le domina, en última instancia, el sujeto tiene la posibilidad de elegir tratamiento y rehabilitación cuantas veces sea necesario para lograr el control de la enfermedad adictiva.

Acciones voluntarias

Ya hemos señalado anteriormente que las acciones voluntarias son realizadas libremente, pero condicionadas por diversos factores. El condicionamiento que inclina las elecciones en el ser humano depende de las experiencias previas, creencias, deseos y aspiraciones que conforman el plan vital de cada persona. En la formación de este plan de vida es naturalmente fundamental la formación intelectual y emocional, y el desarrollo del carácter en general, para que la persona pueda conducir su vida y realizar la elecciones correspondientes de un modo consistente y constructivo para ella misma y para el grupo social al que pertenece; la educación en sentido amplio es entonces central para el pleno y adecuado ejercicio de la elección personal. El proyecto personal está también influido por las distorsiones provocadas por el funcionamiento anormal del Sistema Nervioso Central, que en los casos de patología neuropsiquiátrica severa, conduce a conductas alienantes y destructivas para el paciente y su medio social.



Las acciones voluntarias del ser humano se realizan con máxima amplitud y libertad con un funcionamiento psicológico equilibrado del agente, y bajo condiciones externas propicias a su desarrollo personal. Estas condiciones con frecuencia no se dan completamente en el mundo real, ya sea por coerciones o barreras extrínsecas propias del medio social, o limitaciones intrínsecas provenientes de la interioridad de la persona o, por una combinación de ambas. Ya hemos mencionado las limitaciones consecuentes a la adicción, a lo que hay que agregar por lo pertinente, las enfermedades mentales en general, particularmente los trastornos psicóticos. En estado de locura el enfermo actúa bajo el influjo de ideas delirantes, alucinaciones veras e intensos impulsos emocionales, perdiendo la capacidad de discernir los parámetros de la realidad y de razonar normalmente, con mayor o menor grado de perturbación, según la intensidad y amplitud que abarca el trastorno psicótico. En estas situaciones las acciones voluntarias estarán condicionadas por las experiencias del paciente, su capacidad de elección se ve reducida por la intensidad del estado mental perturbado, pero consistente -- en muchos casos -- con el contenido de sus experiencias y de su estado emocional. El juicio del paciente, condicionado por sus experiencias mentales, impide su funcionamiento en importantes áreas del mundo social; esta limitación aumenta a medida que se agrava la perturbación mental, quedando casi totalmente invalidado en los estados de franca desorganización psicótica en la que su capacidad de elección racional desaparece. Entre el individuo normal y emocionalmente equilibrado que ejerce un libre albedrío dentro del contexto social que vive, y el alienado mental, se encuentra una amplia gama de situaciones en que las personas se ven condicionadas por estados mentales de mayor o menor fuerza que inclinan sus elecciones voluntarias, limitándolas y, aún alienándolas del medio en que se encuentran.



Es importante señalar que la capacidad de elección no se perturba por igual en el amplio espectro de la conducta de una persona; así por ejemplo, un enfermo psicótico con una celotipia delirante puede elegir apropiadamente su vestir y su alimentación, acatar las regulaciones del tránsito, y puede comprender perfectamente las disposiciones legales respecto al homicidio; sin embargo, en un rapto de conducta psicótica puede matar a su esposa. Por esta razón, la tarea de adjudicar total responsabilidad legal a actos realizados con estas características, resulta particularmente difícil de determinar, ya que el enfermo, por un lado conoce las leyes y las consecuencias de su violación y, por otro, procede condicionado por un delirio aplastante en ciertas áreas de su vida que obnubila su juicio. Complican más aún la situación, el hecho de que los peritajes psiquiátricos se efectúan retrospectivamente con respecto a las acciones cometidas, las condiciones mentales de los pacientes fluctúan, y las frecuentes manipulaciones y abusos que suelen intentar los criminales para acogerse a la defensa por razones de enfermedad mental hacen más ardua la evaluación.



La vida de las personas está conformada por el contexto cultural en que se desarrollan y actúan, la relación del actuar de cada persona con el grupo cultural al que pertenece es sin duda incontestable, lo que no significa que cada individuo no tenga la libertad de escoger dentro de sus circunstancias, y de dirigir su vida con un sello personal. Es dentro de este contexto cultural que conforma a los individuos en donde la persona ejerce su libre albedrío, la libertad para dirigir su vida, para buscar la verdad de la existencia y del mundo. En este contexto cultural se evalúa el juicio que guía las acciones intencionales de las personas para adjudicar la responsabilidad que les cabe en asumir las normas morales y legales que rigen a todos los miembros de la comunidad; se espera que las personas con vulnerabilidades personales que llevan al detrimento de la capacidad de pensar y de valorar, tomen, en cuanto posible, las medidas oportunas para evitar o aliviar dichas vulnerabilidades, como sería el caso de las adicciones y la prevención de descompensación de episodios psicóticos.

Responsabilidad

La responsabilidad de la conducta voluntaria se evalúa, y se ha evaluado tradicionalmente en nuestra cultura, de acuerdo a la intención y razón que la guía, se trata de una evaluación de la acción humana en el plano psicológico-social; los parámetros usados para esta evaluación son fundamentalmente una conciencia clara y el discernimiento de la razón práctica. Las neurociencias ahora intentan ofrecer pruebas “objetivas” para evaluar la responsabilidad, en base a medidas neurofisiológicas de estados cerebro-mentales. Esta perspectiva de las neurociencias se ha nutrido especialmente con el progreso de las técnicas de neuroimagen cerebral (estructural y funcional) -- particularmente el IRMf (Imagen de Resonancia Magnética funcional) -- que puede ‘observar’ el funcionamiento cerebral ‘en vivo’, lo que posibilita una correlación directa de estados mentales y conducta, con estados cerebrales. De este modo, se espera elaborar mapas cerebrales para distintos estados mentales y conductas que ayudarán a evaluar a los individuos en cuanto a la veracidad de sus afirmaciones y recuerdos, y en cuanto al grado de responsabilidad que les cabe en sus acciones según las condiciones cerebro-mentales presentes. El entusiasmo despertado por estos estudios de las neurociencias se ha desbordado en grandes expectativas de algunos autores por lograr evaluar las habilidades profesionales e interpersonales de candidatos a diversos empleos, de estimar la capacidad intelectual de estudiantes y detectar la destreza en el manejo de finanzas de agentes de negocios e inversiones; incluso, se ha sugerido que estos mapas cerebrales pueden ayudar a futuras parejas mediante perfiles cerebrales compatibles de personalidad, intereses y deseos. (8:141)



Sin duda las técnicas de neuroimagen cerebral ofrecen valiosos aportes prácticos y teóricos a la medicina, sin embargo se debe tener presente que estos procedimientos reflejan la actividad cerebral en forma indirecta y parcial; así por ejemplo el IRMf mide el consumo de oxigeno de la actividad neuronal, comparando la resonancia magnética de la hemoglobina oxigenada con la reducida; además, la resolución espacial de los segmentos cerebrales medidos es baja, al igual que la resolución temporal, y las imágenes son poco claras con abundancia de artefactos debidos a influencias externas (movimientos del sujeto) e internos (propios del equipo usado); además estos procedimientos están inevitablemente sujetos a interpretaciones a muchos niveles del proceso, comenzando por las áreas cerebrales elegidas para el estudio y el significado de las imágenes percibidas. Pero más allá de las limitaciones técnicas de todos estos procedimientos, y de las restricciones impuestas por el diseño de las investigaciones, los mapas cerebrales elaborados son el resultado estadístico de muchos sujetos con estados mentales similares – difícilmente se podría decir idénticos --, realizados primariamente en condiciones experimentales, que naturalmente no coinciden exactamente con los de la vida real espontánea de los seres humanos. Es importante tener presente estas limitaciones técnicas de los estudios de neuroimagen cerebral, y de otros procedimientos con metas similares, para evitar absolutizar sus resultados. Así mismo, no se debe perder de vista que estos estudios rebelan material objetivo interpersonal -- medidas neurofisiológicas --, que se correlacionan con estados mentales subjetivos y con conductas voluntaria, no son una visión directa de la vida mental.



Los estudios de neuroimagen cerebral muestran considerables variaciones en distintas personas, considerados consecuencia de la adaptación y plasticidad cerebral, estas variaciones agregan dificultades a la elaboración de mapas cerebrales como instrumentos capaces de ‘objetivar’ completamente los estados mentales. Ilustra esta limitación la situación de la difundida técnica de detección de mentiras mediante mapas de neuroimagen cerebrales a nivel del lóbulo frontal, según el informe del National Research Council de los EEUU hasta el momento actual no se han realizado investigaciones que aporten evidencia empírica que demuestren la efectividad de ninguna técnica neurofisiológica particular en la detección de mentiras, incluyendo las neuroimágenes y los electroencefalogramas con onda P300, activada cuando el sujeto reconoce una información u objeto (procedimiento patentado como: Brain Fingerprinting®) (9). La validez de las técnicas de detección de mentiras aumenta cuando se emplean conjuntamente, pero sin alcanzar una validez absoluta. (1:4. 10;1:19-20) Con el progreso de las neurociencias estas pruebas aumentarán su validez, incluso podrán abrirse paso como procedimientos de uso legal, pero no podrán alcanzar un 100% de precisión por problemas técnicos y de interpretación. (11:112-113)



Tampoco se acepta que la presencia de anomalías o alteraciones detectadas por estudios de neuroimágenes puedan determinar ineludiblemente la moralidad de la conducta. Conocido es el caso de Phinea Gage, un obrero ferroviario en Vermont que en 1848 sufrió un accidente laboral en el que una barra de hierro le perforó el cráneo dañándole el lóbulo frontal (probablemente la regiones media y orbital de la corteza prefrontal (12:1102-1105)). Gage sobrevivió, pero como consecuencia de este trauma, su conducta cambió mostrando impulsividad y conducta social desinhibida e inapropiada. Damasio (13:175-178) piensa que hay muchos pacientes como Phinea Gage con déficit en la estructura funcional del lóbulo frontal con deterioro de lo que denomina emociones “sociales”, como simpatía, culpa y vergüenza, y con preservación funcionamiento cognitivo. Estos enfermos, según este autor, aún sabiendo lo que es correcto e incorrecto desde el punto de vista social, fallan en tomar las decisiones adecuadas por el daño de las emociones sociales. Hay numerosos estudios que muestran asociación de conducta sociopática (falta de remordimiento, impulsividad, engaño, agresividad) con falla de los mecanismos inhibitorios de la corteza prefrontal (en los estudios de neuroimagen se detecta disminución de la sustancia gris en relación al resto del cerebro) (14:189-190). Sin embargo, no todos los individuos con conducta sociopática presentan daño prefrontal evidente, ni todos los pacientes con lesiones similares a las de Phinea Gage exhiben cambios de conducta sociopática (14:190). De manera que no se puede argumentar en rigor que la conducta sociopática está completamente determinada por alteraciones cerebrales, y usar esa tesis para excusar la responsabilidad moral y legal de la conducta. El mismo Damasio escribe: “…dilucidar los mecanismos biológicos que subyacen la ética, no significa que esos mecanismos, o su alteración, aseguren ciertas conductas.” (13:176)

Las correlaciones de neuroimágenes cerebrales y estados mentales son todavía imprecisas como para constituir pruebas objetivas con un grado adecuado de certeza que permita un uso decisivo en la determinación de responsabilidad moral y legal, ni tampoco en otras aplicaciones y evaluaciones diversas. Sin dudas, el creciente e impresionante avance de las neurociencias y de la tecnología de los procedimientos de investigación, nos mostrarán en el futuro detallados mapas de estructuras funcionales del sistema nervioso con sus vías de enlace en actividad neuronal secuencial; estos mapas permitirán finas correlaciones con la actividad cognitiva y emocional, y la memoria, con gran potencial para la medicina y otras disciplinas. (11:71-94) Sin embargo, se debe conservar la cautela y no dejarse llevar por un optimismo desmesurado, es posible que se logren diseños de operaciones mentales que permitan categorizaciones generales de la actividad neuropsíquica, pero es difícil concebir que se logren correlaciones concretas del detalle del contenido y significado de la vida psíquica, y menos aún que se logre un determinismo neurocientífico que elimine el libre albedrío, la capacidad de elección de la conducta voluntaria del ser humano. Se puede predecir en buena medida la expresión de las anomalías cerebrales -- de las enfermedades neurológicas --, pero en rigor, no se puede predecir en concreto la conducta voluntaria.



Postular un determinismo neurocientífico absoluto implica una relación de causalidad estricta entre la materia cerebral y la conducta voluntaria del ser humano, sin cabida a la libre elección. En el estado actual de desarrollo de las neurociencias no se ha producido ninguna evidencia empírica de esta causalidad absoluta y determinante; y, teóricamente, esta tesis materialista determinista constituye una proposición filosófica altamente debatida, ya que –entre otras razones-- los conceptos de objetividad, de materia y de causalidad, se evidencian y toman sentido en la mente humana, y es en la mente humana donde se vive primariamente la experiencia del libre albedrío. Proponer entonces, que la causalidad material controla todos los procesos del mundo, incluyendo la vida psicológica en su totalidad, y, que por ende, la libertad de elección del hombre es una mera ilusión, resulta ser una proposición sin sentido, y básicamente anti-intuitiva.



Las limitaciones técnicas y epistemológicas de las ciencias, particularmente de las neurociencias son inevitables, puesto que los resultados de todas las investigaciones científicas están ineludiblemente ligados a teorías, supuestos e interpretaciones, todos pertenecientes a la esfera del significado y sentido, propio de la vida mental en el ámbito psicosocial; desde ahí parte la búsqueda y la comprensión de todo conocimiento. De modo que las relaciones cerebro-mente no se pueden considerar como iluminadoras correlaciones de dos realidades esencialmente separadas y distintas establecidas desde un punto de vista neutral, sino que ambas se dan y elaboran en la mente humana colectiva -- tanto la elaboración conceptual del mundo ‘objetivo’ como del mundo ‘subjetivo’ se realizan en el vivenciar del hombre; este vivenciar del hombre en el contexto psicosocial es primario, omitir este hecho fundacional y conformador, constituye un reduccionismo, y un absurdo. (14)



Las neurociencias contribuyen a explicar los procesos cerebrales concurrentes a los estados mentales y a la conducta voluntaria, y a comprender algunas limitaciones del funcionamiento psíquico debidas a perturbaciones neurológicas. Sin embargo, las personas viven y eligen el curso de su existencia desde su mundo vivencial, aunque éste esté constreñido por alteraciones funcionales orgánicas; la patología neurológica puede reducir y llegar a eliminar el libre albedrío, alterando la conciencia y las funciones necesarias para el comprender, ponderar y elegir. Consecuentemente disminuye el grado de responsabilidad legal y moral del paciente al deteriorarse su racionalidad. Debe recordarse que los sistemas legales consultan, desde mucho antes de la emergencia de las neurociencias, la consideración de factores mitigantes, y la presencia de coerción para adjudicar la responsabilidad y culpabilidad de las acciones voluntarias. (10;1:13. 15;6:65-69. 16;9:177-182)



No es de extrañar entonces que el sistema legal y el pensamiento ético en general, se resistan a abandonar el método tradicional de evaluación de la conducta voluntaria para determinar la responsabilidad de las acciones humanas: la intención y la razón del actuar. Las pruebas objetivas – ‘criterio objetivo sólido’, como suelen denominarse -- que puedan aportar las neurociencias para la evaluación de la responsabilidad deben considerarse solamente como complementarias, no se pueden presentar como pruebas objetivas independientes y determinantes para excusar las acciones humanas sancionadas por la ley y por la moral de la comunidad. La responsabilidad no es un concepto propio de la actividad cerebral, ésta es simplemente actividad neurofisiológica que sigue las leyes naturales, la responsabilidad en cambio, es un concepto que se construye en el ámbito psicosocial, en la vida conciente e inteligente de la comunidad. De manera que las pruebas ‘objetivas’ que puedan ofrecer las neurociencias para evaluar la responsabilidad legal o moral de los individuos están basadas indefectiblemente en correlaciones entre lo físico cerebral y funciones psicológicas que afectan la capacidad de pensar y razonar de las personas. Por tanto, las neurociencias no están en condiciones de asumir por sí mismas el papel de adjudicar la responsabilidad legal, ni moral de la conducta humana voluntaria, pretender lo contrario es insostenible y se presta a abusos éticos y legales. Los valores fundamentales que guían la vida humana, y las reglas y normas de la conducta de los miembros de una comunidad, se presentan y se constituyen en la cultura que alimenta y conforma a los hombres; es en ese ámbito donde se interpreta y juzga su acción.

El desarrollo de las neurociencias potencialmente podría aportar instrumentos importantes para la vida civil, moral y legal de la comunidad, como son las pruebas de predicción de conducta y detección de mentiras y de prejuicios, de utilidad práctica para diversas actividades (militares, anti-terroristas, educacionales, laborales, etc.) y procesos judiciales (investigación de delitos, libertad bajo fianza, aplicación de sentencias, etc.). Para que estas ‘pruebas’, y muchas otras derivadas del progreso de las neurociencias, sean responsablemente aceptadas e incorporadas en las distintas actividades de la comunidad, particularmente en el sistema legal, deberán ser el resultado de investigaciones apropiadamente diseñadas y realizadas, y replicadas, confirmando una correspondencia estrecha y confiable entre lo físico y mental o conductual; adecuadamente integradas a las evaluaciones psicosociales, y siempre teniendo presente las limitaciones epistemológicas intrínsecas de estos estudios neurocientíficos. Tampoco se deben desdeñar las posibles consecuencias deletéreas para los derechos humanos -- previstas o imprevistas –, que puedan presentarse con el uso de estos procedimientos y técnicas. (10;1:13-14. 16;9:187-198)



Las posibilidades que se vislumbran con el avance de las neurociencias son asombrosas e inquietantes. El desarrollo de las técnicas de estudio de la estructura funcional del cerebro pueden alcanzar niveles que bien pueden describirse como de ‘ciencia ficción’; para mencionar sólo algunas: manipulaciones genéticas para influir la plasticidad y crecimiento de áreas específicas de la masa encefálica, drogas ‘inteligentes’ diseñadas para influir funciones específicas del sistema nervioso, artefactos biológicos y electrónicos injertados en el cerebro para estimular o disminuir ciertas funciones, etc. El potencial de beneficio de estos conocimientos y técnicas es inmenso en muchas áreas de la vida social, particularmente para la terapéutica médica; pero al mismo tiempo, el peligro que entraña una investigación irresponsable que ignora los valores fundamentales de nuestra civilización, resumidos en el valor genérico de respeto por la dignidad de la vida humana, nos puede dejar una triste historia de injusticias y abusos difícil de imaginar. Más aún, si se cumplen los pronósticos de los más entusiastas neurocientíficos se puede llegar a distorsiones de la naturaleza misma del ser humano, a la generación de verdaderos monstruos ‘humanos’. Aunque estas expectativas extremas no se realicen, el impacto del desarrollo progresivo de las neurociencias afectará ampliamente nuestra sociedad y el sistema legal que regula las interacciones de sus miembros y salvaguarda sus derechos. Sin embargo, la evaluación tradicional de la responsabilidad de las acciones voluntarias no podrá en rigor ser sustituida por las técnicas neurocientíficas, sino complementada; en palabras de Stephen Morse: “Aunque la evidencia neurocientífica pueda de seguro asistir en la evaluación [del ‘autocontrol’], la neurociencia no podrá nunca decirnos cuanta capacidad de control es requerida para la responsabilidad. Esa cuestión es normativa, moral y, últimamente legal.” (16;9:179)



No es difícil entonces comprender la apremiante necesidad del desarrollo de cláusulas éticas y legales que regulen y controlen el desarrollo y la aplicación de los conocimientos de las neurociencias en los diversos sectores de la vida social. Y muy fundamentalmente, se impone la imperiosa necesidad de generar investigadores y profesionales -- no sólo del campo médico-biológico --, con una sólida conciencia y respeto por los valores fundamentales de la humanidad, de modo que puedan resistir la tentación de la fama, del éxito económico y del prestigio derivado de las investigaciones y aplicaciones imprudentes y dañinas de las neurociencias. Una conciencia clara y educada permite el mejor ejercicio del libre albedrío del hombre.

Bibliografía

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16. Morse, Stephen J. (2004). New Neuroscience, Old Problems. In: Neuroscience and the Law. Brain, Mind, and the Scales of Justice. Ed. Brent Garland. Dana Press, New York – Washington.

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