PUBLICIDAD
Que las situaciones estresantes agudas mantenidas durante un periodo largo de tiempo resultan perjudiciales para la salud mental y física de las personas era algo sabido y que numerosos estudios habían demostrado con anterioridad. Sin embargo, no estaba claro si también interfería con las capacidades cognitivas de los niños durante la primera infancia de la misma forma.
Para intentar arrojar luz sobre esta cuestión, un equipo de científicos, liderados por la investigadora Sabine Seehagen del Departamento de psicología de la Universidad de Rurh (Alemania) realizaron un estudio con 26 bebés de 15 meses de edad, que asignaron de manera aleatoria o bien a un grupo de estrés o a uno control.
A los primeros, para generarles una situación estresante, los situaban durante un rato con personas que no conocían, o les presentaban objetos desconocidos, como robots que bailaban, y además los separaban de sus padres, mientras que los pequeños del grupo de control jugaban tranquilamente con sus progenitores durante un periodo de tiempo equivalente.
A continuación los investigadores enseñaban a todos los bebés a apretar dos botones que al presionarlos se iluminaban en azul y en rojo- y emitían, cada uno, un sonido distinto. Una vez habían aprendido a pulsarlos, los dejaban que tocaran sólo uno de los dos botones y les hacían repetir esa acción una y otra vez hasta que finalmente adquirían ese comportamiento, que realizaban de forma automática, de la misma manera como apretamos el embrague en el coche para cambiar de marcha o montamos en bicicleta.
En la segunda parte del experimento, volvían a enseñarles a los niños los dos botones y los dejaban que jugaran con ambos durante 30 segundos. No obstante, en esta ocasión, y a diferencia de las anteriores, cuando los apretaban no sucedía nada, ni se iluminaban ni hacían ruido.
Los bebés de ambos grupos solían apretar primero el botón con el que habían automatizado el comportamiento. Ahora bien, al percatarse de que no sucedía nada, que ni se iluminaba ni tampoco sonaba, mientras que los niños a los que habían estresado, continuaban repitiendo una y otra vez el gesto aprendido, los chavales del grupo de control empezaban a probar con el otro. Demostraban así, señalan los investigadores en su artículo, una flexibilidad de aprendizaje.
Además, los científicos midieron los niveles de cortisol presentes en la saliva de los chiquillos y también analizaron otros comportamientos como llorar o señalar a sus padres para que los cogieran en brazos. Y vieron también que los niños estresados presentaban niveles de cortisol elevados y, además, lloraban durante más tiempo que los del grupo control.
Nuestro descubrimiento sugiere que el estrés fomenta comportamientos reiterativos en los niños de forma análoga a como ocurre en los adultos. No obstante, un comportamiento flexible es básico para poder aprender nuevos conocimientos [ ] De ahí que un estrés elevado frecuente puede acabar dificultando el establecimiento de redes de recuerdos y la adquisición de conocimientos a largo plazo, señalan los investigadores en el artículo.
Para acceder al texto completo es necesario consultar las características de suscripción de la fuente original: http://www.pnas.org/
PUBLICIDAD
