El 13 de noviembre de 2017, la FDA aprobó la primera píldora digital que permitía monitorizar la adherencia terapéutica de los pacientes a los cuales se prescribrá un medicamento a través de un programa informático descargado en un teléfono móvil. Este importantísimo avance en el ámbito de la Medicina y la Farmacología modernas se producía en el campo de la salud mental, concretamente a través de una molécula (el aripiprazol) utilizada habitualmente para el tratamiento de pacientes psicóticos. Varios años atrás, la aparición de los primeros antipsicóticos atípicos inyectables de liberación prolongada (ILP) había revolucionado la forma en la que los psiquiatras y profesionales de salud mental hacemos frente a la espinosa cuestión del cumplimiento farmacológico de los pacientes con un trastorno mental grave. Paralelamente a todo esto, ha surgido entre la comunidad psiquiátrica un movimiento cada vez mayor hacia la "psiquiatría de precisión", entendida como una nueva forma de funcionar en la elección del mejor tratamiento para cada paciente, no en función de las preferencias del médico o la evidencia empírica general, sino tomando en consideración, enfermo por enfermo, sus características individuales a nivel genético, bioquímico o clínico.
Sin duda alguna, el principal cambio de paradigma de tratamiento en salud mental y la primera gran revolución en la Psiquiatría moderna tuvieron lugar cuando en 1953 se descubrió la clorpromazina y sus propiedades antipsicóticas. La nueva era de la psicofarmacología permitió la reforma psiquiátrica posterior, con la desinstitucionalización progresiva de los enfermos mentales más graves y la definitiva integración de esta especialidad en la Medicina contemporánea dentro de los hospitales generales. Mucho se ha debatido desde entonces sobre si realmente la aparición paulatina de nuevos psicofármacos (y de nuevas generaciones de intervenciones psicológicas) han supuesto realmente o no avances significativos en la lucha contra estas enfermedades. No cabe duda de que la aparición de los antipsicóticos atípicos, o de los nuevos antidepresivos monoaminérgicos, mejoraron significativamente muchos de los efectos secundarios que presentaban las primeras moléculas; pero no es menos cierto que lo hicieron a costa quizá de otros distintos sin una gran diferencia en la eficacia.
A día de hoy no podemos negar pese a todo ello que las sucesivas tandas de medicamentos psiquiátricos han supuesto globalmente una mejora en la capacidad de los clínicos para ofrecer a nuestros pacientes un arsenal terapéutico cada vez más amplio, variado y con una mejor tolerabilidad en términos generales. Pero hasta hace relativamente poco, no ha habido realmente un nuevo "cambio de paradigma" o revolución psicofarmacológica como la que estamos presenciando ahora. La píldora digital, los inyectables de liberación prolongada o los 'kits' de Medicina personalizada sí suponen un enfrentamiento novedoso que va más allá de encontrar receptores distintos o pulir la estructura química de una sustancia. Por no hablar de los desarrollos cada vez más importantes en neuroinflamación o terapia génica, que nos harán actuar directamente sobre las causas de las causas de los desórdenes psiquiátricos.
Pero la pregunta crucial es: ¿nuestro sistema sanitario está preparado para hacer frente a esto? Los gastos a corto plazo que supone esta "nueva Psiquiatría" van a suponer un desafío para nuestro modelo de bienestar social. Ya lo hemos visto en el caso de otros avances, como en hepatología. No obstante, no debemos ser pesimistas: por muy caro que puedan resultar estos tratamientos, cada vez hay más constancias de que a medio y largo plazo acaban suponiendo un ahorro para el sistema. Habrá que pedirles a nuestros políticos y responsables sanitarios que entiendan esto y que no se puede parar una revolución tecnológica en ciernes que va a transformar nuestra forma de de atención a la salud en general, y a la salud mental en particular.
Hospital Regional Universitario de Málaga. Universidad de Málaga.
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