“Un centímetro cúbico”: ese es el volumen que ocupa la fina cobertura de nuestros labios. Hasta 3cc ocupa la piel genital y otros 33 la del resto del cuerpo. Pero, ¿qué tiene de especial ese minúsculo centímetro cúbico de piel labial? Algo ha de tener si a esa mínima parte de piel especializada le hemos confiado buena parte de nuestra relación con los demás. Los otros “33cc” de piel también sirven para relacionarnos, pero no es igual. Ni siquiera esos “3” de piel genital nos satisfacen tanto. Nunca alcanzarán la nobleza de la piel de nuestros los labios, esos maravillosos instrumentos multiuso que los mamíferos tenemos en la puerta de la vida. La riqueza sensorial y la “versatilidad” de los labios los convierte en algo más que dos pedazos de piel con tendencia a juntarse con otras de nobleza semejante.
Los labios sirven para comer, hablar y besar. Los besos son roces, toques, opresiones… pero ¿qué son realmente los besos?, ¿por qué besamos?, ¿para qué besamos?, ¿por qué hay tantas maneras de besar?, ¿todos los besos son iguales?, ¿por qué nos gusta tanto besar?, ¿quién sabe besar mejor?, ¿sólo besamos los seres humanos?, ¿por qué hay tantas diferencias entre personas y culturas?, y, sobre todo, ¿a dónde van los besos que damos y que no damos?
Quizá sea que somos los animales más pelados del planeta y los labios son lo más pelado que tenemos. O que besar es como regresar a la ternura del pecho maternal amamantándonos. O que para reconocer a alguien le olfateamos aproximándole el morro… o tal vez la culpa sea del arte y el cine. Sea como fuere, lo cierto es que nadie duda que buena parte de nuestra felicidad depende de la cantidad de besos que nos dan o damos. Que en materia de sensualidad nada hay más gozoso que los besos. Que la puerta de la sexualidad suele ser ese minúsculo “centímetro cúbico” de piel especializada.
Casi todos los días, casi todas las personas besamos. Pero casi nunca pensamos en sus motivos, maneras y consecuencias. Pasa comprenderlo deberemos indagar en el origen de la conducta, rebuscar en los entresijos de la historia, escudriñar en la fisiología, analizar los condicionantes sociales, etológicos o antropológicos, estudiar sus las peculiaridades culturales o geográficas, investigar sus riesgos y beneficios, preguntar a los artistas y a sus obras, o pedir la opinión de personas anónimas. Cualquier cosa antes que trivializar sobre una conducta tan peculiar e interesante. El beso es universal, intemporal, ubicuo y variopinto. No cabe tomarlo a la ligera.
Cuando pensé en escribir este libro, pedí opinión a muchas personas. Prácticamente todas me dijeron que les parecía un tema muy curioso, al tiempo que esbozaban una sonrisa cómplice. Algo semejante a lo que ocurre cuando hablamos de sexo: resulta difícil ponerse en el justo punto de seriedad. Desde luego no me gustaría que esta disertación sobre el beso se entendiese en ese tono de “rigor mortis”. Esta peculiar conducta humana merece atención y respeto, pero no demasiada gravedad. No se trata de analizarlo con la frialdad marmórea de las estadísticas, pero tampoco con la ligereza insustancial de ciertos manuales de “bricolage” del beso. Así pues, con esas intenciones y predisposiciones me aventuraré en este inconmensurable campo-mar-montaña-cielo de los besos. ¿Se viene conmigo?
ÍNDICE
Pretextos
1. En el principio fue el beso
2. Mecánica del beso
3. Ellos también besan
4. El gran besador
5. Besos con historia
6. El planeta de los besos
7. El idioma de los besos
8. Maneras de besar
9. Dime como besas y te diré como eres
10. La sonrisa horizontal
11. Los peligros del beso
12. Mamá, cuéntame un beso
13. El arte de besar
14. La fila de los mancos
Código: L0015
Código (num libro/año): L2/06
Autor: Jesús J. de la Gándara Martín
Título del libro: EL LENGUAJE DE LOS BESOS
isbn: 978-84-611-1462-0
EL LENGUAJE DE LOS BESOS
(Un estudio psico-socio-antropológico del beso y el besar)
Jesús J. de la Gándara Martín
1
ÍNDICE:
Pretextos
1. En el principio fue el beso
2. Mecánica del beso
3. Ellos también besan
4. El gran besador
5. Besos con historia
6. El planeta de los besos
7. El idioma de los besos
8. Maneras de besar
9. Dime como besas y te diré como eres
10. La sonrisa horizontal
11. Los peligros del beso
12. Mamá, cuéntame un beso
13. El arte de besar
14. La fila de los mancos
El unibe®so
Reconocimiento de deudas
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PRETEXTOS
"Un centímetro cúbico": ese es el volumen que ocupa la fina cobertura de
nuestros labios. Hasta 3cc ocupa la piel genital y otros 33 la del resto del
cuerpo. Pero, ¿qué tiene de especial ese minúsculo centímetro cúbico de piel
labial? Algo ha de tener si a esa mínima parte de piel especializada le hemos
confiado buena parte de nuestra relación con los demás. Los otros "33cc" de
piel también sirven para relacionarnos, pero no es igual. Ni siquiera esos "3"
de piel genital nos satisfacen tanto. Nunca alcanzarán la nobleza de la piel de
nuestros los labios, esos maravillosos instrumentos multiuso que los
mamíferos tenemos en la puerta de la vida. La riqueza sensorial y la
"versatilidad" de los labios los convierte en algo más que dos pedazos de piel
con tendencia a juntarse con otras de nobleza semejante.
Los labios sirven para comer, hablar y besar. Los besos son roces, toques,
opresiones... pero ¿qué son realmente los besos?, ¿por qué besamos?, ¿para
qué besamos?, ¿por qué hay tantas maneras de besar?, ¿todos los besos son
iguales?, ¿por qué nos gusta tanto besar?, ¿quién sabe besar mejor?, ¿sólo
besamos los seres humanos?, ¿por qué hay tantas diferencias entre personas y
culturas?, y, sobre todo, ¿a dónde van los besos que damos y que no damos?
Quizá sea que somos los animales más pelados del planeta y los labios son lo
más pelado que tenemos. O que besar es como regresar a la ternura del pecho
maternal amamantándonos. O que para reconocer a alguien le olfateamos
aproximándole el morro... o tal vez la culpa sea del arte y el cine. Sea como
fuere, lo cierto es que nadie duda que buena parte de nuestra felicidad
depende de la cantidad de besos que nos dan o damos. Que en materia de
sensualidad nada hay más gozoso que los besos. Que la puerta de la
sexualidad suele ser ese minúsculo "centímetro cúbico" de piel especializada.
Casi todos los días, casi todas las personas besamos. Pero casi nunca
pensamos en sus motivos, maneras y consecuencias. Pasa comprenderlo
deberemos indagar en el origen de la conducta, rebuscar en los entresijos de la
historia, escudriñar en la fisiología, analizar los condicionantes sociales,
etológicos o antropológicos, estudiar sus las peculiaridades culturales o
geográficas, investigar sus riesgos y beneficios, preguntar a los artistas y a sus
obras, o pedir la opinión de personas anónimas. Cualquier cosa antes que
trivializar sobre una conducta tan peculiar e interesante. El beso es universal,
intemporal, ubicuo y variopinto. No cabe tomarlo a la ligera.
Cuando pensé en escribir este libro, pedí opinión a muchas personas.
Prácticamente todas me dijeron que les parecía un tema muy curioso, al
tiempo que esbozaban una sonrisa cómplice. Algo semejante a lo que ocurre
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cuando hablamos de sexo: resulta difícil ponerse en el justo punto de seriedad.
Desde luego no me gustaría que esta disertación sobre el beso se entendiese
en ese tono de "rigor mortis". Esta peculiar conducta humana merece atención
y respeto, pero no demasiada gravedad. No se trata de analizarlo con la
frialdad marmórea de las estadísticas, pero tampoco con la ligereza
insustancial de ciertos manuales de "bricolage" del beso. Así pues, con esas
intenciones y predisposiciones me aventuraré en este inconmensurable
campo-mar-montaña-cielo de los besos. ¿Se viene conmigo?
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1. EN EL PRINCIPIO FUE...
En el principio no fue el verbo, fue "el beso".
Eso creo, aunque no lo diga la Biblia. Los labios supieron besar antes que
hablar. De hecho todos sabemos besar sin que nadie nos enseñe. Es más, no se
si serviría para algo hacer un "master" de besos. Más práctica y menos teoría
es lo que se necesita en materia de besos.
Una de las formas más lúcidas de analizar cualquier cosa es indagar en su
denominación. Las palabras suelen guardar los secretos de las cosas. Buscar
en las palabras es una vieja y reiterada manera de aproximarse a los
significados y sentidos de las cosas. Desde San Isidoro de Sevilla a Arturo
Pérez Reverte, por citar sólo dos extremos bien conocidos, la indagación
etimológica y lingüística ha resultado fructífera para crear belleza y sabiduría.
Así pues buscaremos en las palabras, y dado que donde hay más palabras es
en los libros, empezaré por agradecer a las personas que han escrito los
mejores libros sobre besos. Sobre todo debo apresurarme a reconocer la deuda
que voy a contraer con Adrianne Blue (On Kissing) y con el grupo dirigido
por Mª Ángeles Rabadán (Besos). Vaya para todos ellos mi gratitud y un
montón de besos en compensación por los "atracos" que les voy a perpetrar.
Para empezar bien hagámoslo por el primero de los libros, la Biblia. No se
trata de hacer una exégesis, más adelante, cuando hablemos de la historia de
los besos volveremos a ella, ahora sólo pretendo tomar prestadas algunas de
sus palabras para abrir con ellas la cueva del lenguaje donde se guardan todos
los pensamientos y emociones de los seres humanos.
El primer beso bíblico lo encontramos en uno de los primeros y más hermosos
libros de amor de la historia, el "Cantar de los Cantares", escrito por un rey al
parecer muy besucón, Salomón. Todo el libro es un poema de amor que
cuenta los gozos y penas de dos enamorados, el Rey y la Sulamita, la viñadora
humilde que cuando se encuentran en la viña se enamoran perdidamente. Ella
dice: ¡Oh, que él me besara con los besos de su boca! Mejor que el vino es tu
amor.
Inmortales besos registrados con palabras imperecederas, que son ya pétreas
estelas plantadas contra el tiempo. Pero los besos son gestos efímeros que se
parecen más a la palabras habladas que a las escritas. Esos alados besos, esos
sutiles roces de aire y viento que sólo los seres humanos somos capaces de
sentir y entender. Las palabras están llenas de vida, son la cuna y el origen de
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todo, lo visible y lo invisible, lo perceptible y lo imaginable, lo sensible y lo
besable.
En referencia a los besos, algunos sexólogos hablan de que son actos
"sensantes" (sensible-pensantes). Por lo tanto sólo nombrarlos implica un acto
sensible. "Sentir es pensar temblando", dijo el poeta José Bergamín. ¿O tal
vez quiso decir besar temblando? Seguro que se equivocó, besar rima mejor
con temblar, y besos y palabras riman con labios. Son dos sustancias que nos
hacen temblar, como dos cuerdas sonoras que vibran al unísono. Si oímos o
decimos "dame un beso", o "te quiero besar", o "bésame", o "qué daría por un
beso"... no es fácil que no sintamos. Solo de oír o pensar en esa palabra
sentimos algo en nuestros labios y ellos tienen línea directa con el corazón, y
con el cerebro.
Se ha dicho muchas veces: las cosas sólo existen si se las nombra. Hay quien
opina que la palabra es el origen de todas las cosas, desde el principio de los
tiempos, cuando el sonido no era más que viento desatado, agua torrencial, grito
instintivo o bramido de agonía, el verbo, según San Juan, fue el principio de
todas las cosas:
"En el principio era la Palabra,
y la Palabra estaba ante Dios,
y la Palabra era Dios.
Ella estaba ante Dios en el principio.
Por Ella se hizo todo,
y nada llegó a ser sin Ella.
Lo que fue hecho
tenía vida en ella,
y para los hombres la vida era luz.
¿Queda claro, verdad?
Para que las cosas existieran bastó con que Dios las nominase. Dios uso la
palabra como instrumento para crear. Bastó con que el ser supremo supiera
"decirlas" para que las cosas se hicieran, y después procedió a ordenarlas
usando más palabras. Según esta tradición la palabra fue un gran invento, o
mejor, "el gran inventor".
Y otro tanto hizo Yahvé, quien viendo la soledad del hombre, le regaló a la
mujer, y las mujeres son las que mejor saben hablar, las que "encantan" los
males poniéndolos en la lengua y echándolos fuera por los labios. Llámese Eva
o Lilith, apenas eso importa, pues ambas eran diestras en el uso del verbo y del
beso. El pecado original, no seamos ingenuos, no fue el mordisco de la
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manzana, fue el uso del verbo, ¿o fue quizá fuera el dominio del beso? Qué más
da si al cabo ambos vienen de los maternales y amantísimos labios.
Palabras, besos, labios, encuentros necesarios para crear, ordenar y habitar la
intemperie de la finitud. La del ser humano que acaba de darse de bruces contra
la realidad y le cuesta acostumbrarse a tomarla en crudo.
Desde la vertiente etnológica, es sabido que la palabra humana fue en principio
grito, llamada, solicitud de protección, de unión entre la madre y el hijo aún
desvalido, y de esa unión, hecha de gritos y besos, nació la institución humana
más antigua, la familia, la que sigue ordenando esencial y sustancialmente la
vida humana. La familia es una trama de besos y palabras. Licencia más o
menos, los besos y las palabras son los dos elementos que más rozan con
enamoramiento, sexo, casamiento, procreación, crianza. Pero de ello
hablaremos andando las páginas.
La fuerza que mantiene unida a las instituciones familiares y sociales es la
palabra. Es la misma que alcanza magnitud trágica cuando Sófocles da vida a
Edipo, organizando la trama emocional y afectiva más reveladora de la
condición humana. Una tragedia sin palabras no es posible, sin besos no es
apasionante.
Intimidad y emoción, palabras y besos, son dos de los dominios inexpugnables
de la patria instintiva. Nada puede expresar los sentimientos tan justamente, y a
la vez ocultarlos con tanto celo, como las palabras y los besos. Hablando y
besando el ser humano se siente profundamente unido a otros seres humanos.
La poesía y el beso son parientes íntimos. Desde Salomón a Machado, no hay
más que una larga sucesión de besos y fonemas, revelaciones sonoras de la
intimidad humana en la que la verdad y la belleza se aúnan para comunicarnos,
para hacer existente lo inefable, para dar y solicitar vida y temblor. Escuchar un
poema bellísimo es como recibir un beso en el cuello, en el lóbulo de la oreja, y
sentir ese temblor que te llega a lo más íntimo. Los besos y los versos vienen de
los labios.
¿Pero a qué tanta digresión se preguntará - si a donde el autor quería llegar
no era sino a algo mucho más prosaico? Algo así como ¿de donde viene la
palabra beso? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo se dice en otros idiomas? ¿Por que
se dice distinto? En fin, a las etimologías del beso.
Y para profundizar en las etimologías, empiezo por pedirle ayuda al Patrón de
Internet, San Isidoro de Sevilla, quien habla de la importancia de buscar la
etimología de las cosas. Dice textualmente: "Etimología es el origen de los
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vocablos cuando la fuerza del verbo o del nombre se deduce por su
interpretación. Aristóteles la llamó sumbolon (sýmbolon)... Pues tan pronto
como adivinas de dónde procede el nombre, entiendes cuál es su fuerza. En
efecto, es más fácil la averiguación de cualquier cosa en cuanto conoces la
etimología.
Así pues siguiendo su ejemplo, en primer lugar nos interesaremos por el
verbo "besar", que describe en nuestro idioma la conducta humana que nos
ocupa.
Según el Diccionario de la Lengua Española, "besar" viene del latín
"basiare", y tiene los siguientes significados: "1. Tocar u oprimir con un
movimiento de labios, a impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o
reverencia. 2. Hacer el ademán propio del beso, sin llegar a tocar con los
labios. 3. Tratándose de cosas inanimadas, tocar unas a otras. 4. Tropezar
impensadamente una persona con otra, dándose un golpe en la cara o en la
cabeza." Nada que comentar, todo aséptico y frío, como corresponde a la
Academia, pero también muy revelador. Ya tenemos, sin proponérnoslo, la
primera clasificación de los besos.
El Diccionario de Maria Moliner suele ser más descriptivo, y de "besar" dice
que es "Aplicar los labios juntos a alguien o algo y separarlos dando un
chasquido, lo que se hace como caricia o como saludo...". Luego añade otros
comentarios a aspectos particulares tales como «besar la mano, besar los pies,
llegar y besar el santo, besar el suelo, besar la tierra que otro pisa», de los
cuales habrá tiempo de ocuparse.
En segundo lugar nos interesa la palabra "beso", del latín "basium", según el
Diccionario, cuyos significados son: 1. Acción y efecto de besar. 2. Ademán
simbólico de besar. 3. Golpe violento que mutuamente se dan dos personas en
la cara o en la cabeza, o el que se dan las cosas cuando se tropiezan unas
con otras. El Diccionario también habla de diferentes tipos simbólicos de
besos como el "de Judas" (1. beso u otra manifestación de afecto que encubre
traición), o el "de paz" (1. El que se da en muestra de cariño y amistad).
De nuevo el Maria Moliner, resulta más explícito, y añade que el beso es "la
acción y efecto de besar una vez", y lo relaciona con otras palabras como,
acolada, buz y ósculo.
Esta última palabra se refiere peculiarmente al beso de afecto, y es usada
principalmente en lenguaje poético o solemne, o, por el contrario, cuando se
quiere hablar de forma irónica. Se trata de una interesante palabra, que
proviene igualmente del latín, en el se contempla con diversas
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formalizaciónes, tales como "osculum" (boca, boquita, beso), "osculatio"
(beso), "osculor" (besar, amar apasionadamente). Todos ellos contienen el
prefijo "os", término referido a la cara, al rostro, a la máscara y a la expresión
que se hace en presencia de todos y también a apertura, orificio o
desembocadura. De ahí también deriva "oscilum", que es la mascarilla del
dios Baco, personaje divino muy dado a los besos y al buen vino.
Se trata, como vemos de un curioso término, que emparenta con otros muy
significativos, como "ostendo", de donde viene ostentar, y también "ostium",
puerta o entrada. La historia de de las palabras una vez más se muestra llena
de insinuaciones y potencialidades. Como resistirse a tantas sugerencias. El
ósculo es la puerta del amor. El beso tiene funciones de portero emocional.
Para saber eso no hace falta escribir libros. Todos los enamorados lo saben.
Pero sigamos. Tenemos otra curiosa palabra: "buz", que según la Real
Academia, es una voz onomatopéyica, que significa beso de reconocimiento y
reverencia, y también "labio de la boca". Hacer a alguien el "buz" es ofrecerle
una demostración de obsequio, rendimiento o lisonja, pero también, según el
Maria Moliner, de buz viene "buzcorona" que se refiera a una burla que se
hacía dando a besar la mano y descargando un golpe en la mejilla o la cabeza
del que la iba a besar. También «abuzarse», o echarse de bruces para beber,
o, quizá besar el suelo. Caerse de bruces, echarse de bruces, dar labio en tierra
son también términos afines, y tampoco anda muy lejos de ello "buzonear",
que es echar cartas, acaso llenas de besos, por un orificio que siempre espera
algo más que papeles.
De buz a buces, y de esta a bozo, que es la parte inferior de la cara, donde
mejor se aprecian los gestos afectivos, y de ahí embozo, que es la parte de la
capa, banda u otra cosa con que uno se cubre el rostro, y por extensión
figurada es el recato artificioso con que se dice o hace alguna cosa. Quitarse
uno el embozo es, en figurado y familiar, descubrir y manifestar la intención
que antes ocultaba. El bozo, como elemento de comunicación gestual no tiene
precio. Más adelante lo retomaremos.
Nos quedaba aun otra palabra por diseccionar, "acolada", que viene del
francés «accoler» (juntar) y que, junto con su derivación "colada", se refieren
al abrazo que, acompañado de un espaldarazo, se daba al neófito después de
ser armado caballero, y en la masonería, significa el beso ritual que se da
entre los miembros.
Y ya que estamos en Francia, cuna señera de los besos, hemos de saber que en
Francés beso y besar se dicen "baiser", palabra, como se aprecia muy parecida
al español besar, salvo que si reunimos las palabras "besar" y "francés"
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aparece una nueva expresión cuyo significado nos lleva a cierto tipo de beso
descrito como el más sensual, del cual ya hablaremos.
Más siguiendo con los idiomas europeos, en este caso anglosajones, veremos
que en ingles beso es "kiss", y besar es "to kiss". Y en alemán beso es "kuss",
y besar "küssen". En ambos casos la raíz es la misma, un término de origen
indoeuropeo, con presencia en el griego antiguo y en muchas otras lenguas
anglosajonas modernas. Todo indica que las etimológias indoeuropeas de las
palabras beso y sexo tienen mucho en común. Según Albert Hagens "...el
significado original de la palabra amor de los arios se atribuía a
representaciones olfativas...", pues sólo a través del olor se conseguía la más
íntima relación entre hombre y mujer.
Veámoslo con algún detenimiento, pues la andadura de los vocablos en el
tiempo es curiosa e ilustrativa. Sabemos que "kiss" en ingles antiguo es
"cyssan" (besarse), palabra que, al parecer, proviene del proto-germanico
"kussijanan", o dicho en sajón antiguo "kussian", y en noruego sería "kyssa",
y de vuelta al alemán nos encontraríamos con el ya conocido "kuss" y
"küssen". Todos ellos tienen, en última instancia, un posible origen
onomatopéyico. Véase que el sustantivo de "kiss" en inglés antiguo era
"coss", que se convirtió en el moderno en "cuss", y si le parece puede hacer
una prueba, haga usted un beso sonoro con los labios en protusión y a ver a
que le suena.
Es sugerente la remisión a un sonido común "ku" que se puede encontrar en la
raíz del origen griego del vocablo "kuneo" (beso) y "kynein" (besarse) y
también kynos (que es español es "can" y "cínico"), y también "kinesis" (de
donde curiosamente viene la palabra "cine", que es sin duda el lugar por
excelencia de los besos. Como se puede observar siempre es bueno volver a
los orígenes de nuestra cultura, al griego. Los diccionarios más autorizados de
esta lengua nos remiten a un curioso término el "proskuneo" que hace
referencia a la postura de postración para demostrar obediencia y reverencia a
los dioses o reyes. La palabra proskuneo, que incluye el término "kuneo"'
(besos), es la formalización de un tipo de beso ritual que merecerá más
adelante nuestra atención. Ahora sólo nos interesa recordar esta curiosa
composición de la preposición "pros" y el verbo "kuneo", para expresar por la
actitud y la posición, la lealtad, el respeto y la adoración, usado en los pueblos
orientales, especialmente los persas, para expresar ese caer sobre las rodillas y
tocar la tierra con la frente, como expresión de reverencia profunda.
El lenguaje nos lleva ahora de viaje hasta Persia, donde los besos y la
sensualidad sensorial tenían una reconocida importancia. Pues bien, en persa
"bujah" significa olor, amor y anhelo, y esa palabra deriva de la raíz "ghrâ"
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significa "besar" y también "olfatear". Por eso cuando los persas dicen me
llega el olor de alguien a la nariz, es como decir que anhelan a esa persona,
pues, según su opinión, sólo a través del olor se consigue la más íntima
relación entre hombre y mujer.
Para llegar a Persia hemos pasado por tierras judías y como sabemos, el
pueblo judío es rico en siglos, palabras y también en besos. La palabra hebrea
"hishtachaweh" tiene el mismo significado que proskueno, y es muy posible
que esa sea también el referente de otra palabra semejante en lengua árabe
que describe la conducta de postración y adoración a Allah, que se pronuncia
junto con el gesto ritual de tocarse con los dedos en los labios como señal de
respeto.
En síntesis la etimología nos dice el beso en los idiomas anglosajones, como
el inglés kiss, y el alemán kus, entroncan con el griego "kuneo", el cual está
emparentado con una larga familia de palabras de procedencia indoeuropea,
con una de raíz común, "kus", cuyo origen último es onomatopéyico. Al final,
las palabras y los besos siempre vienen de los labios sonoros.
Labios: he ahí la otra palabra clave. Los besos vienen de los labios, y los
labios son la puerta de otros besos en los que la boca cobra protagonismo.
Labio es una palabra también de procedencia latina (labium, labea) que
significa borde o reborde de las cosas, puerta de los besos y las palabras. De
labio viene "labia", verbosidad persuasiva y gracia en el hablar, pero también
"labioso/a", que es equivalente a persona aduladora, que usa de la lisonja, el
engaño y la mentira.
Labium está emparentada con "labrum", que además de labio designa
recipiente, cuba o bañera, y de ella también deriva la española "labro", que es
el labio superior de algunos insectos, grande y cortante. Lo cual nos lleva
directamente a otro reino y no precisamente lleno de palabras: el animal.
Los animales no hablan, pero si besan. Lo hacen con el "belfo", o "befo",
palabra que en puridad se refiera a cualquiera de los dos labios del caballo y
otros animales. Por eso se le llama "belfo" a la persona que tiene más grueso
el labio inferior que el superior. Salvo que seas cubano y negro, en cuyo caso
te dirán bembo o bembón. También, y por extensión, podría decirse "befada"
a la persona de labios abultados y gruesos, como esas modelos de labios
carnosos que despiertan el deseo, aunque al besarlos puede que sepan a
silicona.
El belfo también es el "hocico", palabra que viene de hocicar, a su vez de
"hozar", que deriva del latín vulgar "fodiare", cavar. Hocico designa a la parte
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más o menos prolongada de la cabeza de algunos animales, en la que están la
boca y las narices, y también se usa para referirse a la boca de ser humano que
tiene los labios muy abultados. Hocicar es familiarmente besar, pero en
general se asocia a sus versiones más desagradables, como lo confirma el
hecho de que entre sus significados esté el verse obligado a soportar algo
desagradable o molesto, y también el de gesto que denota enojo o desagrado.
Así ocurre con las expresiones "estar con hocico", "darse de hocicos", "meter
el hocico", "salir a los hocicos", etc. Son formas de aplicar los labios a tareas
menos nobles que los besos.
Una forma moderna, adolescente e innoble de besar es "morrear", la cual
viene de "morro", palabra de origen incierto que se usa para designar la parte
de la cabeza de algunos animales en que están la nariz y la boca. También los
labios de una persona, especialmente los abultados y cualquier cosa redonda
cuya figura sea semejante a la de la cabeza. Bebemos a morro, sin vaso,
aplicando directamente la boca al chorro, a la corriente o a la botella, para
saciar la sed y el deseo. Nos ponemos de morros, o torcemos el morro, para
expresar el enfado con la expresión de la parte más emocional de nuestro
rostro. Jugamos al morro con alguien, cuando tratamos de engañarle, no
cumpliendo lo que le prometimos. Besos y mentiras se dan de morros contra
Judas, y de ese choque surge un modo de hablar que el Diccionario recoge
como el "Besadme, y abrazaros he...", que se decía cuando alguien pedía más
de lo que prometía.
Morrear también se dice "magrear", palabro que usamos para referirnos a esa
manera de besar con impulso tosco y apasionado, acto que suele acompañarse
de la acción sobar, o manosear lascivamente una persona a otra, y también se
usa para referirse al comer la parte más gustosa y magra de los alimentos.
Como los labios. Magrear sería algo así como comerse a besos a alguien,
algo más que besarle con fruición, literalmente devorar al otro por el beso.
Hay que ver que lejos pueden llevarnos las palabras y los besos. Empezamos
por mamar y acabamos devorándonos.
Podríamos seguir estudiando muchas más palabras relacionadas con el besar,
tanto en idiomas próximos como alejados, pero me temo que el ejercicio de
erudición nos llevaría a perdernos en complicados vericuetos lingüísticos, y
comprendería que no le resultase demasiado atrayente, pues al cabo la
cuestión esencial no es cómo se dice, sino cómo se hace, y para eso lo mejor
será volver otra vez al principio, en este caso a los labios y a la boca, es decir
a mecánica de los besos.
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2. MECÁNICA DEL BESO.
Dicen los expertos que para dar un beso hay que mover hasta 36 músculos. Y
también que cada beso apasionado consume 12 calorías. ¿Lo sabia? Seguro
que no y ni siquiera se percatará de ello cuando bese. Besar es una conducta
social compleja, pero una vez aprendida responde a mecanismos automáticos
neurológicos que no precisan del control consciente, es algo así como
masticar, deglutir o respirar. Lo hacemos sin necesidad de pensarlo.
Veamos algunos ejemplos ilustrativos de lo que estamos diciendo. Aseguran
los fisiólogos que cuando besamos cerramos automáticamente los ojos porque
se produce una dilatación en las pupilas y el cerebro nos impulsa a entonarlos
para evitar el deslumbramiento. Otros hechos que responden a mecanismos
automáticos son los siguientes: durante un beso circulan por la saliva 9 mg de
agua, 0.7 gr de albumina, 0.18 gr de sustancias orgánicas, 0.711 mg de
materias grasas, 0.45 mg. de sales, y un enorme caudal de bacterias y
enzimas. Asombroso, pero cierto, aunque lo más llamativo es quien se habrá
parado a medirlo.
Pese a todos esos datos, lo que saben los científicos sobre el beso no es
demasiado. De hecho es realmente sorprendente que a una conducta tan
frecuente y agradable como es el besar, los anatomistas y fisiólogos le hayan
dedicado muy poca, casi ninguna atención. Por ejemplo, en los libros de
medicina apenas se pueden encontrar más que breves referencias a la
"enfermedad del beso", también llamada "fiebre de los enamorados", pero
nada o casi nada se dedica a los mecanismos íntimos de la acción y efecto de
de besar. Grave negligencia, pues aunque todo el mundo sabe lo que es besar,
y si se lo propone podría hacerlo sin ninguna instrucción, difícilmente se le
podría recomendar ningún libro para aprender a hacerlo de acuerdo con las
bases fisiológicas y anatómicas adecuadas.
En principio besar no es más que hacer un movimiento de contracción y
relajación de un músculo, el llamado orbicular de la boca (orbicularis orbis)
que es pequeño, circular y ocupa prácticamente toda la masa de los labios,
para acercarlos a otros labios u otras partes de otra persona o cosa y tocarla
con ellos. Pero realmente besar es algo más que tocar con los labios.
Sin duda, todos sabemos, sin necesidad de instrucción, que los besos son más
que tacto y mecánica, y que los labios son más que piel y músculos. De hecho
se componen de un complicado entramado de fibras musculares y elásticas, de
nervios y vasos sanguíneos que les confieren una elevada movilidad y
sensibilidad. Lo fundamental de los labios, no es su tamaño, textura o color, la
clave está justamente en su sofisticada movilidad y sensibilidad. Pensemos
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que, junto con la lengua, son los músculos de nuestro organismo que menos
tiempo pasan quietos; no paramos de hablar, deglutir, comer, gesticular,
besar. Alguien ha dicho que si los labios fuesen penes estaríamos en continua
erección.
Según algunos estudiosos de los mecanismos del beso, estos son la
consecuencia de una sofisticación de un automatismo innato, el reflejo de
succión, que lo tienen todos los mamíferos desde antes de nacer. Se estima
que a las seis semanas el feto tiene una estructura bucal y labial bien
desarrollada, y a los tres meses se pueden observar en las ecografías los
movimientos labiales. Los fetos antes de nacer ya hacen las tres cosas
esenciales para la supervivencia: succionar, deglutir y agarrarse a algo. Las
tres son actividades reflejas que todos los niños saben hacer sin que nadie se
las enseñe. Succionar para mamar de los pechos de sus madres, mover la
lengua y la garganta para deglutir sin atragantarse, y agarrarse a la madre para
procurarse sustento, calor y protección. En cierto modo podríamos decir que
de forma innata tenemos el "reflejo de besar". De hecho alguien realizó una
curiosa investigación para explicar por qué incluso en la más absoluta
oscuridad, las parejas casi nunca se desvían, siempre atinan y no acaban
besándose en la nariz. Según este estudio llevado a cabo en la Universidad de
Princeton y publicado en 1997, "el cerebro humano está equipado con
neuronas que le ayudan a encontrar los labios de su pareja tanto con los ojos
cerrados como en espacios sin luz". Como se colige la curiosidad humana es
al menos tan ilimitada como su ignorancia.
Pero sigamos. El mecanismo de besar se basa esencialmente en la contracción
y relajación del músculo orbicular de los labios, y de ciertos movimientos de
la lengua y la cara, todo lo cual es controlado por un complejo sistema
nervioso encargado de controlar los movimientos y sensaciones faciales. Ese
sistema transmite órdenes y recibe sensaciones a través de una tupida red de
terminaciones nerviosas, y a su vez está conectado con otras partes del
cerebro implicadas en la regulación de las emociones, la memoria y los
sistemas hormonales, de cuyos mecanismos daremos alguna noticia, aunque
sin entrar en profundidades.
Para intentar explicarlo empezaremos por lo más inmediato: la piel de los
labios. Los labios son una frontera y como tal su cobertura es de transición
entre las mucosas y el resto de la piel. Por eso es tan fina y sensible, mucho
más fina que la del resto del cuerpo, salvo los otros labios, los vaginales.
También es una de las más dotadas de terminaciones nerviosas sensitivas. Por
eso el beso se siente tanto y a veces se nota esa especie de "cosquilleo"
eléctrico al darlos o recibirlos. Los labios y la boca están profusamente
inervados e irrigados, ya que son las zonas de nuestro cuerpo, junto con las
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manos, que más sentimos y movemos, y por eso son las zonas del cuerpo que
precisan de una mayor parte de cerebro para su control. Además, en los labios
hay glándulas sebáceas, tanto en el exterior como en el interior, en las que se
producen y liberan feromonas, esas misteriosas sustancias que aun sin que
seamos conscientes de ellas, las "olfateamos" y nos atraen o nos repelen
sexualmente.
En segundo lugar para besar está la lengua, acaso el más persistente y vital de
todos los órganos sensoriales y motores, siempre dispuesta a la acción cuando
se la precisa. En tercer lugar esta la nariz, otra frontera natural entre el fluido
exterior y la intimidad. Dicen que el olfato es el sistema sensorial más
directamente conectado con el cerebro emocional, por donde apenas sin
enterarnos penetran en nosotros los estímulos sexuales más "básicos", así
como los más memorables. Las narices con sus olores, los labios con sus
sensibles roces, la lengua con sus infinitos movimientos y sabores, los besos y
sus memorias, todos esos órganos y sistemas son partes esenciales del beso y
también de la afectividad humana. Curiosamente todo ello está situado en una
zona bien pequeña del cuerpo, pero posiblemente la más importante, la cara,
que es como nuestra ventana al mundo. La cara es esa máscara que nos
convierte en protagonistas de la película de nuestra vida, que nos hace
personas "individuales".
Pero, como diría Jack el Destripador, vayamos por partes, empezando por lo
más simple y acabando por lo más complejo. Volvamos a los labios, y a su
famoso músculo el "orbicular de los labios". Es una especie de motor muy
curioso, que se sitúa alrededor de la boca, justo debajo de la piel de los labios,
abarcando desde su origen debajo del tabique nasal hasta su finalización en la
comisura de los labios. Se fija en la propia piel y en la mucosa interna de los
labios y es muy flexible, potente y adaptable. Conviene saber que es el único
músculo de toda la cara que sirve para proyectar los labios en actitud de besar,
aunque también sirve para otras cosas más sofisticadas, como soplar, silbar o
articular sonidos. Todos los demás músculos de la cara - y hay docenas sirven para retraer los labios, y por lo tanto se usan para hacer otras cosas,
como reír, masticar, sorber hacer gestos etc. pero no son esenciales para besar.
Ahora bien, todo beso es algo más que un simple movimiento, es una
conducta. La simple contracción del músculo orbicular da lugar a un modo de
besar muy elemental, muy primario, nada sofisticado ni "cinematográfico",
"un piquito", algo que hacen hasta los peces. Para esos inocentes besos
labiales se usa sólo el músculo orbicular, pero a veces ese simple movimiento
se relaciona con otros mecanismos más sofisticados, y entonces estaríamos
ante otros besos, como los "de tornillo", por poner un ejemplo bien
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ilustrativo. Para estos hay que utilizar los labios, la lengua, los músculos del
cuello, las manos, etc. Las cosas se complican.
Y es que en la conducta humana nunca nada es muy simple. Esa función,
aparentemente tan sencilla, de contraer y controlar el movimiento de unos
músculos pequeños y redondos, es en realidad muy compleja desde el punto
de vista de la fisiología y la anatomía. No pretendo, insisto escribir un tratado
de anatomía del beso, pero tal vez le guste saber algo de ello. Por ejemplo,
para movilizar el músculo labial disponemos de un nervio, el llamado "VII
par craneal" o "nervio facial" que es muy complejo, ya que tiene diversas
ramas y acciones. Concretamente actúa en funciones motoras, sensoriales y de
activación de las glándulas lacrimales y salivares. Nace en una zona muy
intrincada de la base del cerebro, atraviesa el cráneo, concretamente a través
de un agujero en el hueso temporal, y se divide en varias ramas, unas que
trasmiten las órdenes voluntarias de contracción de los labios (sacar morrito),
y otras que recogen sensaciones de la parte anterior de la lengua que es la más
directamente implicada en los besos.
Pero en la movilidad y recogida de sensaciones de la cara y labios también
está implicado otro nervio, el llamado "V par craneal" o "nervio trigémino", y
concretamente una de sus ramas, la mandibular, que es la que recibe las
sensaciones de los labios y de la parte inferior de la boca, y también trasporta
órdenes para que se muevan ciertos músculos de la cara usados para el beso,
cuyos "nombrajos" científicos le evitaré.
Para besar, además de los labios, usamos la lengua. Esta es simplemente una
gran masa de músculos sin huesos, por eso es tan móvil, flexible, dúctil,
maleable y sensible, y sus complejos movimientos se controlan a través de las
órdenes que trasporta el "nervio hipogloso", o "XII par craneal". La lengua
además de un órgano motor es un órgano sensorial, y las sensaciones que
percibe son de varios tipos, unas esencialmente táctiles, las cuales se recogen
por el "nervio facial", y otras gustativas, las que son recogidas por las
llamadas papilas gustativas y trasladadas al cerebro en parte por el "nervio
facial" y también por el llamado "nervio glosofaringeo" o "IX par craneal".
Complicado, ¿verdad? Pues no acaba ahí la cosa, pues además de lo descrito
hay otros órganos y nervios próximos que también están implicados en los
besos. Así ocurre, por ejemplo, con el olfato, sentido gestionado por la nariz y
el nervio olfatorio (I par craneal), y el gusto, gestionado por las papilas
gustativas y el nervio glosofaringeo (IX par craneal). Pero es que además la
garganta y el cuello también se ponen en marcha, y en ese caso son el "nervio
hipogloso", o "XII par craneal", y el "nervio espìnal", o "XI par craneal" los
implicados.
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Claro que cuando todo eso acontece en el transcurso de un beso, casi nunca
nos enteramos de casi nada, y menos mal, pues si necesitásemos estar
informados de todo ello y tuviésemos que manejarlo todo voluntariamente, no
nos bastaría con una carrera y dos master en besos para hacerlo con un
mínimo de pulcritud. Besar es una cosa espontánea y agradable, y no
conviene complicarla en exceso. Pensemos que cualquier interferencia, un
simple ruido, ciertos olores o sabores, un chicle... suele acabar con la magia
del beso. Si exceptuamos la saliva, o las feromonas, todos los demás
convidados al beso son poco o nada deseables, ya sea carmín, tabaco, alcohol,
chicles, alimentos, dientes o, por que no decirlo, la terrible halitosis. Casi
todo, casi siempre, son molestias para el ejercicio placentero del beso.
Déjeme que le relate un par de curiosidades sobre ello. En primer lugar una
anécdota, que relata en su libro la periodista Adriane Blue, sobre el carmín y
los besos. Al parecer la conocida casa Max Factor tuvo que diseñar una
máquina de besos para probar la duración y resistencia de sus pintalabios,
pues las probadoras contratadas acababan realmente agotadas del fatigoso
trabajo de besar profesionalmente. Por cierto que la costumbre de pintarse los
labios es muy vieja. Se sabe que la reina Puabi de la antigua ciudad de Ur,
hace más de cuatro mil quinientos años ya usaba pintalabios, y hay un papiro
egipcio de 1150 a.J.C., con una escena de un burdel de la ciudad de Tebas en
el que una joven semidesnuda se aplica color en los labios ante u espejo,
mientras que el cliente sostiene como puede una potente erección. Los labios
son el mejor anuncio de los "labia" vaginales. Pero de eso ya hablaremos.
Otro hecho curioso es la relación entre el olfato y los besos, cuestión ésta que
ha sido examinada en profundidad por Victor Johnston, profesor de
biopsicología de la Universidad de México, y según dicen uno de los mayores
expertos del mundo en los mecanismos de percepción de la belleza. Señala el
autor que durante los besos se produce una intensa transmisión de feromonas
secretadas por las glándulas sebáceas de la piel facial. Cuando besamos la
nariz entra en contacto con estas sustancias tan interesantes como poco
conocidas, que tanto influyen en el comportamiento sexual de los seres
humanos. Aun no conocemos bien cuales son estas sustancias, ni como
actúan, pero los expertos coinciden en que durante los besos el contacto
facial, los roces de la barba y bigote con la nariz, etc. actúan como elementos
estimulantes de la secreción y transmisión de feromonas. ¿Quién iba a pensar
que los besos con bigote podrían resultar tan placenteros?
Así pues, queda claro que eso que nos parecía tan sencillo, contraer un simple
músculo, proyectar los labios hacia delante, pegarlos a algo o a alguien, y
disfrutar... resulta ser un laberinto de mecanismos complejos, en el que están
17
implicados varios nervios, diversos músculos y diferentes órganos y
funciones sensoriales y motoras.
Baste saber que los besos practicados con suficiente intensidad, tanto como
preparación a la cópula como durante ésta, producen aumentos de las
pulsaciones, de la presión sanguínea y de la respiración. Por ejemplo, el
número de pulsaciones, que normalmente es de 70 a 80 por minuto, se eleva a
90 ó 100 durante los besos que se dan al inicio de la actividad sexual, aumenta
hasta 130 durante la meseta, y pueden llegar hasta 150 en el orgasmo. La
presión sanguínea, que puede estar entre 90 y 120 en reposo, se eleva a 200 en
un beso profundo, y puede llegar a 250 en el clímax sexual. Con el beso la
respiración se hace más profunda y más rápida, entrecortada, y al acercarse el
momento del orgasmo se convierte en un jadeo, a menudo acompañado de
gemidos u otras expresiones sonoras. Al final del acto sexual, el rostro suele
estar contraído, la boca abierta, las ventanas de la nariz dilatadas, etc. Si se
pudiera contemplar a si mismo en ese momento es como si fuese un atleta en
pleno esfuerzo. Por eso a veces se prohíbe el coito a los que padecen alguna
patología cardiaca grave, y en esos casos los besos y las caricias serían más
recomendables y no tienen por que resultar "eróticamente" insatisfactorios.
Pero sigamos, pues aun nos quedan muchas cosas por explicar sobre la
mecánica del beso. Ya hemos dicho que cuando besamos, además de los
labios, la lengua, la mandíbula y la cara, estamos usando más de treinta
músculos y un sinfín de mecanismos sensoriales, vegetativos y hormonales.
Por ejemplo, usamos el cuello, los hombros, la espalda, las manos, el olfato,
la circulación sanguínea, el corazón, las glándulas endocrinas y... en realidad
usamos todo el cuerpo. Esa forma de contemplar la mecánica del beso es más
compleja, pero también más ajustada a la realidad. Pensemos que la estructura
de los órganos (anatomía) y su funcionamiento (fisiología), están relacionados
con el uso que hacemos de ellos, hasta el punto de que decimos que "la
función hace al órgano".
Veamos, antes de que sepamos besar, la contracción del músculo de los labios
sirve para chupar, mamar, succionar o ayudar a sujetar los alimentos. Una vez
atrapados con los labios, los trasladamos al llamado vestíbulo de la boca, que
es la zona situada entre los labios y los dientes, y de ahí hacia atrás, hacia la
cavidad bucal propiamente dicha, para proceder a masticarlos, ensalivarlos y
deglutirlos. Así pues, en un sentido anatómico y funcional estricto, la
conducta de besar sería algo "no natural", más bien artificial, adquirida por
sofisticación de la conducta innata de succionar o chupar, que es exclusiva y
peculiar de los mamíferos. No sabemos si otros animales "no mamíferos"
besan, pero en principio no parece que lo que hacen los pájaros, los peces o
reptiles sea besar, aunque a veces juntan los picos o los morros. Por lo tanto
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podríamos decir que besar viene de mamar. Ahora bien, puesto que tenemos
constancia de que todos los primates, y más concretamente los pertenecientes
al género homo, llevamos millones de años usando los labios para besar, tal
vez esa función ya forme parte de las funciones anatómicas y fisiológicas de
los labios y la boca. Besar es como un instinto, pero un "instinto abierto",
que partiendo de unos movimientos simples e innatos, se va complicando por
adición de sucesivas capas de cultura y carmín.
Volveremos a ello cuando analicemos la antropología del besar, pero
aceptemos por ahora que besar es una conducta innata, que hemos
incorporado a nuestro repertorio de comportamientos sociales, sin serlo en su
origen. No necesitamos que nadie nos enseñe a besar para saber hacerlo,
aunque para dar besos de "cine" tal vez tengamos que haber visto antes "Lo
que el viento se llevó".
Pero ¿que pasaría si a un niño nunca, nadie le diera besos?, ¿sabría besar? Ese
experimento, pese a ser una autentica atrocidad, ya se ha hecho
"científicamente" por decirlo con suavidad - y el resultado fue una
verdadera catástrofe. Simplemente, ninguno de los niños sobrevivió para
contarlo. Ya lo he dicho, los besos son cosa seria, no conviene dejarlos en
manos de los investigadores, usted bese y acepte ser besado más y mejor,
pues beso que no se da, beso que se pierde.
Pero volvamos al hilo. Ya conocemos la anatomía y fisiología de los besos,
pero eso no resuelve la cuestión esencial: ¿por qué nos gusta tanto besar y que
nos besen?, y ¿por qué resulta tan placentero y emocionante? Pues bien,
aunque mas adelante abordaremos las razones antropológicas, psicológicas o
sexuales, ahora conviene que expliquemos las razones "neurofisiológicas"
que nos permiten entender por qué sentimos con tanta intensidad los besos,
por qué disfrutamos tanto cuando besamos o nos besan, o en su caso por qué
nos disgusta tanto. Como puede comprender, todo eso se debe al cerebro.
Veamos, el cerebro es un órgano maravilloso, en el que caben los besos y los
versos, las palabras y los instintos. El cerebro humano funciona como un
gigantesco ordenador que es capaz de captar y emitir informaciones, que
siente y piensa, que pregunta y responde. Cada zona del cuerpo, cada órgano,
cada músculo, cada trozo de piel, está controlado por una zona del cerebro.
Cada cosa que hacemos lo manda nuestro cerebro, cada movimiento, cada
reflejo, cada impulso sale del cerebro. En el cerebro también se reciben todas
las sensaciones que provienen de todo el cuerpo. Cada zona de piel sensible,
cada órgano sensorial, tienen su correspondiente zona receptora en el cerebro.
Es como si en el cerebro hubiese una especie de representación motora y
sensorial de todo el cuerpo. Esa representación es dibujada gráficamente por
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los neuroanatomistas y neurofisiólogos denominada tradicionalmente
"homúnculo". Es algo así como si en el cerebro hubiese un hombrecillo
deforme que representa la imagen que el cerebro tiene del cuerpo que
controla. En ese homúnculo, los tamaños proporcionales a las diferentes
partes del cuerpo son distintas de las reales. Concretamente tiene la cara, la
boca, los labios y las manos enormes, y el tronco, las piernas, los pies, etc.
muy pequeños. Eso se debe a que para controlar las manos o la lengua se
necesitan muchas neuronas que para otras partes, y por otra parte la cantidad
de sensaciones que llegan al cerebro desde ellas es mucho mayor que desde
otras partes del cuerpo.
Pero, ¿qué es lo que ocurre con las sensaciones que recibimos en los labios?,
¿dónde van y como se procesan esas sensaciones? Veamos, lo esencial es que
los nervios facial y trigémino recogen esas sensaciones y las transportan al
cerebro. Concretamente esas señales llegan a unos núcleos situados en el
tronco del encéfalo, desde donde son trasladadas a otro núcleo que está en el
centro del cerebro llamado "tálamo" (que curiosamente significa "cama de
matrimonio"). Este es como un filtro sensorial que selecciona y filtra lo
realmente importante entre los millones de señales que recibimos en cada
momento, ignorando lo superfluo. Podemos especular que cuando estamos
dando o recibiendo un "beso erótico" el tálamo se centrará en los aspectos
"sexuales" del contacto, en el olor, la suavidad, la ternura, la entrega, la
belleza... de la otra persona, mientras que si, por ejemplo, se trata de un beso
de saludo, se ocupará justamente de no dejar pasar los aspectos sexuales de la
persona besada, no sea que nos confundamos y nos demos un "morreo" con
quien no debamos. ¿Se entiende, verdad? Pues sigamos. Una vez que ha
filtrado las sensaciones, el tálamo envía señales a otras partes del cerebro,
esencialmente a la corteza gris, concretamente a una zona situada en la parte
lateral y superior del cerebro (parietal), y también al llamado "sistema
límbico", que es algo así como un "mini-cerebro emocional" que todos
tenemos en el centro de nuestro cerebro.
Gracias a la primera, a la corteza sensorial, nos percatamos de lo que estamos
sintiendo, es decir los estímulos que llegan a ella nos permiten ser conscientes
de que lo que estamos sintiendo, en este caso besando, lo cual a su vez nos
permite regular nuestro comportamiento voluntariamente, como, por ejemplo,
seguir besando o dejar de hacerlo, o llegado el caso pasar de un tipo beso a
otro... La parte de la corteza sensorial dedicada a los labios y la lengua es
muy grande en comparación con la dedicada a otras partes del cuerpo. Por eso
los besos se sienten tanto y tan intensamente.
El segundo elemento, el que hemos llamado "sistema límbico", es
especialmente interesante en relación con los besos y todos sus correlatos
20
emocionales. La palabra "límbico" significa frontera, y la usó por primera vez
a finales del el siglo XIX un neurólogo llamado Broca, quien observó que esa
parte del cerebro estaba conectada directamente con el nervio olfatorio, por lo
que inicialmente a ese conjunto se le denominó "rinencéfalo" (de "rinos",
nariz, y encéfalo, cerebro). Se trata de una compleja formación neuronal que
está situada en el centro geométrico del cerebro, algo así como el "cogollo" o
el corazón del cerebro. Lo forman varias estructuras de nombres tan extraños
como hipotálamo, hipocampo, amígdala, septum pelúcidum, cuerpos
mamilares, etc. Todas ellas, para explicarlo de forma sencilla, son las que
controlan las respuestas emocionales y la memoria emocional. Es algo así
como un cerebro afectivo, en contraposición a la corteza cerebral (la materia
gris) que sería el cerebro racional. El sistema límbico se conecta con muchas
otras estructuras cerebrales, por ejemplo con las zonas motoras que controlan
la expresión facial. Cuando nuestra cara refleja alegría o miedo, placer o
cariño, es este sistema el que está enviando señales a las zonas motoras del
cerebro y este a su vez a los músculos de la cara para que expresen dichas
sensaciones. De ahí que la "expresión emocional" resulte tan difícil de
controlar racionalmente, salvo que seamos grandes actores, y que sea tan
peculiar y personal de cada uno de nosotros, y eso incluye como sentimos,
hablamos o besamos. Algo así como "dime como eres y te diré como besas",
¿o sería al contrario?
Otro de los secretos más intrigantes del sistema límbico es el funcionamiento
del llamado "septum pelúcidum". Es una zona pequeña y plana situada en la
parte más anterior del límbico, y es en ella donde, según los expertos, se
procesan las señales que corresponden a las sensaciones o afectos placenteros.
Dicho más sencillamente, donde se procesa el placer de los besos. Según los
expertos el funcionamiento de esa zona es muy importante para la
preservación de la especie, ya que nos permite controlar las reacciones
emocionales claves, como la alegría, la apertura hacia los demás, la placidez,
la sensualidad, el placer sexual o las respuestas maternales. Es decir besos,
besos
y más besos. Esa interpretación es, lógicamente, demasiado
reduccionista, pero no por ello falsa, de modo que si, por poner un ejemplo,
alguien le pregunta ¿donde se sienten los besos?, usted está autorizado a
responderle "en el septum pelúcidum", con lo que quedará como un verdadero
erudito en la materia.
En fin, bromas aparte, lo que deberíamos comprender es que es el cerebro en
pleno y con él toda nuestra mente, tanto la consciente racional y afectiva,
como la parte inconsciente emocional o instintiva, la que siente y ejecuta los
besos. El sistema límbico es una especie de cotilla emotivo, que se encarga de
dar noticias a todo el cerebro, desde la parte más frontal y consciente, la mas
racional, hasta los núcleos del tronco del encéfalo que se encargan de regular
21
mecanismos vegetativos como la respiración, el ritmo cardíaco, la tensión
arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal. De ahí que
un beso apasionado nos acelere el pulso, nos corte la respiración, nos relaje la
musculatura o nos ponga a cien la adrenalina. De ahí que besar o ser besados
sea tan placentero, ó, en ocasiones, tan desagradable. De ahí que los besos y
los versos estén tan íntimamente unidos. De ahí, en definitiva, que de los
besos al cine no haya más que un breve guión.
En ese reparto de créditos de la "cinematografía físico-química" de los besos,
otro de los actores esenciales es el sistema hormonal. En efecto, una de las
partes del sistema límbico, el hipotálamo, es el intermediario esencial entre el
cerebro y la hipófisis, y esta se conecta a su vez con las glándulas endocrinas,
donde se segregan las hormonas. Los estudios de fisiólogos y endocrinos han
demostrado que cuando se besa apasionadamente en el cerebro se activan
ciertos sistema neurohormonales, como las endorfinas, que son como los
opiáceos naturales del cerebro, de modo semejante a lo que ocurre cuando nos
enamoramos, copulamos o hacemos ejercicio físico intenso. Las endorfinas a
su vez están relacionadas con la liberación de otras neurohormonas claves en
el beso, como la oxitocina y la testosterona. Ambas se liberan de forma
masiva cuando besamos profunda y apasionadamente, o cuando tenemos
orgasmos o damos de mamar. Sabemos que el placer sexual está ligado a los
efectos de esas hormonas sexuales. Por eso mismo todas esas conductas son
tan adictógenas. Besar es peligrosamente adictivo, sobre todo si se hace bien,
aunque bienvenida sea esa droga. En este sentido, se ha sugerido que hay otra
sustancia, una especie de anfetaminas naturales, la feniletilamina, que se
libera en determinadas zonas cerebrales y activa los mecanismos del placer.
Bien sabido es que los besos son placenteros y producen bienestar, lo cual ha
llevado a algunos psiquiatras, como Liebowitz, uno de máximos expertos en
depresiones, a asegurar que son euforizantes y antidepresivos.
El proceso neuroquímico vendría a ser el siguiente: La estimulación intensa
de los receptores periféricos, llegaría a ciertas áreas cerebrales relacionadas
con la percepción emocional, en la cuales aumentarían los niveles de
dopamina (sustancia asociada con la sensación de bienestar) y de testosterona
(hormona asociada al deseo sexual). A su vez, las glándulas adrenales
segregarían adrenalina y noradrenalina, sustancias que aumentan la presión
arterial, la frecuencia cardiaca y preparan el cuerpo para la actividad intensa,
ya sea física, psíquica o ambas, como ocurre con la actividad sexual. A su
vez, la glándula pituitaria, situada en la base del cerebro, libera oxitocina que
nos prepara para la actividad sexual y procreativa. Es posible que otros
sistemas de neurotransmisores y hormonas también se relacionen en el beso,
como el GABA, que modula las respuestas de tranquilidad o relajación, y el
sistema endorfínico, cuya estimulación produce una disminución de la
22
percepción del dolor, etc. En fin el cerebro en pleno parece estar preparado y
dispuesto a intervenir cuando damos o recibimos besos. El cóctel
neurohormonal resultante de un beso profundo y excitante es de tal
complejidad e intensidad que se comprende que su dicha experiencia pueda
resultar tan turbadora, placentera y cautivadora como el propio acto sexual.
Así pues, ya sabe, si anda mal de ánimos aplíquese como autoterapia una
sesión de besos al día. Ya me dirá que tal le sienta.
Obviamente los mecanismos cerebrales y hormonales son tan complejos que
no podemos pretender explicarlos en cuatro párrafos. Tampoco es ese el fin
de este libro. Pero si he pretendido al menos que su exposición, siquiera
superficial, nos permita reflexionar sobre lo complejo que es manejar con esa
natural destreza nuestra lengua o nuestros labios, y percibir tantas cosas a
través de esos pocos centímetros de piel especializada. También debemos
reflexionar sobre las maravillosas tareas que nuestro cerebro realiza sin
necesidad de que nos percatemos. Es capaz de integrar en sus complicados
mecanismos los aspectos instintivos, sexuales, sociales y culturales de
cualquier conducta, incluyendo los besos. Para la especie humana los labios,
la boca, las narices son muy importantes, y en consonancia tienen una parte
muy grande del cerebro ocupándose de ellos. No en vano por los la
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