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Manual de Psicoterapia

Fecha Publicación: 01/01/1941
Autor/autores: Emilio Mira y Lopez
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RESUMEN

En ocasión de tales actos se glosó ampliamente la personalidad humana y científica de E. Mira y López, dejándose patente la actualidad que conservan muchos de sus pensamientos y de sus publicaciones -que no sin razón se ha dicho, en más de una ocasión, que se anticiparon con frecuencia a su época- y surgiendo la idea de reeditar algunas de las obras del desaparecido maestro. El “Manual de psicoterapia” que presentamos, idónea por su temática general y por su contenido psiquiátrico y psicológico, disciplinas ambas nucleares en el estudio, conocimiento y comprensión de la conducta humana, sobre las que cabalgó la dedicación de maestro, experimentador y clínico de E. Mira a lo largo de su vida.

La primera edición de esta obra se hizo en Buenos Aires, en 1942- y que conservaran un alto valor docente, mérito que se cumple en la mayoría de los capítulos de este libro, a sabiendas que puedan contener, también, ciertos puntos de vista y criterios del autor más acordes con los conocimientos de su época, hoy en día un tanto renovados. Sin embargo, nos atrevemos a afirmar que las lecciones de este «Manual de Psicoterapia » siguen ofreciendo un marco sólido y esclarecedor de los distintos temas que desarrolla.

Por si ello fuera insuficiente comprobará el lector que E. Mira dejó manifiesta en muchas de las páginas de este libro, como era habitual en él con su amplio conocimiento de las «ciencias del hombre», su personal posición. En otras palabras, junto a la objetiva y cuidada formulación de cuantos temas desarrolla a lo largo de la obra, el autor no duda en manifestar, con seria y a la vez prudente convicción, aquello que, como médico hecho a los planteamientos clínicos cotidianos, como psicólogo y como maestro, siente y piensa de una determinada teoría o de una técnica psicoterapéutica, siempre dentro de los cánones respetuosos del pensamiento y de la libertad del buen científico.

Estamos seguros que la publicación del «Tratado de Psicoterapia » de E. Mira y López contribuirá con creces, a que las presentes y futuras generaciones de médicos y de psicólogos sigan conociendo y valorando el saber y la labor del que fue primer Profesor de Psiquiatría en el mundo universitario español.


Palabras clave: psicoterapia
Tipo de trabajo: Ebook
Área temática: Psicología general , Psicoterapias .

Código: L0011
Código (num libro/año): L1/06
Autor: Dr. Emilio Mira y López
Título del libro: MANUAL DE PSICOTERAPIA
isbn: 978-84-609-9323-1

En 1996 tuvieron lugar en España y en otros países distintos actos conmemorativos del nacimiento del Profesor Emilio Mira y López, mereciendo citarse -por próximos a nosotros y por su significación emotiva- aquéllos que se celebraron en Madrid y Barcelona, organizados por las respectivas universidades y por las sociedades científicas, médicas y psicológicas.


Libro exclusivamente disponible en formato digital - PDF descargable

MANUAL
DE PSICOTERAPIA
EMILIO MIRA Y LÓPEZ
EX PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA
MIEMBRO DEL COMITÉ INTERNACIONAL DE PSICÓLOGOS

PRESENTACIÓN
A lo largo de 1996 tuvieron lugar en España y en otros países
distintos actos conmemorativos del nacimiento del Profesor Emilio Mira y López, mereciendo citarse -po r próximos a nosotros y
por su significación emotiva- aquéllos que se celebraron en Madrid y Barcelona, organizados por las respectivas universidades y
por las sociedades científicas, médicas y psicológicas.
En ocasión de tales actos se glosó ampliamente la personalidad
humana y científica de E. Mira y López, dejándose patente la actualidad que conservan muchos de sus pensamientos y de sus publicaciones -que no sin razón se ha dicho, en más de una ocasión,
que se anticiparon con frecuencia a su época- y surgiendo la idea
de reeditar algunas de las obras del desaparecido maestro. A tal
respecto nos pareció especialmente idónea la reedición de su «Manual de Psicoterapia» que presentamos; idónea por su temática general y por su contenido psiquiátrico y psicológico, disciplinas
ambas nucleares en el estudio, conocimiento y comprensión de la
conducta humana, sobre las que cabalgó la dedicación de maestro,
experimentador y clínico de E. Mira a lo largo de su vida.
Hemos de subrayar que consideramos especialmente interesante reproducir unas páginas que estuvieran lejos de una caducidad propia del paso de los años -la primera edición de esta obra se
hizo en Buenos Aires, en 1942- y que conservaran un alto valor
docente, mérito que se cumple en la mayoría de los capítulos de
este libro, a sabiendas que puedan contener, también, ciertos puntos de vista y criterios del autor más acordes con los conocimientos de su época, hoy en día un tanto renovados. Sin embargo, nos
atrevemos a afirmar que las lecciones de este «Manual de Psicoterapia» siguen ofreciendo un marco sólido y esclarecedor de los
distintos temas que desarrolla.

Por si ello fuera insuficiente comprobará el lector que E. Mira
dejó manifiesta en muchas de las páginas de este libro, como era
habitual en él con su amplio conocimiento de las «ciencias del
hombre», su personal posición. En otras palabras; junto a la objetiva y cuidada formulación de cuantos temas desarrolla a lo largo
de la obra, el autor no duda en manifestar, con seria y a la vez
prudente convicción, aquello que, como médico hecho a los planteamientos clínicos cotidianos, como psicólogo y como maestro,
siente y piensa de una determinada teoría o de una técnica psicoterapéutica, siempre dentro de los cánones respetuosos del pensamiento y de la libertad del buen científico.
No extrañará, pues, quien leyere que valorando tales consideraciones se decidiera una nueva edición en «facsímil» de este tratado. Lo cual ha sido posible, contando, por un lado, con la
voluntad y la generosidad de los hijos del autor y, por otro lado,
con la gestión y mecenazgo de SmithKline Beecham de España,
firma farmacéutica abierta, como en otras ocasiones ha evidenciado a un amplio campo de manifestaciones científicas y culturales.
Estamos seguros que la publicación del «Tratado de Psicoterapia» de E. Mira y López contribuirá con creces, dentro del año
conmemorativo de su centenario, a que las presentes y futuras generaciones de médicos y de psicólogos sigan conociendo y valorando
el saber y la labor del que fue primer Profesor de Psiquiatría en el
mundo universitario español.
Prof. C. BALLÚS

Catedrático de Psiquiatría,
Universidad de Barcelona
(Barcelona, 17 noviembre, de ¡997)

enseñanza médica en pura docencia psicológica, no son, como se
comprende, de gran ayuda para el avance de nuestra disciplina.
Aun en los ambientes más favorables para la comprensión psicosomática de la Medicina existe una resistencia considerable a conceder a la Psicoterapia todo el papel y todo el rango que merece.
Reciente está, por ejemplo, la publicación de los planes de estudio
propuestos para la reforma de la Enseñanza Médica en la Universidad bonaerense: en los más indulgentes con nuestro criterio se llegaba hasta concederla el mismo número de horas que a la
Odontología. Y francamente, aun aceptando que los trastornos dentarios tengan la misma importancia etiopatógena que los psíquicos,
¿habrá quién sostenga que ambos pueden comprenderse en igual
tiempo ?
Porque no hay lugar para la enseñanza de la Psicoterapia no hay,
en realidad, psicoterapeutas de tipo «medio», así como, en cambio,
hay pediatras, urólogos, fisiatras, etc., a granel. De ello deriva no sólo el mantenimiento sino el auge de actividades paramédicas de todo
género, a las que millares de dolientes van en busca del alivio que no
supieron darle los galenos rabiosamente empeñados en la captura
del «foco lesional». Y cuando, merced al esfuerzo ingente de algunas
individualidades beneméritas, se despierta la inquietud en el joven
profesional y trata de adquirir por su propia cuenta una visión de las
técnicas y los criterios de la Psicoterapia actual: ¿qué textos tiene a
su disposición en nuestro idioma? Cierto es que hay algunas buenas
traducciones de obras fundamentales, pero casi todas adolecen del
defecto de propugnar una visión UNILATERAL del campo de estudio,
pues sus autores son progenitores de sendas teorías con las que
quieren abarcar e interpretar toda su problemática. Superar esa falta
y brindar al estudioso un panorama, si no completo cuando menos
armónico, de las doctrinas y los métodos psicoterápicos resulta una
tarea difícil pero necesaria si se quiere evitar en estas latitudes la
cristalización de núcleos sectarios.
Mas otro motivo, no menos impelente, ha movido nuestra pluma
a redactar el presente Manual y es: el de dejar constancia escrita del
curso que acerca de esa materia profesamos, hace un año, en la Facultad de Medicina poríeña. Para un docente exilado, el honor de tener tal oportunidad le obliga a someter su tarea a la crítica de
quienes no pudieron o no quisieron juzgarla directamente. Por ello
este libro representa una versión fidedigna de aquel esfuerzo. A quienes deseen imponerse de los antecedentes obligados en esta clase de

trabajos nos permitimos recomendar la previa lectura de nuestra
Psicología Evolutiva y de nuestro Manual de Psiquiatría, ya que difícilmente se puede hacer terapia sin haber hecho diagnóstico y éste, a
su vez, presupone el conocimiento del funcionalismo normal.
No seríamos sinceros si ocultásemos un tercer y más íntimo factor en la constelación determinante del texto que estamos presentando. Todo él ha sido escrito a pocos metros de distancia de un Ser
querido -nuestra Madre- que con entereza y serenidad ejemplares
iba cumpliendo las dolorosas etapas de preparación para su viaje
hacia el Infinito. Coincidió casi su partida con la terminación de esta obra. Y no hay duda que el presenciar a diario la ineficacia de todos los recursos de la Medicina y ¡a Cirugía actuales para detener el
«exceso de vitalidad» de unas cuantas células cancerosas ha sido un
acicate que ha vencido mis últimos escrúpulos de modestia.
No basta consolar; hay que luchar bravamente para conseguir
que la personalidad humana enfrente el dolor y el sufrimiento con
algo más que una pasiva resignación. Hay que declarar una sola
guerra en el Mundo: la guerra contra la infelicidad y contra la Muerte. En ese combate, la Psicoterapia, tanto individual como social,
tiene un puesto de avanzada.
Antes de ocultarse, el Autor quiere, también, estampar los nombres^aTé~quieñés~r~con un espontáneo y generoso gesto de ayuda, le
han proporcionado los medios necesarios para ociar en la redacción
del Manual: los Dres. César Coronel, Arturo Cuitarte, Leandro fíelguera y Ramón Melgar. A ellos y a muchos más colegas argentinos
que lo han psicoterapizado (perdónese el neologismo) les guarda, en
sn más pura intimidad, eterna gratitud.
E. MIRA

Buenos Aires. Octubre de 1941.

CAPITULO I
Objeto y fines de la psicoterapia. El concepto de «enfermedad» a través
de los tiempos y en la actualidad. Síntesis evolutiva de las curaciones por «el espíritu». Diferencias fenoménicas entre «.ser», «estar»,
«vivir» y «sentirse enfermo». Su importancia en la determinación
del curso morboso.

Paralelamente al progreso de los conocimientos en el campo
de la Medicina, y coincidiendo con el formidable avance que la
Psicología -la ciencia de moda- ha experimentado en nuestro siglo, se ha observado la condensación del concepto de Psicoterapia,
hasta hace poco nebuloso y oculto entre los pliegues de la superstición, de la ignorancia o de la fe sugestiva.
A pesar de que etimológicamente hablando la Psicoterapia parece fácilmente definible (psicoterapia = terapia por la psique, es
decir, acción curativa obtenida mediante el empleo de recursos
que obran directamente sobre la persona enferma y no sobre su
organismo o cuerpo), lo cierto es que todo intento de aquilatar su
objeto y fines supone tomar posición doctrinal en las denominadas ciencias del espíritu (Geistswissenschaften), ya que no es posible precisar la «técnica» psicoterápica sin antes tener un criterio
acerca del Hombre, de sus posibles trastornos y de las llamadas
«fuerzas curativas» radicadas en la esfera psíquica de su individualidad. Expresado de otro modo: para conocer el cómo hay que
saber el qué y el para qué. Mas la búsqueda de éstos plantea a su
vez la posesión de otros «cornos» y es por ello que el investigador
científico, mal a su pesar, se ve obligado en toda exposición didáctica a recurrir al andamiaje, hipotético del "como si"
Aplicando este recurso a nuestra tarea, diremos que, cuando
menos provisionalmente, el objeto de la Psicoterapia es el hombre
que sufre o que hace sufrir. El de la psicoterapia médica -que es el

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que ahora nos interesa- resulta ser el hombre enfermo, o sea el
hombre que sufre o hace sufrir por hallarse privado de higidez.
En cuanto a los fines de la Psicoterapia, en general, son los de
suprimir el sufrimiento humano, y los de la psicoterapia médica
son los de colaborar con la somatoterapia (o sea la terapia del
cuerpo) en el restablecimiento -y a veces incluso el establecimiento - de la normalidad biológica (concebida como el «más perfecto
equilibrio dinámico obtenible entre las propiedades del Ser y la
mayor eficiencia conseguible en sus reacciones»). Ahora bien, antes de pasar adelante en la consideración detallada de la problemática de esta especialidad -la más joven y compleja de las que
hoy tiene la Medicina- será conveniente revisar, brevemente, las
principales mutaciones experimentadas por el concepto de «enfermedad» hasta llegar a nuestro tiempo y, también, la evolución de
los métodos psicoterápicos hasta llegar a su estado actual.

E L CONCEPTO DE LA «ENFERMEDAD»

Integrando los datos que pueden hallarse en las obras fundamentales de J. Ballard, Me. Curdy - G. Grant, Haggard, Bromberg
y W. Wolff, respecto a la «historia» de la «idea» de enfermedad y
los deducidos por Weizsacker, Klages y Prinzhorn en sus análisis
psicofilosóficos de la misma (v. bibliografía final), podemos llegar
a la siguiente sinopsis que, por lo demás, nos aclarará muchos hechos aparentemente inexplicables (y entre ellos el escepticismo,
cuando no la hostilidad, con que muchos médicos acogen todavía
a la actuación psicoterápica, que no pocas veces confunden con la
simple «charloterapia» o con la terapéutica psiquiátrica).
El hombre primitivo identificó, en los albores de su existir
consciente, las alteraciones observadas en su «área corporal» durante los estados emocionales, los de debilidad o fatiga y los de enfermedad, haciéndolos equivalentes signos de amenaza, desvalimiento o
sufrimiento que debían ser evitados y temidos. En todos esos estados, junto a la transformación desagradable (disfórica) de su cenestesia, se revelaban molestas sensaciones localizadas en la
región precordial y, a la vez, aparecía la elevación cutánea rítmica
con el latido de la punta cardíaca. Esto fijó la atención del hombre
primitivo en la mitad izquierda de su cuerpo, ya que era en donde

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más se localizaban los fenómenos objetivos (no solamente visibles,
sino palpables, cuando aplicaba la palma de su mano sobre la zona) coincidentes con todo malestar. De aquí que un lado del cuerpo -y con él un hemiespacio- adquiriese una significación distinta
(«siniestra»).
De otra parte, cada vez que el Sol -al cual siempre propendía a
mirar- desaparecía, a su izquierda (Occidente) las sombras de la
noche lo llenaban de frío, soledad y angustia, cuando no de muerte; por el contrario, cada vez que el Sol aparecía a su derecha
(Oriente) volvían a él la luz, el calor y la vida. Por ingenuos que
fuesen aquellos hombres, pronto se dieron cuenta que el curso de
derecha a izquierda -en la bóveda celeste-del Sol correspondía al
camino que va del día a la noche, y de este descubrimiento derivaron -por simple conexión asociativa- la creencia de que el Sol era
la Fuerza Sobrenatural que todo lo dominaba, que su marcha hacia el hemiespacio izquierdo (ocaso) era tan temible como deseable era su aparición subsiguiente en el derecho. Puestas en
relación las dos coincidencias (subjetiva y objetiva) del desvalor
del hemiespacio izquierdo, el mundo quedó dividido en dos mitades, cada una de las cuales adquiría diversa significación mágica
(y que aun conservan hoy, como lo prueba la costumbre de «dar la
derecha» al invitado y usar la «mano derecha» en nuestras relaciones sociales).
Así se establecieron progresivamente las siguientes ecuaciones
significativas:
HEMIESPACIO DERECHO: Sol = Vida = Luz = Salud = Poder=
Calor = Fuerza = Deidad = Bien.
HEMIESPACIO IZQUIERDO: Noche = Muerte = Obscuridad =
Frío = Desvalidez = Demonismo = Mal.
El culto al Sol fue la primera manifestación del «temor existencial colectivo» y del «deseo de salvación» que unió a los hombres que por primera vez dejaban de ser «cosas en el Mundo» para
sentirse «seres frente al Mundo». En virtud del principio mágico
(basado en la asociación por semejanza) de que formas iguales o
parecidas tienen propiedades iguales o parecidas, el círculo solar comenzó a ser reproducido toscamente por doquier. Y en virtud de
otro principio mágico (basado en la asociación por contigüidad),

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según el cual las formas (objetos o personas) que han estado en
contacto intercambian sus propiedades, empezó a colocarse a las
personas toda clase de «símbolos mandálicos» {mandola es una
voz sánscrita equivalente a «círculo mágico») para protegerlas
contra la enfermedad y la muerte, asegurándolas su salvación de la
«noche eterna». Es así como las prácticas mágicas adquieren significado médico y pronto aparecen vinculados en la persona del mago hechicero los poderes para dominar la «fuerzas del Mal», dando
a este término (mal) su doble acepción de enfermedad y desgracia.
Más tarde, al transformarse la magia en liturgia religiosa y el
hechicero en sacerdote, siguen todos los sistemas religiosos vinculando a sus templos la obra de salvación y de la saneación. La enfermedad es concebida como signo de la cólera divina o como
castigo por el pecado; consiguientemente, precisa la ofrenda expiatoria para su curación. En la misma ceremonia se obtiene la
depuración del alma y la salud del cuerpo. A través de los diversos
sistemas teológicos, perdura, sin embargo, el primitivo simbolismo solar (hoy visible, en la religión cristiana, en infinidad de
«mándalas»: la llamada «coronilla» del cura (que reproduce el
símbolo solar sobre su cabeza), los rosarios y anillos, las velas y
las coronas de los santos, los vasos y cálices y las sagradas formas); incluso la cruz cristiana (derivada de la cruz en aspa de molino) es derivada del símbolo solar, como puede verse en la
iconografía reunida por W. Wolff en su trabajo «Una nueva teoría
de la vida simbólica» (v. bibliografía final).
Hasta hace escasamente tres siglos, la medicina propiamente
dicha, fundada por el Asclepiade de Coos, luchaba impotente contra la creencia de que las enfermedades habían de ser atendidas y
tratadas en los llamados «templos hospitalarios» (sabido es que en
Francia todavía son bastantes las poblaciones en las que junto a la
«Maison de Dieu» (catedral) está el «Hotel de Dieu» (hospital). No
obstante, el iluminismo trajo, con las obras de Scott y de Weyer, la
decadencia del «siniestro» Demonio en la producción de enfermedades. Se cerró para siempre el «Martillo de las Brujas» (Malleus
Maleficarum) y se renunció también a los complicados simbolismos litúrgicos de la alquimia y de la astrología, tras de los que C.
Jung ha desentrañado asimismo el simbolismo mandálico (solar).
Pero nuestras Facultades Médicas conservan todavía el color amarillo como recuerdo de sus orígenes, y no son pocos los llamados
«círculos médicos» en donde se trata de luchar contra la enferme-

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dad, de acuerdo con criterios semejantes a los ya reseñados (nótese que las pildoras, discos u obleas y tabletas son asimismo símbolos mandálicos).
Si ahora analizamos el concepto de «enfermedad» o «enfermo»
a la luz de nuestra ciencia actual, veremos, como dice Klages, que
a medida que la Medicina ha progresado, aquel ha ido apareciendo más impreciso y difícil de delimitar, hasta convertirse en un
simple juicio de valor, o mejor, de desvalor que no permite definición exacta. En efecto, no cabe apoyarse en los conceptos de norma o normalidad (frecuencia), puesto que hay enfermedades que
son normales (caries dentaria, por ejemplo), ni tampoco en el de
síntomas, puesto que éstos, sobre faltar en muchos casos (pentosuria y múltiples afecciones incluso tumorales) no son más que
signos expresivos del trastorno morboso, pero no pueden identificarse con él; tampoco podemos basarnos en el criterio de lesión,
ya que junto a enfermedades no lesiónales hay lesiones que no
producen enfermedad propiamente dicha y que incluso pueden favorecer el rendimiento humano (los llamados callos profesionales
y diversas hipertrofias y compensaciones vicaríantes). Finalmente,
tampoco cabe fundamentar el concepto de lo morboso en la «vivencia de enfermedad» (sentirse enfermo), pues ésta falta en no
pocos enfermos graves y se acusa en sanos aprensivos; ni en el
coeficiente de vitalidad o «eficiencia biológica», ya que ésta varía
notablemente, de acuerdo con factores mesológicos y ritmos tróficos individuales, sin por ello llevar al sujeto a la categoría de enfermo.
En suma, pues, nos hallamos ante el hecho de que precisa
adoptar una modesta y humilde postura empírica y considerar -como postula Weizsacker- que enfermo es «todo aquel que solicita
los servicios profesionales de un médico y éste cree que puede y
debe rendírselos».

SÍNTESIS EVOLUTIVA DE LAS CURACIONES POR EL ESPÍRITU

Correspondiendo al dilatado período en que la Humanidad vivió sumergida en el animismo mágico y en el pensamiento ahlógico o prelógico, las primitivas actuaciones psicoterápicas eran
concebidas como rituales adaptados en su estructura y expresión a

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las rígidas y a la vez evanescentes concepciones del Mundo y sus
Fuerzas. Los débiles pero astutos ancianos a quienes era confiada
la tarea de sanar los enfermos, desarrollaron una complicada serie
de «encantamientos», de medidas restrictivas y de curiosos ceremoniales que llenan las atrayentes páginas de la gran obra de Frazer (The Golden Bough) y constituyen al antecedente de las
prácticas que aun hoy se usan, en lugares poco civilizados, por los
llamados «curanderos». Para conseguir la protección mágica, se
trataba de hacer contactar al enfermo con «amuletos», es decir,
con objetos dotados de «fuerza curativa», por su parentesco categorial con los Poderes teicos. Más tarde, ya transformada la magia
en religión, en los templos de Isis, Osiris y Serapis, la divinidad
«conversaba» mediante un inocente procedimiento de ventriloquia, con el espíritu enfermo (lo que demuestra, cuando menos,
que uno de los dos personajes de la cura -el Asclepiade- se había
liberado ya de la superstición) y no desdeñaba en indicarle reglas
higiodietéticas o prescribirle brebajes y darle consejos, al igual
que cualquier galeno.
En la Era Cristiana, a pesar de la obra de las grandes figuras
de la Edad Media, las curaciones «por el espíritu» revistieron de
nuevo el carácter, ciegamente sugestivo, de actos de «purificación» y su fracaso condujo a la Iglesia a usar el expeditivo procedimiento de la combustión ígnea de los recalcitrantes, que eran
entonces considerados como «poseídos por el demonio». No deja
de ser curioso que siendo éste, por definición, incombustible, se
acudiese a tal procedimiento para destruirlo, aun a costa de la vida de la víctima; parece ser, sin embargo, que con ello se perseguía, más que la liberación de ésta, el escarmiento de posibles
futuros enfermos. En pleno siglo XV, el papa Inocencio VIII dio
una bula laudatoria al libro «Malleus Maleficarum», especie de Biblia de los Inquisidores, en el que se concretaban los medios simplistas de «diagnóstico» y «terapéutica» aplicables a tales
«posesos», «embrujados» o «hechizados» (en su mayoría mujeres
o enfermos mentales).
Los albores ideológicos de la Revolución propiciaron un enorme avance en las técnicas de exploración somática (hasta poco antes, como es sabido, estaban prohibidas las necropsias) y gracias a
ello volvió a centrarse la Medicina como ciencia natural, desposeyendo a reyes, papas y demás magnates de sus atributos curativos
para ponerlos en manos de los humildes barberos que sabían ma-

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nejar la lanceta sangradora. Cullen lanza la primera clasificación
racional de enfermedades después de varios siglos; no obstante,
un nuevo «mándala» -la baqueta de Mesmer- hace rebrotar, decenios después, la «magia» curativa. Esta vez el «maná» se llama
«magnetismo animal» y se concentra por doquier: en árboles, varillas, botellas, etc. De todas suertes, empiezan ya a precisarse las
esferas de acción de la Psicoterapia y Somatoterapia; a nadie se le
ocurre ya, a fines del siglo XVIII, utilizar las fuerzas curativas del
«espíritu» para tratar un «cólico miserere»; los pacientes de «cálculos» prefieren la adormidera a las oraciones.
En el siglo pasado, la terapia sugestiva -única forma conocida
de la Psicoterapia- se centra alrededor del hipnotismo, cuya vida
(de Puysegur a Bernheim) solamente se ve comprometida por el
rebrote de la terapia religiosa, pero esta vez con menos fuerza,
pues ya no cuenta con el apoyo «oficial» de los altos poderes eclesiásticos. No obstante, la llamada «Christian Science», en pleno
auge en Norteamérica, y también en Inglaterra a principios del novecientos, hace pensar en que la Psicoterapia puede volver a sumergirse en un credo religioso. Pero al propio tiempo que esto
ocurre, los conocimientos psiquiátricos progresan enormemente,
triunfa la concepción «cerebral» de la mente humana y empieza a
formarse el edificio de la Psicología Profunda, gracias a la ingente
obra de Freud.
El psicoanálisis, la persuasión (Dubois) y la llamada «medicina
moral» (P. Janet) introducen por primera vez una concepción
científica (con aspiración lógico-sistemática) en el campo psicoterápico. Se precisan los llamados «mecanismos» de la cura mental
y se comprende, por vez primera, que cada tipo de enfermo necesita preferentemente un tipo de psicoterapeuta, un tipo de técnica
y, a ser posible, un «marco ambiental» adecuado para ser sensible
al influjo psíquico curativo.
En la actualidad, la Psicoterapia se integra a la Psicohigiene,
del propio modo como la Medicina a la Profilaxis; una compenetración más íntima de la comunidad de sus problemas ha hecho
vincularse a médicos psicoanalistas, pedagogos, sociólogos, juristas, psiquiatras y psicólogos consultores en la obra de ayuda y conducción del «Homo socialis»: la Psicoterapia se ha hecho predominantemente
educadora, correctora y psicagógica. Por ello se ha vuelto también un
tanto normativa y se ha desinteresado del «accidente» morbososintomático para enfocar, en toda su dimensión, el problema del

EMILIO MIRA LÓPEZ

encaje del Ser-en-el-Mundo y el Víí/er-en-el-Mundo. De aquí se deriva, como afirma Prinzhorn, un mayor ámbito y una mayor responsabilidad de acción, que trasciende de los límites de la
Medicina y abarca ya los de la Filosofía Científica: el psicoterapeuta actual ha de tender a ser nada menos ni nada más que el SúperHombre de Nietzsche. ¡Pesada y excesiva tarca para sus débiles
fuerzas, pero inmenso estímulo para su vocación!: en esta joven y
compleja disciplina radica, en suma, la esperanza de convertir
nuestro actual «valle de lágrimas» en otro de «paz y alegría», como señala Samuel Hartwell, en su discurso presidencial de la
American Orthopsychiatric Association.

DIFERENCIAS FENOMÉNICAS ENTRE «SER», «ESTAR»,
«SENTIRSE» Y «VIVIR» EVFERMO

Hemos visto antes que el concepto de «enfermedad» es ya inservible para la Medicina actual y tan sólo puede conservarse, como término heurístico, en su acepción popular. Debemos, pues,
tratar de precisar los contenidos fácticos que aquél trata de englobar. Esto es tanto más necesario, cuanto que el psicoterapeuta se
encuentra específicamente interesado en aportar «claridad y distinción» en su campo de actuación, para que no pueda ser tildado
de ingenuo, pretencioso o de simple charlatán.
Desde un plano fenoménico, resulta evidente que precisa,
cuando menos, diferenciar los cuatro significados del «ser», «estar», «sentirse» y «vivir» enfermo:
Un hombre «es» enfermo cuando posee consubstancialmente
(entiéndase: constitucionalmente) una insuficiente vitalidad, una
defectuosa integración de su unidad funcional o una desviación de
su plan de maduración evolutiva que lo llevan inexorablemente a
quedar separado por debajo del promedio de eficiencia biológica
característica de su generación. Unas veces existirán en él, visibles, alteraciones objetivas, morfológicas o bioquímicas que señalarán (en forma de lesión estática o disfunción dinámica) su
condición patológica; otras, ésta solamente se evidenciará de un
modo esporádico, cuando circunstancias mesológicas pongan en
marcha forzada sus dispositivos reaccionales y manifiesten la defectuosa calidad estructural de los mismos. Hay un «ser» enfermo,

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de este segundo tipo, que interesa de un modo singular al psicoterapeuta: el llamado «disarmónico» o «psicópata».
Un hombre «está» propiamente enfermo cuando en un momento o período de su curva existencial se produce, en su organismo o en su persona, una alteración tal que, en uno o en varios de
sus planos funcionales, se originan la insuficiencia, la desintegración o la desviación a que antes nos hemos referido y, por ende,
disminuye su eficiencia vital (aun cuando pueda circunstancial mente
-como ocurre, por ejemplo, en los estados maníacos- aumentarse o
acelerarse el ritmo de sus procesos y reacciones psicobiológicas).
Un hombre «se siente» enfermo, independientemente de que lo
esté o no, cuando autopercibe («se da cuenta» o «conciencia») algún signo vivencial correspondiente a la zona somática o al área
tímica de su individualidad y lo interpreta como indicador de un
estado patológico (al no considerarlo producido por modo natural,
habitual, de reacción ante un estímulo o situación anormal). Según que ese signo o conjunto de signos, proceda del campo sensorial (extraceptivo), mioarticular (propioceptivo), o visceral
(intraceptivo), la vivencia morbosa adquiere una u otra tonalidad,
intensidad, localización y duración, pudiendo oscilar (el juicio resultante) entre el temor o «sospecha» y la creencia o «certeza» de
sufrir un estado morboso.
Finalmente, un hombre «vive» enfermo cuando la noción de
que lo está alcanza tal grado de prepotencia en el campo de su
conciencia, que desplaza a los demás contenidos de interés, enfoca
hacia sí la capacidad autoscópica (es decir, el poder de auto-observación) y, a la vez, supedita la conducta y cambia la perspectiva
total del sujeto ante su momento vital. Fácilmente se adivina que
no es lo mismo vivir enfermo que vivir «como» enfermo: para lo primero, se necesita sentirse enfermo; para lo segundo, basta con aceptar que se está o que se es enfermo, o tener interés en parecerlo.
Los dos primeros hechos (ser o estar enfermo) son objetivos, y
como tales parece que habrían de ser siempre apreciados por el
médico, mas no es así, ya que este requiere para denotarlos el descubrimiento de los signos sintomáticos que los revelen y ello no es
cosa fácil en muchos casos. En cambio, el facultativo puede disponer siempre de la expresión (verbal o mímica) del tercero, a pesar
de ser eminente subjetivo; y también le es dado comprobar casi
siempre el cuarto, cuando se produce. En ambos, sin embargo, necesita para hacerlo del concurso voluntario del paciente y en ello

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estriba, precisamente, una de las más frecuentes causas de error
diagnóstico, que por sí sola justifica la necesidad de la enseñanza de
la Psicología Médica: resulta que lo que el enfermo muestra más aparentemente ante el facultativo no es, por regla general, su lesión o sus
disfunciones, sino, en el mejor de los casos, el efecto que, aquélla o éstas, le ocasionan en su autognosis (conciencia individual)... y aun esto
lo ha de revelar a través de un lenguaje francamente impreciso (ya
que corresponde a vivencias no frecuentes ni genéricas).
Ahora se comprende la influencia que la debida apreciación de
las diferencias antes establecidas ha de tener, por parte del enfermo y del médico, en la determinación del curso morboso. Por parte
del enfermo ocurrirá que si lo es (constitucionalmente hablando), no se
sentirá serlo, ya que le faltará el contraste necesario para apreciar directamente su anomalía y puede en tal caso incluso suceder que, al
notar objetivamente las diferencias que le separan de los demás, proyecte sobre éstos la tara, en vez de reconocérsela a sí mismo (tal ocurre
con infinidad de psicópatas, oligofrénicos, deficitarios sensoriales,
etc.); la consecuencia de ello será no solamente su resistencia a dejarse
tratar, sino su tendencia a reaccionar violentamente contra quienes intenten ayudarlo terápicamente. Si, de otra parte, a un estado morboso con sus correspondientes vivencias patológicas no corresponde
una decisión de suprimirlo por parte de quien lo tiene, puede ocurrir que o su portador no altere su régimen habitual de vida (y en
tal caso lo prolongue o lo empeore) o que se habitúe a él hasta el
punto de hallar -e n su nuevo y morboso modo de existir- más aliciente que en el antiguo (tal ocurre, por ejemplo, en las denominadas «perversiones», «toxicomanías» y en no pocas psiconeurosis).
En cuanto al médico, no hay duda de que sus dos principales
tareas son, precisamente, las de separar, en primer lugar, las alteraciones objetivas y las subjetivas y, en segundo término, las permanentes o constitucionales y las accidentales o adquiridas. Tal
separación es mucho más importante que la que hasta ahora se establecía entre los llamados síntomas psíquicos, lesiónales y funcionales, primarios (patogénicos) y secundarios (patoplásticos),
cualesquiera que sea la anomalía observada. En efecto, estas tres
últimas dicotomías se basan en criterios conceptuales, en tanto
que las dos primeras, aun siendo también hasta cierto punto heurísticas, tienen un sólido y real apoyo fáctico: son alteraciones
subjetivas (Subjektive Klagen de Jaspers, o «quejas» subjetivas),
las que el sujeto verbalmente expresa como indicios de sus viven-

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cías morbosas; son, en cambio, alteraciones objetivas (Objektive
Beschwerden) las que el médico o psicoterapeuta denota a través
de su activa exploración y que corresponden a modificaciones vitales ignoradas o no expresables íntencionalmente por el sujeto.
Asimismo, son alteraciones permanentes las propias o características de su dinamismo biológico y por tanto pre-exislentes, presentes
y consecuentes a su actual estado. En cambio, son accidentales las
que no podían denotarse en su existir premórbido ni tampoco persistirán un vez que haya desaparecido el trastorno motivante de la
intervención facultativa.
En la medida en que en un cuadro morboso predominan las alteraciones subjetivas sobre las objetivas se desplaza el acento calificador del mismo hacia el campo de la psicogénesis y aumenta, por
tanto, la necesidad de una intervención psicoterápica (lo que, no
obstante, no presupone una mayor benignidad del pronóstico, como muchos creen). Análogamente, en la medida en que predominan las alteraciones permanentes sobre las accidentales habrá que
pensar más, que el reajuste vital haya de hacerse -cualquiera que
sea el trastorno existente- mediante la modificación de las condiciones ambientales y menos mediante el cambio de las disponibilidades reaccionales del sujeto. O dicho de otro modo: cuanto
mayor sea la importancia de las tara genotípica en la producción
de un estado morboso, tanto menor será el efecto del «ataque terapéutico» al núcleo morbógeno, y tanto más será necesario buscar
el equilibrio vital a expensas de la adecuada modificación de las
«condiciones» en que el sujeto va a seguir viviendo.
No hay duda que el ideal terapéutico en que en lo posible coincidan los grados de «estar», «sentirse» y «vivir» enfermo, pues en
tal caso no habrá falta de ajuste entre el juicio que el médico se
forme del enfermo y el que éste tenga de su propio estado, lo que
facilitará enormemente la tarea curativa. Tan pronto como se desequilibren en uno o en otro sentido esos tres factores, surgirá el
desacuerdo entre las actitudes del terapeuta y el paciente y será
necesario que el primero consuma una buena parte de sus energías en la previa labor de conseguir que el segundo tome artificialmente la justa y conveniente postura ante su trastorno.
Schilder, en su reciente Psicoterapia, señala cuan difícil es que
en la práctica se obtenga la anterior coincidencia y explica cómo precisamente en los estados morbosos más graves acostumbra a faltar casi por completo la vivencia de los mismos, al paso

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EMILIO MIRA LÓPEZ

que ésta se acusa con caracteres impresionantes en otros que son
casi insignificantes.
Más adelante daremos la explicación de esta discordancia y basaremos en ella las normas a seguir en las actuaciones psicoterápicas. Ahora solamente nos queda decir (para terminar de hacer ver
la importancia que tales hechos tienen en la determinación del
curso morboso), que, en definitiva, lo que determina que el paciente acuda al médico en busca de alivio o curación no es ninguno de ellos aisladamente, sino la creencia de que el terapeuta pueda
serle útil.
Así, pues, la existencia de un trastorno morboso en un sujeto
tiene menos importancia que su reacción ante él para determinar,
o no, que aquél se «ponga en manos de un médico». Porque este
«ponerse en manos» representa adoptar una submisiva y pasiva
actitud -de verdadero paciente- ante el terapeuta; ello es tan difícil, que pocas veces se consigue y aun entonces también precisa
evitar que por una sobreestimación del poder (mágico) del médico, el enfermo lo espere todo de él y no luche por su parte para
vencer su desequilibrio. Obtener el adecuado encauce en esta relación interpersonal para la obra en común, es decir: conseguir que
la sociedad privada (bipersonal) del médico y el enfermo funcione
adecuadamente es, sin duda, algo que requiere unas grandes condiciones psicológicas por parte del terapeuta y que no puede reemplazarse por una superabundancia de otras cualidades técnicas.
No haberlo apreciado así hasta ahora es la causa de que multitud
de «curanderos» tengan mayor clientela y obtengan mejores éxitos
que no pocos catedráticos de Medicina.
En suma; el psicoterapeuta médico no ha de buscar la etiqueta
diagnóstica ante el enfermo, sino la amplia e integral comprensión
de los fenómenos (subjetivos y objetivos, permanentes y accidentales) que le han conducido a necesitar su ayuda. Ha de ver, entonces, cuáles son las correspondencias que existen entre ellos, ha de
estudiar las actitudes de reacción personal de su paciente frente al
hecho morboso, frente al ambiente en que éste se desarrolla y
frente a la propia intervención terapéutica. Entonces y sólo entonces establecerá la pauta de modificaciones que precisa hacer en el
sujeto, en su ambiente y su relación personal con él para obtener
el máximo beneficio con la formulación de un plan terapéutico, de
un plan de vida y de un plan social (de «rapport» bipersonal «sui
generis») convenientes.

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CAPITULO II
Bases científicas de la Psicoterapia. - Relaciones de la Psicoterapia con la
Psicología Médica, la Psiquiatría, la Higiene Mental y la Somatoterapia. Límites de la Psicoterapia y la Holoterapia.

Hemos visto en el capítulo anterior que el afán de curarse el
hombre sus dolencias recurriendo a fuerzas no físicas (las llamadas «fuerzas curativas del espíritu») es casi tan antiguo como su
historia. No obstante, por la falta de una concepción sólida y exacta de la naturaleza de sus trastornos, todos los intentos realizados
hasta hace medio siglo para conseguir tal finalidad psicoterápica
no merecen, en modo alguno, la consideración de científicos.
Otro es el caso en la actualidad, cuando la Medicina es integralmente psicosomática y la Psicoterapia ocupa, cuando menos,
el mismo rango que la Somatoterapia en la actuación médica.
¿Cuáles son las bases que han hecho posible este cambio? Prinzhorn, en un libro de profunda significación titulado: Psychoherapie: Voraussetzungen. Wesen. Grenzen (Principios, esencia y límites
de la Psicoterapia. Ed. Thieme. Leipzig. 1929) las formula con sin
igual claridad y precisión pero con excesivo teoricismo, incompatible con nuestro práctico empeño. En suma puede decirse que lo
que da carácter científico a esta disciplina es el hecho de poseer en
la actualidad una concepción psicobiosocial del hombre, de sus fines y medios de vida, de sus posibilidades de desviación y de readaptación social, de los dinamismos que en él permiten la
recíproca influencia o correspondencia de sus diversos planos funcionales y, por fin, de las técnicas de que podemos valemos para
conseguir en cada caso la óptima compensación o armonía entre
ellos, de suerte que se obtenga el equilibrio interno y a la vez el
equilibrio externo, es decir, el ajuste entre el Individuo y su Mundo (ya que en realidad cada sujeto, incapaz de percibir el medio si

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no es a través de sí mismo, posee una peculiar imagen cósmica sin
el conocimiento de la cual, y a veces su transformación, es imposible asentar una obra psicoterápica sólida).
Es así como la Psicoterapia trasciende de la simple ciencia natural que ha sido hasta ahora la Medicina, ya que decidida a ocuparse del Hombre ha de admitir en él aspectos existenciales que
desbordan sus necesidades vitales; éstas quedan aseguradas por
los mecanismos fisiológicos, instintivos y automáticos, cuya acción se acusa en el plano del autoconocimiento bajo la forma de
impulsos y emociones. A esta parte de la individualidad, ligada
con el afianzamiento y la perpetuación natural de la vida misma,
la designan de diverso modo los autores, pero todos coinciden en
que no se agota en ella la totalidad del Ser Humano. En efecto,
además de la Persona Vital (Biopsique, Timopsique, Ello, Persona
Profunda, Homo Natura, Alma o Entelequia animal, Anima o conjunto de funciones globales cuyo control depende fundamentalmente del denominado cerebro intermedio o afectivo) existe en el
individuo la Personalidad Espiritual (Axiopsique, Noopsique, Holopsique, Coinopsique, Persona social, Homo cogitaos et socialis,
Super-Yo) que aparece guiada por la razón y por el deber (imperativo categórico kantiano). Y entre ambas esferas (bioesfera y esfera introceptiva de Stern) se desarrolla, en forma sinuosa y
perpetuamente oscilante, la actividad del Yo propiamente dicho,
que es un poco demonio y un poco ángel, un poco bestia y un poco superhombre, un poco estúpido y un poco vidente, un poco tímido y un poco audaz, realizando así el mejor ejemplo que pueda
citarse de síntesis de contrarios. Haber descubierto este carácter
antinómico, contradictorio perenne, del Hombre y haber demostrado que su plano vivencial o consciente (también llamado «yoico») constituye simplemente la superficie de intersección y
contraste en la que se reflejan los vaivenes de las poderosas energías reversibles que constituyen la individualidad, es el mérito
principal de la escuela psicoanalítica y es lo que ha hecho factible
la comprensión profunda de las acciones humanas y de sus motivaciones, dando entrada a la psicoterapia científica. La síntesis humana de tan heterogéneos factores es no obstante tan perfecta o más
que la de cualquier otra individualidad biológica: así, un árbol,
por ejemplo, constituye un símbolo adecuado de la célebre «unitas
múltiplex» o «Multiplex quia unus» de la individualidad biológica:
¿Qué tienen de común, a primera vista, sus raíces hincadas en el

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EMILIO

MIRA LÓPEZ

suelo, asquerosas, retorcidas y mugrientas, y sus flores, tendidas
hacia el Sol, delicadas y bellas? Y no obstante, si de las raíces pasamos al tronco, de éste a sus ramas, de ellas a las hojas y en su
derredor miramos los capullos nos convenceremos de que elementos tan aparentemente dispares integran un mismo ser, el
cual, de otra parte, no podría vivir si no existiesen todos ellos,
ya que la aparentemente extraña y estéril flor contiene no sólo
el fruto sino, con él, el germen del nuevo árbol. Así, el hombre
no puede vivir sin sus raíces pasionales, hincadas en la animalidad, ni tampoco sin sus elucubraciones más abstractas y fríamente racionales. El error de la Psicoterapia hasta hace poco
había consistido en ser demasiado parcial y querer basarse en
un solo sector -el pasional o el racional, el animal o el divino, el
mágico o el lógico- del individuo humano, cuando éste requiere
siempre un tratamiento integral c integrante, capaz de actuar a todos sus niveles y de no perder, sin embargo, el concepto de su
constante síntesis.
Ello implica, por lo demás, una constante y adecuada imbricación de los recursos psicoterápicos y somatoterápicos, es decir, de
las armas psicológicas y las bioquímicas y fisicoquímicas: tan importante es el bisturí como una vacuna, la vitamina B¡ como el
masaje, la quinina como una frase oportuna en Medicina. Comprendida en tal extensión la Psicoterapia actual se nos presenta
con un rico bagaje del técnicas que hasta hace pocos años no eran
ni sospechadas siquiera: y al propio tiempo se realiza no sólo enel
ambiente médico (despacho, clínica o a la cabecera del enfermo)
sino por doquier el sujeto enfermo deambula y por quienquiera
que con él contacte de un modo estable. El psicoterapeuta ha de
tender, en efecto, una invisible red psicológica que rodee a su
cliente y lo proteja y reajuste en todo momento; para ello ha de dejar de actuar individualmente y ha de intervenir familiar y socialmente. Éste es otro de los caracteres distintivos -y no el menos
importante- de su gran complejidad científica ya que, como presto
veremos, ello obliga a quien la realiza a poseer conocimientos y
aptitudes en disciplinas bien alejadas, aparentemente, de la habitual esfera médica.
Con el fin de dar desde ahora una idea de las dificultades que
todavía precisa vencer la Psicoterapia para considerarse definitivamente asentada vamos a considerar con algún detalle los problemas normativos que limitan su validez científica actual:

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Dijimos en el capítulo anterior que el ideal de la Psicoterapia
era la supresión del sufrimiento humano y la obtención del estado
de equilibrio eufórico y recíproco entre el Ser y su ambiente psicológico. Ahora bien: ello supone resolver los conflictos interhumanos; acertar con la fórmula de organización familiar, económica,
social y política perfecta, que permita conciliar los tan a menudo
contrapuestos o incompatibles intereses y deseos de los habitantes
del planeta. Pero ésta es, ante todo, la faena de filósofos, moralistas, sociólogos economistas, psicólogos, biólogos y políticos que,
por desgracia, no la enfocan desde un punto de vista psicoterápico. Y, de otra parte, suponiendo que fuese posible hallar tal fórmula, habría aun que poseer los medios de inyectarla y hacerla
aceptar con placer a todas las nuevas generaciones, lo que plantearía un ingente problema pedagógico, que tampoco está en manos
del psicoterapeuta el resolver. De aquí que este último haya de actuar corno elemento interpolado entre los que con él intentan ocuparse de la dirección de la conducta humana; sin olvidar los
técnicos de las diversas religiones que constantemente interfieren
para proclamar que esta vida es «puro tránsito», mero accidente
preparatorio de una eternidad bienaventurada u horrible. En tales
condiciones, lo que en la realidad práctica cabe hacer al psicoterapeuta es bien distinto de lo que en su realidad teóricoespeculativa
intuye. Incluso a veces habrá de llegar a la escéptica conclusión -confirmada por algún sistema filosófico ultramoderno- de que la neurosis o la psicosis es, en definitiva, un «mal menor», que «peor es
menealla» y que el violentar demasiado una personalidad acostumbrada a existir así puede ocasionar en ella peores efectos que
los que la conllevancia de su desadaptación le ocasiona. Al fin y al
cabo el hombre «es un animal de costumbres» y ocurre en este aspecto lo que en muchos otros: prefiere vivir mal a su manera que
bien a la manera de los demás.
No obstante, a un tal nihilismo terapéutico sólo puede llegarse
en muy contadas excepciones, cuando veamos al sujeto muy ligado a un ambiente del cual se hace casi imposible desprenderle y
sorprendamos, de otra parte, en sus disposiciones genotípicas, la
posibilidad de desviaciones peores que las actualmente existentes
(se podría hablar de una «neurosis profiláctica»)- En tales casos,
la ruptura del núcleo neurótico y la desaparición de su máscara o
persona fictiva deja ver con mayor claridad la pobreza de su trama
constitucional hasta la que no puede llegar nuestra acción: algo

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EMILTO MIRA LÓPEZ

así como ocurre al esforzarnos en quitar una mancha en una tela
mala, en la que sólo conseguimos hacer un agujero. Más afortunadamente, aun entonces, cabe mitigar un tanto la desadaptación y
actuar aportando, al menos, un consuelo y una esperanza.
De otra parte, surge un inconveniente mayor para la acción
psicoterápica: ¿en nombre de qué principio va a reclamarse al enfermo, si éste se halla satisfecho o resignado a su suerte, la obra
de reforma de su personalidad? La respuesta parece fácil cuando
el paciente tiene familia; pero lo es menos cuando la ha perdido o
es incompatible con ella. Entonces, sólo queda apoyarse en una
concepción más o menos abstracta de sus deberes humanos (imperativo categórico kantiano) en una invocación a los beneficios del
fortalecimiento individual, del «ser más y mejor» o en la busca de
la llamada «alegría del vivir», solamente obtenible cuando se vive
en paz consigo y con los demás, bajo el signo del amor creador,
del Eros paidogogos platónico. La primera actitud es más o menos
claramente seguida por Allers, por Jung y Kunkel; la segunda es
adoptada por Adler, Kronfeld y, hasta cierto punto, también por
Adolf Meyer; la última es seguida por Prinzhorn, Binswanger y en
buena parte por Schilder.
En suma, como ya hemos anticipado hace años en nuestros
trabajos acerca de la conducta moral, la Psicoterapia científica se
basa para su actuación en vincular el esfuerzo del enfermo a la satisfacción de una de sus emociones primarias, de suerte que en vez
de ser éstas motivo de su desviación lo lleven a reintegrarse a la
salud; se obedece un deber por el miedo al castigo, al pecado o al
remordimiento de la propia conciencia; se sigue un plan médico y
se lucha contra los síntomas por el coraje o rabia que se despierta
en el ser al verse en condiciones de inferioridad, cuando se siente
el impulso de poder y de afirmación en el medio; se apresta el sujeto a reformar su personalidad por el deseo de disfrutar o gozar
del inefable amor. El buen psicoterapeuta será aquél que maneje
el teclado emocional de su enfermo con más habilidad para lograr que la enorme fuerza que contiene se oriente y converja en
el cumplimiento del más acertado plan de vida, Esto es tan verdad que podríamos definir, desde el punto de vista técnico, la
Psicoterapia científica diciendo que es la utilización de la Psicología para lograr efectos curativos mediante un reajuste de las actitudes emocionales.

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RELACIONES DE LA PSICOTERAPIA CON LA PSICOLOGÍA MÉDICA

El concepto de nuestra disciplina se precisará más al estudiar los límites que la separan de sus congéneres. La que con
mayor facilidad puede imbricarse con ella es, sin duda, la Psicología Médica. Ésta, no obstante, ha de ser definida como el conjunto de conocimientos y reglas psicológicas aplicables para
conseguir el mejor rendimiento de la Medicina. Ello supone intervenir no solamente sobre los enfermos sino sobre quienes los
asisten, sobre los sanos y, no en escasa medida, sobre los propios médicos, ya que todos estos elementos se encuentran involucrados en la dinámica médica. Así, la formulación de las
normas para un aprovechamiento psicológico de los recursos
técnicos de la clínica y el laboratorio, el estudio de las normas
para obtener una buena selección y preparación del personal
subalterno, el planeamiento de una buena campaña de divulgación o profilaxis que haga cambiar la actitud del público frente
a un determinado problema médico, son otras tantas modalidades de aplicación de la Psicología a la Medicina que caen dentro
del campo de esta rama científica la cual, en la práctica, se subdivide en dos: a) nociones de psicobiologíapara médicos; b) psicotecnia médica. Por un abuso inaceptable, no obstante, son
bastantes los autores de libros de Psicología Médica que añaden
a sus textos una sección propiamente psiquiátrica, en la que estudian la psicopatología e incluso la clínica de diversos desequilibrios mentales, más o menos comprensibles. Como fácilmente
se adivina al psicoterapeuta interesa sobre todo la primera parte de la Psicología Médica, o sea la que le proporciona una visión sistemática del hombre concebido como ser dotado de una
actividad intencional y significativa, capaz de manifestarse en
distintos planos y aspectos funcionales, unos acompañados de
autoconocimiento y otros no. Para este efecto juzgamos excelente la obra de Schüder (Medizinische Psychologie) cuyos capítulos referentes al estudio de la percepción, de la acción y el
lenguaje, del impulso la voluntad y la conducta, del Yo y la personalidad y de las emociones y vivencias son fundamentales.
Puede decirse que la Psicología Médica es a la Psicoterapia lo
que la Fisiología humana es a la Somatoterapia: el antecedente
obligado.

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EMILIO MIRA LÓPEZ

PSICOTERAPIA Y PSIQUIATRÍA

Si cabe distinguir claramente los términos del par anterior,
mucho más hay que diferenciar los de éste. En efecto, la Psiquiatría hay que concebirla como la rama de la Medicina que estudia
las perturbaciones morbosas de la actividad psíquica (en sus aspectos: implícito y explícito) con el fin de corregirlas. Así como la Psicología Médica era el antecedente indispensable de la Psicoterapia,
en su aspecto conceptual, ésta, a su vez, pasa a formar una parte
de la Psiquiatría (no mayor, sin embargo que la que tiene en el
resto de la Patología) englobada en el capítulo de la terapéutica
psiquiátrica. Puede parecer exagerado que no la concedamos más
importancia, pero ello se aclarará cuando afirmemos que las grandes psicosis son siempre consecutivas a somatosis y por tanto aceptemos la gran paradoja de que la Psiquiatría propiamente dicha es
quizás más tributaria de la Psicopatología y de la Somatoterapia
que de la propia Psicoterapia (!). Con esto queremos significar
que, dada la actual orientación de la Medicina, la Psicoterapia ha
de aplicarse en tanta menor escala cuanto más groseramente
aparece el fondo orgánico lesional de un curso morboso y desde
este punto de vista tiene más campo para recorrer en el vastísimo dominio de las alteraciones funcionales del soma, en general, que en el de las perturbaciones histopatológicas del cerebro
(en la que solamente podrá tener un papel auxiliar o coadyuvante del plan terápico general). Sin embargo, el conocimiento de
la Psiquiatría es indispensable al psicoterapeuta, ya que, cuando
meno

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