Las reacciones emocionales negativas ante las dificultades de la vida no son depresiones

El trastorno depresivo continúa en ascenso y se consolida como uno de los principales problemas de salud mental. “Las cifras más conservadoras estiman que entre el 4 % y el 5 % de la población padece depresión, con una prevalencia aproximadamente el doble en mujeres”, explica Virginia Soria, vocal del Comité Ejecutivo de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM) y directora del Servicio de Psiquiatría de Adultos del Hospital Universitario Parc Taulí de Sabadell.

Según la especialista, más de 300 millones de personas conviven con esta enfermedad en todo el mundo. Los datos en España también apuntan a un incremento significativo. “Los centros de salud mental con diagnóstico de trastornos depresivos han aumentado más de un 15 % desde 2020, especialmente en mujeres”.

La pandemia, además de visibilizar la importancia del bienestar emocional, incrementó la demanda de atención psicológica sin que los recursos psicosociales crecieran al mismo ritmo. Aun así, los expertos recuerdan que no toda tristeza es patológica. “El malestar emocional forma parte de la vida, y la tristeza es una emoción normal”, aclara Soria. Cuando ese estado emocional se vuelve más intenso, persiste en el tiempo y afecta al plano físico, cognitivo y conductual, interfiriendo de manera notable en la vida diaria, puede tratarse de un trastorno depresivo mayor.

Por el contrario, las reacciones emocionales ante situaciones difíciles, aunque dolorosas, “no son depresiones”, si bien pueden aumentar el riesgo en personas vulnerables. La confusión terminológica es otro factor que contribuye al estigma. El uso coloquial de la palabra depresión para describir estados pasajeros “refuerza la idea errónea de que es una simple debilidad personal que se supera con fuerza de voluntad”.

Entre los síntomas de alarma destacan tristeza profunda o irritabilidad persistente, pérdida de interés, desesperanza, dificultades de concentración, fatiga, pensamientos negativos o suicidas, aislamiento, y alteraciones del sueño o del apetito. En materia de tratamiento, se combinan terapias psicológicas y farmacológicas según la gravedad y las necesidades de cada paciente.

La psicoterapia —especialmente la cognitivo-conductual, la interpersonal o las terapias de tercera generación como la dialéctica conductual, la aceptación y compromiso o el mindfulness— resulta eficaz en cuadros leves y moderados. En casos indicados, se recurre a antidepresivos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o los antidepresivos duales.

Para episodios graves o resistentes también pueden considerarse combinaciones de fármacos y técnicas de neuromodulación, como la terapia electroconvulsiva o la estimulación magnética transcraneal. Pese a los avances, persisten retos importantes. Entre ellos, el estigma social —y el autoestigma en las propias personas afectadas— y las dificultades para acceder a una atención oportuna y adecuada. “Una atención temprana puede marcar la diferencia”, recuerda Soria.

La prevención es clave: mantener una buena calidad del sueño, gestionar el estrés, evitar sustancias tóxicas, seguir una alimentación equilibrada, realizar ejercicio y fortalecer las relaciones sociales son medidas que pueden reducir el riesgo de depresión.