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Anabel González, psiquiatra: «No todas las personas que intentan quitarse la vida tienen un cuadro depresivo»



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Noticia | 18/01/2022

La muerte de Verónica Forqué nos ha removido a todos. Quizás, haya servido para que abramos los ojos ante un problema que en jóvenes ya es la primera causa no natural de muerte en España, muy por encima del número de víctimas que se dan en las carreteras. Y, también, permita que veamos lo importante que es dedicar recursos y profesionales para atender la salud mental. Anabel González, psiquiatra especializada en el área de traumas en el Chuac (A Coruña) y autora de Lo bueno de tener un mal día y Las cicatrices no duelen, entre otros, da un poco de luz sobre la muerte autoprovocada, y explica por qué se llega a esa situación y cómo se puede afrontar.


 
—¿Se está viendo un incremento en los últimos años de suicidios o es una tendencia al alza desde hace tiempo?



—Siempre existen dudas de hasta qué punto estas situaciones se registraban o no. Puede que ahora mismo se estén identificando mejor. Pero sí, parece que después de unos años en los que las cifras iban descendiendo, ahora está habiendo cierto aumento.



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—¿Y a qué crees que se debe?


—Este es un fenómeno que existe desde que el mundo es mundo, y se presenta en todas las sociedades de maneras diferentes. No tiene una sola causa, ni una explicación simple. En algunos casos, se asocia a determinadas enfermedades mentales como la depresión o el consumo de alcohol, pero no siempre. Se suele pensar que tiene que ver con crisis vitales, entonces la pregunta es: ¿por qué otras personas que pasan por el mismo tipo de situaciones no tienen esta tendencia? No hay una fácil respuesta.


—Pero sí habrá rasgos comunes.


—Podríamos decir que un elemento común en las personas que intentan acabar con su vida es la desesperanza. Es algo que la persona se plantea cuando no ve salida, cuando no siente que haya expectativas. Y no se da tiempo para resolver su situación. Si lo hiciese y buscase ayuda, muchas dificultades podrían afrontarse, pero, por diversos motivos, no ve más allá. Una de las cosas que le pedimos a un paciente que llega a nuestra consulta dándole vueltas a estos temas es que se dé tiempo. No deberíamos tomar ninguna decisión trascendente en un momento de angustia o movidos por la desesperación, en esos estados no podemos pensar con claridad.


 
—¿Una depresión siempre es el desencadenante de un intento de suicidio?


—Es una causa frecuente, pero no se da en todos los casos. Muchas personas con depresión no piensan en el suicidio o, aunque lo piensen, tienen cosas en su vida que les hace sentir que vale la pena seguir aquí. Y también a la inversa, no todas las personas que se suicidan o que lo intentan tienen un cuadro depresivo. Es un factor importante, pero no el único. Mo tiene por qué estar clínicamente depresiva, puede no sentirse triste ni agotado. Por supuesto, atraviesa un momento difícil, no está satisfecho con su vida, la sensación interna puede ser de desapego, de desconexión, incluso de cierta serenidad. De hecho, cuando alguien piensa en el tema con más frialdad y empieza a hacer planes en este sentido, el riesgo es mayor.



—¿Qué otras causas puede haber?


— A nivel de problemas mentales, un factor relevante es el consumo de alcohol, y si esto se suma a un estado depresivo, peor aún. La depresión con consumo de alcohol es un cóctel muy peligroso. Otro elemento que influye mucho es el aislamiento.


 
—La soledad es mala compañía.


—Si estamos mal y podemos hablarlo con alguien, al menos no nos sentimos tan solos, sentimos algún apoyo, y además podemos adquirir más perspectiva. Si nos mantenemos en contacto con la gente, los otros pueden darse cuenta de que no estamos bien. Una persona que se aísla emocionalmente y empieza a entrar en ese bucle, puede ir multiplicando estos pensamientos sin que pueda entrar otra información. El aislamiento forzoso al que nos ha obligado toda esta etapa no ha hecho más que empeorar las cosas. De hecho, hay más hombres que mujeres que tienen estos comportamientos, y esto puede deberse a la mayor dificultad que tienen para hablar de sus emociones. Es importante abrir posibilidades de comunicación: empezar a saludar a los vecinos, mirar a la gente cuando paseamos por la calle, participar en alguna actividad, llamar a conocidos, aunque haya tiempo que no hablemos con ellos.


—¿Y si vemos que alguien está mal?


—Podemos intentar favorecer las conversaciones. No hay un indicador claro de que alguien vaya a querer acabar con su vida, pero comentarios como: «La vida no vale la pena» o «estaría mejor muerto», o que la persona empieza a poner en orden sus asuntos financieros, han de tenerse en cuenta. A veces son cosas que decimos por decir, pero no demos por sentado que este sea el caso. Tratemos de ayudar a la persona a hablar de cómo se siente. No digo que la solución sea tan simple, en absoluto. Para ayudar a alguien, tiene que estar medianamente receptivo a esa ayuda, pero, al menos, podemos tratar de poner todos los medios posibles.


 
—Verónica Forqué, y a toro pasado, sí que dio indicios de que no estaba bien...


—Cuando vemos a alguien emocionalmente inestable, no siempre reaccionamos con comprensión y preocupándonos por cómo está. Como sociedad nos falta mucho todavía para entender bien la enfermedad mental. Hay muchos prejuicios sobre ella, y no en pocas ocasiones se ridiculiza o se critica. Necesitamos una actitud más respetuosa hacia los problemas emocionales y mentales. Es cierto también que, después de que algo ocurre, es fácil ver donde estuvieron los errores. No creo que nadie pensara que Verónica Forqué fuera a suicidarse, pero está claro que era una persona emocionalmente muy frágil en esta última etapa, y todo esto puede hacernos reflexionar sobre cómo funcionamos como sociedad ante estos temas. Si cuando alguien tiene problemas emocionales se encuentra con apoyo, reduciremos mucho la probabilidad de que se aísle en sus pensamientos dañinos.


—Mucha gente se queja de la falta de asistencia, de que no hay recursos o que los que hay son escasos.


 
—Y se quejan con toda la razón del mundo. Además, cuando se crean nuevos recursos, en general, son parches estéticos. Ahora, por ejemplo, se están abriendo unidades específicas de suicidio, pero las unidades de salud mental siguen saturadas y sin personal suficiente. Así que, cuando alguien está mal y quiere buscar ayuda, es muy probable que esa ayuda tarde meses. Y aunque no esté diciendo que se vaya a suicidar, esa idea puede estar de fondo y en el tiempo en que esa persona espera a ser atendida, podemos perder una oportunidad. La situación de la salud mental es muy grave, creo que hay definirla así. Es cierto que la atención en salud mental no es la solución para todos los casos de suicidio, pero al menos estaríamos haciendo algo que es muy necesario.


—¿Falta compromiso político para dotar las unidades de salud mental de presupuesto y personal?


—Sí, pero esto ya es histórico. La salud mental es algo que necesita tiempo, y ahí nunca se ha invertido. Se invierte en tecnología que, a veces, aporta poco más que la que ya había, pero no en recursos humanos. Lo mismo está pasando con la atención primaria. Llevamos con una anemia endémica del sistema desde hace muchísimos años y, ahora, como la situación está mucho más desbordada, se nota mil veces más. Una unidad específica no soluciona un problema de esta envergadura, hace falta una reforma seria y muchos recursos, y no da la sensación de que se esté planteando.


—¿Se empiezan a ver los problemas mentales como una enfermedad como otra cualquiera?


—Creo que ha cambiado un poco, estamos viendo como mucha gente conocida empieza a hablar con naturalidad de sus problemas mentales. Sin embargo, se mantiene todavía el estigma asociado a la enfermedad mental. Falta mucho para que esto empiece a verse como un problema más de salud y también un problema social.


—¿Cómo podemos ayudar a alguien que se encuentra en esta situación?


—Estando ahí y favoreciendo las conversaciones. También puede ser importante animar a la persona a que busque ayuda profesional. Si se cierra a hacerlo, hay que ser un poco pesados y estar ahí, no rendirnos si de entrada nos apartan y rechazan la ayuda.


—¿Y cómo pueden asimilar los familiares y amigos una muerte autoprovocada?


—Es otro tema también importante. Inevitablemente le daremos la vuelta a lo que hicimos y lo que no pudimos hacer, lo que hicimos mal... Aparece una culpa compleja, que nos puede llevar mucho tiempo superar. Cuando las personas que atentan contra su vida piensan «estarán mejor sin mí», no se hacen idea del daño que sus acciones pueden generar en las personas de su vida. Es una de las pérdidas más difíciles de asimilar, es altamente traumático.


—¿Qué hay que hacer en estos casos?


—Ante una pérdida, y más si es en estas circunstancias, hemos de evitar encerrarnos. Es normal darle vueltas, pensar si podríamos haber hecho algo más, pero, generalmente, hacemos trampa porque analizamos el pasado con la información que tenemos ahora y que antes no teníamos. Nos juzgamos de un modo más duro de lo que lo haríamos con otra persona. Con el tiempo, con el apoyo de los que nos rodean, podemos ir asimilándolo. Si nos seguimos torturando, si no nos podemos perdonar, es importante buscar ayuda profesional, porque son duelos que se pueden cronificar.


—¿De por vida?


—Claro, pero no inevitablemente, puede tratarse. La cuestión es que no todas las cosas dolorosas que nos suceden se resuelven simplemente con el paso del tiempo. A veces nos sentimos tan mal que nos avergüenza hablar con un profesional o creemos que tenemos que sufrir porque nos lo merecemos, o por razones muy ajenas a lo lógica. Cualquier dolor que hayamos vivido se puede llegar a asimilar, aunque nos parezca imposible, pero, a veces, necesitamos ayuda.


—¿Hay algún grupo de edad más vulnerable para cometer un suicidio?


—Es más una vulnerabilidad individual, podemos verlo en todas las edades. Los ancianos son una población muy vulnerable, porque a veces hay mucha soledad, mucha fragilidad y pocos recursos. Sin embargo, es preocupante la cantidad de jóvenes que tratan matarse. En ocasiones, estos intentos no son eficaces, y el chico puede quedar con lesiones graves de por vida. Para evitarlo, es fundamental que esa persona pueda tener acceso rápido a los recursos de ayuda.


—¿Todos, en algún momento de nuestra vida, podemos tener pensamientos suicidas?


—Plantearnos si vale o no la pena la vida que tenemos es muy humano y muy normal. Otra cosa es que ya empecemos a pensar en hacerlo, en cómo lo haríamos, o que lo estemos barajando seriamente. Ahí ya es importante que no nos quedemos solos con ese pensamiento, que lo hablemos. Y si alguien nos cuenta algo así, no vayamos demasiado rápido a decirle que no pasa nada y a intentar cambiarle de idea, dejémosle hablar de lo que realmente le agobia para que se desahogue primero. Y, ante la duda, dejemos que lo valore un profesional.


—¿Se puede salir o entras ya en un bucle de difícil solución?


—Hay muchas personas que tienen crisis puntuales en un determinado momento de su vida y que luego se recolocan. Y creo que este es uno de los mensajes más importantes para cualquier persona que se le pueda pasar esto por la cabeza, que en un momento de mucho agobio, se pueden tomar decisiones importantes. Pero esta es una decisión irreversible, así que conviene esperar a que las cosas estén un poco mejor, antes de tomar una decisión de esta envergadura.


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Fuente: La Voz de Galicia
Palabras clave: depresión, suicidio, salud mental

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