El fallecimiento de Fernando Claramunt constituye una noticia relevante dentro del mundo de la Psiquiatría. Fernando Claramunt López (Alicante, 1926 – Madrid, 1924) representa el psiquiatra de sólida formación profesional, dotado de amplia cultura, escritor de una singular sensibilidad literaria, patente en su obra, tanto científica, como de creación.
Participó con algunos trabajos en las publicaciones del Colegio de Psiquiatras Eméritos. Su personalidad, sus conocimientos de la especialidad, sus aportaciones clínicas, muchas de ellas documentadas en sus escritos, merecen una consideración especial, sobre todo en los tiempos actuales, en los que parece que la especialidad de Psiquiatría viene siendo sometida a interpretaciones, no raramente alejadas de los fundamentos que le hicieron posible como especialidad médica.
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Con ocasión de su fallecimiento, se le recuerda en la prensa nacional, como un gran conocedor de la Tauromaquia, de lo que representa el toro en nuestra cultura, de la personalidad del torero, de la piscología del miedo. Todo eso es cierto, pero lo es más que el pensamiento de Claramunt trascendía de lo concreto, para proporcionar una interpretación antropológica de carácter universal.
Su cultura ennoblecía la especialidad y era un intelectual ponderado en sus valoraciones, manteniendo siempre una actitud crítica responsable. Que la Psiquiatría pueda persistir como especialidad médica, será posible en la medida en que vigile y mantenga un pensamiento riguroso salvaguardando sus fundamentos, pues el riesgo actual estriba en la mistificación y dilución conceptual, donde se tolere una práctica asilvestrada, carente de verdaderos maestros, invadida de ideas sectarias y de siglas nemotécnicas.
A las nuevas generaciones que emprenden el camino de la Psiquiatría, y en honor a la memoria de Claramunt, les recomiendo una lectura atenta de sus escritos, que le dediquen un tiempo de reflexión y gratitud por los trabajos que nos ha dejado, tanto los profesionales (“Psiquiatría vivida. Memorias autobiográficas”), como literarios (“Los jardines de Ulrica, novela de amor indócil”), etc. Su destreza literaria, su lucidez, salpicada a veces de sana ironía, forma parte importante de su estilo.
Profundo conocedor de nuestras raíces, compañero y amigo de Luis Martín Santos, dedica en uno de sus libros un breve apunte al día en que Luis acude a las oposiciones y que nos sirve de grata referencia de su talante: “Luis, iba esposado, precedido por su padre, general laureado luciendo todas las condecoraciones. La comitiva se dirigió con paso procesional y cierta majestad hacia el salón de oposiciones. El cuadro era esperpéntico, faltaba en el séquito un obispo pontifical y dos picadores de toros, además de la pareja de la Guardia Civil y varios nazarenos con el capuchón bien enhiesto, portadores de grandes cirios…”.
