La incidencia de los trastornos alimentarios ha experimentado un aumento considerable en todo el mundo en los últimos años, generando una creciente preocupación en el ámbito de la salud pública. Este incremento se ha analizado desde múltiples perspectivas, y esta revisión narrativa recoge los hallazgos más relevantes de las investigaciones re...
La incidencia de los trastornos alimentarios ha experimentado un aumento considerable en todo el mundo en los últimos años, generando una creciente preocupación en el ámbito de la salud pública. Este incremento se ha analizado desde múltiples perspectivas, y esta revisión narrativa recoge los hallazgos más relevantes de las investigaciones realizadas entre 2022 y 2024.
En este contexto, se ofrece una visión integral sobre los factores de riesgo y la etiología de estos trastornos, con el objetivo de comprender mejor los elementos que influyen en su aparición y perpetuación.
Hallazgos recientes
Los trastornos alimentarios surgen de una combinación compleja de factores de riesgo, que incluyen tanto influencias externas como características individuales. Entre los factores externos, se destaca la presión sociocultural que fomenta la adherencia a ideales de belleza poco realistas, promovidos frecuentemente por medios de comunicación y redes sociales.
El constante flujo de imágenes idealizadas contribuye a una percepción distorsionada del propio cuerpo, especialmente en jóvenes, lo cual aumenta la vulnerabilidad hacia estos trastornos. Estudios recientes han subrayado que el uso excesivo de redes sociales y el tiempo prolongado frente a la pantalla intensifican esta presión sociocultural, ya que exponen a las personas a comparaciones sociales constantes y promueven la insatisfacción corporal.
Asimismo, el aumento de los entornos obesógenos, caracterizados por la disponibilidad generalizada de alimentos ultraprocesados y de bajo valor nutritivo, junto con estilos de vida sedentarios, también se considera un factor que ha contribuido al incremento de los trastornos alimentarios.
La pandemia de COVID-19, con sus consecuentes confinamientos y restricciones, exacerbó esta situación. Las personas se enfrentaron a cambios abruptos en su rutina diaria, incrementando los niveles de estrés y ansiedad, y en muchos casos, adoptando comportamientos alimentarios desordenados como una forma de lidiar con la incertidumbre y el aislamiento.
Además de los factores externos, existen factores de riesgo individuales que aumentan la probabilidad de desarrollar un trastorno alimentario. Estos incluyen la participación en deportes que enfatizan la apariencia física o el peso, experiencias vitales estresantes o traumáticas, influencias familiares y factores psicológicos, como baja autoestima, perfeccionismo, neuroticismo, rasgos obsesivo-compulsivos, impulsividad y desregulación emocional.
Las condiciones de salud mental preexistentes, como la ansiedad, la depresión y el trastorno de estrés postraumático, así como afecciones del neurodesarrollo, como el autismo y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), también se asocian con un mayor riesgo.
Resumen
Los factores de riesgo de los trastornos alimentarios están bien documentados, lo cual permite una comprensión profunda de su etiología. Sin embargo, los estudios futuros deben enfocarse en estrategias que fortalezcan la resiliencia individual y en la creación de intervenciones preventivas que puedan mitigar el impacto de estos factores de riesgo. Abordar estos trastornos desde una perspectiva preventiva es clave para reducir su prevalencia y mejorar la calidad de vida de las personas en riesgo.
Para acceder al texto completo consulte las características de suscripción de la fuente original:https://journals.lww.com/