Dolor mandibular y ansiedad: por qué están conectados y cómo romper el ciclo
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Autor/autores: Lucas Navarro
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Artículo revisado por nuestra redacción
Muchas personas llegan a consulta describiendo un malestar físico persistente que, en un principio, no parecen relacionar con su estado emocional. Dolor al masticar, tensión en la cara, rigidez al despertar o incluso cefaleas recurrentes. Sin embargo, cuando se profundiza en su historia clínica, aparece un elemento común: la ansiedad. La relación entre cuerpo y...
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Muchas personas llegan a consulta describiendo un malestar físico persistente que, en un principio, no parecen relacionar con su estado emocional. Dolor al masticar, tensión en la cara, rigidez al despertar o incluso cefaleas recurrentes. Sin embargo, cuando se profundiza en su historia clínica, aparece un elemento común: la ansiedad. La relación entre cuerpo y mente, lejos de ser anecdótica, se manifiesta con especial claridad en este tipo de síntomas.
Uno de los ejemplos más frecuentes es el dolor mandibular, una molestia que puede aparecer de forma intermitente o constante y que, en numerosos casos, se intensifica en periodos de estrés psicológico prolongado. Comprender esta conexión es clave para abordar el problema de forma eficaz y evitar que se cronifique.
Cuando la ansiedad se expresa a través del cuerpo
La ansiedad no siempre se presenta en forma de pensamientos intrusivos o sensación de inquietud. En muchas personas, especialmente aquellas con una alta autoexigencia o tendencia a la somatización, el malestar emocional encuentra una vía de expresión corporal.
La mandíbula es una de las zonas más sensibles a este proceso. En estados de activación constante del sistema nervioso, los músculos faciales tienden a mantenerse en tensión de forma involuntaria. Apretar los dientes, rechinar durante la noche o mantener la mandíbula rígida durante el día son respuestas frecuentes que pasan desapercibidas durante meses.
Este patrón sostenido de contracción muscular genera inflamación, fatiga y dolor local, pero también puede extenderse a cuello, hombros y cabeza, creando un cuadro complejo que afecta al descanso, la concentración y el estado de ánimo.
El círculo vicioso entre ansiedad y tensión mandibular
Uno de los aspectos más relevantes desde el punto de vista psicológico es que el dolor no solo es consecuencia de la ansiedad, sino que también actúa como un factor que la mantiene. El malestar físico constante incrementa la preocupación, interfiere con el sueño y refuerza la sensación de pérdida de control sobre el propio cuerpo.
De este modo, se establece un círculo difícil de romper:
la ansiedad aumenta la tensión → la tensión genera dolor → el dolor incrementa la ansiedad.
Muchas personas comienzan a anticipar el dolor, a vigilar constantemente las sensaciones de la mandíbula o a evitar determinadas actividades por miedo a que el malestar empeore. Esta hipervigilancia corporal es un mecanismo bien conocido en los trastornos de ansiedad y contribuye a la cronificación del problema.
Más allá del síntoma físico: una mirada clínica integral
En fases más avanzadas, este cuadro puede estar asociado al trastorno de la articulación temporomandibular, una condición que implica alteraciones funcionales en la articulación que conecta la mandíbula con el cráneo. Aunque su origen puede ser multifactorial, la literatura clínica señala que los factores psicológicos —especialmente el estrés crónico y la ansiedad— juegan un papel relevante tanto en su aparición como en su mantenimiento.
Desde la psiquiatría y la psicología clínica, es fundamental evitar una visión reduccionista. Tratar únicamente el síntoma físico sin atender al componente emocional suele ofrecer alivio parcial y temporal. Del mismo modo, abordar la ansiedad sin considerar el impacto del dolor corporal puede dejar al paciente con la sensación de que “algo sigue sin encajar”.
Cómo romper el ciclo: abordaje psicológico y multidisciplinar
Romper la conexión entre ansiedad y tensión mandibular requiere un enfoque integrador, adaptado a cada persona. Desde el ámbito psicológico, algunas estrategias han demostrado ser especialmente útiles:
Identificación de patrones de tensión: tomar conciencia de cuándo y cómo se activa la contracción mandibular es un primer paso clave.
Intervención sobre la ansiedad basal: técnicas cognitivo-conductuales, terapia de aceptación y compromiso o enfoques basados en mindfulness ayudan a reducir la activación sostenida del sistema nervioso.
Trabajo sobre el control y la autoexigencia: muchas personas con este tipo de dolor presentan rasgos perfeccionistas o dificultades para expresar emociones.
Psicoeducación: comprender que el dolor no implica daño grave reduce el miedo y la hipervigilancia corporal.
En muchos casos, la colaboración con otros profesionales —odontólogos, fisioterapeutas o médicos rehabilitadores— resulta esencial para ofrecer un tratamiento completo y coherente.
Una señal del cuerpo que merece ser escuchada
El dolor mandibular no debe entenderse únicamente como un problema mecánico ni la ansiedad como algo exclusivamente mental. Ambos forman parte de un mismo sistema, en el que cuerpo y mente se influyen de manera constante.
Escuchar estas señales, intervenir de forma temprana y abordar el problema desde una perspectiva psicológica amplia no solo reduce el dolor, sino que mejora la calidad de vida, el descanso y el bienestar emocional general. En este sentido, el síntoma deja de ser un enemigo y se convierte en una oportunidad para comprender mejor lo que está ocurriendo en el interior de la persona.
