Ya nadie ignora qué es el estigma asociado a la enfermedad mental. No hay día que no se hable de ello en los medios, y está bien, a ver si así disminuye esa vieja lacra, que no parece tener solución.
Hay muchos casos de personas que niegan la evidencia por miedo a que sea cierta, familias que esconden la realidad de la enfermedad mental por vergüenza a alojará en su seno; sanitarios de todo tipo que practican el estigma contra “esos medicuchos del alma” – dicen – por terquedad o por ignorancia; personas que no odian a los psiquiatras porque los necesitan…
El miedo, es humano, incluso la vergüenza, es comprensible en la sociedad del aparentar, pero no la ignorancia, que es dolosa y está en sus manos corregirla.
Hay que hablar claro, si, pero de verdad, no de salud mental para ocultar el concepto de enfermedad mental, ni de terapia para disimular la verdadera la asistencia psiquiátrica y psicológica clínica.
El estigma es malvado, es injusto y es inconcebible en una sociedad democrática y justa, pero, ojo, los eufemismos también pueden ser estigmatizadores de las miles, millones de personas que padecen enfermedades mentales y a los profesionales que las atienden.
En los últimos tiempos, asistimos al cuestionamiento y casi al intento de erradicar a la Psiquiatría como especialidad médica. Desde diferentes ámbitos se cuestiona la parte "bio-psico" de la patología psiquiátrica, centrándose exclusivamente en los condicionantes sociales como los únicos determinantes de la enfermedad mental.
Condicionamientos sociales que tienen que ver con la precariedad económica, la falta de vivienda o las malas condiciones laborales y que son utilizados por los políticos como el nuevo estandarte en pro de la salud mental. Si esto fuera así, los encargados de la atención de las personas con un trastorno mental no dependerían del ministerio de Sanidad ni de los profesionales médicos, sino de los ministerios de Economía, de Vivienda o de Trabajo.
Y si bien es cierto que estos factores pueden influir en diferentes patologías como la depresión, la ansiedad o la adicción a tóxicos, entre otras, también es cierto y comprobado que no son exclusivos. De hecho, los trastornos psiquiátricos pueden afectar a personas de todas las clases sociales.
La psicosis, la anorexia, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo-compulsivo o la depresión mayor afectan a ricos y pobres. Lo que sí es palpable es que el estigma asociado a los trastornos mentales condiciona y limita la incorporación al mercado laboral y, por tanto, repercute en su estatus económico y en su calidad de vida, siendo en muchas ocasiones estas circunstancias la causa y no la consecuencia de la patología mental.