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Actualidad y Artículos | Alimentarios, Trastornos alimentarios y de la ingestión de alimentos   Seguir 38

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Imagen corporal, autoestima y actitudes alimentarias en preadolescentes.

  • Autor/autores: Marcó, M.; de Gracia, M.; Trujano, P.; Turro, O.; Olmo, R.

    ,Artículo,Trastornos de la alimentación,


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Artículo | 03/02/2004

Introducción

A pesar de que los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en niños son escasos, algunos investigadores han estudiado las actitudes alimentarias y conductuales que pueden llegar a constituirse en problemas potenciales en los niños. Entre las posibles conductas y actitudes estudiadas se incluyen la dieta, la práctica de ejercicio para perder peso, conductas ‘pica’, preocupación por la comida y, en menor medida, conductas purgativas. Diferentes estudios han destacado que ya en niños de 7 y 8 años existe preocupación por la propia imagen corporal y conductas y actitudes alimentarias problemáticas (p.e. Byrant-Waugh, Cooper, Taylor y Lask, 1996; Edlund, Halvarsson, y Sjoden, 1996; Maloney, McGuire, Daniels y Specker, 1989; Rolland, Farnill y Griffiths, 1997). Por este motivo, diversas investigaciones han empezado a centrarse en el estudio de los factores asociados con la insatisfacción corporal y los problemas de la alimentación en niños. Las mismas variables que se muestran asociadas con la preocupación con la imagen corporal y con los problemas de alimentación en muestras de adolescentes y adultos jóvenes, aparecen también asociados en niños con problemas alimentarios y de imagen corporal. Entre los factores estudiados implicados en los problemas de la alimentación en niños destacan la edad, raza, índice de masa corporal (IMC), autoconcepto, y el rol de los familiares y de otros niños. (Gardner, Sorter y Friedman, 1997; Hill y Bhatti, 1995; Hill y Pallin, 1998; Kelly, Ricciardelli, y Clarke, 1999; Lawrence y Thelen, 1995; Maloney et al., 1989; Mendelson, White y Mendelson, 1996; Oliver y Thelen, 1996; Rolland et al., 1997; Schreiber et al., 1996; Shapiro, Newcomb y Loeb, 1997; Smolak, Levine y Schermer, 1999; Thelen y Cormier, 1995; Tiggemann y Wilson-Barrett, 1998; Wood, Becker y Thompson, 1996).

En los últimos tiempos se ha observado como esta preocupación por la imagen corporal ha ido descendiendo en edad, hasta establecerse en lo que se ha venido llamando pre-adolescencia y que se situaría en un rango de edad comprendido entre los 8-9 años y los 12-13. Recientemente se ha identificado la presencia de trastornos de la alimentación en este sector de población, así como una preferencia por la delgadez y una insatisfacción con la imagen corporal. Algunos autores han mostrado como la preocupación por el peso y el inicio de alguna dieta están presentes en niños y niñas de entre 8 y 11 años (Koff y Rierdan, 1991; Moreno y Thelen, 1995; Olsen, 1984). Thelen, Powell et al. (1992) encontraron que algunas niñas de esta edad mostraban preocupación por el hecho de estar gordas o por aquellas circunstancias que favorecen el sobrepeso, ansiedad por los efectos de una determinada alimentación, un deseo de estar delgadas, y además mostraban conductas de dieta. Otro estudio (Maloney et al., 1989) realizado con niñas de entre 8 y 13 años, señalaba que el 45% mostraba un deseo de estar delgadas, un 37% explicaba que habían intentados perder peso, y un 7% puntuaba por encima del punto de corte del Cheat (mayor que 20 puntos), por lo que los autores concluían que era posible suponer la existencia de un posible riesgo de TCA. En esta misma línea de trabajo, Collins (1990) encontró que niñas de entre 9 y 11 años ya elegían como figura ideal una figura significativamente más delgada que la suya propia.

A pesar que no hay datos concluyentes sobre la prevalencia de los trastornos de la conducta alimentaría en niños y niñas de esta franja de edad, si que diferentes autores han informado desde hace tiempo de casos de anorexia nerviosa en pre-adolescentes (Hawley 1985; Irwin, 1981; Jacobs y Isaacs, 1986).

El evidente incremento de insatisfacción corporal y preocupación por la alimentación en la infancia, plantea algunas cuestiones para la investigación en este campo. Por ejemplo, dónde, cómo, cuando y porqué los niños desarrollan esta preocupación por la imagen corporal y por la alimentación. La evidencia indica que los niños, y especialmente las niñas, aprenden de sus familias, de los medios de comunicación y de la escuela, los valores sobre la apariencia, y la importancia de ésta en la sociedad (Striegel-Moore, et al 1986; Thelen, Lawrence y Powell, 1992). Los niños están inmersos en una cultura donde los mensajes sobre la alimentación, las dietas y la imagen corporal es continúa y que asimilan esta información, al menos en sus aspectos más generales.

Schur, Sanders, y Steiner (2000), señalan el primer lugar donde eso ocurre es en la familia, donde los niños oyen a sus padres o familiares, hablar sobre las preocupaciones por el peso, las dietas y donde realmente ven como estas se ponen en práctica. La familia, por lo tanto, jugaría un importante rol en el desarrollo de la preocupación por la alimentación en los niños.

Con cada una de las hipótesis sobre la etiología de las alteraciones de la imagen corporal mencionadas anteriormente, es posible establecer una relación entre estas y la estructura del autoconcepto (Polivy, Herman y Pliner, 1990; Strauman y Glenberg, 1994; Cash y Szymanski, 1995).

En un sentido amplio, el autoconcepto constituye el conjunto de percepciones o referencias que el individuo tiene sobre sí mismo, que incluye juicios y valores sobre su comportamiento, habilidades o apariencia externa.

En resumen, las investigaciones recientes que han abordado el origen y desarrollo de los problemas de la alimentación en niños, destacan una serie de factores o componentes críticos. Por una parte, los factores biológicos como la edad, sexo, raza y el IMC. Por otra, y relacionados directamente con los anteriores, los factores psicológicos, entre los que destacan especialmente el autoconcepto, la autoestima y el papel preponderante de los familiares y semejantes, que son los que delimitan el contexto de relaciones sociales del niño.

Hasta hace relativamente poco tiempo, la mayoría de las investigaciones realizadas dentro y fuera de nuestro país, centraban su campo de estudio en los TCA en adolescentes, debido a la importante incidencia y aumento de la prevalencia entre la población adolescente. No es hasta la última década, cuando empieza el interés por el origen de estos trastornos en edades más tempranas, sobre todo en la preadolescencia donde, según algunos autores, surgirían los factores de riesgo precursores de un TCA en la adolescencia (Button et al., 1997; Kelly et al., 1999). Otros investigadores, en cambio, se han centrado más en el estudio de los aspectos preventivos -y no tanto en los predictivos- de la preocupación por la imagen corporal y los problemas de la alimentación en niños, con el fin de poder desarrollar programas educativos e intervenciones que prevengan la aparición de TCA en la adolescencia.

Una primera dificultad reconocida por muchos autores, ha sido la falta de instrumentos que permitieran evaluar y establecer una equivalencia entre las conductas alimentarias y la insatisfacción con la imagen corporal en niños con las de los adolescentes (Bryant-Waugh, et al., 1996). La primera dificultad estriba, lógicamente, en la diferente capacidad expresiva y de compresión que dificulta el desarrollo de instrumentos análogos a los utilizados con adolescentes o adultos. No obstante estos problemas, se han realizado notables esfuerzos para desarrollar (Gardner et al., 1997; Mendelson et al., 1996; Wood et al., 1996) o adecuar instrumentos ya existentes. Este sería el caso del EAT (Gardner et al., 1982), un cuestionario muy utilizado en la investigación de los TCA como instrumento de cribaje, que ha sido adaptado para su uso infantil por Maloney et al. (1988). Los datos proporcionados por este autor y por diversas investigaciones posteriores (Smolak y Levine, 1994; Thomas y Ricciardelli, 2000) demostraron su fiabilidad interna y su validez para uso con población infantil.

Respecto a la evaluación de la imagen corporal en niños también se han hecho avances importantes con el desarrollo de varios instrumentos de medida (p.e. Veron-Guidry, Williamson, 1996; Childress et al., 1993; Collins, 1991) con buenos resultados psicométricos.

A pesar del interés de la investigación del desarrollo de los trastornos de la alimentación y de la preocupación por la imagen corporal en niños, tanto en sus aspectos predictivos como preventivos, los estudios en nuestro país son todavía incipientes. A esto hay que añadir la carencia de instrumentos de evaluación específicamente diseñados o adaptados a nuestro idioma, que permitan establecer equivalencias con las investigaciones realizadas en otros países.



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En el marco de lo expuesto anteriormente, los objetivos de este trabajo son los siguientes:



a) Estudio de adaptación y validación preliminar de los cuestionarios Children Eating Attitudes Test (ChEAT; Maloney et al., 1989), Lawrence Self-Esteem Questionnaire (LAWSEQ; Lawrence, 1981) y el Body Esteem Scale (BES; Katz, 1982).



b) Estudio de la autoestima corporal en niños y niñas preadolescentes y de su posible relación con determinadas actitudes alimentarias y la autoestima general.



<b>Muestra</b>



La muestra objeto de estudio estaba formada por 457 preadolescentes, de los cuales 252 (55.1%) eran chicos y 205 (44.5%) eran chicas, con edades comprendidas entre los 8 y 12 años, procedentes de 6 centros públicos de educación primaria y secundaria de la provincia de Girona. La selección de la muestra se realizó a partir de un muestreo no probabilística entre las escuelas diferentes escuelas públicas de la provincia de Girona.



<b>Instrumentos</b>



El protocolo de evaluación estaba formado por los siguientes instrumentos:



1. Lawrence Self-Esteem Questionnaire LAWSEQ (Lawrence, 1981). Esta escala valora la autoestima en niños y se basa en la definición hecha por Lawrence (1981) que considera a la autoestima como “la evaluación afectiva que hacen los niños de la suma de sus características físicas y mentales” (pág. 246). El LAWSEQ tiene dos versiones, una para niños de primaria y otra para niños de secundaria, ambas están formadas por 16 ítems. Su contenido es similar al recogido por el Coopersmith Self-Esteem Inventory (Coopersmith, 1967), ya que contiene diversos ítems que valoran cómo los jóvenes perciben las conductas de los demás respecto a ellos y cómo creen que son vistos por los demás, desde la importancia y la influencia que estas percepciones tienen sobre la autoestima. Además, el LAWSEQ no contiene ítems que hagan referencia ni a la imagen ni a la satisfacción corporal, por lo que permite tratar la autoestima y la imagen corporal como variables separadas. Por otra parte, Byrne (1996) en una revisión de los instrumentos de evaluación del autoconcepto y la autoestima, ha señalado que esta escala es una medida global específica para niños que valora directamente la percepción que tiene el individuo sobre su valía y consideración personal, de forma semejante a la Rosenberg Self-esteem Scale.

Los 16 ítems del LAWSEQ tienen tres posibles respuestas: “no” (con puntuación de 0 a 2 dependiendo del ítem), “si” (con puntuación de 0 a 2 dependiendo del ítem), y “no lo sé” (con una puntuación de 1). Los ítems 4, 7, 9 y 12 son neutros y no se puntúan. La puntuación media de esta escala se ha establecido en 19 puntos (DE=4), puntuaciones por encima o por debajo de una desviación estándar indicarían, respectivamente, una alta o baja autoestima. La fiabilidad interna de la escala en el estudio original fue de alfa=.76 (Lawrence, 1981), confirmada posteriormente por Harater (1985).

2. Body-Esteem Scale (BES) (Katz, 1982). Es un instrumento formado por 24 ítems que valoran autoestima corporal en niños. Aunque la escala es unidimensional, recoge diferentes aspectos de la autoestima corporal, así, los ítems 1, 6, 10 y 20 reflejan como los sujetos valoran su apariencia, mientras que los ítems 2, 13, 19 y 23 reflejan como interpretan los sujetos que son valorados por los demás. Cada uno de los ítems tiene una respuesta dicotómica de si/no. Los ítems 1, 2, 3, 6, 9, 10, 14, 15, 19, 20, 22 y 23 puntúan 1 punto si la respuesta es “si”; y los ítems 4, 5, 7, 8, 11, 12, 13, 16, 17, 18 ,21 y 24 valen 1 punto si la respuesta es “no”. De esta forma la máxima puntuación que se puede obtener el test es 24 puntos y reflejaría una alta autoestima corporal.



3. Children Eating Attitude Test (ChEAT) (Mahoney, 1989). Es un instrumento formado por 26 ítems que valoran las actitudes alimentarias, las conductas de dieta y la preocupación por la comida en niños. El ChEAT es una modificación del Eating Attitudes Test (EAT-26; Garner y Garfinkel,1979) frecuentemente utilizado para valorar actitudes anorexicas respecto a la comida en población adolescente y adulta. La adaptación realizada por Maloney et al. (1989) presenta una buena estabilidad tes-retest y unos coeficientes de fiabilidad interna (alfa=.76) comparables a los hallados en los estudios realizados con la versión para adultos. Estos resultados han sido confirmados más recientemente por Smolak y Levine (1994). En la versión adaptada para niños, los autores utilizaron sinónimos sencillos para reemplazar algunas palabras o expresiones que en el EAT se mostraron ambiguas o de difícil compresión para muchos niños. En ambos estudios los autores omiten el ítem 19 por presentar una baja correlación ítem-total, con lo que la escala queda reducida a 25 ítems.

A pesar de estos resultados, y puesto que en nuestro caso se trata de realizar la adaptación de la escala original, se utilizará la versión completa de 26 ítems.

Los ítems del ChEAT se puntúan en una escala de 6 puntos (nunca=1, siempre=6). La puntuación total del ChEAT se obtiene sumando únicamente las respuestas extremas “siempre”, “muy a menudo” y “muchas veces” que se puntúan con 3, 2 y 1 punto respectivamente, con un posible rango de puntuación que va desde 0 a 78 puntos. El resto de respuestas no puntúan. Al igual que la versión para adultos, una puntuación de 20 o superior es indicativa de posibles trastornos de la conducta alimentaria.

4. Body Image Assessment (BIA) (Stunkard, Sorenson y Schulsinger, 1983). Es una escala visual en la que aparecen por separado 7 figuras de niños y 7 figuras de adolescentes jóvenes de ambos sexos, que ilustran un rango de peso que va desde muy delgado hasta el sobrepeso, con un rango de puntuaciones que van desde el 1 hasta el 7, con incrementos de .5 puntos. La máxima delgadez está representada por el 1 y la obesidad por el 7. La forma de administración del test consistió en mostrar en primer lugar el rango de figuras que representaban a niños/as y realizando las siguientes preguntas:



-¿Cuál de estas figuras piensas que se parece a ti? (yo real)



- ¿Cuál de estas figuras te gustaría ser? (yo ideal)



- ¿Con qué figura crees que te identifican los demás? (yo social)

A continuación se mostraba del rango de figuras de adolescentes, y se realizaba la siguiente pregunta:



- ¿A qué figura te gustaría parecerte cuando seas mayor? (yo futuro)

Los niños y niñas tenían que emitir una respuesta numérica lo más precisa posible, es decir, no bastaba con identificar la figura sino que era necesario dar una puntuación exacta, que en muchos casos se situaba entre dos figuras diferentes (véase Anexo).



5. Índice de masa corporal (IMC): peso/altura2. Relación entre el peso en kilos y la altura expresada en metros.



Es una medida útil como indicador general del tejido adiposo y del estado nutricional del sujeto. En adultos, se ha propuesto como valor de IMC normal un rango comprendido entre 20-25 Kg/m2 para ambos sexos (Garrow y Webster, 1985). Todos los participantes fueron medidos y pesados sin calzado y con la ropa puesta.



En población infantil, el IMC puede compararse con el correspondiente a una población de referencia, bien mediante tablas, bien mediante curvas percentiladas. Esto permite hacer un seguimiento longitudinal del individuo.



También suele utilizarse en estos casos el valor Z normalizado, que consiste en medir la distancia que presenta un valor respecto al valor medio para la edad correspondiente (o la mediana, si el parámetro no sigue una distribución normal). De este modo, se obtiene un valor objetivo que permite comparar individuos de diferentes edades.



En este trabajo se utilizaran como referencia las curvas del estudio longitudinal de crecimiento de la población española del Instituto de Investigación sobre Crecimiento y Desarrollo (Hernández et al., 1988).



Los percentiles de referencia utilizados para la identificación de los sujetos con sobrepeso, normopeso e infrapeso fueron, respectivamente, el percentil 97, con una Z de +1.88 y un rango de IMC que va desde 20.20 Kg/m2 para los niños/as de 8 años hasta 23.02 Kg/m2 para los niños de 12 años. El percentil 50, con una Z de 0 y un valor IMC=16.70 Kg/m2 para niños/as de 8 años hasta un IMC=18.23 Kg/m2 para los de 12 años. Finalmente al percentil 3 le corresponde una Z de -1.88, así como un rango comprendido entre 13.19 Kg/m2 para niños/as de 8 años, y 13.45 Kg/m2 para los de 12 años (Requejo y Ortega, 2000).

Procedimiento

<b>Adaptación de los cuestionarios</b>



La traducción de los cuestionarios Self-Esteem Questionnaire (LAWSEQ), Body-Esteem Scale (BES, y Children Eating Attitude Test (ChEAT) fue realizada por dos traductores bilingües independientes que desconocían la finalidad última de la investigación.



Posteriormente se realizó una retro-traducción con otros dos traductores también independientes. Por último, las traducciones realizadas fueron evaluadas de forma cruzada por los diferentes traductores, a los cuales se solicitó que estimasen el grado de concordancia en una escala de 0 a 10 (0= nada concordante y 10= totalmente concordante) entre las traducciones realizadas. El grado de correlación de las concordancias estimadas por los traductores fue de r=.89 para el LAWSEQ, de r=.87 para el BES y de r=.85 para el ChEAT.



Se realizó un primer examen empírico de los cuestionarios con una muestra piloto de 23 niños/as - con edades comprendidas entre los 8 y los 12 años, que posteriormente se incluirían en el estudio final - con el fin de evaluar el funcionamiento general de los cuestionarios. Se modificaron o matizaron aquellos ítems que mostraron alguna ambigüedad. Se introdujeron cambios en los ítems 1 “em fa molta por engreixar-me”, 12 “Quan faig exercici penso que serveix per aprimar-me”, 20 “He decidit fer règim”, 21 “M’agrada sentir-me la panxa buida”, 24 “Menjo aliments que aprimen”, 25 “Sento que els aliments són el centre de la meva vida” y 26 “Intento menjar poc en els àpats”.



<b>Recogida de datos</b>



Una vez seleccionadas las escuelas, se solicitó la autorización a la delegación del Departament d’Ensenyament de la Generalitat de Catalunya de Girona, que a su vez informó a los coordinadores de centro sobre la finalidad de la investigación y pidió su colaboración.



La recogida de datos se realizó durante el curso escolar 2000-2001 y se completó durante el primer trimestre del 2002.

La administración fue individual y heteroaplicada, el investigador leía cada uno de los ítems de los diferentes cuestionarios y anotaba las respuestas del sujeto. De esta manera se pretendía minimizar la distorsión en la comprensión de las preguntas debido a la corta edad de los niños/as, centrar la atención en las pruebas, especialmente en el BIA, y que los alumnos que participaban en la investigación no perdieran horas lectivas de su calendario escolar. La administración individual tuvo una duración aproximada de entre 10 y 15 minutos por sujeto. El orden de administración de las escalas fue el siguiente: registro de peso y altura, escala de autoestima general (LAWSEQ), escala de autoestima corporal (BES), cuestionario de conducta alimentaria (ChEAT), escala de imagen corporal (BIA).



Una vez finalizado el proceso de recogida de datos se eliminó el 3% de los casos debido a inconsistencias en las respuestas o falta de interés de los sujetos durante la administración de las pruebas.

Resultados

<b>Descriptivos de la muestra</b>



La muestra total de estudio estaba formada por 457 sujetos, de los cuales un 55.14% eran niños (n=252) y un 44.86% eran niñas (n=205), con edades comprendidas entre los 8 y los 12 años, con una media de edad de 10.14 años para los niños (DE=1.38) y de 10.30 para las niñas (DE=1.38) (tabla 1).

Foto Resultados

En la tabla siguiente (tabla 2) se muestran los datos descriptivos de los cuestionarios Body Esteem Scale (BES), Self-Esteem Questionnaire (LAWSEQ), Children Eating Attitude Test (ChEAT), el Índice de Masa Corporal (IMC), y el Body Image Assessment (BIA) por sexo y edad.

Foto parrafo

Se realizo un análisis múltiple de la varianza (MANOVA) para comprobar si existen diferencias significativas entre los factores sexo (niños y niñas) y grupos de edad (8, 9, 10, 11 y 12 años), sobre la base del conjunto de variables dependientes LAWSEQ, BES, ChEAT y BIA.



Por sexos, se halló una mayor autoestima general (LAWSEQ) en los niños (ME=16.45, DE=4.20) que la observada en el grupo de niñas (ME=15.86, DE=4.83)(F[1,457]=3.64, p=.05), una mayor puntuación media total en el ChEAT en niños (ME=11.27, DE=7.07) que la hallada en las niñas (ME=9.83, DE=6.45)(F[1,457]=3.76, p=.05). El grupo de niños también eligió de promedio una imagen futura significativamente mayor (ME=3.7, DE=.62) que las seleccionada por las niñas (ME=3.3, DE=.62) (F[1,457]=44.8, p=.001). No se observaron diferencias estadísticamente significativas en las puntuaciones medias de la autoestima corporal (BES) (F[1,457]=.69, p=.40), la imagen del yo Real (F[1,457]=.82, p=.36), Ideal (F[1,457]=.006, p=.93) y Social (F[1,457]=1.80, p=.17) del BIA entre ambos sexos.



Por grupos de edad se hallaron diferencias estadísticamente significativas en las puntuaciones medias del BES (F[4,457]=4.63, p=.001) entre los 12 y los 8,9 y 11 años, con una autoestima menor en el grupo de mayor edad (12 años) respecto a los grupos de menor edad (9,8,11>12). Se observaron diferencias estadísticamente significativas (F[4,457]=4.48, p=.001) en la autoestima general (LAWSEQ) entre los grupos de mayor edad (11 y 12 años) respecto al grupo de menor edad (8 años) (11,12>8). También se hallaron diferencias significativas en la imagen del yo Real entre los grupos de edad de 10 y 12 años respecto a los de 8 y 9 años (10,12 >8,9) (F[4,457]=5.04, p=.001). En cambio, no se observaron diferencias significativas por edades en las puntuaciones medias totales del ChEAT (F[4,457]=1.62, p=.16), imagen del yo Ideal (F[4,457]=1.63, p=.16), Social (F[4,457]=2.29, p=.05) y Futura (F[4,457]=1.43, p=.22) del BIA entre edades (Figura 1).



Respecto a la interacción entre los factores sexo y edad, los análisis realizados no señalaron diferencias estadísticamente significativas entre las interacciones en ninguna de las variables dependientes estudiadas:

BES (F[4,457]=.83, p=.50); LAWSEQ (F[4,457]=.84, p=.50); ChEAT (F[4,457]=.88, p=.47); BIA-Real (F[4,457]=1.31, p=2.64); BIA-Ideal (F[4,457]=.53, p=.71); BIA-Social (F[4,457]=.59, p=.66); BIA-Futura (F[4,457]=1.6, p=.17).

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Fiabilidad interna de los cuestionarios

La consistencia interna de cada una de las escalas se determinó calculando el coeficiente alfa de Cronbach que indica la homogeneidad de las respuestas a los ítems en cada uno de los cuestionarios.



Para la Body-Esteem Scale (BES) se obtuvo un alfa de Cronbach de alfa=0.80, con correlaciones ítem-total que oscilan entre un mínimo de r=.76 y un máximo de r=.80.



El Children Eating Attitudes Test (ChEAT) presentó un alfa total de 0.76 y correlaciones ítem total para toda la escala que varían entre un coeficiente mínimo de r=.74 y un máximo de r=.76. Los coeficientes de fiabilidad parciales para cada una de las subescalas que lo forman fueron de alfa=.57 para Control Oral, alfa=.50 para Bulimia, y alfa=.74 para Dieta.



El coeficiente de fiabilidad del Self-Esteem Questionnaire (LAWSEQ) fue de alfa=0.67, con correlaciones ítem-total comprendidas entre r=.61 y r=.69.

Respecto a la subescala visual del Body Image Assessment (BIA) imagen del yo Real, los coeficientes de validez externa con el criterio fueron los siguientes: Imagen del yo Real y peso, r= .60 (p<.001); Imagen del yo Real e IMC, r= .66 (p<.001).



Selección de grupos sobre-peso, normopeso e infrapeso



La distribución de los diferentes grupos a partir de sus respectivos Índices de Masa Corporal (IMC) se ha realizado en base a los datos antropométricos de crecimiento de la población española (Requejo y Ortega, 2000). Un 0.9% de la muestra (n=4) presentaba infrapeso, situándose por debajo del valor del percentil 3 en las tablas de referencia (valores del IMC inferiores a 13.19 kg/m2 y 13.45 kg/m2 dependiendo de la edad). El 94% de la muestra (n=431) se hallaba dentro del rango de valores de normopeso, con valores de IMC comprendidos entre 16.70 kg/m2 y 18.23 kg/m2. Por último, un 4.8% de la muestra (n=22) tenia sobrepeso, situándose por encima del percentil 97 (valores del IMC superiores a 20.20 kg/m2 y 23.02 kg/m2 dependiendo de la edad) (Figura 2).

Foto Fiabilidad interna de los cuestionarios

Los resultados hallados concuerdan con los obtenidos en la población general española donde aproximadamente entre un 5-10% de los niños en edad escolar pueden clasificarse como obesos (Requejo y Ortega, 2000).

Comparaciones grupo normopeso

A continuación se analizan los datos obtenidos en el grupo de sujetos con normopeso, no se incluyen en este análisis aquellos participantes que presentaban infrapeso (0.9% de la muestra) o sobrepeso (4.8% de la muestra), para evitar sesgos debidos al IMC en la interpretación de los resultados globales.

La muestra final de estudio quedo formada por 431 sujetos, de los cuales un 54.5% eran niños (n=235) y un 45.5 % niñas (n=196). La media de edad fue de 10 años (DE=1.30) para los niños y de 10.28 años para las niñas (DE=1.30). El IMC medio del grupo normopeso fue de 18.14 kgrs/m2 (DE=2.70).

En la tabla 3 se muestran los resultados del análisis de la varianza (ANOVA) de las puntuaciones del BES, ChEAT, LAWSEQ, BIA e IMC por sexos. Como se puede observar, el grupo de niños presenta una puntuación media total en el ChEAT significativamente mayor (M=11.03; DE=6.84) que la obtenida en el grupo de niñas (M=9.44; DE=6.23). En el análisis de las puntuaciones medias de cada una de las subescalas que componen el ChEAT (Control Oral, Bulimia y Dieta), se hallaron diferencias estadísticamente significativas entre sexos en el factor Dieta (F[1,430]=5.42, p=.02). En conjunto, los niños manifiestan un mayor control de la Dieta, se preocupan en más ocasiones por quemar calorías cuando hacen ejercicio y por que los alimentos contengan menos calorías (ME=5.54, DE=4.99) que las niñas (ME=4.48, DE=4.48). En cambio, no se observaron diferencias estadísticamente significativas entre sexos en los factores Bulimia (F[1,430]=1.80,p=.18), donde las conductas purgativas son prácticamente inexistentes (ítems 9 y 23), y Control Oral (F[1,430]=.93, p=.33).

Foto Comparaciones grupo normopeso

No se hallaron diferencias estadísticamente significativas entre ambos sexos en las puntuaciones medias de la autoestima corporal (BES), autoestima general (LAWSEQ) e Índice de Masa Corporal (IMC)(figura 3).

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Respecto a las puntuaciones obtenidas en el Body Image Assessment (BIA), se observaron diferencias estadísticamente significativas en las escalas visuales imagen del yo Real (F[1,430]=8.25, p=.004), imagen del yo Social (F[1,430]=5.36, p=0.02) e imagen del yo Futuro (F [1,430]=34.7, p=.000). Las niñas identifican la imagen de su yo Real (cómo creen que son) y de su yo Social (cómo creen que son vistas) con figuras más ajustadas a la silueta media de la escala (4 puntos) que las elegidas por los niños, que optan por siluetas ligeramente más delgadas. No sucede lo mismo con la elección de la imagen del yo Futura (la que les gustaría tener en un futuro inmediato), donde niños y niñas se sitúan por debajo del valor central de la escala, aunque las niñas seleccionan una figura significativamente más delgada (ME=3.33,DE=.62) que la seleccionada por los niños (ME=3.68, DE=.62)(figura 4). No se observaron diferencias estadísticamente significativas entre sexos en las puntuaciones medias de la escala imagen del yo Ideal (F[1,430]=1.13, p=.28), aunque hay que destacar que los valores medios de esta escala se sitúan, tanto en los niños (ME=3.7, DE=.75) como en las niñas (ME=3.8, DE=.67) ligeramente por debajo del valor central de 4 puntos.

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En la tabla siguiente (tabla 4) se muestran las distribuciones de los porcentajes de las diferencias entre la imagen real y la ideal por sexos en el grupo normopeso.

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No se observaron diferencias estadísticamente significativas entre las distribuciones de las diferencias entre imagen real e imagen ideal por sexo (x²= 4.62, gl=2; p=0.09). Un 24.7 % de los niños preferían una figura ideal mayor que la figura elegida como real, mientras que un 16.3% de las niñas elegía una figura mayor que la real. Un 34.5% de los niños optaron por una silueta ideal menor que la real, frente a un 39.8% de las niñas que prefirieron una figura ideal menor. Un 40.9 % de los niños seleccionaron una imagen del yo Ideal igual que la imagen del yo Real, un porcentaje similar se observa en las niñas, donde un 43,9 % de ellas eligió la misma silueta para identificar su yo Real y su yo Ideal (figura 5).

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En total, un 42,2 % de la muestra eligió la misma figura en el yo ideal y en el yo real, mientras que un 36.9% de la muestra prefirió un figura ideal más delgada que la real, frente a un 20.9% que la prefirió mayor. De este último porcentaje, los niños representan un 13.5% del total frente a un 7.4% de las niñas.

En la tabla 5 se muestran las intercorrelaciones de los cuestionarios BES, LAWSEQ, las subescalas control oral, bulimia y dieta del ChEAT, y las escalas visuales del BIA Imagen del yo Real, Ideal y Social en niños y niñas.

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Se observa en ambos sexos una correlación significativa y de signo positivo entre el IMC y la estimación de la imagen del yo Real (BIA) (niños: r=.69, p<0.01; niñas: r=.62, p<0.01), así como una correlación moderadamente alta entre la estimación de la imagen del yo Real y del yo Social, tanto en niños (r=.80, p<0.01) como en niñas (r=.81, p<0.01).

Cabe destacar que en ambos grupos se observa una correlación positiva aunque baja entre la autoestima corporal (BES) y la estimación de la imagen del yo Real (BIA) (niños: r=.32, p<0.01; niñas: r=.30, p<0.01).

En ambos sexos se observa también una asociación positiva entre la autoestima corporal (BES) y la autoestima general (LAWSEQ), moderada en el grupo de niñas (r=.40, p<0.01) y baja en el grupo de niños (r=.25, p<0.01).

El grupo de niñas muestra una asociación negativa y moderada entre las puntuaciones de autoestima corporal (BES) y autoestima general (LAWSEQ) con las puntuaciones de la subescala Dieta del ChEAT (r=-.42, p<0.01; y r=-.30, p<0.01 respectivamente).

Comparación de grupos según el punto de corte del ChEAT

A partir del punto de corte del Cheat (>20 puntos), los sujetos con normopeso se clasificaron en dos grupos. Un grupo, con puntuaciones iguales o inferiores a 20 puntos, formado por 386 individuos (89.6 % de la muestra) y otro grupo, con puntuaciones totales en el ChEAT superiores a 20 puntos, constituido por 45 individuos (10.4% de la muestra).

En la tabla 6, se muestra el resultado del análisis de la varianza (ANOVA) de las puntuaciones medias del LAWSEQ, BES, las escalas visuales imagen del yo Real, del yo Ideal, del yo Social, y del yo Futuro del BIA, y el IMC, entre grupos con puntuaciones inferiores y superiores al punto de corte del ChEAT.

Foto Comparación de grupos según el punto de corte del ChEAT

En primer lugar, los resultados obtenidos muestran diferencias estadísticamente significativas entre las puntuaciones medias de ambos grupos en las escalas LAWSEQ (F[1,430]=10.85,p=.001 y BES (F[1,430]=12.66, p=.001). El sentido de estas diferencias indica que el grupo con puntuaciones superiores al punto de corte del ChEAT, manifiesta una menor autoestima general (LAWSEQ) y corporal (BES) que el grupo con puntuaciones inferios a dicho punto. Cabe destacar, en cambio, que no se observaron diferencias estadísticamente significativas en las puntuaciones medias del IMC (F[1,430]=.89, p=.34) entre ambos grupos (figura 6).

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En segundo lugar, también se hallaron diferencias estadísticamente significativas en las puntuaciones medias de las escalas del BIA, imagen del yo Ideal (F[1,430]=20.38, p=.000) e imagen del yo Social (F[1,430]=19.63, p=.000) entre ambos grupos. Los sujetos con puntuaciones ChEAT superiores al punto de corte, presentan una puntuación media en la elección de la imagen del yo Ideal menor (ME=3.37; DE=.91) que el grupo con puntuaciones inferiores (ME=3.87; DE=.67). Es decir, los sujetos que puntúan por encima del punto de corte del ChEAT eligen una silueta del yo Ideal ligeramente más delgada que aquellos que se sitúan por debajo. En ambos casos, las puntuaciones medias obtenidas se sitúan por debajo del valor central de la escala BIA.

En cambio, las puntuaciones medias en la imagen del yo Social son significativamente inferiores en el grupo con puntuaciones ChEAT < 20 (ME=3.81; DE=.89) que en el grupo de sujetos con un ChEAT > 20 (ME=4.48; DE=1.37). En este caso, el grupo de niños y niñas con puntuaciones superiores al punto de corte de ChEAT, manifiestan una imagen Social del yo mayor; es decir, creen que son vistos con una silueta mayor que aquella con la cual se identifican (yo Real), y esta imagen social se sitúa por encima del valor central de la escala de 4 puntos, aunque no así en el grupo ChEAT<20, en el que la puntuación promedio del yo Social se encuentra por debajo del valor central del BIA.

No se hallaron diferencias significativas entre las puntuaciones medias de ambos grupos en la imagen del yo Futuro (F[1,430]=.01,p=.91), aunque hay que destacar que los dos grupos de sujetos se sitúan cerca de medio punto por debajo del valor central de la escala.

Se observaron también diferencias estadísticamente significativas en las discrepancias en la imagen del yo Real e Ideal, y en la imagen del yo Real e imagen del yo Social entre ambos grupos. El grupo ChEAT>20 presenta una puntuación media mayor en la discrepancia entre la imagen del yo Real con la imagen del yo Ideal (ME=.52; DE=.74), lo que indica la elección de una silueta ideal más delgada que la silueta elegida como indicadora de la imagen del yo Real. Además, este grupo también muestra puntuaciones significativamente menores y negativas entre la diferencia de la imagen Real con la imagen Social (ME=-.58; DE=.80), que denota que los sujetos con puntuaciones ChEAT>20 manifiestan una percepción subjetiva de la imagen de su yo Social mayor que la estimación subjetiva de la imagen de su yo Real y, por lo tanto, de una mayor discrepancia entre ambas estimaciones del yo corporal (figura 7).

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Respecto a las distribuciones de la diferencia entre imagen del yo Real e imagen del yo Ideal en ambos grupos, un 47.2% (n=182) de los sujetos con puntuaciones inferiores al punto de corte del ChEAT, eligieron la misma figura para representar la imagen de su yo Real e Ideal, frente a un 32.9% (n=127) que prefirieron una imagen del yo Ideal más delgada y a un 19.9% (n=77) que la eligieron de mayor tamaño. En cambio, un 71.1% (n=32) de los participantes del grupo con puntuaciones superiores al punto de corte del ChEAT, seleccionaron una imagen más delgada que la imagen del yo real previamente elegida, mientras que un 28.9% (n=13) la prefirieron de mayor tamaño que la real. Hay que destacar que ninguno de los participantes de este grupo coincidió la elección de la imagen real con la ideal. Las diferencias en las distribuciones observadas son significativas (x²=30.71, gl=2, p=0.001) (tabla 7)(figura 8).

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A continuación se compararon los resultados obtenidos por el grupo de sujetos con normopeso que presentaban además puntuaciones superiores a 20 en el ChEAT, con el grupo de sujetos con sobrepeso. El 65.2% de los niños (n=30) se encontraban en la franja de normopeso, frente a un 71.4% (n=15) de las niñas. Respecto al grupo de sobrepeso, el 34.8% eran niños (n=16), frente a un 28.6 % de niñas (n=6). Por grupos de edad la distribución de los porcentajes de sujetos con sobrepeso respecto al total de esta submuestra, fue la siguiente: 9 años, 12.5% (n=2); 10 años, 30.8% (n=4); 11 años, 53.8 % (n=11) y 12 años, 56.3 % (n=12) de niños con sobrepeso.

Como se muestra en la tabla 8, la prueba de comparación de muestras no paramétrica para datos independientes U de Mann-Whitney señaló diferencias estadísticamente significativas en la puntuación media total del ChEAT entre ambos grupos. Los sujetos con normopeso y con puntuaciones por encima de 20 puntos en el ChEAT, presentaban una puntuación media (ME=24.27, DE=4.07) significativamente mayor (p<.001) que la observada en el grupo con sobrepeso (ME=16.09, DE=9.04). También se hallaron diferencias estadísticamente significativa en las puntuaciones medias del LAWSEQ (p<.05), (p<.001), y BIA real (p<.001), Ideal (p<.001), Social (p<.001) y Futura (p<.05), aunque no en las puntuaciones medias totales del BES (p=.17) entre ambos grupos.

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El sentido de estas diferencias muestra que, a pesar de un IMC superior en el grupo con sobrepeso, la autoestima corporal no difiere significativamente del grupo normopeso con puntuaciones ChEAT>20. Sí se observan diferencias, en cambio, en la puntuación media del LAWSEQ, en el sentido de que el grupo con sobrepeso presenta una mayor autoestima general y, sobre todo una mayor adaptación al entorno social (tienen menos problemas para relacionarse o jugar con otros niños en la escuela), que el grupo normopeso. Como cabria esperar, este último grupo presenta una puntuación media total en el ChEAT significativamente más alta que el grupo con sobrepeso. Esta diferencia adquiere sentido si consideramos que el ChEAT valora actitudes y conductas alimentarias. La dirección de estas diferencias señala que el grupo con normopeso considera que los demás prefieren que coman más y piensan que está demasiado delgados, reciben presiones para que coma, se sienten incómodos después de ingerir dulces y les gusta probar nuevos alimentos con más frecuencia que el grupo de sujetos con sobrepeso.

Lógicamente, el grupo de individuos con sobrepeso elige una silueta del yo Real mayor (ME=5.44, DE=.74) que el grupo con normopeso y ChEAT>20 (ME=3.9, DE=1.17), y lo mismo sucede con la elección de la imagen del yo Social, donde el grupo de sujetos con sobrepeso elige una imagen significativamente mayor (ME=5.48, DE=1.21) que la elegida por el grupo normopeso y ChEAT>20 (ME=3.98, DE=1.37).

También la diferencia en la elección de la imagen del yo Ideal es estadísticamente significativa. Mientras que el grupo de sujetos con sobrepeso elige una imagen del yo Ideal casi medio punto por encima del valor central de la escala BIA (ME=4.30, DE=.57), el grupo de sujetos con normopeso y puntuaciones ChEAT superiores a 20 elige una imagen que se sitúa por debajo del valor central de la escala BIA (ME=3.67,DE=.91). Por último, se hallaron diferencias significativas en las puntuaciones medias de la imagen del yo Futuro entre ambos grupos. Así, mientras que el grupo con sobrepeso sitúa su imagen futura en la parte central de la escala BIA (ME=3.95,DE=.65), el grupo con normopeso y ChEAT>20, elige una imagen significativamente menor (ME=3.51, DE=7.6), situándose medio punto por debajo de la imagen seleccionada por el grupo con sobrepeso (figura 9).

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Discusión

En primer lugar, los resultados obtenidos muestran una aceptable fiabilidad interna de todos los cuestionarios adaptados. En concreto, la adaptación del ChEAT presenta un coeficiente de fiabilidad total alfa=.76, análogo al hallado en el estudio original de Maloney et alt. (1988).

La fiabilidad interna de la Body Esteem Scale (BES) fue de alfa=.80, equiparable también a la obtenida por Katz et alt. (1982) que fue de un alfa=.87.

Respecto al Lawrence Self-Esteem Questionnaire (LAWSEQ) el alfa de Cronbach obtenida fue de .67, semejante a la fiabilidad hallada en el trabajo original (Lawrence, 1981) que fue de .70 para ambos sexos y para todos los grupos de edad incluidos en el estudio.

En cuanto a la escala visual BIA, los resultados obtenidos se limitan a la validez externa de la imagen del yo Real con respecto a las variables criterio peso e IMC. Los coeficientes de correlación ítem-criterio obtenidos son aceptables e incluso superiores a los obtenidos en otros trabajos (Collins, 1991).



La correlación hallada en nuestro estudio entre la imagen del yo Real y el peso fue de r=.60, mientras que la referida en el estudio original fue de r=.36. La correlación BIA-Real e IMC hallada en nuestro trabajo también es superior (r=.66) a la obtenida en el original (r=.37), lo que permite concluir que la escala BIA-Real presenta unas aceptables propiedades psicométricas de validez externa.

En segundo lugar, los resultados obtenidos en conjunto no indican la existencia de una mayor autoestima corporal en niños que en niñas. En cambio, si aparecen diferencias en la autoestima corporal si tenemos en cuenta la edad de los sujetos. En efecto, conforme aumenta la edad de los participantes e independientemente del sexo, disminuye la autoestima corporal, esto se evidencia, sobre todo, en el grupo de mayor edad (12 años), que es el que presenta una autoestima corporal más baja respecto a los niños de menos edad. En parte, estos resultados no coinciden con los hallados por otros estudios, que destacan una menor autoestima corporal en las niñas (Prendergast, 2001; Hoyt et alt., 2001; Keel et alt., 1997). Como indican otros autores (Olivardia, 2002), es posible suponer que estas diferencias en la autoestima corporal sean debidas a los inicios de la pubertad y a una extenalización del locus de control (Prendergast, 2001), por lo que es probable que todavía no sean detectables en esta edad. En cualquier caso, los resultados obtenidos en nuestro estudio no permiten confirmar tales hipótesis respecto a la autoestima corporal, pero sí respecto a la autoestima general. En este sentido, los resultados obtenidos ponen de manifiesto que en conjunto, existe una menor autoestima general en niñas que en niños, sobre todo respecto a la opinión de los demás y a la interacción social. Tanto en niños como en niñas la autoestima general aumenta con la edad, un hecho que, como sostienen algunos autores (Harter, 1982), estaría relacionado con un aumento de la competencia, habilidades y aceptación social, que sería mayor en las niñas que en los niños.



Ahora bien, si se seleccionan sólo los niños y niñas con un IMC considerado normal para su edad, los resultados obtenidos difieren de los hallados en la muestra total. En este caso, los niños manifiestan unos comportamientos alimentarios de mayor control y preocupación por la dieta que las niñas, aunque las diferencias halladas pueden ser debidas a un mayor número de sujetos varones en la muestra. No obstante, estos resultados coinciden con los hallados por Schur et al., (2000) que señalan la existencia de un control y preocupación por los alimentos tanto en niños como en niñas, y que esta particular orientación hacia la alimentación sería un factor de riesgo hacia posteriores actitudes alimentarias restrictivas. Además, la autoestima corporal y la autoestima general están moderadamente relacionadas en las niñas (r=.40), aunque no tanto en niños (r=.25). Este dato estaría en consonancia con aquellos estudios (Gustafson-Larson, Terry, 1992; Sasson, et al., 1995) que señalan la incipiente aparición en edades tempranas de una relación entre cómo perciben, sobre todo las niñas, su apariencia física y la valía personal. A esto, hay que añadir que las niñas con una menor autoestima corporal mantienen un control más restrictivo sobre la dieta (r=-.42). Esta misma asociación aparece también en niños, aunque de forma más moderada (r=-.27). Tanto en niños como en niñas un mayor IMC se muestra asociado a una menor autoestima corporal, aunque en el caso de las niñas una menor masa corporal se relaciona con un mayor control sobre la dieta.

Por otra parte, las niñas optan por una imagen futura bastante más delgada que la elegida por los niños y ambos seleccionan como imagen futura unas siluetas que se sitúan por debajo del valor medio de la escala. En el caso de las niñas la tendencia hacia una figura delgada es más manifiesta que en los niños, tanto a la hora de elegir una imagen futura como en la selección de un yo ideal, que en ambos sexos se sitúa también por debajo del valor central de la escala. Estos datos vendrían a corroborar los resultados de otros estudios que señalan la existencia de una orientación hacia un cuerpo delgado ya en la preadolescencia y que sería mayor en niñas. Así, un estudio británico halló que el 41% de niñas de entre 9 y 10 años ya preferían una figura corporal delgada (Hill et alt., 1994). Otros estudios han confirmado estos porcentajes, Rolland et alt. (1997), por ejemplo, señalan que el 50% de las niñas de su investigación buscan estar más delgadas. Los resultados de nuestro estudio apuntan en la misma dirección, un 39.8% de las niñas prefieren una figura ideal más delgada que la que tienen en la actualidad. Los niños también muestran preferencia por un ideal más delgado, un 34.5% elige una figura representativa de su yo ideal más delgada que la imagen de su yo real. Estos últimos datos son coherentes con los obtenidos por otros autores (Maloney et al.,1989; Collins, 1991), que informan que los niños manifiestan una preocupación por estar más delgados mucho mayor que el deseo de tener una figura más voluminosa. Por ejemplo, Collins (1991), señala que el 30% de los niños de su muestra de estudio preferían una figura más delgada, frente a un 23% que prefería un figura más gruesa. En nuestro estudio, un 24.7% de los niños prefirieron un figura ideal mayor que la real, frente a un 16.3% de las niñas. En los niños, la selección de una figura más gruesa se explicaría porque prefieren un cuerpo más musculoso, y por lo tanto tienden a elegir una figura más ancha como representativa de un cuerpo más voluminoso y musculado (Schur et alt., 2000). Sin embargo, los datos obtenidos señalan la existencia de una orientación hacia un cuerpo más esbelto y delgado también en niños, que supera incluso a aquellos que eligen como figura ideal una silueta más voluminosa y se aproxima en porcentaje a las niñas que optan también por una silueta ideal más delgada.

El porcentaje de sujetos que eligen la misma imagen real que la ideal es de un 40.9% en niños y de un 43.9% en niñas, porcentajes similares a los encontrados por Collins (1991) que refiere un 47% en niños y un 44% en niñas.

En tercer lugar, un 10.4% del total de la muestra de sujetos con normopeso puntuó por encima del punto de corte del ChEAT establecido por Maloney et alt. (1988) en 20 puntos. De este porcentaje, un 3.5% eran niñas y un 7% niños. En conjunto, el porcentaje hallado de sujetos con puntuaciones superiores al valor de criterio del ChEAT se sitúa dentro de los porcentajes hallados por otros autores, aunque no así su distribución por sexos. En general, las investigaciones realizadas hasta la fecha indican porcentajes que oscilan entre un 8.8%-14% en niñas y un 4.7%-8% en niños preadolescentes (Ricciardelli y McCabe, 2001). Concretamente, Maloney et al. (1989) señalan en su estudio la existencia de un 6.8% de niñas y niños de entre 8 y 13 años, con puntuaciones por encima de 20 puntos en el ChEAT, porcentajes muy similares a los hallados por Sazón et al. (1995) con un 10% de niñas y un 7% de niños que se sitúan por encima del valor criterio. Rolland et al. (1997), refieren un porcentaje muy superior, con un 24% de los niños y niñas con un valor superior al punto de corte del ChEAT, de los cuales un 14% eran niñas y un 8% niños. También la investigación de Veron-Guidry y Williamson (1996), informa de porcentajes que se sitúan en torno al 12% de niños y niñas de entre 8 y 13 años que puntúan por encima de 20 puntos en el ChEAT.

Thomas y Ricciardelli (2000) en un estudio realizado con niños de entre 8 y 10 años, informan de un 11.3% de niñas y un de 9.5% de niños con puntuaciones iguales o superiores a 20 en el ChEAT. Por su parte, Schur et al. (2000) encuentran porcentajes más bajos, un 4.8% del total de niños y niñas estudiados presentaban puntuaciones por encima del valor criterio, aunque no halló diferencias respecto al sexo.

Respeto a las diferencias entre los sujetos con puntuaciones superiores e inferiores al punto de corte del ChEAT, los resultados hallados muestran que los niños y niñas con puntuaciones por encima de 20 en el ChEAT y que, teóricamente, tendrían un posible riesgo de TCA, presentan una menor autoestima general y corporal, prefieren una silueta representativa de su yo Ideal más delgada y creen que son vistos por los demás como más gordos de los que creen que son, a pesar de que no hay diferencias estadísticamente significativas en la elección del yo Real ni en el IMC entre este grupo y los sujetos que puntúan por debajo de 20 en el ChEAT. Las diferencias entre la imagen del yo Real con respecto a la imagen del yo Ideal y del yo Social muestran una mayor discrepancia en el grupo de niños y niñas con puntuaciones mayores a 20; es decir, optan por una imagen ideal mucho más delgada que el otro grupo y creen que son vistos por los demás con una figura más gruesa que la que creen que realmente tienen. Hay que destacar que todos los sujetos de este grupo presentan algún tipo de discrepancia y no hay ninguno que esté satisfecho con la imagen que tiene, mientras en el grupo con puntuaciones en el ChEAT inferiores a 20, el 47.2% no discrepa de su imagen real. En porcentajes, el 71.1% de los niños y niñas con puntuaciones superiores al valor criterio del ChEAT tienen como ideal corporal una figura más delgada que la real. Estos resultados concuerdan con los obtenidos por diversos autores (Strauman y Glenberg, 1994; Strauman et al., 1991; Williamson, Davis, Goreczny et al., 1989) que señalan la existencia de una relación entre la sobreestimación corporal y la discrepancia entre la imagen del yo actual con la del yo ideal con los TCA. Otros estudios (Keeton, Cash y Brown, 1990) han puesto de manifiesto también una asociación entre la magnitud de la discrepancia yo real- yo ideal con los TCA y con la aparición de estados afectivos negativos hacia la propia el propio cuerpo.

Los resultados en todos los casos indican claramente una tendencia hacia la delgadez en preadolescentes de ambos sexos y, lo que es más importante en nuestro caso, son niños y niñas que tienen un peso normal para su edad. Veron-Guidry y Williamson (1996) llaman la atención sobre este hecho y destacan, junto a Bryant-Waugh y Lask (1995), que esta tendencia puede favorecer la aparición precoz de TCA o bien un peor pronostico en la adolescencia. También se constata el hecho de que la insatisfacción y preocupación por el propio cuerpo son ya detectables antes de la pubertad (Sands et al., 1997).

Las investigaciones realizadas desde hace más de quince años sobre las repercusiones psicológicas de la pubertad en el desarrollo adolescente, han centrado sus estudios en los cambios madurativos, tanto en los no directamente observables (p.e aumento paulatino de secreciones hormonales) como en los cambios físicos evidentes para el propio sujeto y su entorno (p.e desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, aumento del crecimiento, aparición de la menstruación en mujeres), y su relación con la insatisfacción corporal, preocupación por la propia imagen, problemas de autoestima, etcétera. La detección de estos problemas antes de la pubertad ha hecho que algunos autores hayan centrado sus hipótesis en las influencias externas que reciben los niños, y no tanto en los aspectos madurativos ya sean biológicos o psicológicos. Diversos estudios han centrado sus hipótesis en el estudio de la transmisión intergeneracional de la insatisfacción con la propia imagen corporal y con los TCA (Whitehouse y Harris, 1990; Whelan y Cooper, 2000). Otros, en cambio, han llamado la atención sobre las influencias socioculturales (Weigel, 2001) y como la familia, amigos y medios de comunicación influyen sobre la satisfacción con la propia imagen. También hay suficientes evidencias de que la insatisfacción corporal y una baja autoestima en preadolescentes, están relacionados con determinados ideales de imagen y belleza infantil que aparecen en los medios de comunicación, sobre todo en anuncios o series televisivas, y no tanto con el ideal de imagen corporal de los adultos (Gibbons, 2000).

Ahora bien, si existe una preocupación evidente por la figura corporal en preadolescentes con un índice de masa corporal normal para su edad, cabe preguntarse ¿qué sucede con aquellos niños y niñas con sobrepeso? Los resultados obtenidos en nuestro trabajo con la submuestra de sujetos con sobrepeso (ME=27.69 kgrs/m2, DE=2.12) no indican diferencias en la autoestima corporal respecto a los sujetos con puntuaciones superiores a 20 en el ChEAT; es decir, los niños y niñas de ambos grupos muestran los mismos niveles de baja autoestima: están descontentos con su aspecto y forma física, y consideran que los demás tienen una opinión negativa de su imagen corporal. En cambio, es importante destacar que los niños con sobrepeso tienen una autoestima general significativamente más alta que los niños con normopeso y ChEAT >20 puntos. A diferencia de lo que sería posible esperar, los niños y niñas con sobrepeso tienen una buena autoestima general, sobre todo en aquellos aspectos de relación con los demás niños y en sus actividades académicas. A pesar de tener una baja autoestima corporal y de reconocer que su imagen corporal genera una visión negativa en los demás, esto no impide que manifiesten un buen nivel de autoestima y de relación social. Como sería de esperar, los sujetos de este grupo ejercen un menor control sobre sus conductas de ingesta y dieta. También hay que destacar que optan por una figura ideal significativamente más gruesa que el grupo con normopeso y puntuaciones ChEAT superiores a 20. Lo mismo sucede en la elección de su figura futura donde, a pesar de ser significativamente mayor que en el otro grupo, se sitúa ligeramente por debajo de valor central de la escala BIA. Estos datos abundan en lo dicho anteriormente, la baja autoestima y la aparición de conductas alimentarias restrictivas afectan a preadolescentes con un peso normal en mayor medida que aquellos niños y niños que objetivamente tienen un problema de sobrepeso que afectaría a su autoestima corporal, pero no a otras de sus dimensiones. Estos resultados podrían interpretarse en la dirección señalada por Sarwer y Thompson (2002), en el sentido de que el nivel de competencias sociales, sobre todo la relación con los amigos en la escuela, no se ve tan directamente afectado en esta edad, como probablemente lo esté durante la adolescencia, cuando socialmente el nivel de competencia social exigido es mayor, en especial en las relaciones con el otro género cuando la imagen corporal adquiere una especial relevancia en las relaciones sociales.

Conclusiones

Los resultados obtenidos permiten concluir una aceptable fiabilidad de los instrumentos adaptados Body Esteem Questionnaire (BES), Lawrence Self-Esteem Questionnaire (LAWSEQ), Body Image Assessment (BIA) y Childrens Eating Attitudes Test (ChEAT), aunque con ciertas reservas en este último cuestionario. A pesar de que Smolak y Levine (1994) han demostrado la validez factorial del ChEAT y un posterior estudio (Thomas y Ricciardelli, 2000) ha confirmado la existencia de cuatro factores, los resultados del análisis factorial obtenidos en nuestro trabajo son inconsistentes y no permiten confirmar la estructura factorial descrita en las investigaciones mencionadas. A esto hay que añadir que la mayoría de estudios, incluido el original de Maloney et al. (1988), sólo establecen la fiabilidad interna del cuestionario y dan por supuesto que se mantiene la misma estructura factorial que en el EAT-26. Por otra parte, y debido a los pocos estudios realizados, hay escasas evidencias acerca de si las conductas y los posibles trastornos de la alimentación tendrían las mismas características en niños y en niñas (Kelly et al., 1999). Debido a este hecho, la mayoría de investigaciones realizadas hasta ahora con este cuestionario se han limitado a utilizar la puntuación global del ChEAT y no la de sus posibles factores.

Además, gran parte de los estudios realizados utilizan el ChEAT como instrumento de cribaje, tomando como criterio el mismo punto de corte establecido para la versión de adultos sin que se haya establecido su validez discriminante en niños. Maloney et al., (1988) ya señalaron en el estudio original del ChEAT la necesidad validar el cuestionario con muestras clínicas, aunque también indicaron que el ChEAT podía ser un instrumento importante que ayudase a evaluar la preocupación por la comida, los patrones de dieta y las actitudes alimentarias en niños.

Todo esto podría explicar, en parte, la variabilidad existente entre los porcentajes de niñas y niñas de riesgo referidos por las diferentes investigaciones, que oscilan entre un 4% y un 14%. En cualquier caso, posteriores investigaciones deberían centrarse en determinar la validez externa del ChEAT con entrevistas semiestructuradas (Thomas y Ricciardelli, 2000) y en muestras clínicas, que permitieran consolidar al ChEAT como un instrumento fiable de cribaje.

Aunque con algunos matices, las conclusiones de este trabajo se sitúan en la línea de la mayoría de investigaciones sobre autoestima corporal, actitudes y conductas alimentarias en niños preadolescentes donde, en general, se insiste en un desplazamiento de la preocupación por la imagen corporal y en la aparición de determinadas conductas restrictivas o de control alimentario hacia edades cada vez más tempranas. Hay también un amplio acuerdo sobre la necesidad de realizar estudios longitudinales que contemplen el papel de la familia, de las relaciones so



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