El 4 de diciembre tuvimos el encuentro de “Los padres en la vida y en la literatura” en el ciclo LiterariaMENTE. Esta vez participaron la escritora MERCEDES HALFON y la analista económica y escritora LUCÍA RODRÍGUEZ https://www.youtube.com/watch?v=QDcfd3hKFgQ
Empezaron señalando que cuando leemos la historia de otros, en realidad, nos estamos leyendo a nosotros mismos. Ambas han escrito sobre sus padres en los libros Clavarse las uñas y Vida de Horacio. Lucía era alumna en el taller de escritura que impartía Mercedes. Si no hubiera sido por ese espacio, estaba convencida que no podría haber escrito este libro. Qué importante señalar la labor que hacen los clubs de lectura y escritura.
Sus dos libros hablan sobre padres que están vivos. Comentaban cómo en los dos textos, existía una cierta pretensión de que el libro se completara en vida para que pudiera ser leído por ellos. Lucía contó cómo en la narración se dio cuenta que tenía algo inconcluso en la vida. Pensó en escribir algo que pudiera llevar a la práctica; es decir, enviarle el libro a su padre
para que lo leyera. Por su parte, Mercedes grabó a su padre durante tiempo. Le interesó registrar su voz de casi 90 años. Él había sido docente. Quería guardar su forma de hablar y sus anécdotas. Recomendó que, si tenemos historias entre nuestros familiares, las grabemos.
Ambas estaban de acuerdo en que la escritura cambia los vínculos. Es cierto que sus libros retratan figuras paternas distintas. Lucía describe a un padre como una figura fantasma al acecho. En su libro, hay más cosas que se omiten a que se dicen. Ambas pensaban que la escritura delimita contornos familiares. Una indaga en los huecos o espacios que no se hablan normalmente por prudencia. Creían que los relatos familiares, en realidad, son nuestros propios relatos y que es complicado dónde se marca el límite en lo que se dice o no se dice.
Lucia compartió el testimonio que ella tuvo que añadir más que quitar. Para que la trama tuviera sentido, tenía que rellenar huecos. Fue creyendo en su propósito a medida que escribía porque, al principio, no era consciente de lo tenía dentro. Le gustaba una frase que escuchó en el taller de Mercedes, “la historia la escribe los que escriben”. Se dio cuenta que quería escribir esta historia pensando en una escultura que le regaló su padre. Se trataba de una niña sumisa que mira hacia abajo. Pensando en ello, se abrió en canal. Quería contar una historia desde ella misma. En su libro, narra dos figuras paternas muy opuestas que generan narrativas distintas.
Les sorprendía a las dos cómo habían escogido hablar de las figuras paternas cuando ahora se lleva más poner voz en la literatura a las madres. Hablaban de por qué utilizaban la primera persona para escribir. Querían hablar sobre ellas. Querían contar su punto de vista. A Mercedes le inspiró acudir a las escuelas donde trabajaban sus padres por la noche. Es lindo, decía, cuando un hijo conoce la vida civil de los padres. En su caso, ver a su padre como profesor y como militante. Le gustaba verle desde afuera.
También se comentó el papel de la madre en el libro de Lucía. A pesar de existir violencia soterrada, la madre y el hermano justificaban. Le decían: “en el fondo tu padre te quiere y es buena persona.” La protagonista tenía que integrar una parte familiar complicada.
Lo vivió como un choque de relatos en un sistema. Su pretensión fue poner en palabras esa violencia ya que esa falta de acogimiento duele. Comentaba cómo esto es algo habitual en muchos sistemas familiares perversos. En este ecosistema, es complicado que esté bien delimitado quién ejerce la perversión y con qué consecuencias. Para ella, fue una necesidad
física escribir el libro. Se vio incapaz de seguir albergando esa tensión entre la vivencia física yel relato. Cuando se produce una quiebra, uno necesita sacar ese sufrimiento, decía.
Decía que la literatura puede ser terapéutica, pero no tiene por qué ser el objetivo.
Mercedes compartía cómo en el libro El trabajo de los ojos, hubo algo terapéutico en un sentido poco profesional. No cree que le sirviera como algo catártico, pero le liberó de los problemas. De niña, tenía problemas de visión. Este libro le sirvió para profundizar sobre su imagen. El proceso de convertir eso en material literario le ayudó a procesar mejor su problema de una manera más profunda y simbólica. Este proceso, decía, ayuda a que se vaya formando una nueva visión sobre el tema. Ella se convirtió en una coleccionista de textos que hablan sobre la mirada y ojos. Piensa que la literatura le ayudó a cambiar la perspectiva. La literatura no hace milagros, pero para Lucía sí hubo algo transformador en el proceso de escribir el libro. No hubiera sido el mismo impacto psíquico si no hubiera ido al taller. Cuando leyó en el taller un texto se sintió validada en un entorno, a diferencia de su familia donde no le comprendían. A través de la escritura, generó sentido y vio cómo poder ser recogido por otros. Para ella tuvo una potencia transformadora muy grande. Además, en su caso, ha habido un cierto resarcimiento y venganza en la posibilidad de hacer entrega del texto. “Yo puedo saber lo que ha ocurrido y ahora te lo devuelvo”, decía. A pesar de ello, afirmaba que le quedaba mucho por procesar aún.
Una asistente al encuentro comentaba cómo le llamó la atención en la novela de Lucía la ira de la mujer. Se habló de lo mal visto que sigue estando hablar de la ira a nivel femenino. La protagonista tiene mucha ira que no exterioriza. La autora estaba de acuerdo, por eso llamaba al libro Clavarse las uñas , porque a pesar de dar una imagen de sonrisa y ocultación,
por dentro sentía unos síntomas físicos del sufrimiento a los que no se daba salida. Esa protagonista tiene algunos rasgos de personalidad como ser antipática, perversa, deshonesta…porque no podía hacer sacar su dolor. Había pensado en un título anterior como era, Un estorbo en la garganta. Estas frases se refieren a malestares físicos que no tiene salida
en lo público, pero sí en lo privado.
Se continuó hablando de que existen pocas novelas que hablen de relaciones entre padres e hijos. A Mercedes le encanta el libro Apegos Feroces de Vivian Gornick. En él, retrata un vínculo madre hija mientras pasean por Nueva York. Es un libro central para entender relaciones neuróticas entre padres e hijos. Estas miradas crudas y ambivalentes aportan
mucho. Muchas veces hay que hacer esto para digerir el legado familiar. Se nombró el libro Poeta Chileno de Alejandro Zambra que es un inmenso libro sobre familias hechizas, poetas y poetastros. Otro libro mencionado fue el de Mario Calabresi, Salir de la noche. Se hizo mención a esos padrastros o madrastras que hacen de figuras de apego para otros. No se
habla mucho de esa posibilidad de encontrar padres y madres en otras figuras ajenas a lo estricto. Lo definieron como afectos regalados que eran un campo de exploración literaria.
También se habló del libro Vengo de ese miedo de Miguel Ángel Oeste para hablar del miedo que uno siente al poder verse reflejado en unos rasgos que no quieres porque son heredados de un padre biológico y genético. Lucía decía cómo cuando escribes no quieres repetir esas cosas que has visto. Esa maldad que te infecta es como un parásito que te coloniza y te hace ver que estás infectado. Hay algo que se impregna y hay que sacarlo para que sea una verdadera catarsis. Se dio una lectura positiva a cómo la propia maternidad podía ayudar a romper con ese papel heredado al ejercer otro tipo de crianza. A veces, es necesario mirar para atrás para volver a mirar para adelante. La maternidad te obliga a revisar vínculos.
Así concluye este segundo ciclo literariamente 2024 ¡!!!!!Nos vemos en el 2025!!!!!!!!!!
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