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Segundo encuentro literariamente en León. El paisaje leonés como metáfora de la memoria y el duelo

Fecha Publicación: 11/11/2025

Autor/autores: Literariamente: Libros y salud mental
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La literatura y la salud mental se encuentran este otoño, además de en Madrid, en León con la llegada del ciclo Literariamente, organizado por el Instituto Leonés de Cultura (ILC), la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC), Fundación Manantial y el Hospital Universitario Ramón y Cajal. Este proyecto ha aterrizado también en la provincia con tres encuentros gratuitos que reunirán a reconocidos escritores y a profesionales de la salud mental para dialogar sobre la capacidad terapéutica de las artes y su impacto en el bienestar emocional.


El 3 de octubre tuvo lugar la segunda sesión. En esta ocasión, se trató de la conversación entre Emilio Gancedo, escritor y Juanjo Jambrina, psiquiatra y columnista en La Nueva España, deliberar y Jotdown. Emilio Gancedo agradeció la invitación y destacó la valentía del proyecto “Literariamente”, que apuesta por crear espacios donde “discursos distintos se cruzan sin miedo a la heterodoxia”. Su obra ‘Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural’ (2015), publicada por la editorial Pepitas, va por su cuarta edición. Con el sello Pepitas también publicó la novela ‘La brigada 22’, que fue finalista del Premio de la Crítica de
Castilla y León en 2020, y, en 2023, el libro ‘Barrio húmedo’, libro protagonizado por los habitantes de un casco histórico que podría ser el de cualquier ciudad española, con el vino y las tabernas como principales hilos conductores.


Uno de los primeros temas en emerger fue la aparente distancia entre la literatura y la medicina, especialmente la psiquiatría. Sin embargo, Gancedo propuso la idea de que ambos campos trabajan “en los márgenes de lo humano”. “Los escritores habitamos mundos que a veces se apartan de lo normativo, de lo socialmente aceptado. En esos territorios encontramos personajes, voces y vivencias que desafían el sentido común. De algún modo, no estamos tan alejados de la clínica”, dijo. Jambrina, por su parte, afirmaba: “Aunque somos médicos, nuestra labor principal está en la comprensión del lenguaje, del pensamiento, de esas capacidades humanas superiores. Esto crea un puente natural entre ambas disciplinas”.

Para ilustrar este punto, recordó cómo su lectura clínica de Hamlet le permitió redescubrir la obra de Shakespeare como un tratado precoz de psicopatología, donde los conflictos internos, la melancolía y la ambivalencia afectiva se describen con una profundidad que sigue vigente varios siglos después.

Gancedo añadió una perspectiva complementaria: la mirada etnográfica sobre la salud mental en el mundo rural tradicional. “He conocido personajes en el mundo rural que en su comunidad tenían un lugar, un sentido social: la bruja, el que hablaba con la tierra.” Este punto abrió la reflexión hacia la dimensión cultural del sufrimiento mental y cómo, a lo largo de la historia, las sociedades han elaborado formas diversas de integrar o excluir a quienes presentan alguna conducta que se aparta de lo normativo.“Hoy, en cambio, —observó Jambrina— vivimos en una época que tiende a patologizar todo. El dolor, la tristeza o la ansiedad leve se convierten en diagnósticos. Esta medicalización excesiva puede invisibilizar a las personas con verdadero sufrimiento”.

Un tema central y recurrente fue el poder de la palabra y la escucha. Gancedo compartió múltiples experiencias en las que el simple acto de contar la propia historia, en un ambiente de confianza, se convierte en un factor de sanación. “Cuando alguien me narra su vida para un libro y luego me dice: ‘Ahora que te lo he contado todo, me siento mejor’, sé que la literatura, la narración, no es solo arte, sino también terapia.” Jambrina apoyó esta idea desde la clínica: “No siempre se trata de curar con fármacos o técnicas, sino de acompañar, deofrecer un espacio de escucha activa. Esto tiene un valor terapéutico fundamental, que la literatura y la psiquiatría comparten”. Así, la conversación puso en valor las raíces comunes de ambas disciplinas: la atención a la persona, el reconocimiento de su historia y la construcción  conjunta de sentido.

La charla también exploró cómo las enfermedades mentales no son entidades fijas, sino que su expresión y definición dependen del contexto histórico y cultural. “El sufrimiento psíquico no se manifiesta igual en todas las épocas. La histeria del siglo XIX es distinta a las formas actuales de depresión o trastorno de ansiedad. Incluso el cine refleja y modela esas percepciones”, explicó Jambrina. Citó el impacto que tuvo la película Psicosis en la imagen social de la esquizofrenia y cómo hoy día predominan trastornos como la ansiedad, la hiperactividad o los trastornos del espectro autista, que reflejan también cambios en nuestro modo de vida.

Siguiendo con esa línea, fue inevitable que Jambrina hablara de la dicotomía que hoy atraviesa la medicina: la medicina del deseo frente a la medicina de la necesidad. Por un lado, tenemos la atención a patologías concretas, graves, que requieren intervención urgente y fundamentada. Por otro, surge una medicina que atiende demandas sociales o personales no estrictamente médicas, como el uso de medicamentos para adelgazar o para mejorar el rendimiento cognitivo, consumidos por personas sin una enfermedad diagnosticada. Este auge responde, en buena parte, a un fenómeno social: la presión por alcanzar ciertos estándares físicos, profesionales o sociales, impulsada, cómo no, por la hiperconectividad y la cultura de la imagen que vivimos. El sistema público de salud, con recursos limitados, no puede absorber estas demandas sin riesgo de colapsar. Por eso, es fundamental diferenciar claramente cuándo una intervención es necesaria y cuándo responde a un deseo, aunque legítimo, que debe gestionarse fuera del sistema público.

Siguió Jambrina hablando de la importancia de la escucha. La consulta no es solo un espacio para recetar o diagnosticar, es un espacio para escuchar, para compartir, para que el paciente se siente, se exprese, y se le ofrezca tiempo, que es a menudo lo que más falta en la atención sanitaria moderna. El diálogo en sí mismo, esa conversación sincera y pausada, tiene un efecto terapéutico profundo.

Pero el ritmo acelerado y la reducción del tiempo de consulta están haciendo que ese valor se pierda. La tecnología puede ayudar, sí, pero no debe sustituir esa relación humana que es esencial para entender al paciente más allá de sus síntomas.
Sobre el impacto de las redes sociales y la imagen en la salud mental, explicó Jambrina cómo la explosión de las redes sociales ha cambiado radicalmente la manera en que las personas, especialmente los jóvenes, se relacionan con su imagen, con su autoestima y con el grupo social. Este fenómeno, relativamente nuevo y poco estudiado en profundidad, representa un reto enorme para los profesionales de la salud mental. La presión por encajar en un modelo estético o social impuesto, la búsqueda constante de validación a través de likes y seguidores, y la exposición temprana a contenidos inapropiados o dañinos, pueden agravar o incluso generar problemas de salud mental. Pero no se trata solo de prohibir o limitar el acceso a ciertas plataformas, sino de educar, proteger, y fortalecer los entornos familiares y educativos para que los jóvenes aprendan a gestionar estas influencias con madurez.

Según él, más allá de la tecnología, el verdadero sostén para la salud mental de las nuevas generaciones está en la educación y en la familia. La capacidad de poner límites, de transmitir valores y de ofrecer un ambiente seguro y coherente es crucial para que los niños y adolescentes desarrollen una autonomía sana. Sin ese soporte, las redes sociales se convierten en un refugio peligroso donde se reproducen muchas de las carencias sociales y emocionales.Por eso, uno de los grandes retos es reforzar esos pilares básicos, que hoy en día, en muchas sociedades occidentales, se ven erosionados por la fragmentación familiar y la falta de tiempo.

Continuó Gancedo hablando de la imaginación. Tomemos por ejemplo la película Her:una ficción que resulta verosímil, pero que no es veraz. La literatura debe tener mucho cuidado con los modelos que ofrece la sociedad, porque no todo lo que se imagina debe tomarse como un referente real. Siguió Jambrina diciendo cómo hace mucho tiempo, los grandes novelistas como Mateo Díez, Pedro Aparicio o José María Merino se documentaban profundamente para sus novelas, trabajaban mucho para dar consistencia a sus relatos, sobre todo cuando tocaban aspectos técnicos o sociales complejos. Ahora, sin embargo, se ven novelas escritas apresuradamente en un par de cien folios de ordenador, con prólogos por delante y por detrás, pero con un contenido superficial. Sobre Her dijo que es una gran creación artística, pero no refleja una realidad palpable.

Un ejemplo claro de cómo la literatura puede causar daño es El sufrimiento de Werther, de Goethe. El llamado “efecto Werther” habla del supuesto aumento de suicidios tras la publicación de la novela. Sin embargo, este mito se basa en falsedades, porque muy pocas personas en aquel entonces podían acceder a ese libro o identificarse con personajes de un nivel social tan elevado.

Pero la historia sigue replicándose: hoy en día, series como Trece razones o ciertas películas y novelas siguen influyendo en la percepción del suicidio por amor, creando mitos peligrosos. El arte y, especialmente, el cine tienen una capacidad increíble para
influir en la sociedad, para bien y para mal. Por eso hay que tomarlo con precaución y responsabilidad.

Para Emilio, la literatura no es patrimonio exclusivo de grandes autores; todos tenemos la capacidad de contarnos historias y compartirlas. Sin embargo, la literatura profesional requiere técnica, rigor y una capacidad para reflejar la vida con honestidad y profundidad. Me gusta la literatura que habla de la vida, que aunque hable de mundos imaginarios, está arraigada en la condición humana. Que nos dice algo sobre nosotros mismos, con humor, con preguntas implícitas, que nos llena y nos invita a reflexionar. Por eso, vuelvo a la idea de que la conversación cotidiana también es literatura en cierta medida.

Se terminó hablando de los jóvenes. Dijo Jambrina que, aunque los suicidios consumados permanecen estables, lo que ha aumentado dramáticamente son los intentos y gestos autolíticos, llamadas de auxilio que a veces buscan evitar el desenlace fatal. Las intervenciones en emergencias se han multiplicado por cuatro o cinco en los últimos años.

¿Qué está pasando con la sociedad? Vivimos una época de cambios rápidos y sorpresas, como la pandemia, que nos ha dejado más vulnerables. Los jóvenes fallan no por enfermedades mentales graves, que permanecen estables, sino por la incapacidad de manejar la incertidumbre, los conflictos cotidianos, la falta de apoyos que generaciones anteriores sí tenían. El papel fundamental sigue siendo de la familia y la escuela, donde deben reforzarse los apoyos y la autoridad legítima para guiar y proteger a los jóvenes.


El encuentro concluyó con una reflexión profunda sobre la relación entre el malestar humano y la modernidad. Se destacó cómo, pese a los avances científicos y tecnológicos, el malestar no solo persiste, sino que parece incrementarse, en parte por la pérdida de los vínculos con el paisaje y la comunidad tradicional. Este paisaje, entendido no solo como entorno físico, sino también social y cultural, ofrecía un lazo esencial que hoy se ha visto reemplazado por un paisaje virtual, menos tangible y menos conectado con el cuerpo y la comunicación auténtica. Se subrayó la importancia de recuperar, desde la literatura y la salud mental, elementos como la cercanía, la palabra y la sociabilidad. Estos valores ancestrales, queconformaban el entramado humano en las comunidades rurales, son herramientas terapéuticas fundamentales que pueden y deben adaptarse a nuestro tiempo. La palabra, el diálogo sincero, el mirarse a los ojos y la capacidad de escuchar se presentaron como formas
poderosas para contrarrestar el aislamiento y la pérdida de sentido que caracterizan al mundo contemporáneo.

Otro punto clave fue la evocación de la autoeficacia que caracterizaba a las generaciones anteriores, especialmente aquellas que vivieron la posguerra. Esa capacidad para resolver los problemas cotidianos con esfuerzo, calma y coherencia se contrapone al frágil estado actual, donde incluso las pequeñas crisis pueden desestabilizar a la comunidad y al individuo. El reto consiste en recuperar esa autonomía vital. Finalmente, se puso sobre la mesa la metáfora de la ciudad leonesa, un lugar de memoria y duelo para quienes han partido y viven entre el deseo de regresar y la falta de oportunidades. La conversación dejó entrever la
necesidad de seguir con estos espacios de diálogo y reflexión.


Palabras clave: libros y salud mental
Tipo de trabajo: Post/Entrada de Blog
Área temática: Psicología general .

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