No hay dolor ni sueño que signifiquen lo mismo para cada deportista.
No hay dos lesiones iguales y el dolor es señal prototípica de la representación del cuerpo, sobre el que actúan en toda lesión deportiva: sustancias químicas, factores mecánicos y mecanismos psíquicos. Por ejemplo: un dolor en la pierna que persiste e invalida la posibilidad de competir, un mal paso o un paso no realizado en la paternidad del record, el fallido de una patada al balón, “algo” que debe elaborarse psíquicamente se elabora físicamente produciendo fallos en la práctica deportiva y lesiones en el cuerpo.
Médico Psicoanalista de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero
EL DOLOR EN LAS LESIONES DEPORTIVAS
Carlos Fernández del Ganso
Psicoanalista. Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero
correo.contacto@loquesea.com
RESUMEN
No hay dolor ni sueño que signifiquen lo mismo para cada deportista. No hay dos lesiones
iguales y el dolor es señal prototípica de la representación del cuerpo, sobre el que actúan en toda
lesión deportiva: sustancias químicas, factores mecánicos y mecanismos psíquicos. Por ejemplo: un
dolor en la pierna que persiste e invalida la posibilidad de competir, un mal paso o un paso no realizado
en la paternidad del record, el fallido de una patada al balón, "algo" que debe elaborarse psíquicamente
se elabora físicamente produciendo fallos en la práctica deportiva y lesiones en el cuerpo.
No hay dolor ni sueño que signifiquen lo mismo para cada deportista. No hay dos lesiones iguales
y el dolor es señal prototípica de la representación del cuerpo sobre el que actúan en toda lesión
deportiva: sustancias químicas, factores mecánicos y mecanismos psíquicos. Un dolor en los
isquiotibiales de la pierna que persiste e invalida la posibilidad de competir, un paso no realizado en
la paternidad del record, una patada al aire en el propósito de golpear un balón, "algo" que debería
elaborarse psíquicamente se elabora físicamente.
Nos centraremos en aquellas lesiones deportivas más frecuentes, las musculares, que ocupan el
80% del total y en cuya evolución el dolor es siempre imperativo para el pronóstico, pues el dolor
petrifica e impide la acción del deportista en su práctica y en la rehabilitación.
Toda lesión deportiva muscular debe considerarse "lo grupal" y el dolor es una singular señal de
alarma, es decir, que participan en la producción de la misma una serie de factores que señalan de
manera precisa los diferentes mecanismos psíquicos.
El llamado "entrenamiento invisible" tan fundamental en la preparación del deportista nos habla
de "lo invisible e inconmensurable" en cada deportista. El dolor, ese concepto que no puede visualizar
el ojo clínico, que no puede registrar instrumento tecnológico alguno y que sin embargo no cesa de
hablar a través del cuerpo descargando por la voz su semejanza con el grito.
A veces al deportista le duele en su lesión, el no poder hablar y esa detención motora de lo que
no debe detenerse, duele. Así cuando no hay movimiento el dolor es máximo y cuanto mayor es el
dolor más silencioso es el quejido.
Desde finales del siglo XIX, observaron los científicos la estrecha relación de las dolencias
musculares, óseas y articulares con el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos. Demostró
Sigmund Freud, que la posición histérica convierte en dolor físico lo que tenía que haber transcurrido
como dolor psíquico. Quede claro que la histeria no crea el dolor, sino que lo utiliza; utiliza una zona
erógena del cuerpo del deportista para expresarse. Es decir hay conexión entre el dolor físico y el
afecto psíquico doloroso.
El dolor es el más imperativo de todos los procesos, pudiendo considerarse que la descarga de
placer produce satisfacción y la descarga de displacer produce dolor en el sujeto. Siendo el dolor uno
de los márgenes del Principio que rige la tensión psíquica precisa entre el placer y el displacer.
Por eso que en toda lesión deportiva se puede escuchar no la causa del dolor sino el productoefecto de lo que habla inconscientemente en el cuerpo del deportista. Siendo el dolor una señal de
alarma que indica un goce intolerable, un displacer del cual no se puede huir mediante la motilidad.
Tratándose más de una detención de la motilidad, tan imprescindible en la práctica deportiva, que
algo del orden de la sensibilidad del atleta.
El dolor no integra manifestaciones motoras, de modo tal que cuando estas se presentan
demuestran ser consecuencias del mismo o reacciones ante él. La transición desde el dolor físico al
dolor psíquico corresponde al paso desde la carga narcisista a la carga de objeto, en la que la libido
se detiene en una zona que previamente se presentó como fuente erógena y sobre la que ahora recae,
en una segunda escena, el dolor en la lesión muscular.
Tratar el proceso de la lesión no asegura resolver el dolor que lo acompaña. En la ecuación
etiológica de toda enfermedad y lesión del cuerpo debemos considerar: el motivo, el mecanismo y la
sobredeterminación inconsciente, porque no es el dolor del traumatismo sino el dolor psíquico de los
límites, es decir el umbral de excitación lo que el proceso álgido alerta. De tal modo que la sensación
displaciente del dolor señala los límites económicos del aparato psíquico en la que el cuerpo habla.
Si revisamos la semiología de la sensibilidad podemos ver que la sensibilidad de nuestro cuerpo
descansa en la activación de las terminaciones nerviosas repartidas en el seno de los tegumentos y
de las estructuras profundas: músculos, vasos, vísceras. Estas terminaciones o receptores
transforman una estimulación mecánica, térmica, química o eléctrica en un mensaje aferente, de
llegada al cuerpo.
Las informaciones transmitidas tienen para el organismo dos significaciones posibles: función de
alarma, de protección o de aviso y la otra función es la exploración de las formas y adaptación de los
gestos analgésicos. Sin embargo no es posible considerar el dolor como una modalidad sensorial unida
a un sistema anatómicamente rígido con sus receptores, sus vías y sus centros.
En el examen de la sensibilidad podemos discernir entre: a) los dolores resultantes de una
afección somática que indican el funcionamiento normal del dispositivo somestésico (organización de
la sensibilidad del cuerpo) solicitado por estimulaciones anormales y b) el dolor neurológico que es
una respuesta anormal del sistema nervioso alterado por estimulaciones aferentes de orden fisiológico.
Sabemos que la calidad y la intensidad del dolor son difíciles de evaluar y la descripción depende
de cada sujeto pudiendo describirse como quemadura, trituración, mordedura, puñalada, descarga
eléctrica con una topografía y temporalidad permanente, paroxística, fulgurante, continúa, difusa...
Merecen la atención para establecer un diagnóstico diferencial las llamadas parestesias que son
sensaciones "anormales" no dolorosas, descritas como hormigueos o picazón.
Para pintar el cuadro clínico del dolor en las lesiones musculares citaremos algunas pinceladas
sobre los Mecanismos Psíquicos que intervienen en el proceso de las lesiones músculo esqueléticas,
siendo el dolor un límite corporal no mensurable, pero si audible y singular en todos los casos.
Primera pincelada:
En 1932 Alberte Einstein en correspondencia con Sigmund Freud se pregunta ¿Qué podría
hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra? Rescatamos un párrafo de la carta con la
que Freud responde a Einstein: "Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular
era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de quien debía llevarse a cabo.
Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó
aquel que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de
las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero
el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación
de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o
su oposición. Este objetivo se alcanza en forma más completa cuando la fuerza del enemigo queda
definitivamente eliminada, es decir, cuando se lo mata".
Y cuando el mayor enemigo anida en el propio sujeto, puede darse la frecuente reiteración de
algunas lesiones en deportistas de élite. Un ejemplo clínico es el caso de aquel deportista que llegó a
nuestra consulta con tres lesiones en el plazo de seis meses de la porción larga del bíceps femoral en
la pierna derecha. Y a pesar de conseguir la mejoría de cada lesión muscular y la autorización médica
para volver a entrenar, en la repetición significante, insistía el conflicto inconsciente intolerable y
doloroso para el deportista que por fin pudo elaborarse. En los dos años posteriores no padeció recaída
alguna. El sentimiento inconsciente de culpabilidad juega un papel importante en toda lesión muscular
y la necesidad de castigo, en la lesión, alivia el dolor de la culpa.
Segunda pincelada:
La libido (energía psíquica) tropieza en los seres animados (pluricelulares) con el instinto de
muerte o de destrucción en ellos dominantes, que tiende a descomponer estos seres celulares y, a
conducir cada organismo elemental al estado de estabilidad anorgánica (aun cuando tal estabilidad
sólo sea relativa). Se le plantea al sujeto, pues, la labor de hacer inofensiva esta pulsión destructora,
lo que lleva a cabo orientándose en su mayor parte (con ayuda del sistema muscular) hacia fuera,
contra los objetos del mundo exterior.
Cuando el deportista no puede poner palabras en su vida cotidiana, termina poniendo el cuerpo,
de tal modo que la energía que debía canalizarse vía psíquica se deriva vía somática, sobrecargando
la función muscular, pues sabemos que ningún músculo actúa solo ni aún en el movimiento más
simple. Por eso decíamos que toda lesión muscular tiene un componente grupal, comunitario, social.
El dolor, que señala el aumento de tensión intolerable para el sujeto, es una cantidad
inconmensurable, no cuantificable y singular en cada sujeto, canalizándose vía pulsional. La pulsión
es un concepto que articula lo somático y lo psíquico, no siendo lo uno sin lo otro, siendo el
estancamiento de la libido, doloroso en todos los casos.
Tercera pincelada:
Que el niño guste tanto de juegos en los que se produce un movimiento pasivo, como el de
mecerse, y demande continuamente su repetición constituye una prueba del placer producido por
ciertos movimientos mecánicos. Sabido es, nos dice Freud, lo mucho que se usa el mecer a los niños
de carácter inquieto para lograr hacerles conciliar el sueño. El movimiento producido por los viajes en
coche y más tarde en ferrocarril ejerce un efecto tan fascinador sobre el niño, que todos los muchachos
tienen alguna vez en su vida el deseo de llegar a ser conductores.
La actividad muscular es para los niños una necesidad de cuya satisfacción extraen un placer
extraordinario. La tendencia a la lucha muscular con determinada persona, así como, en años
posteriores, la tendencia a la lucha oral, pertenece a los signos claros de la elección de objeto orientada
hacia dicha persona. En la producción de la excitación sexual por la actividad muscular se hallará quizá
una de las raíces del instinto sádico.
Con cierta frecuencia escuchamos en el proceso de lesiones óseas y articulares, rasgos
inconscientes de masoquismo, ante un evento importante o ante lo que conlleva mejoras en el
contrato para el deportista. El sujeto no abandona gustoso nada que le hay producido placer y toda
novedad puede ser vivida con peligro. No olvidemos que se dice que "más vale lo malo por conocido
que lo bueno por conocer". Si no fuéramos tan buenos en la derrota, podríamos ser mejores en la
victoria.
Cuarta pincelada:
La derivación hacia el exterior de la pulsión (instinto) de muerte, como instinto de destrucción,
parece ser esencial para la conservación del individuo y se lleva a cabo por medio del sistema
muscular. Al establecerse el superyó (como heredero de una función vigilante) considerables
proporciones del instinto de agresión son fijadas en el interior del yo (con funciones de movilidad en
el sujeto) y actúan allí en forma autodestructiva, siendo éste uno de los peligros para la salud a que
el hombre se halla expuesto en su camino hacia el desarrollo cultural.
En general, contener la agresión es malsano y conduce a la enfermedad (a la mortificación). Una
persona presa de un acceso de ira suele demostrar cómo se lleva a cabo la transición de la agresividad
contenida a la autodestrucción, al orientarse aquélla contra la propia persona.
Y en los deportes se confunde con frecuencia la agresividad (estructural para el sujeto y
necesaria para la competición) con la agresión (al no poder ser empleado de las palabras, puede
entrar en escena el cuerpo). El cuerpo del deportista le pertenece al equipo. Todo deporte es grupal
y el dolor en las lesiones musculares, óseas y articulares se mitiga correctamente, si además del
tratamiento del dolor físico, consideramos el dolor anímico y por ende el alto poder analgésico de la
interpretación psicoanalítica que construye situaciones en donde no es necesario dolerse tanto ante la
novedad que aporta la libido para el sujeto.
Quinta pincelada:
El dolor surge -primera y regularmente- cuando un estímulo que ataca la periferia traspasa los
dispositivos de la protección contra los estímulos y pasa a actuar como un estímulo instintivo continuo.
Contra dicho estímulo continuo se muestran impotentes los actos musculares; actos que son eficaces
en toda otra ocasión al sustraer al estímulo "el lugar" sobre el que él mismo recae.
Y que el dolor no parta de un punto de la epidermis, sino de un órgano interno, no cambia en
nada la situación, nos señala Freud, pues se trata únicamente de la sustitución de un punto de la
periferia exterior por otro de la interior. En toda lesión se produce un tiempo psíquico diferente; tiempo
no cronológico ni lineal, sino discontinuo y recurrente, una segunda escena, que actúa de manera
singular en cada deportista, de ahí que las recuperaciones de algunas lesiones parezcan "milagrosas"
en algunos deportistas o de evolución incomprensible en otros casos.
Sexta pincelada:
Los síntomas más frecuentes en la histeria de conversión, tales como las parálisis motoras, las
contracturas, los actos involuntarios y los dolores son procesos de carga psíquica, ya sean
permanentemente fijos, ya sean intermitentes. Dicho carácter hace aún más difícil su explicación si
no se considera la temporalidad del concepto inconsciente.
Por medio del análisis llegamos, sin embargo, a averiguar cuál es el proceso perturbado al que
sustituyen. En la mayoría de los casos resulta que la excitación tiene también una participación directa
en dicho proceso, como si la "energía" del mismo se hubiera concentrado en el punto a que afectan.
Así, comprobamos que en la situación primitiva, en la cual tuvo efecto la represión, existía realmente
el dolor (primera escena) que ahora se nos muestra como señal de alarma.
Por su parte, la parálisis motora no es sino la defensa contra un acto que en dicha situación
inicial debió de haber sido realizado, y que, por el contrario, resultó inhibido.
Las contracturas corresponden generalmente, al desplazamiento sobre un distinto punto del
cuerpo de una inervación muscular a la propuesta en la situación indicada. Por ejemplo ante la huida
el sujeto puede tropezar o cuando corresponde la flexión de la pierna la extiende inadecuadamente o
cuando se da a una misma mano dos órdenes contradictorias se puede paralizar.
El cuerpo es pulsional, es decir goza, pesa, protesta o habla. Así expresamos sentimientos, por
ejemplo, a través de los músculos de la cara en los gestos.
Y cuando un deportista entrena lo físico, lo táctico y lo psíquico el nivel de lesiones y el pronóstico
es sensiblemente mejor.
Séptima pincelada:
En el dolor físico nace una elevada carga narcisista del lugar álgido del cuerpo, carga que
aumenta cada vez más y «vacía», por decirlo así, al yo. Libido que se dirige (en respuesta a la señal
de alarma del dolor) a la zona álgida, como hacen las células del sistema inmunitario ante la infección.
Sabido es que cuando padecemos intensos dolores en los órganos internos surgen en nosotros
imágenes espaciales y cenestésicas de tales partes del cuerpo; imágines inexistentes en nuestra
ideación consciente.
También podemos resaltar el hecho singular de que los dolores físicos no alcanzan jamás su
máxima intensidad cuando nuestra atención psíquica se halla acaparada por otros intereses (sin que
pueda decirse que tales dolores permanecen inconscientes), y esto halla su explicación en el hecho
de la concentración de la carga en la representación psíquica del lugar doloroso. Alguien aquejado de
un dolor deja de interesarse por el mundo exterior, en cuanto no tiene que ver con su dolencia, incluso
retira de sus objetos amorosos su interés libidinoso, cesando así de amar mientras sufre.
La vulgaridad de este hecho también tiene una explicación en términos de la teoría de la libido.
El enfermo retrotrae su libido al propio yo concentrándose en la curación, "concentrándose está su
alma - dice el poeta con dolor de muelas- en el estrecho hoyo de su molar".
Última pincelada.
Cuando no hay movimiento el dolor es máximo, porque cuando uno se mueve ya hay alguna
noticia de uno mismo, da cuenta de alguna imagen de sí. Insistimos en la necesidad de castigo que
está en juego en las lesiones, una necesidad satisfecha por el castigo que apacigua el dolor. Hay veces
que el sentimiento inconsciente de culpa toma otras formas como el sentimiento de inferioridad en las
distensiones musculares de los futbolistas, que estructuralmente son equivalentes.
Sabemos que el dolor es un límite del cuerpo. La angustia y la culpa son otros límites del cuerpo,
que conviene aprender a escuchar en los deportistas. De modo tal que allí donde se muestra una
fractura o una grieta, puede verse normalmente una articulación; así cuando arrojamos al suelo un
cristal, éste se rompe pero no caprichosamente en pedazos, sino que lo hace con arreglo a sus líneas
de fractura, en trozos cuya delimitación aunque invisibles, estaban sobredeterminadas por la
estructura del cristal.
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