VIOLENCIA EN LA PAREJA
Sara de la Cruz Cruz.
sarizdcruz@gmail.com
Violencia conyugal, mujeres, etapas, procesos, cambio.
Conjugal violence, women, stages, processes, change.
RESUMEN
El presente trabajo tuvo como objetivo, describir las etapas y procesos de cambio en el
pensamiento de mujeres sobrevivientes de violencia desde el modelo Transteórico de
Prochaska y DiClemente. Se trabajó con 5 mujeres que estuvieran separadas actualmente de
su agresor. Las técnicas de recolección de información fueron la autobiografía y la entrevista a
profundidad. Los resultados indican que para las mujeres la motivación, autoconfianza, toma
de decisiones y autoeficacia son factores importantes de empoderamiento para no permanecer
en una situación de violencia y alejarse de la misma. De esa forma el cambio no se presenta
de manera lineal sino circular, es decir, la mujer en ocasiones retrocede a etapas y procesos
anteriores, sin llegar a la precontemplación en la progresión a la etapa de mantenimiento
asociada a la violencia conyugal.
ABSTRACT
The present work had as aim, describe the stages and processes of change in the thought of
surviving women of violence from the model Transteórico de Prochaska and DiClemente. One
worked with 5 women who were separated nowadays from his aggressor. The technologies of
compilation of information were the autobiography and the interview to depth. The results
indicate that for the women the motivation, autoconfidence, capture of decisions and
autoefficiency are important factors of empoderamiento not to remain in a situation of violence
and to move away from the same one. Of this form the change does not appear in a linear but
circular way, that is to say, the woman in occasions moves back to stages and previous
processes, without coming to the precontemplación in the progression to the stage of
maintenance associated with the conjugal violence.
INTRODUCCIÓN
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VIOLENCIA EN LA PAREJA
Uno de los efectos devastadores que tiene la mujer que es víctima de violencia conyugal es
que siente traspasar el límite de su individualidad personal generando en ella sentimientos de
inferioridad e impotencia. El hecho de ser el blanco de este delito le acarrea experiencias
traumáticas como: desorganización de la conducta, incredulidad o negación de lo vivido,
conmoción y depresión (Vieyra, Gurrola, Balcázar, Bonilla y Vírseda, 2009).
Este trabajo tiene la finalidad describir las etapas y procesos de cambio en el pensamiento en
mujeres sobrevivientes de violencia conyugal desde el Modelo Transteórico de Prochaska y
DiClemente abordado desde un enfoque cualitativo.
En México, las primeras instancias que se ocuparon de trabajar con el fenómeno de la violencia
conyugal y sus víctimas fueron organismos no gubernamentales. Para el gobierno mexicano el
tema de la violencia intrafamiliar comenzó a adquirir verdadera importancia hace una década y
fundamentalmente en 1994 con los preparativos de la Delegación Mexicana para la IV
Conferencia y del Informe de México realizado por el Comité Nacional Coordinador de la IV
Conferencia Mundial de la Mujer. Estos niveles de violencia hacia la mujer superan
considerablemente los de los países desarrollados. Ello significa que requiere tomar en cuenta
aspectos que permitan diseñar una política que enfrente de manera integral el problema
(Pérez, 2011; citado en Torres y Vega, 2012).
Hoy en día la violencia conyugal que se ejerce contra las mujeres ha sido considerada por
mucho tiempo como algo "natural" y de carácter privado. En México, como en casi todo el
mundo, persisten las creencias sobre lo que deben ser los comportamientos femeninos y
masculinos con base en estereotipos marcados llamados roles o construcción de género. Se
suele pensar que las mujeres son por naturaleza dulces, sumisas, sentimentales y pasivas,
mientras que los hombres son fuertes, activos, agresivos y dominantes (Del Río, Amina y
Flores, 2010, citados Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva, 2010).
La Organización Mundial de la Salud, denuncia que entre el 10 y el 50 por ciento de las
mujeres han sufrido abusos por una pareja en algún momento de su vida y que entre el 12 y
el 25 por ciento fueron forzadas a mantener relaciones sexuales. La violencia no hace
discriminación alguna, sin embargo, existen diversos estudios en los que se puede constatar
que la mayor parte de las personas que la padecen son mujeres (Vírseda, Gurrola, Balcázar y
Bonilla, 2009).
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2015) de acuerdo con la situación de
su actual relación de pareja, la violencia que ejercen dichas parejas en contra de las mujeres
es de distinto tipo y magnitud. Los datos señalan que la violencia física y/o sexual alcanzo a
7.2% de las mujeres con expareja. La mayoría 9de las mujeres separadas o divorciadas
(77.7%), ha sido sometida a agresiones de todo tipo por parte de sus exparejas o sus
exesposos principalmente violencia física y/o sexual junto con alguna de otro tipo de violencia.
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Solórzano (2001; citado en Quesada y Robles, 2003) refiere a partir de la evaluación realizada
al modelo de intervención que atiende a mujeres víctimas de violencia doméstica, concluye
que se integran al grupo de apoyo con problemas de autoestima, sin redes de apoyo y
desconocimiento de sus derechos; sin embargo, el proceso grupal se constituye en un factor
esencial para que ellas logren su empoderamiento y por ende, superen su situación personal.
El INEGI (2013), refiere la prevalencia de denuncia por violencia es escasa como lo reporta
que sólo casi dos de cada diez mujeres que vivieron violencia en su relación se acercaron a
una autoridad a pedir ayuda (13.6%). De ellas, 32.6% lo hizo a un ministerio público para
levantar una denuncia, otra proporción importante recurrió al DIF (32%), y en menor medida
a otras autoridades como son la policía (20%), la presidencia municipal o delegación (15.4%)
y a los institutos (estatales o municipales) de la mujer (9%).
Ante las estadísticas, el interés de realizar la presente investigación y describir las etapas y
procesos en el cambio de pensamiento de mujeres sobrevivientes de violencia conyugal,
tomando en cuenta sus antecedentes de vivirla en algún momento de su vida. Para su
explicación de la violencia conyugal el Modelo de Prochaska y DiClemente plantea puntos
importantes, este modelo ha elaborado intervención en tratamientos para adicción al
alcoholismo, sin embargo, no existe el planteamiento en investigaciones sobre las etapas y
procesos de pensamiento que experimenta una mujer sobreviviente de violencia conyugal,
donde actualmente ya no la viva. Tomando en cuenta que los estudios e investigaciones
asociadas a la violencia conyugal están se enfocan a las consecuencias y posibles trastornos
desencadenantes de la violencia cuando una mujer es víctima de violencia conyugal.
El Modelo Transteórico de Prochaska y DiClemente (1979; citado en Álvarez 2010), también
puede clasificarse dentro de los modelos de tipo motivacional-individualistas, pero su
acercamiento al cambio es más multidimensional, pues comprende etapas y procesos de
cambio y variables.
Las etapas de cambio constituyen la dimensión temporal de los cambios; los procesos son las
actividades iniciadas o experimentadas por una personal para modificar el afecto, la conducta,
las cogniciones o las relaciones interpersonales; las variables psicosociales son las tentaciones,
la autoeficacia y los balances decisionales. El modelo secuencia las etapas sobre la base de
plazos que la persona se fija para iniciar el proceso de cambio (Flórez, 2007; citado en Álvarez
2010).
Es por lo anterior que el objetivo de la investigación fue describir las etapas y los procesos de
cambio de mujeres sobrevivientes de violencia conyugal desde el Modelo de Prochaska y
DiClemente.
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VIOLENCIA EN LA PAREJA
MARCO TEÓRICO
Capítulo I. Violencia conyugal
En el presente capítulo se describen las distintas definiciones de violencia conyugal, las
manifestaciones, características, ciclo de la violencia, consecuencias, estadísticas y los
enfoques teóricos que la han abordado para su estudio.
Definición de Violencia Conyugal
La Organización Mundial de la Salud (OMS, 1960; citado en Ruíz, López, Hernández, Castañeda
y Águila, 2013), define la violencia como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de
hecho, o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause
o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del
desarrollo o privaciones.
La OMS (1960; (OMS, 1960; citado en Ruíz, et al. 2013) identifica a la violencia conyugal
como una pandemia que afecta a mujeres de todas las razas, cultura, niveles socioeconómicos
o educativos, la violencia contra la mujer como problema de salud pública requiere de un
abordaje interdisciplinario.
Duque, Rodríguez y Weinstein (1990; citados en Moscoso, Pérez y De La Luz, 2012), la
violencia conyugal apunta al uso de medios instrumentales por parte del cónyuge o pareja
para intimidar psicológicamente o anular física, intelectual y moralmente al otro miembro de la
pareja, sea en una unión consensual o legal; en este sentido, aun cuando la mayoría de los
estudios señalan a las mujeres como las víctimas principales y al hombre como el victimario
habitual, la violencia conyugal no se enfocaría exclusivamente a la ejercida por el hombre
sobre la mujer sino que puede darse en ambas direcciones. Esta forma de violencia ha tendido
a ser utilizada como equivalente a la violencia familiar, las distintas definiciones, sin embargo,
evidencian cómo lo conyugal constituye más bien una de las varias modalidades que puede
adoptar la violencia en el contexto de la familia, integrando sus características, pero apuntando
a un tipo de relación particular que posee sus propias problemáticas.
La violencia conyugal es cualquier forma de abuso, ya sea físico, psicológico o sexual que tiene
lugar en la relación entre ambos miembros de una familia (Corsi, 1994; citado en Hernández y
Limiñana, 2005).
Los costos sociales y económicos de este problema son enormes y repercuten en toda la
sociedad. Las mujeres pueden llegar a encontrase aisladas e incapacitadas para trabajar,
perder su sueldo, dejar de participar en actividades cotidianas y ver menguadas sus fuerzas
para cuidar de sí mismas y de sus hijos. Son necesarios más recursos para reforzar la
prevención y la respuesta a la violencia de pareja y la violencia sexual, en particular la
prevención primaria, es decir, impedir que llegue a producirse (OMS, 2016).
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La violencia conyugal es una problemática psicosocial que define una situación particular de
victimización: el maltrato tiene un único sentido, del hombre hacia la mujer. El hombre
violento instrumenta la selectividad y la direccionalidad: el selecciona la víctima, su esposa,
instaurándose como mujer maltratada, sobre la cual dirige y focaliza la violencia, no ejerciendo
este comportamiento en forma indiscriminada (OMS, 2016).
El Diario Oficial de la Federación DDF (2007; citado en Vieyra et al., 2009) refiere la violencia
conyugal es definida como el acto abusivo de poder u omisión intencional, dirigido a dominar,
someter, controlar o agredir de manera física, verbal, psicológica, patrimonial, económica y
sexual a quien es agredido, dentro o fuera del domicilio familiar, donde el agresor tiene o ha
tenido relación de matrimonio, concubinato, mantengan o hayan mantenido una relación de
hecho.
Para efectos de la presente investigación, la definición que se retomó fue la que plantea el
Diario Oficial de la Federación en México (2007; citado en Vieyra et al., 2009).
Formas de Violencia Conyugal
Torres (2001; citado en Vieyra et al., 2009), refiere que la violencia conyugal tiene diversas
manifestaciones, se vale de distintos medios y produce también consecuencias variadas. Ahora
se reconoce que la violencia no se agota con los golpes ni con los daños materiales. Al tomar
en cuenta la naturaleza del daño ocasionado y los medios empleados, la violencia puede
clasificarse en distintos tipos que a continuación se describen:
Violencia Física: Todo acto intencional en el que se utilice alguna parte del cuerpo,
algún objeto, arma o sustancia para sujetar inmovilizar o causar daño a la integridad
física del otro.
Violencia Psicológica: es todo acto u omisión consistente en prohibiciones, coacciones,
condicionamientos, intimidaciones, insultos, amenazas, celotipia, que provoquen en
quien las recibe alteración autocognitiva y autovalorativa que integran su autoestima o
alteraciones en alguna esferas o área de la estructura psíquica de la persona.
Violencia Económica: los actos que implican control de los ingresos, el apoderamiento
de los bienes propiedad de la otra parte, la retención, así mismo el incumplimiento de
las obligaciones alimentarias por parte de la persona que de conformidad con lo
dispuesto en este código tiene obligación de cubrirlas.
Existen definiciones que se han elaborado sobre los cuatro tipos de maltrato más comunes y
las cuales comprenden básicamente la violencia conyugal contra las mujeres. Una de ellas,
está indicada por Corsi (1994; citado en Hernández y Limiñana, 2005), a continuación, se
mencionan:
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Abuso físico: comprende una escala de conductas que van desde un empujón o un
pellizco hasta producir lesiones graves que llevan a la mujer.
Abuso sexual: La escala incluye obligar a la mujer a la realización de conductas
sexuales no deseadas, hostigarla sexualmente, denigrarla sexualmente, criticar su
forma de tener relaciones, compartirla con otras mujeres y tratarla como objeto sexual.
Abuso emocional o psicológico: incluye una extensa gama de conductas que tiene la
característica común de provocar daño psicológico: insultos, críticas, amenazas y
acusaciones.
Abuso Económico: Las modalidades más habituales incluyen excluir a la mujer de la
toma de decisiones financieras, controlar sus gastos, no darle el suficiente dinero,
ocultarle información acerca de sus ingresos.
Características de la Violencia Conyugal
De acuerdo con Strus y Gelles (1986; citado en Hernández y Limiñana, 2005), refieren que
uno de los factores más relevantes a la hora de explicar la elevada incidencia de la violencia
familiar es el hecho de que la familia posee una serie de características que la hacen
potencialmente conflictiva, con el correspondiente riesgo de que los conflictos pueden
resolverse de manera violenta. Entre esas características destacan:
La alta intensidad de la relación, determinada por la cantidad de tiempo compartido
entre sus miembros y el alto grado de confianza entre ellos, el derecho a influir sobre
los demás y el elevado conocimiento mutuo que se deriva de la convivencia diaria.
La propia composición familiar, integrada por personas del diferente sexo y edad, lo que
implica la asunción de los diferentes roles a desempeñar y que se traduce en unas
marcadas diferencias de motivaciones, intereses y actividades entre sus miembros.
El alto nivel de estrés en el cual está expuesta la familia como el grupo, debiendo hacer
frente a distintos cambios a lo largo del ciclo vital y a exigencias de tipo económico,
social, laboral o asistencial.
El carácter privado que posee todo aquello que ocurre en el interior de una familia y
tradicionalmente, la ha hecho situarse fuera del control social.
De esta forma se hace evidente que durante siglos, la violencia conyugal ha sido un crimen
oculto dentro del hogar y hasta hace solamente algunos años, que ha trascendido a la esfera
pública y se han comenzado a realizar acciones para investigarla, estudiarla y comprenderla y
combatirla.
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Ciclo de la Violencia Conyugal
Walker (1979; citado en Zarza y Froján, 2005), explica el ciclo de la violencia, encontrando
después de entrevistar a un gran número de parejas sobre sus relaciones, que suele darse el
ciclo de la violencia típico que cada pareja experimenta a su manera. Este ciclo consta de las
fases bien diferenciadas:
Negación de la violencia: La mujer maltratada no se reconoce como tal o minimiza la
situación. Asume el sufrimiento al considerar "natural" la irritabilidad de su compañero,
que puede atribuir a factores externos como la falta de trabajo, los problemas. Puede
culpabilizarse a sí misma, por no ser capaz de calmar a su pareja, justificando los
comportamientos violentos como expresión natural de la virilidad. Esta fase refleja la
asimilación de los constructos "masculinidad" y "feminidad" que reproducen el papel de
dominador-dominado.
Inercia y aumento de tensión: Al principio, la tensión es la característica del hombre
maltratador. Se muestra irritable y no reconoce su enfado, por lo que su compañera no
logra comunicarse con él. Esto provoca en ella un sentimiento de frustración. Aparecen
menosprecios al principio sutiles, ira, indiferencia, sarcasmos y largos silencios. A la
mujer se le repite el mensaje de que su percepción de la realidad es incorrecta, por lo
que ella comienza a interiorizar que ella es quien hace algo mal y comienza a
culpabilizarse. Esta tensión va creciendo con explosiones de rabia cada vez más
agresivas.
Etapa de la violencia explícita: Estalla la violencia con diversas formas de agresión:
física (golpes, heridas), psicológica (amenazas, desprecios, humillaciones) y sexual.
Etapa de Arrepentimiento: El agresor muestra arrepentimiento y promete no volver a
ser violento, pudiendo mostrarse cariñoso. La victima refuerza la negación de la
violencia y cree que él puede cambiar. Esta etapa se ha denominado "luna de miel"
cuando las muestras de cariño alcanzan niveles de exceso, intentando "contrastar" los
episodios de violencia. En algunos casos, es una etapa de tranquilidad simplemente. En
esta medida es que se repite el círculo de la violencia. En algunos casos, una etapa se
va haciendo más corta, hasta desaparecer y quedar sólo en una mezcla de la etapa de
tensión y de violencia explícita.
Este ciclo de la violencia ha alcanzado una amplia difusión y emerge de la simulación sobre los
roles de género en el agresor y en la victima. Es un patrón de comportamientos bien
estudiados (Walker, 1979; citado en López y Polo, 2007).
Autores como Delgado et al. (2007), refieren que el mantenimiento del maltrato en el ciclo de
la violencia conyugal es una situación bastante común y difícil de comprender. Las
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explicaciones propuestas desde la psicología, no sólo son parciales, sino que han tenido un
efecto nocivo al haber contribuido a generar ideas erróneas sobre el problema.
Walker (1999; citado en Delgado et al., 2007) reporta que no aparece un perfil psicológico en
las mujeres inmersas en el ciclo de la violencia conyugal en su investigación los resultados es
que no aparece un perfil psicológico en las mujeres inmersas en este ciclo (Echeburúa,
Fernández y Corral, 1998) y las evidencias que desmienten los falsos estereotipos sobre un
perfil psicológico de riesgo en las mujeres maltratadas son contundentes, concluyendo que el
principal marcador de riesgo de sufrir malos tratos es "ser mujer".
Cabe señalar que las primeras reacciones de la víctima ante estos sucesos se caracterizan por
sentimientos de humillación, vergüenza, preocupación y miedo, que facilitan la ocultación de
los mismos, con el paso del tiempo produce una pérdida de control, confusión y sentimientos
de culpa que en muchas ocasiones y con la coraza del enamoramiento dificultan que la propia
víctima se reconozca como tal (Sarasúa, Zubizarreta, Echeburúa y de Corral, 2007).
Consecuencias de la Violencia Conyugal
La Organización Mundial de la Salud, refiere que el maltrato produce secuelas en el
comportamiento social y emocional como baja autoestima, depresión e impulsividad y
conducta antisocial (Cucchetti y Toth, 2000; citados en Frías y Gaxiola, 2008).
La violencia familiar produce problemas de ajuste conductual, social y emocional, que se
traducen en conducta, social y emocional, que se traducen en conducta antisocial en general,
depresión y ansiedad (McGee y Newcomb, 1992; citados en Frías y Gaxiola, 2008). La
depresión y el trastorno de estrés postraumático (TEPT) son las consecuencias más
comúnmente detectadas a largo plazo, es más la comorbilidad de ambos trastornos en
víctimas de violencia de pareja es bastante habitual (Stein y Kennwedt, 2001; citados en
Sarasúa et al., 2007).
La violencia conyugal tiene también un alto costo social y económico para el Estado y la
sociedad y puede transformarse en una barrera para el desarrollo socioeconómico. Algunos
estudios estiman que el abuso sexual y el maltrato físico disminuyen el ingreso de las mujeres
entre un 3% y un 20% por el impacto sobre el logro educacional y sobre la salud, lo que a su
vez repercute en su actividad laboral. Con la creciente feminización de la pobreza en la región,
las mujeres maltratadas son cada vez más vulnerables a la violencia patrimonial, actos
dirigidos a perjudicar su manutención y la de su familia, sus bienes acumulados o su
participación laboral (Carrillo, 1991; citado en Sagot, 2006).
La violencia conyugal implica además una restricción a la libertad, la dignidad y el libre
movimiento y a la vez, una violación directa a la integridad de la persona. Muchas de las
manifestaciones
de
la
violencia
intrafamiliar
son
de
hecho,
formas
de
tortura,
de
encarcelamiento en la casa, de terrorismo sexual o de esclavitud. Desde esta perspectiva, la
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violencia intrafamiliar representa una violencia de los derechos humanos de las mujeres
afectadas (Sagot, 2006).
Investigaciones refieren que más allá de la posibilidad de trabajar o no, la violencia conyugal
contra la mujer afecta la estabilidad laboral de las mujeres, la posibilidad de permanecer en un
mismo trabajo por periodos de tiempo relativamente largos, al incrementarse los riesgos de
que la mujer abandone el trabajo o sea despedida. Las mujeres que tienden a experimentar
altas tasas de pérdida de empleo, cambio de empleo y/o cambio de puesto (Casique, 2012).
Casique (2012) refiere un aspecto fundamental sobre la violencia con un efecto indirecto que
se ejerce, al afectar la violencia doméstica la salud emocional y física de las mujeres. El amplio
espectro de problemas de salud originados por la violencia tales como una salud frágil, huesos
rotos, fatiga, enfermedades crónicas, ansiedad, depresión, estrés postraumático, adicción a las
drogas, alcoholismo, infertilidad, infecciones urinarias, abortos, baja autoestima, tendencias
suicidas, etcétera. Por otro lado, los teóricos de la violencia familiar entienden la violencia
contra las mujeres como un caso particular de la violencia doméstica. Y la violencia doméstica
es el resultado de las características del sistema familiar y de la presencia de factores
estresantes que alteran la estabilidad de la familia.
La Asociación Mexicana contra la Violencia hacia las Mujeres (COVAC), institución no
gubernamental que trabaja con víctimas en el estudio de la violencia concluye que las
personas más agredidas son las mujeres y las niñas. Las características de las personas que la
viven son: la baja autoestima, minimización o sumisión de conflictos y desacuerdos a cualquier
costa, cambiar su manera de ser, agresividad en algunos aspectos o timidez en otros,
alimentación descontrolada, insomnio, abuso de drogas o alcohol, lesiones físicas, marcas,
cicatrices, moretones, dolores de cabeza, problemas de estrés, falta de concentración en
labores cotidianas (Ramírez, 2011).
A consecuencia de la violencia, las mujeres ven resentida su salud y su bienestar, situación
que acarrea una costo humano y económico. La violencia contra las mujeres no sólo afecta la
salud física y mental sino que puede provocar adicción a las drogas y al alcohol en las mujeres
que la padecen, además pueden presentar disfunciones sexuales, intentos de suicidio, estrés
postraumático y trastornos del sistema nervioso central. La depresión es una de las
consecuencias más comunes de la violencia sexual y física contra las mujeres. Tanto la
depresión, como el intento de suicidio se vinculan estrechamente con la violencia dentro de la
pareja. Las consecuencias psicológicas de la violencia contra las mujeres pueden ser tan
graves como los efectos físicos. La consecuencia más grave de la violencia contra las mujeres
es la muerte (De Lujan, 2013).
Sagot (2006), reporta en el Programa de Prevención y Atención de la Violencia Familiar,
Sexual y Contra las Mujeres la carga total de la violencia familiar en la salud de las mujeres
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utilizando indicadores diseñados para contabilizar los años de vida saludable (AVISA), perdidos
como consecuencia de la mortalidad o discapacidad prematura provocadas por la violencia (ver
Tabla 1).
Además del posible daño físico, tras una experiencia traumática se produce una pérdida del
sentimiento de invulnerabilidad, sentimiento bajo el cual funcionan la mayoría de los individuos
y que constituye un componente de vital importancia para evitar que las personas se
consuman y paralicen con el miedo a su propia vulnerabilidad (Perloff, 1983; citado en
Hernández y Limiñana, 2005).
Tabla 1
Carga de salud global estimada por condiciones seleccionadas en mujeres
de 15 a 44 años.
Condición
Años de vida saludables perdidos
ajustados por discapacidad
Condiciones maternales
29.0
Enfermedades de Transmisión Sexual
15.8
Tuberculosis
10.9
VIH
10.6
Enfermedad cardiovascular
10.5
Violación y violencia doméstica
9.5
Todos los cánceres
9.0
De Mama
1.4
De Cuello uterino
1.0
Accidentes automovilísticos
4.2
Fuente: Sagot (2006). La ruta crítica de las mujeres afectadas por la violencia intrafamiliar en América Latina Programa
de Prevención y Atención de la violencia Familiar, Sexual y contra las Mujeres. Organización Panamericana de la
Salud, pp. 30.
Finalmente, las investigaciones sobre distintos tipos de víctimas han demostrado claramente
que la violencia física, psicología o sexual, ejercida sobre una persona causa una serie de
repercusiones negativas a nivel físico y psicológico.
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Estadísticas de la Violencia Conyugal en México
Actualmente la violencia contra las mujeres, es considerando un problema de salud pública y
social, el principal obstáculo que se enfrentó al asumirlo como parte de las políticas públicas,
es la no disponibilidad de estudios de tipo cuantitativo y cualitativo que dieran cuenta de la
magnitud y tipos de violencia que las mujeres viven. Es hasta el 2003, cuando en México, el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía levantó la Encuesta Nacional sobre las Relaciones
en los Hogares (ENDIREH), en coordinación con Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES)
y el Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM). Con esta Encuesta, fue posible
contar con información sobre la violencia que vivían las mujeres mayores de 15 años y que
tenían una pareja (Instituto de las Mujeres del Estado de San Luis Potosí, 2012).
El Instituto de las Mujeres del Estado de San Luis Potosí (2012), a través de la ENDIREH
realizó en el 2006 una nueva encuesta, pero abriendo los tipos y ámbitos de la violencia,
además se aplicó a mujeres que contaban con pareja, así como aquellas que no, mostrando los
siguientes resultados: 39% de las mujeres sufrieron algún tipo de violencia a lo largo de la
relación su última pareja, mientras que el 36.4% de las mujeres casadas o unidas, ha vivido
violencia con su actual pareja en los últimos 12 meses. De las cuales, el 29.3% ha sufrido
violencia emocional, el 20.6% violencia económica, 9% física y 4.6% violencia sexual;
porcentajes muy cercanos a los que registran los promedios nacionales.
El fenómeno de la violencia doméstica o familiar se ha convertido en las últimas décadas en un
asunto de máximo interés institucional y social atendiendo, principalmente las razones como
su elevada incidencia y la gravedad de las consecuencias que de él se derivan. El conocimiento
real de la incidencia de este tipo de violencia se ve principalmente obstaculizado por la gran
ocultación social que tradicionalmente ha ido asociada al sufrimiento de malos tratos por parte
de una figura perteneciente al ámbito familiar (Hernández y Limiñana, 2005).
En lo que respecta a la violencia familiar contra la mujer (conyugal), existen estadísticas
realizadas sobre el número de denuncias por maltrato por parte del cónyuge, se estima que los
casos denunciados representan entre un 10-30% de los casos reales. A nivel del Distrito
Federal y diversos ordenamientos definen a la violencia familiar en términos muy similares a
los señalados en la Ley antes referida, Código y el Código Civil Federal, en su artículo 343 Bis,
el Código Civil para el Distrito Federal en respectivo articulo 323 Quáter y el Código Penal para
el Distrito Federal en su artículo 200 (Hernández, y Limiñana, 2005).
El INEGI, (2013) reporta que el motivo o impedimento para no pedir ayuda o denunciar las
agresiones fueron: en primer lugar con el 72.7% porque se trató de algo sin importancia o
porque él no va a cambiar, el 9.0% por vergüenza o para que su familia no se enterara, el
8.9% por sus hijos o porque la familia la convenció de no hacerlo, el 8.8% porque su pareja
dijo que iba a cambiar o porque piensa que su esposo o pareja tiene derecho a reprenderla, el
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VIOLENCIA EN LA PAREJA
7.0% por miedo o porque su esposo o pareja la amenazó, el 6.1% porque no sabía que podía
denunciar, el 4.3% porque no confía en las autoridades.
El 16.2% de las mujeres casadas o unidas violentadas por su pareja han sufrido agresiones de
extrema gravedad, esto significa la existencia de un total de 1, 785, 469 víctimas en cuyos
hogares crean un entorno toxico y sus efectos impregnan también a los hijos y a familiares
cercanos (INEGI, 2013).
Las consecuencias de la violencia contra la mujer por parte de su pareja no son aleatorias.
Responden a la misma intención (explícita o no) que mueve al hombre a ejercer la violencia
contra su pareja (Casique, 2012).
El Instituto Nacional de las Mujeres en su Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las
Relaciones en los Hogares-ENDIREH, (2011) refiere que un acercamiento a los distintos tipos
de violencia contra las mujeres mayores de 15 años: emocional, física y sexual y a sus
componentes. Adicionalmente, ofrece datos sobre su ocurrencia en diversos ámbitos: de
pareja, patrimonial, familiar, escolar, laboral y comunitario. De acuerdo a los resultados, en
México 47% de las mujeres de 15 años y más sufrió algún accidente de violencia por parte de
su pareja (esposo o pareja) durante su última relación. A continuación, se presentan los datos:
La entidad federativa con mayor prevalencia de violencia de pareja a lo largo de la
relación es el Esta de México, con 57.6%.
Nayarit (54.5%, Sonora (54.0%, el Distrito Federal (52.3%) y Colima (51.0%).
En México, existe la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia
(2007), refiere en su Capítulo IV artículo 3º proporcionar a las víctimas atención médica,
psicológica y jurídica de manera integral, gratuita y expedita. Por este motivo, surgen
múltiples acciones y/o estrategias en materia de prevención, atención y procuración de justicia
para todas las mujeres, niños y niñas (INEGI, 2013).
Modelos Teóricos que han abordado la Violencia Conyugal
Entre las diferentes líneas teóricas que han estudiado la violencia conyugal destacan la
vertiente de Modelo Multidimensional de Corsi, Modelo Ecológico de Bronfenbrenner, el Modelo
Sociológico o Sociocultural, Modelo del Ciclo de la Violencia propuesto por Walker, Modelo de
Cambio de Prochaska y DiClemente y el Modelo Sociocultural de Echeburúa. Cada uno de ellos
contribuye de forma distinta para su abordaje.
Modelo Ecológico de Bronfenbrenner
Uno de los modelos que aborda la violencia es el Ecológico de Bronfenbrenner, plantea que la
realidad familiar, social y cultural deben concebirse como organizadas en un sistema articulado
compuesto por diferentes subsistemas que, a su vez, se relacionan entre sí de manera
dinámica. Cabe señalar que dentro del entorno ecológico se entiende por subsistema todos
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VIOLENCIA EN LA PAREJA
aquellos contextos en los que se ubica la persona, en el cual propone que la realidad familiar,
social y cultural deben concebirse como organizadas en su sistema articulado compuesto por
diferentes subsistemas que a su vez se relacionan entre sí, de manera dinámica. Cabe señalar
que dentro del entorno ecológico se entiende por subsistema todos aquellos contextos en los
que se ubica la persona (Bronfenbrenner, 1987).
Los principales contextos que identifica Bronfenbrenner (1987) son:
Macrosistema, lo que se remite a las formas de organización social, los sistemas de
creencias y los estilos de vida que prevalecen en una cultura o subcultura particular.
Ecosistema, compuesto por la comunidad más cercana que incluye las instituciones
mediadoras entre el nivel de cultura y el nivel individual.
Microsistema, lo que conforma fundamentalmente, el contexto familiar en el que se
desarrollan los intercambios más intensos entre la persona y su ambiente.
Bronfenbrenner (1979; citado en Domínguez 2014), reafirma la influencia del contexto social y
cultural en las y los integrantes de la familia y en consecuencia en las y los niños que forman
parte de la misma. Agrupa un conjunto más amplio de variables y explica el desarrollo humano
en general. Enfatiza en el análisis de los determinantes y factores de riesgo que impactan en la
relación dinámica de las personas con su medio y viceversa, interfiriendo o favoreciendo la
transformación recíproca (ver Tabla 2).
Tabla 2
Enfoque ecológico de factores relacionados con la violencia basada en el género
Sociedad
Comunidad
Familia
(Macrosistema)
(Mesosistema)
Microsistema
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Individual
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Representaciones
sociales.
Problemáticas
sociales
identificables
Relaciones y usos
en
de poder.
escuelas,
Violencia
Violencia
Desigualdades
Desarraigo
y
anomia
Ambientes
baja
Dependencia
Indiferencia
Comunicación
Socialización
Situaciones de
Falta
pobre
de
violencia
Factores de Riesgo
Asociación con
Aislamiento de
como
mujeres
de
familias
forma
resolución
Falta de afecto
Desempleo
compañeros
Aceptación de la
una
Autoestima
violentos
Factores de Riesgo
Factores de Riesgo
oportunidades.
sociales
conyugales
pobreza
institucional
Carga histórica
sociales.
estructural
familiares
barrios, grupos
Conflictos
de
conflictos.
Prácticas
Ambientales
Factores de Riesgo
Violencia
vecinales
familiar en la
violentos
infancia
y
Padres
ausentes
de
Abuso infantil
violencia
Papeles
rígidos
para cada sexo.
Fuente: Domínguez, E., (2014). Un modelo teórico de la resiliencia familiar en contextos de desplazamiento forzado.
Bronfenbrenner (1979; citado en Torrico et al., 2002), retoma el Modelo Multidimensional de
Corsi (1999) que inicialmente plantea: microsistema, el exosistema y el macrosistema, con
claras repercusiones en la esfera individual. Agrega un nivel individual al propuesto por Corsi,
discriminando cuatro dimensiones en este nivel o subsistema. A continuación, se describen
cada una de ellas.
Dimensión cognitiva: Comprende las estructuras y los esquemas cognitivos, las formas
de percibir y conceptuar el mundo que configuran el paradigma o estilo cognitivo de la
persona. Para el caso de la violencia conyugal, el hombre que agrede tendría una
percepción rígida y estructurada de la realidad, que minimiza sus acciones y maximiza
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las de la mujer. En el caso de la mujer ésta se percibe impotente e indefensa frente a
una imagen de mundo amenazante y al poder de su marido, del cual tiene una
percepción hipertrofiada.
Dimensión conductual: el hombre revela la presencia de las modalidades conductuales
disociadas entre el mundo privado (caracterizado por la posesividad y el control) y el
mundo social; la mujer suele ocultar el maltrato y mostrar una conducta ambivalente y
oscilante que responde a la dinámica violenta.
Dimensión Interaccional: Remite a los conceptos de Ciclo y Escalada de Violencia, que
generan un vínculo dependiente y posesivo, con una fuerte asimetría.
Dimensión psicodinámica: los distintos niveles (emociones, conflictos, manifestaciones
del inconsciente) de la dinámica intrapsíquica.
De estas dimensiones surge lo que Bronfenbrenner denominó "ambiente ecológico" entendido
como un conjunto de estructuras seriadas, cada una de las cuales están contenidas en las
Figuras 1 y 2.
De acuerdo con lo descrito, hasta este momento, para comprender el fenómeno de la violencia
se debe partir de un modelo amplio, que abarque tanto componentes individuales, familiares,
sociales, demográficos, económicos, políticos, culturales; es
reconocer las desigualdades
sociales entre los hombres y las mujeres, basadas en el sistema patriarcal y en las categorías
de género vigentes en nuestra sociedad, que moldean creencias, actitudes y conductas rígidas
e inflexibles, favoreciendo y perpetuando la violencia hacia las mujeres en general. Sin
embargo, el reconocimiento, es el primer paso, el segundo es poner en práctica acciones
claras, específicas y congruentes para su contundencia (Instituto Quintanarroense de la Mujer,
2009).
Figura 1. Modelo Ecológico de Bronfenbrenner
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Fuente: Torrico, E., Santín, C., Andrés, M., Menéndez, S. y López J. (2002). El modelo ecológico de Bronfrenbenner
como marco teórico de la Psicooncología. Anales de la Psicología. 18, 45-59.
Figura 2. Modelo Ecológico de Bronfenbrenner
Fuente: Torrico, E., Santín, C., Andrés, M., Menéndez, S. y López J. (2002). El modelo ecológico de Bronfenbrenner
como marco teórico de la Psicooncología. Anales de la Psicología. 18, 45-59.
Modelo Intrapsíquico
Este modelo plantea que algunos problemas intrapsíquicos ocasionan la conducta violenta en
una persona y la vulnerabilidad para ser agredida por otra. Puede ayudar al ofensor a darse
cuenta de cómo ha sido afectado por experiencias pasadas. También la conducta humana y su
desarrollo están determinados por los hechos, impulsos y deseos que motivan a los que se
encuentran dentro de la mente. Los factores intrapsíquicos proporcionan las causas
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subyacentes de las conductas que se manifiestan abiertamente (Edda Quirós, 1997; citados en
Calquín y Chávez, 2007).
En la atención de la persona afectada por la violencia, se busca ayudar a comprender cómo sus
experiencias pasadas la han colocado en una situación de vulnerabilidad. La amenaza y el
peligro continúan reforzados por el patrón de violencia (Edda Quirós, 1997; citados en Calquín
y Chávez, 2007).
Modelo Psicosocial
El modelo psicosocial centra su análisis en las dificultades de las relaciones de pareja y en el
aprendizaje de la violencia en la familia. Los principales enfoques son la escuela sistémica y las
teorías basadas en el aprendizaje social. La primera considera la violencia como un problema
familiar y no solo de pareja; así mismo, destaca el planteamiento de la teoría general de
sistemas, en esta teoría se asientan muchos supuestos (von Bertalanffy, 1959; citado en
Blázquez, Moreno y García, 2010).
La teoría de las relaciones destaca los patrones de interacción en los que ocurre la violencia,
sin referirse al maltrato psicológico. La teoría de los recursos concibe la familia como un
sistema de poder en el que cuando la persona se percibe amenazada y no encuentra los
recursos para sostenerse (von Bertalanffy, 1959; citado en Blázquez et al., 2010).
Modelo de Castigo Paradójico
El modelo de castigo paradójico presentado por Long y McNamara (1989; citados en Tello y
Joel, 2015), refiere que la mujer prolonga su permanencia en el maltrato por las contingencias
de reforzamiento que se establecen en función de un patrón cíclico, por la interacción con el
agresor que se da con el tiempo y esta comprende cinco fases: formación de la tensión,
descarga de la tensión por el maltratador, escape de la víctima, arrepentimiento del agresor,
vuelta de la víctima a la relación.
La dependencia emocional y las repercusiones psicopatológicas del maltrato explican la
permanencia de convivencia con el maltratador. Tanto las teorías de la unión traumática
sostienen que en la relación de pareja hay una intermitencia entre el buen trato y el mal trato
(Dutton y Painter, 1993; citados en Amor, Bohórquez y Echeburúa, 2006.
Lo que explica el mayor apego entre la víctima y el agresor es el carácter extremo del buen y
el mal trato, así como la yuxtaposición temporal de ambos extremos. Además, cuanto más
maltrato sufre la mujer más minada se ve su autoestima. Este hecho puede hacer que sienta
una mayor necesidad del maltratador, convirtiéndose finalmente en la interdependencia (Amor
et al., 2006).
Tras los episodios de maltrato (refuerzo negativo en forma de castigo llega al arrepentimiento
y la víctima recibe comportamientos de ternura (que constituyen un potente reforzamiento
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positivo para la víctima). El castigo paradójico aumenta en la mujer la necesidad de amor y
afecto que precisamente deberá buscar en su pareja debido al aislamiento en el que se está
inmersos (Tello y Joel, 2015).
Modelo Psicológico
El modelo psicológico pone énfasis en la búsqueda de los motivos por los que una mujer
maltratada no rompe con su pareja para evitar ser objeto de maltrato. En el maltrato de
pareja, la víctima aprende a vivir con miedo y acaba por creer que el cambio es imposible.
Detrás del maltrato hay un profundo desgaste psicológico que va deteriorando la personalidad
de la víctima. Hay una tendencia a que las mujeres maltratadas no informen sobre su
victimización por diversos motivos: miedo a su agresor (que ejerce un tiránico poder sobre
ella), dificultades para recordar aspectos relacionados con la victimización (amnesia psicógena,
estados disociativos), por creencias deformadas con sentimientos de culpa o vergüenza o por
historia negativa a partir de revelaciones previstas-absolución del agresor en algún juicio
(Martos, 2006; citado en Blázquez et al., 2010).
La teoría de tratamiento factorial, elaborada para identificar la presencia de síntomas del
Síndrome de Estocolmo en mujeres sometidas a maltrato, postula que es el producto de un
estado disociativo de la víctima que la conduce a la negación de la faceta violenta del agresor,
a la vez que se sobrevalora el lado que percibe más amable de este subestimando sus propias
necesidades y volviéndose hiperactiva ante las del agresor (Graham y Rawlings, 1992; citado
en Blázquez, Moreno y García, 2010).
La violencia hacia la mujer a partir del Síndrome de Estocolmo, redefiniéndolo como "síndrome
de adaptación paradójica a la violencia doméstica". El síndrome consiste en un conjunto de
procesos psicológicos que culminan en el desarrollo paradójico de un vínculo interpersonal de
protección entre la mujer víctima y el varón agresor dentro de un ambiente traumático y
restrictivo al nivel de estímulos mediante la inducción de un modelo mental, de origen
psicofisiológico, naturaleza cognitiva y anclaje contextual, que está dirigido a recuperar la
homeostasis fisiológica y el equilibrio conductual, así como a proteger la integridad psicológica
de la víctima (Montero, 2000; citado en citado en Blázquez et al., 2010).
Así mismo, el modelo se focaliza en la violencia conyugal ejercida por el hombre hacia la
mujer. Como ya se ha dicho, el objeto de análisis es la violencia física y no la emocional, sobre
la que hay hallazgos clínicos que demuestran que, una vez suscitado el enfrentamiento, el
sexo del agresor no resulta un factor crítico en cuanto a arremeter contra la pareja con
maltrato psicológico en su grado más corrosivo (Steinmetz, 1981; citado en Blázquez et al.,
2010).
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Modelo Sociológico
El Modelo Sociológico de la violencia, considera diferentes planteamientos, señalando que la
violencia conyugal es un conflicto, siendo este resultado de la cultura, originado por variables
sociales y organizacionales (estresores externos) que originan un respuesta alterna (crisis) en
la familia; así la respuesta violenta deriva de las dificultades emocionales generadas por la
situación de la vida cotidiana y se relaciona con la búsqueda por el restablecimiento del poder
dentro del grupo familiar (Instituto Quintanarroense de la Mujer, 2009).
Para Briseño (2007), el Modelo sociológico de la violencia tiene tres dimensiones que
representan tres niveles distintos de explicación. El nivel de tipo estructural, que se refiere a
procesos sociales de carácter macro y con una génesis y permanencia en el tiempo de más
duración, el segundo nivel, los aspectos meso-sociales, la cultura tiene un efecto inmediato en
el comportamiento y el nivel micro-social, pero tienen un carácter más individual (ver Figura
3).
Figura 3. Modelo Sociológico de la violencia
Fuente: Briceño, (2007). Violencia urbana en América Latina: Un modelo sociológico de explicación.
Modelo del ciclo de la violencia de Lenore Walker
Otro modelo propuesto a finales de la década de los 70´s, es de Lenore Walker, la Teoría del
Ciclo de la Violencia, en una investigación con cientos de mujeres maltratadas, comprendió
que la violencia conyugal no es azarosa ni aislada, sino por lo contrario, obedece un patrón
cíclico, porque las etapas se presentan consecutivamente, en forma repetida a lo largo de la
relación. Así mismo una mujer sometida a acontecimientos incontrolables, en este caso actos
violentos, generará un estado psicológico donde la respuesta de reacción o huida queda
bloqueada.
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VIOLENCIA EN LA PAREJA
Propuesto como alternativa científica frente a la teoría del masoquismo femenino. Walker
conceptualiza también el ciclo de la violencia el cual ha alcanzado una amplia difusión (1979;
citado en Escudero, Polo, López y Aguilar, 2005).
Alercar y Cantera (2013), mencionan las tres fases del Ciclo de la Violencia, que a continuación
se describen:
La fase de Acumulación de Tensión o Generación de Tensión: La mujer actuaría con un
comportamiento pasivo como un medio de protección.
La segunda fase de Agresión o Descarga de Tensión, el cual la mujer intenta calmar al
agresor.
La tercera fase de Arrepentimiento del Maltratador: Generará una ficción de
reencuentro llamada "luna de miel", hasta el inicio del nuevo ciclo.
Lenore Walker menciona que las mujeres pueden desarrollar síntomas de evitación (negación,
minimización, represión) y síntomas psicofisiológicos (palpitación cardiaca, dificultad para
respirar, ataques de pánico, dolores de estómago). Este modelo resulta muy pertinente para la
compresión del proceso de las víctimas de malos tratos por su pareja que se sienten
"atrapadas" en una espiral infernal de violencia inescapable y que se comportan como
efectivamente "indefensas"; esto es pasivas y resignadas a su trágica (mala) suerte, ni
intentar nada para cambiar su triste destino (Cantera, 2004).
Para Walker (1979; citado en Alcázar y Gómez, 2001) Este modelo se basa en la relación
víctima-agresor y es adecuado para conocer las circunstancias en que se da la violencia de
género y que permite una intervención diferenciada dependiendo de la fase en la que se
encuentre (ver Figura 4).
Figura 4. Ciclo de la Violencia
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VIOLENCIA EN LA PAREJA
Fuente: Alcázar y Gómez, 2001, Psicopatología Clínica Legal y Forense, vol. 2, pp. 33-49.
Después de varios años de ejercicio de maltrato de maltrato el ciclo de generación de violencia
puede reducirse a tan sólo dos estadios: construcción y ataque. El violento puede abusar de la
víctima todos los días y la victima quedar y evitar su contacto, tanto cuando puedan
posponiendo la rutina de la violencia (pendiente de la violencia). De esta manera se puede
representar gráficamente la evolución del ciclo de la violencia a lo largo del tiempo y que se
puede denominar como la pendiente de la violencia en la que se pone de manifiesto que la
violencia de género comienza de forma paulatina desde el momento en el que no existe
violencia, véase Figura 5 (Alcázar y Gómez, 2001).
Figura 5. Pendiente de la Violencia Conyugal
Fuente: Alcázar y Gómez, 2001, Psicopatología Clínica Legal y Forense, vol. 2, pp. 33-49.
Modelo Transteórico de Prochaska y DiClemente
El Modelo Transteórico del Cambio, también conocido como Modelo de las Etapas de Cambio,
cuyos autores principales son Prochaska y DiClemente. Es un modelo que estudio el cambio de
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hábitos nocivos, como el tabaquismo, y que se aplica a diversos ámbitos y estilos de vida
relacionados con la salud y las adicciones. Ha sido enunciado en diferentes lugares a lo largo
de las últimas décadas. El aspecto más característico del Modelo es la categorización de 5
etapas del cambio y 10 procesos de cambio. Las etapas de cambio son la Precontemplación,
Contemplación, Preparación, Acción y Mantenimiento. Para cada una de las etapas habría
procesos de cambio más adecuados, lo que permite orientar las tareas terapéuticas.
El Modelo Transteórico del cambio de comportamiento en salud Prochaska, Norcross y
DiClemente, es un modelo cognitivo-social de etapas dirigido a la adquisición de conductas
saludables, donde se parte de una etapa motivacional, en la que la persona no es consciente
de su problemática (por lo que no ha mantenido decisión de actuar) y una de las etapas finales
de base conductual donde se orienta al mantenimiento de la toma de acción, además incluye
procesos de cambio (las estrategias favorecen el tránsito a través de las etapas y variables
intermediarias) como el balance decisional y la autoeficacia, constructos que facilitan el
ascenso a través de las etapas al favorecer la acción de los procesos de cambio (Vera y Flórez,
2010).
El Modelo Transteórico (MT) es una propuesta de secuenciación de etapas fundamentales en la
prospección temporal o plazos que la persona se fija para iniciar el proceso que sigue la
reducción del tabaquismo en fumadores. Esa secuencia de etapas es la siguiente, cuando la
persona no se propone un cambio en un plazo inferior a 6 meses, se le ubica en la etapa de
Precontemplación; cuando se propone cambiar en algún momento dentro de los próximos 6
meses, se le ubica en la etapa de contemplación; cuando se le propone hacerlo en el próximo
mes, y ya ha realizado algunos intentos fallidos de cambio que han durado 24 horas o más se
le ubica en la preparación; cuando ya comienza a cambiar, pero aún no hay persistencia en el
propósito se le ubica en la etapa de la acción; cuando lleva más de seis meses continuos en
ese cambio, pero con tentaciones de reincidencia se le ubica en la etapa de mantenimiento,
cuando ya no tiene tentaciones de reincidencia se le ubica en la etapa de terminación (Flórez,
2007).
También Flórez, (2007) plantea que el MT está fundamentado en la premisa básica de que el
cambio comportamental es un proceso y que las personas tienen diversos niveles de
motivación, de intención de cambio. Esto es lo que permite planear intervenciones y
programas que responden a las necesidades particulares de los individuos dentro de su grupo
social o contexto natural comunitario u organizacional. El modelo se apoya en una serie de
presupuestos sobre la naturaleza del cambio de comportamiento y de las características de las
intervenciones que pueden facilitar dicho cambio (véase Tabla 3).
El MT usa una dimensión temporal, las etapas de cambio, 2 para integrar los procesos y
principios explicativos del cambio comportamental de diferentes teorías. El cambio implica un
fenómeno que ocurre con relación al tiempo, pero sorprendentemente casi ninguna teoría o
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modelo incluye un constructo representativo del tiempo. Por eso ha sido frecuente describir y
explicar el cambio comportamental como un evento: dejar de fumar, parar de beber o de
comer en demasía. El MT explica el cambio como la progresión a través de una serie de
etapas, las cuales son presentadas a continuación. La propuesta visual desarrollada y aplicada
en un ejercicio de investigación consolidado a partir de los conceptos del modelo (Floréz,
2007), [véase Figura 6].
Tabla 3
Etapas y procesos de cambio
Etapas de cambio
Procesos de cambio
Precontemplación
Concientización
Autoevaluación
Contemplación
Catarsis
Revaluación ambiental
Acción
Autoafirmación
Liberación social
Mantenimiento
Acondicionamiento
Control de estímulos
Relaciones de apoyo
Administración de eventos
Preparación
Comportamiento Objetivo
Balance decisorio
Tentación
Pros y contras para cambiar
Situaciones emocionales negativas
Autoeficacia
Situaciones emocionales positivas
Fuente: Cabrera, (2000). Modelo Transteórico del comportamiento en salud. Revista Facultad Nacional de Salud
Pública. Universidad de Antioquia. Colombia.
Figura 6. Progresión de las etapas del Modelo Transteórico de Prochaska y DiClemente
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IMPORTANTE: Algunos textos de esta ficha pueden haber sido generados partir de PDf original, puede sufrir variaciones de maquetación/interlineado, y omitir imágenes/tablas.