El Trastorno Bipolar es un trastorno mental grave y recurrente que se extiende a lo largo de la vida y que se caracteriza por oscilaciones en el estado de ánimo con fases de manía, hipomanía o mixtas que generalmente se alternan con episodios depresivos. Es un trastorno relativamente frecuente con una prevalencia a lo largo de la vida aproximada entre el 0,5 y el 1,6% en muestras en población general.
Ocurre en todas las edades, aunque el pico de presentación es entre los 15 y los 25 años. El TB I presenta una prevalencia a lo largo de la vida entre el 0.5 y 1.6% según los distintos estudios mientras que la del TB II oscila entre el 0.9 y 1.6%. Si se consideran síntomas subumbrales y trastornos con características bipolares que no cumplen los criterios para ningún TB específico, esta cifra puede ascender al 2.4%. Cuando el comienzo se produce por encima de los 60 hay que sospechar una causa orgánica del trastorno. Los casos con un comienzo más temprano están más asociados a factores genéticos. En las formas graves se presenta por igual en hombres y en mujeres.
El TB constituye la sexta causa de discapacidad (según el estudio Global Burden Disease, y supone una gran carga global para el paciente, afectando a su calidad de vida, funcionamiento cotidiano, educación, trabajo, relaciones familiares y sociales. Los estudios muestran un retraso medio en el diagnóstico correcto de al menos 10 años, y aunque existen tratamientos biológicos y psicosociales que han demostrado su eficacia, metodológicamente hay una disparidad en la solidez de los datos y se requiere una revisión actualizada de los mismos. El retraso en el diagnóstico afecta especialmente de forma negativa a los pacientes con inicio precoz de la enfermedad, en la medida en que impide un adecuado desarrollo en las etapas infanto-adolescentes, claves en la conformación de la personalidad, las relaciones sociales y las expectativas académicas y laborales. Por otra parte, la complejidad del trastorno y su tratamiento exige revisiones actualizadas de los distintos abordajes clínicos y psicosociales que han demostrado eficacia, tanto en las fases agudas como durante el seguimiento, para incorporar en nuestro sistema sanitario aquellas intervenciones que han evidenciado su efectividad terapéutica, sobre todo de cara a mejorar el funcionamiento y calidad de vida y la adherencia del tratamiento.
El TB se considera un trastorno mental grave ya que produce una importante afectación en el funcionamiento de los sujetos y en su bienestar, con repercusiones tanto durante los episodios como en los períodos intermedios. Tanto en las fases maníacas como en las depresivas puede asociarse sintomatología psicótica congruente o no con el estado de ánimo. La necesidad de hospitalización es frecuente, sobre todo en las fases maníacas. Claramente se ha encontrado una asociación entre el TB y un incremento de la morbilidad y mortalidad de los sujetos afectados. Las tasas de mortalidad por cualquier causa son de 2 a 3 veces mayores que en la población general. El incremento de la morbilidad se atribuye generalmente a los factores de estilo de vida asociados al trastorno y al abuso de sustancias que con frecuencia se produce durante o entre los episodios. Las tasas de suicidio son altas entre las personas con TB. Se estima que entre el 10 y el 15% de los pacientes con TB I cometen suicidio. Esto es más frecuente durante las fases depresivas o en las mixtas. Al menos un tercio de los pacientes ha realizado algún intento de suicidio.
También el ámbito de las relaciones interpersonales y del funcionamiento psicosocial se ve frecuentemente afectado como consecuencia tanto de los comportamientos realizados durante las fases activas (ya sean maníacas, ya sean depresivas) como de la sintomatología residual que puede persistir en los períodos de eutimia. Se estima que más del 60% de las personas diagnosticadas de TB I experimentan dificultades laborales o interpersonales, y tienen tasas de divorcio 2 ó 3 veces más altas que la población general.
El tratamiento del TB tiene dos pilares básicos que se han desarrollado de forma desigual. Por una parte los tratamientos psicofarmacológicos de las fases agudas tanto maníacas como depresivas, y la profilaxis con estabilizadores del ánimo. Por otra las intervenciones psicosociales, fundamentalmente de tipo psicoeducativas que están introduciéndose recientemente en la práctica clínica.
Hospital de Clínicas "José de San Martín". Departamento de psiquiatría y salud mental. Facultad de medicina. Universidad de Buenos Aires
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