Definición:
Marcelino Baras, un hombre que sabía sembrar
Nos conocimos en los años de facultad de Medicina y ya era él un
diestro sembrador. Ambos, al igual que bastantes compañeros de su curso o
del mío –dos años de diferencia– éramos asiduos de las actividades de
formación del colegio mayor Guadaira en su sede original de la calle
Canalejas. Abundaba allí la preparación cultural, el afán de estudio, la
relación tutorial profesor-alumno, el buen humor y el interés personal por la
vida espiritual, intereses que seguramente dieron forma a su inquietud por
vivir siempre cerca de Dios secundando la espiritualidad del Opus Dei para
descubrir a Dios en el quehacer ordinario.
Marcelino Baras Valenzuela (Sevilla, 1943-2021) fue un universitario
inquieto y aventajado por la ilusión profesional con la que se preparaba y por
el afán de servir a los demás que le caracterizaba. La preocupación por el
otro –y muy en especial por el paciente– apuntaban ya su preferencia por los
enfermos con patologías psíquicas.
Así, pienso yo, fue sembrando amistad y prestando servicios después
de su preparación universitaria teórico-práctica y, luego de modo
permanente, con su actualización cultural y con el trato amable, cálido y
pródigo que dispensaba siempre. Algo así resaltó acertadamente el
celebrante de su funeral, D. Eulalio Fiestas, comparando a Marcelino con el
buen samaritano del evangelio que atiende generosamente al necesitado,
poniendo además él mismo de su bolsillo.
En estos días después de su muerte, he tenido ocasión de hablar con
varios de sus maestros, que han elogiado la audacia del quehacer y la
constancia del desempeño que caracterizó profesionalmente a Marcelino. El
profesor Jaime Rodríguez Sacristán le recuerda “por su hombría de bien”.
El profesor González-Infante me reenvía un elogio de un usuario de
Twitter: “Rindo mi particular homenaje a un médico muy especial, que
siempre estuvo ahí para todo el mundo. Una gran persona y un excelente
profesional que ejerció hasta el final. Rezaré por ti Marcelino. Descansa en
paz. Un abrazo a su familia desde Londres”.
El profesor Manuel Trujillo, que inició con Marcelino y otros
profesionales en Sevilla el Departamento de Orientación Psico-profesional
(DOPP) en los años 60 y luego marchó a Nueva York y fue director de
Psiquiatría del Hospital Bellevue, me escribe en estas horas “entristecido”
por el fallecimiento de Marcelino, de quien refiere que “forjamos una gran
amistad, compartimos mucho y siempre admiré su esencial bondad humana
y su esfuerzo por ayudar y hacer la vida amable y llevadera a todos. Vivió
profundas convicciones con honradez. Dios le tendrá en su gloria y desde allí
nos ayudará a nosotros”.
Ciertamente ayudó a tantos y sembró tanto porque era de buena
cosecha: se formó en Psiquiatría con prestigiosos profesionales como los
profesores Jiménez Castellanos, Fernández Castellá, Rodríguez Sacristán,
Gotor González, Gotor Díaz... y prueba de ello es que fue más tarde miembro
de la Sociedad Española de Psiquiatría Privada y de la Sociedad Española de
Psiquiatría Infantil; jefe de servicio de Psiquiatría Infanto-Juvenil del Hospital
Universitario Virgen Macarena hasta su jubilación (2006); jefe de servicio en
Psiquiatría de la Cruz Roja hasta 2010; así como profesor encargado de
Curso de Psicosociología Industrial en la Escuela de Ingenieros Industriales
de Sevilla durante 7 años.
Personalmente puedo reseñar su buena siembre en la Sociedad
Andaluza de Medicina Psicosomática, a través de la cual aportó brillantes
trabajos sobre “Personalidad y Moda”, “La depresión en jóvenes” y otros
artículos y conferencias, como las que dictaba en los Encuentros de
Psiquiatría y Antropología de Navacerrada.
Y digno de mención es el cultivo familiar de Marcelino: el hogar alegre y de
fe que creó con Carmen. Pensando en sus hijos, cómo encaja aquí tan
oportunamente otra cita evangélica: “por sus frutos los conoceréis”. Es parte
de la huella preciosa que dejó Marcelino, el hombre bueno que sabía
sembrar.
Dr. MANUEL ÁLVAREZ ROMERO
Sevilla, 26 de agosto de 2021