El debate en torno a la sobrepatologización de la salud mental de los jóvenes
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Autor/autores: Lina Gega, Amy McCulloch y Eilis Kennedy
Artículo revisado por nuestra redacción
En este número, cinco artículos de debate abordan una cuestión crucial en el ámbito de la salud mental infantojuvenil: ¿estamos sobrediagnosticando los problemas emocionales y conductuales de los jóvenes?. El conjunto de contribuciones expone una paradoja inquietante: mientras que en la comunidad se observa una inflación diagnóstica, en los s...
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En este número, cinco artículos de debate abordan una cuestión crucial en el ámbito de la salud mental infantojuvenil: ¿estamos sobrediagnosticando los problemas emocionales y conductuales de los jóvenes?. El conjunto de contribuciones expone una paradoja inquietante: mientras que en la comunidad se observa una inflación diagnóstica, en los sistemas de salud y atención social persiste una subdetección y falta de acceso efectivo a la atención especializada.
Por un lado, la mayor conciencia pública sobre salud mental —potenciada por redes sociales, campañas de sensibilización y una cultura más abierta hacia el malestar emocional— ha permitido romper tabúes y facilitar la búsqueda de ayuda. Sin embargo, este avance ha venido acompañado de un riesgo: la medicalización de las emociones cotidianas y la etiquetación excesiva de experiencias propias de la adolescencia, como la tristeza, la ansiedad situacional o la confusión frente a los cambios vitales. Esta tendencia a patologizar lo normativo puede diluir el significado clínico de los trastornos mentales graves y desviar recursos de quienes más los necesitan.
Por otro lado, dentro de los servicios de salud mental, muchos jóvenes con dificultades significativas siguen sin recibir diagnóstico ni tratamiento oportuno, debido a falta de recursos, largos tiempos de espera, inequidades socioeconómicas y criterios clínicos demasiado restrictivos. Así, la sociedad enfrenta un doble desafío: el sobrediagnóstico en la comunidad y la infraatención en los servicios clínicos, dos extremos que perpetúan la inequidad y confusión en torno al sufrimiento psicológico juvenil.
Ante este dilema, los artículos coinciden en una propuesta esencial: fortalecer la coproducción entre profesionales, jóvenes y sus familias. Involucrar activamente a los propios jóvenes en el diseño de servicios, la planificación de programas comunitarios y la investigación participativa puede ayudar a equilibrar la promoción de la conciencia emocional con una detección responsable y proporcional de los trastornos mentales reales.
En definitiva, reconocer la vulnerabilidad emocional sin patologizarla, y ofrecer apoyo temprano sin medicalizar la experiencia vital, son los principios que deben guiar el futuro de la salud mental juvenil. Encontrar ese equilibrio —entre comprender, acompañar y no sobrediagnosticar— constituye uno de los mayores retos éticos y clínicos de nuestra era.
Resumen modificado por Cibermedicina
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