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De los siete pecados capitales a los trastornos de personalidad
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Autor/autores: Carmen López León
,Artículo,Trastornos de personalidad y hábitos,
Artículo revisado por nuestra redacción
INTRODUCCIÓNEl objetivo de este trabajo es, tanto establecer un paralelismo entre lo que la Escolástica medieval define como Pecado Capital y lo que actualmente la Psiquiatría entiende como Trastorno de Personalidad, como efectuar una reflexión sobre el cambio que a través de la historia se ha ido produciendo en la calificación y conceptualización de determinadas conductas, actitudes, forma...
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INTRODUCCIÓN
El objetivo de este trabajo es, tanto establecer un paralelismo entre lo que la Escolástica medieval define como Pecado Capital y lo que actualmente la Psiquiatría entiende como Trastorno de Personalidad, como efectuar una reflexión sobre el cambio que a través de la historia se ha ido produciendo en la calificación y conceptualización de determinadas conductas, actitudes, formas de entender la vida y de relacionarse con el entorno, que resultan, cuando menos, conflictivas para los demás.
Recordemos que la Medicina Clásica toma en consideración la enfermedad mental en sus manifestaciones más aparentes; pero al hablar de temperamentos, predominio de humores y elementos, está estableciendo solamente una clasificación de lo que se considera la forma predisponente para obrar de tal o cual manera, para entender cómo reaccionará tal o cual individuo.
Así, las personas eran clasificadas según los cuatro temperamentos concordantes -sanguíneo, colérico, melancólico y flemático- que se consideraban indicativos de su orientación emocional.
El funcionamiento de la personalidad alcanzaba un nivel óptimo al alcanzar la "crasis", la interacción apropiada de las fuerzas internas y externas.
El concepto de "areté" o de virtud era entendido precisamente en un sentido semejante al de justicia o "diké", y se consideraba como la disponibilidad del individuo ante una comunidad en la que a cada uno de los géneros y estamentos correspondía una función.
Pero, paralelamente a una sociedad constituida en términos legislativos y racionales, la filosofía platónica pretende diseñar un plan para la explicación del desorden y para acceder a lograr una ética a nivel personal.
Al mismo tiempo, la literatura está ofreciendo las grandes obras trágicas, con personajes ficticios tan dramáticos, agónicos y alienados que dan salida a la expresión de las prohibiciones sociales -incestos, parricidios- y las transgresiones morales -sacrilegios- como manifestaciones emocionales de la personalidad, si bien se subraya la relación entre la violación de estos principios y el castigo consiguiente de los dioses como parte inevitable del destino del hombre.
En el contexto del hombre medieval, individuo eminentemente religioso que vive en relación a la divinidad y sus leyes, la categorización de conductas desviadas que hacen sufrir al individuo y crean malestar en la comunidad se entienden como pecados derivados de la intervención de las fuerzas del mal, del demonio.
Se categorizan como Pecados Capitales por Gregorio el Magno hacia el año 600, porque los teólogos se percataron de que eran origen de otros muchos, es decir, el que los comete, también desarrolla otras muchas conductas y actitudes indeseables; de la misma forma que lo que hoy llamamos Trastornos de Personalidad tiene unos límites imprecisos, porque suelen coexistir en un mismo individuo rasgos disfuncionales que pertenecen simultáneamente a varios de ellos.
Consideramos que esta primera clasificación de la conducta humana imputable (pues para hablar de pecado ha de haber libertad en el consentimiento, por lo tanto no alienación ni locura) y que privan de la Gracia, es decir, del desarrollo de la vida armónica y en paz, es una primera aproximación de la Escolástica a una clasificación de la psicología humana. La Escolástica dedica un interés especial al desarrollo y tipificación de cada uno de estos pecados o vicios capitales, como tratando de encontrar unos criterios definitorios en los que encuadrar los pensamientos, sentimientos, pasiones y actitudes humanas, para calificarlos adecuadamente con arreglo a un cuerpo doctrinal y filosófico basado fundamentalmente en la Teología.
Era central en la teoría de la psicopatología postulada por Alberto Magno y Tomás de Aquino, la idea de que el alma no podía enfermar, por lo que la insania era fundamentalmente una enfermedad somática. En la literatura místico-religiosa, la enfermedad del alma es el pecado.
Alberto Magno atribuye los rasgos de carácter como la timidez, la amargura, el resentimiento o la impulsividad a factores somáticos; en caso contrario, si las pasiones son tan intensas que interfieren el razonamiento, estas pasiones se consideran pecados.
El saber esotérico, muy próximo por otro lado a lo religioso, nos ofrece una clasificación de las personalidades basada en la influencia de los astros que se ha mantenido vigente hasta la actualidad, en un intento más de justificar, en base a influencias incontrolables para los hombres, las conductas.
Durante la Edad Moderna, el pensamiento científico natural no puede considerar a la personalidad desviada como patológica, carga sus tintas en lo moral, en la imputabilidad de sus actos. El Protestantismo, con su insistencia en la corrupción de la naturaleza humana, considera que el hombre es incapaz de evitar el pecado, que es algo consustancial con él mismo, pero en absoluto lo achaca a ningún tipo de enfermedad física o mental.
El concepto de "insania moral" aparece por primera vez en Jerónimo Cardano (1501-1567) , y Huarte de San Juan en su obra Examen de Ingenios (1574) establece una primera clasificación de la personalidad.
El fenómeno de la brujería que aparece en el siglo XIV y se extiende hasta el XVII, cuya significación para la historia de la psiquiatría no vamos a tratar aquí, es una exponente más de la íntima relación entre el pecado y las desviaciones de la personalidad y la conducta humana.
Puesto que la brujería consiste fundamentalmente en una transgresión del orden existente, cabría identificar a la bruja con la persona que cumple uno de los criterios básicos en el Trastorno de Personalidad que es la inadaptación o mala adaptación a las demandas sociales y del entorno .Este fenómeno se puso de manifiesto especialmente en un periodo de elevado estrés relacionado con guerras, hambruna, peste, pobreza y migraciones, al igual que los Trastornos de Personalidad se hacen más patentes cuanto mayor es la demanda de adaptación hacia el sujeto por parte del medio..
Por otro lado, el liberalismo en la economía y el puritanismo en religión, identifican el trabajo con la moralidad y el ocio con el pecado, por lo que las dificultades que una persona con un Trastorno de Personalidad tiene para conseguir y mantener una adecuada actividad productiva, harían que fácilmente se la considere como "pecadora".
Pero si se perfila lo que hasta principios del siglo XIX se califica de insania moral, se trataría de una enfermedad del alma en sus atributos morales. Así es definido por Pirchard (1837) este concepto: una locura consistente en una perversión mórbida de los sentimientos, afectos, inclinaciones, temperamento, hábitos, disposición moral e impulsos naturales normales sin trastorno llamativo del intelecto o de las facultades de conocimiento y raciocinio y, especialmente, sin ninguna ilusión o alucinación insana.
El final del siglo XVIII y el XIX, suponen un cambio substancial en la concepción de la importancia que tienen las pasiones en la salud mental, unidas a la predisposición del individuo. Pinel es el primero en hablar de tratamiento moral para equilibrar estas pasiones, e identifica pasión con emociones.
El romanticismo entroniza como héroes de sus producciones literarias a personajes que hoy podemos calificar de Trastornos de Personalidad, por exhibir unos rasgos tan disfuncionales y desadaptativos que no pueden por menos que llevar a una peripecia vital azarosa y dramática.
De nuevo la ruptura con la norma, pero esta vez considerada como un triunfo de la afectividad sobre la razón y por lo tanto con una perspectiva hasta cierto punto "positiva".
Estas "personalidades desviadas" no dudan de ser calificadas como pecadores por sus creadores, pero dándole al pecado, en estos casos, una connotación de fatalidad que no hace sino acentuar el sufrimiento del héroe.
Encontramos aquí el inicio de la corriente exculpatoria de la responsabilidad del pecador que no es sino un individuo pasional que hace sufrir inevitablemente, toda vez que es él, el que sufre en primera instancia por sus rasgos de personalidad.
A finales del siglo XIX, Ribot (1890) y Queyral (1896) intentan formular una tipología caracterial a modo de las clasificaciones botánicas.
Es a principios del siglo XX, en 1907, cuando Kraepelin describe cuatro personalidades psicopáticas con un carácter predominante de aberración moral, como personalidades mórbidas que tienden a la criminalidad y a otras actitudes desviadas..
Entre las personalidades mórbidas, Kraepelin incluyó un amplio abanico de tipos predispuestos a las actividades criminales y describió detalladamente los denominados tipos holgazanes, impulsivos, mentirosos, estafadores, buscadores de problemas y otros caracteres de mala reputación. Pero, aún con estas connotaciones, se perfila, desde esta época el concepto de "inferioridad psicopática" que trataría de encontrar una exculpación para la responsabilidad de sus actos.
Debemos a Kurtz Schneider la primera clasificación de las personalidades anormales sobre la que luego se construirán los modelos Trastornos de Personalidad.
Para Kurt Schneider la norma que da la medida del concepto genérico de personalidades anormales es la norma del término medio, y no una norma de valor. Las personalidades anormales efectuarían por doquier transiciones hacia las personalidades que llamamos normales sin que sea posible señalar un límite que separe unas de las otras.
La presencia habitual de una estructura de personalidad no excluye según Kurt Schneider su variabilidad, no excluye oscilaciones y cambios que se producen en el transcurso del desarrollo y del despliegue de una personalidad y que dependen de factores pertenecientes al mundo circundante, o sea, las experiencias, vivencias y destinos.
Kurt Schneider relativiza el criterio de lo perenne y constante, queda cierto espacio de juego para la libertad, es decir, queda la posibilidad de la autoconfrontación frente a una completa determinación por parte de factores pertenecientes a la disposición y al mundo circundante.
A diferencia de sus contemporáneos, Kurt Schneider no contempla la patología de la personalidad como precursora de otros trastornos mentales, sino que la concibe como entidades separadas de estos: "A los sujetos, a las personalidades, no se les puede poner la etiqueta diagnóstica de que son enfermedades o causa de enfermedades. Lo más que se puede hacer es mostrar, subrayar, destacar propiedades que aparecen en estos sujetos y que los caracterizan de una manera llamativa, sin que por ello tengamos en la mano algo comparable a los síntomas de enfermedad".
Kurt Schneider considera que a parte del punto vista de cómo se encuentra "subjetivamente" el individuo existen los puntos de vista éticos en relación a la conducta desarrollada por éste.
El hecho de que la personalidad sea un continuo dinámico permite, según Kurt Schneider, que ciertos rasgos sean frenados, fortalecidos, debilitados o educados, lo que nos acercaría a la idea de que el "pecado" puede ser corregido y el "pecador" dejar de serlo.
A lo largo del siglo XX, vemos que los Trastorno de Personalidad han tenido diversos enfoques según tres direcciones o modelos: el modelo religioso-legal que ha considerado a las personas con Trastorno de Personalidad como inmorales o malvadas, el modelo sociológico ha clasificado a estas personas, no como malvadas o enfermas, sino necesariamente como marginales desviantes con respecto a los usos sociales dominantes y la psicología académica que ha concebido los Trastorno de Personalidad como extremos del continuo de las dimensiones normales de la personalidad.
DE LOS SIETE PECADOS CAPITALES
Vamos a tratar ahora de referirnos a los elementos de paralelismo que encontramos entre el concepto de pecado y el de Trastorno de Personalidad
1.- En primer lugar, los niveles en los que se manifiestan; recordemos que se habla de que se puede pecar de pensamiento, palabra, obra u omisión, lo que nos parece superponible a los niveles en los que se manifiesta el Trastorno de Personalidad: nivel cognitivo (pensamiento), nivel expresivo (palabra) y nivel conductual (obra u omisión) .
2.- Pasemos luego a analizar el concepto de libertad; según la doctrina escolástica el pecado original nos condiciona a ser pecadores, lo que se equipararía a lo disposicional, al temperamento de cada uno de nosotros, pero también existe la libertad para elegir entre el bien y el mal, y ya hemos visto como todos los autores hablan del continuo entre la personalidad normal y la desviada en función de una interacción del individuo y su entorno, del aprendizaje social.
La personalidad es historia, la historia de este permanente proceso dialéctico entre necesidad y libertad (Kierkegaard), de esta especie de lucha entre lo que nos viene dado, como capacidades y determinaciones fijas y la elección libre de tal o cual opción en un estar anticipándose al futuro.
3.- Insisten mucho los Padres de la Iglesia en la tristeza que acompaña al pecado: con una concepción teológica se interpreta como causada por el alejamiento de Dios que es el Bien Supremo; nosotros nos limitamos únicamente a subrayar que el Trastorno de Personalidad causa al individuo un malestar vital, un sentimiento de vacío e infelicidad para cuyo origen se ofrecen explicaciones desde las diversas corrientes psicológicas. Como dice Von Gebsattel el psicópata se encuentra incapacitado frente al amor. Y el paradigma supremo del amor, es el amor a Dios.
4.- Al pecador se le ofrece el tratamiento moral o educativo, tras el Sacramento de la Penitencia, liberado de su culpabilidad por el arrepentimiento y propósito de enmienda, se le insta modificar su conducta o hábitos vitales. El tratamiento del Trastorno de Personalidad se enfoca desde la psicoterapia a equilibrar polaridades (Millon) con un planteamiento cognitivo-conductual que sugiere al sujeto que analice sus patrones de conducta, conozca el patrón predominante de ésta y sus respuestas y los modifique acercándose a pautas más sanas de reacción.
5.- El pecador está imposibilitado para desarrollar su existencia conforme a un plan armonioso y en paz, porque se aparta del plan de Dios, al igual que el sujeto afecto de un Trastorno de Personalidad presenta un patrón desadaptativo que le impide vivir en paz y armonía con su entorno afectivo y social, siendo incapaz de asumir la experiencia de la angustia existencial y del ser-relativamente-a-la-muerte, al faltarle el contacto con Dios, sentido último de la vida.
6.- Y, por último, al igual que se habla de una carrera del pecador en la que parece que éste se va hundiendo cada vez más en la miseria moral, existe un desarrollo psicopático de la personalidad por el que el individuo se va haciendo cada vez más inadaptado y desviado al reforzar los patrones disfuncionales en su interacción con el mundo.
En ambos casos se trataría de quedarse atrapado en un presente vacío e inauténtico que impide la capacidad de proyectarse, elegir y decidir hacia la trascendencia.
Planteamos ahora, brevemente, las similitudes que creemos encontrar entre cada uno de los siete Pecados Capitales y el correspondiente Trastorno de Personalidad, con la salvedad de que se trata de una identificación en base tanto a rasgos conductuales como estructurales y cognitivos.
Está claro que la realidad del ser humano con el que nos encontramos cada día, puede ser mucho más compleja, menos delimitada, con todas las posibles gradaciones entre unos patrones y otros.
Como dice Kurt Schneider, la gran cantidad de configuraciones y uniones individuales convierte en un rareza que una propiedad ejerza un dominio tan completo y caracterice de un modo tan profundo a un sujeto que sea posible nombrar certeramente a este con el nombre de una sola propiedad.
De la misma manera, la Escolástica hace hincapié en que Pecado Capital es el que es cabeza y raíz de otros y que unos pecados se entrelazan con los otros habitualmente: los que tienen estos vicios de ordinario tienen otros, pudiendo un mismo individuo cometer varios de ellos simultánea o sucesivamente, como reconocimiento de la imposibilidad de acotar, en un ser humano, una característica única, ni siquiera para el mal.
Hemos establecido el orden de presentación de los Pecados buscando una coherencia interna basada en el nivel fenomenológico más evidente en cada uno: así nos parece que la Soberbia y la Envidia tienen un asiento fundamental en el plano noético, en las ideas y pensamientos; la Avaricia tiende ya un puente hacia lo material, la Gula y la Lujuria se anclan básicamente en lo corporal, casi diríamos que son pecados somáticos; y la Ira y la Pereza, aparentemente, son conductuales, uno con hiperactividad y explosividad, y otro con inercia y pasividad.
Pero parece evidente que en la mente de los Escolásticos, al considerar que se caía frecuentemente en varios de ellos, estaba presente la observación de que existía una relación íntima entre los niveles cognitivo, corporal y conductual, y que los pecados no eran sino la expresión de una única falta primordial, que ellos definieron como la pérdida de la Gracia.
Igualmente, en los Trastornos de Personalidad consideramos que el Narcisismo patológico deriva en las manifestaciones de los Trastornos y que igualmente se pueden deslizar de unos a otros .
La omnipotencia del Narcisista, se convierte fácilmente en hostilidad Paranoide cuando la realidad le pone sus límites. la desconfianza del Paranoide trata de ser estabilizada con hipercontrol Obsesivo y la angustia insoportable de los Compulsivos perfeccionistas que reprimen la agresividad de la que se culpabilizan puede invertir la polaridad acercándose a la plasticidad de lo Histriónico, en un mismo intento de manipulación del entorno. Los fracasos de esta manipulación y la dificultad en tolerar la frustración llevan al dominio de la impulsividad del Límite en busca constante de satisfacción inmediata que puede traspasar la barrera de lo Antisocial si domina la agresividad. La indiferencia afectiva del Antisocial y su total falta de empatía tienen mucho en común con la frialdad y el distanciamiento del Esquizoide, en quien es patente, por otro lado el tremendo repliegue narcisista.
Encontramos pues, que el deficiente desarrollo del narcisismo primario ha ido deslizándose desde los extremos de la omnipotencia al repliegue a través de las distintas formas de manifestarse en los diferentes Trastornos de Personalidad, que forman así un continuo como define Kurt Schneider.
SOBERBIA - TRASTORNO NARCISISTA
La Soberbia es entendida por la Iglesia como el Pecado Capital por excelencia ya que se considera como el origen de la existencia del Demonio, ángel caído al rebelarse contra Dios, por soberbia, al querer emularle y alcanzar su grandeza.
Así la Escolástica pone la Soberbia a la cabeza de todos los vicios, generadora del mal por antonomasia. la entiende como desear más excelencia de la que a uno le conviene, que rehusa sujetarse a Dios como si fuera contra su dignidad y quiere vivir a su antojo como si no tuviera necesidad de Dios, quiere ser estimado y loado de los otros, se tiene por digno, más de lo que merece.
Vemos pues, como los Escolásticos captaron el patrón de grandiosidad que late en el fondo del Trastorno Narcisista de Personalidad.
Este patrón de grandiosidad exige una admiración excesiva, se tiene por único y especial, alberga fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez o belleza imaginarias y presenta comportamientos o actitudes arrogantes y soberbias.
Podemos superponer lo que supone la fantasía narcisista de omnipotencia, a lo que en el relato bíblico supone el momento en que Luzbel se enfrenta Dios para ser como Él, es decir, no quiere tener una individualidad que le separaría de Dios, ansía identificarse con el poder absoluto del Creador, al igual que el Narcisista se queda fijado en la fantasía de la omnipotencia.
Según Freud, Dios y el Diablo en un principio eran idénticos, como una sola figura disociada en dos. En el relato bíblico Luzbel es el más hermoso de los ángeles, es una imagen especular de Dios que, para seguir siéndolo, precisa encarnar su antítesis.
Siguiendo igualmente a Freud, recordamos que desde el punto de vista analítico, en la relación con el padre aparecen asimismo estas dos instancias, la de sumisión y la de rebeldía.
Los esfuerzos desesperados del Ángel Malo luchando contra Dios, para no separase de Él, aún a costa de su condenación, se repiten en cada Narcisista en su afán desesperado de seguir sintiéndose omnipotente, conjurando así la amenaza de perdida o abandono por parte del objeto, aún a costa de la más absoluta soledad real.
ENVIDIA - TRASTORNO PARANOIDE
Dice la Escolástica: hay hombres a los que pesa todo el bien que tiene el prójimo, porque con ello piensan que quedan ellos menguados, como si el bien del otro, y la honra que se les hace, se les quitara a ellos.
En esta definición, en la que se hace bien patente como el individuo está pendiente de los bienes de los que disfruta el otro, tenemos la clave de lo que significa el Trastorno Paranoide: la percepción amenazadora del otro como usurpador del bien supremo, el amor de Dios, el amor del Padre.
Pero tras esta proyección amenazadora se esconden las instancias hostiles hacia el padre que el individuo identifica con el otro en cuanto que el otro, como elegido del padre, está más identificado con él.
En la tragedia bíblica de Caín y Abel, el odio de Caín hacia Abel no es más que un desplazamiento del odio al padre visto como objeto persecutorio.
La envidia sólo existe en función de un otro y lo paranoide implica un patrón de desconfianza y suspicacia que interpreta maliciosamente a los otros al proyectar en ellos las instancias hostiles del sujeto.
Se cuestionan las intenciones de los demás, la lealtad, la fidelidad y los sentimientos de ese otro a quien se envidia por poseer aquellos bienes de los que se carece y a los que se cree merecedor.
Y, en este juego especular del bien del otro que es el reflejo del bien que el sujeto desearía poseer y que interpreta maliciosamente que le ha sido usurpado, sin ver que no se atreve a disfrutar del mismo precisamente para no identificarse con el otro odiado.
Y junto a ello la profunda tristeza de la incapacidad de amarse a sí mismo para poder amar en el otro el reflejo del yo.
Y el odio y la tristeza es pecado, y es rivalidad fraterna con respecto a un Padre-Dios al que se ama y se teme como objeto supremo de una pulsión imposible y culpable.
Analíticamente Freud interpreta que se trata de la pulsión homosexual reprimida la que convierte el amor en odio y este en amenaza para el sujeto.
AVARICIA - TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Hemos identificado la Avaricia definida por la Escolástica como deseo desordenado de tener bienes exteriores con el Trastorno Obsesivo-Compulsivo, al tener en cuenta que es lo que late en el fondo de ese daría su alma por acaparar que indican los Santos Padres.
Porque el afán de poseer bienes materiales y riqueza del avaro supone un mecanismo de defensa ante la angustia de la carencia. Y la carencia es el miedo a sentirse sin recursos de todo tipo para afrontar cualquier situación nueva, inesperada, en la que haya que tomar decisiones sin un plan previo y preconcebido.
El avaro cuenta su dinero de una forma compulsiva, comprobando rutinariamente, casi diríamos que ritualmente, las monedas, las escrituras de propiedad, los valores bancarios.
No obtiene placer en el goce y disfrute de sus bienes sino en su posesión, tratando de asegurarse así frente a un futuro incierto y angustioso.
El afán por el orden, por la meticulosidad, lo escrupuloso de su quehacer diario, la falta de espontaneidad, de liberalidad, son corazas que constriñen al Obsesivo y al avaro.
El avaro está dispuesto a hacer cualquier injusticia a trueque de adquirir riqueza, pero como no es para gozar de ella encuentra mecanismos de defensa racionalizadores que justifican a sus ojos esta injusticia.
El avaro y el Obsesivo lo son en pos de la seguridad; la rigidez y la obstinación en sus planteamientos, los plazos inapelables y la dictadura de la letra impresa, los documentos firmados, los pactos que no admiten demora en su cumplimiento llevan al avaro a conductas que no dudaron en ser considerados viciosas por los Escolásticos, teniendo en cuenta que parecían anteponer la necesidad de acaparar a la salvación de su alma.
Para el Obsesivo, la angustia ante la incertidumbre del futuro hace que pierda una perspectiva trascendente aferrado a la miseria de unos bienes materiales de por sí, efímeros.
LUJURIA -TRASTORNO HISTRIÓNICO
Tanto la Lujuria, considerada como Pecado Capital por los Escolásticos, como la Histeria desde la Medicina Clásica, inciden sobre la importancia que los temas relacionados con la sexualidad han tenido como objeto de controversia y han supuesto como forma de ejercer un control sobre el individuo.
Los Escolásticos fueron conscientes de que la Lujuria no sólo supone el desenfreno en los apetitos carnales o venéreos, sino que supone también el deleite en cualquier abundancia y superfluidad de las cosas corporales, la pérdida del control de la mente, la inconstancia, la preferencia por los bienes del siglo y el horror al futuro.
Todas estas características que configuran una personalidad anclada en el presente, deseosa de gozar inmediatamente de los placeres, superficial y cambiante, con poca capacidad para posponer la satisfacción y con emotividad exagerada están presentes el Trastorno de Personalidad Histriónico.
Este Trastorno de Personalidad que se ha diferenciado del diagnóstico clásico de Histeria, ha asumido de éste los aspectos de teatralidad, sugestionabilidad y comportamiento seductor, si bien no participa de los síntomas de conversión y disociativos.
Tanto en la Lujuria como en el Trastorno de Personalidad Histriónico, late un fondo de inconstancia, teatralidad e inautenticidad que hace anteponer las satisfacciones inmediatas y superficiales a los vínculos profundos, sean en relación con Dios o con los hombres.
A los Escolásticos parecía preocuparles especialmente el protagonismo que lo carnal adquría en el contexto de la Lujuria porque esto apartaba al individuo de Dios.
En la Personalidad Histriónica nos encontramos con que el cuerpo adquiere un protagonismo expresivo, con una total plasticidad incluso a nivel gestual para obtener la recompensa narcisista que necesita.
Esta plasticidad que se percibe como inconstancia, impide, en consecuencia, el establecimiento de unas relaciones objetales maduras.
GULA - TRASTORNO LÍMITE
La Gula quizás sea uno de los Pecados Capitales más actuales, considerando que en nuestro medio, los trastornos de la alimentación han tomado un protagonismo importante, y el comer en exceso genera tanta o más culpabilidad que generaría el pecado de la Gula en la Edad Media.
El entorno social actual anatemiza al comedor compulsivo y menosprecia al obeso, para los Escolásticos, la Gula era sinónimo de desorden en el control de los apetitos, considerando que daba prioridad a esta satisfacción corporal por encima de las necesidades reales del cuerpo, que ponía en peligro la salud de éste por el exceso y que suponía no guardar las necesarias maneras en el comer y en el beber.
Identificamos la Gula con el Trastorno Límite de personalidad, por el aspecto que hay en estos individuos de pérdida del control en cuanto a la impulsividad, por la tendencia al abuso de sustancias y de alimentos de forma dañina para sí mismos y por los sentimientos crónicos de vacío del sujeto que le llevan a necesitar colmarse a cualquier precio.
La angustia ante el abandono real o imaginario late en el fondo de la mayoría de los comedores compulsivos, aquellos que en la Edad Media serían catalogados como pecadores por la Gula, y que no serían sino personas que trataban de aferrarse a la gratificación oral como forma de calmar una impresionante angustia y soledad.
La organización interna de la Personalidad Límite revela la debilidad de la estructura del Yo. Carecen de los adecuados canales de sublimación, con lo que la tolerancia a la frustración de sus demandas narcisistas es muy baja y tiende a satisfacerse regresando a niveles de oralidad.
La Gula cubrirá la faceta de satisfacción inmediata de las necesidades, para convertirse posteriormente el alimento en objeto malo, lo que induce a maniobras autodestructivas.
Sin capacidad para posponer su apetito desordenado, con arrebatos de irritabilidad y malhumor si no se sacian sus necesidades, el individuo Límite se encuentra en el punto más regresivo de los Trastornos de Personalidad, que los aproxima a niveles psicóticos, como la Gula era percibida como uno de los vicios más primarios en que podía caer un ser humano.
IRA - TRASTORNO ANTISOCIAL
Para los Escolásticos, la Ira es una pasión del apetito sensitivo que no atiende a razón. Ya se la describe como una locura breve diferenciando a los que de cualquier cosa se enojan, se les queda el agravio fijo en la memoria y no se les olvida y con gran obstinación procuran venganza y no hay como sacarles de ello".
Carga pues los tintes la Escolástica, en este caso en la conducta que se manifiesta en enojo, venganza y agresión, pero considerando que existe un trasfondo de sentimiento, pasión sensitiva y falta de control por parte de la razón.
En el Trastorno Antisocial, vemos que el individuo presenta habitualmente, irritabilidad y agresividad, con peleas físicas repetidas y agresiones, la ira sería pues una de las conductas más aparentes y habituales de este patrón, el estado irascible es una actitud constante del individuo antisocial.
Llevado de esta irascibilidad arrolla los derechos de los demás sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos ni tomar en consideración el daño que causa en los otros.
Esta impulsividad, tan característica del Trastorno Antisocial, creemos que estaba ya en la mente de los Escolásticos al definir la Ira como vicio capital, al decir que no atiende preferentemente a la razón, es decir, que no se encuentran razones que justifiquen una conducta que desborda de tal manera los límites.
Este Trastorno de Personalidad es sobre el que se ha centrado preferentemente la discusión sobre la imputabilidad de determinadas conductas delictivas, es sobre el que se acuñó el termino psicopatía que aún hoy permanece en el imaginario popular y al que primero atribuyeron los psicopatólogos el término de insania moral considerando una carencia de sentimientos morales y naturales. Es decir, sería el Trastorno de Personalidad que más frecuentemente se ha identificado con una falta en el terreno de la ética, es decir, con el pecado, si bien, últimamente, se está perfilando la orientaciónn organicista en base a hallazgos EEG y neurobiológicos que hablarían de un temperamento irascible.
PEREZA - TRASTORNO ESQUIZOIDE
La Escolástica hace mención a la Acedia, que posteriormente se convirtió en Pereza, caracterizándola fundamentalmente por la "tristeza o hastío ante los bienes espirituales y el esfuerzo que implica su consecución".
Posteriormente, la moral burguesa, trata de contraponer más la Pereza con la diligencia y la laboriosidad, como la consideramos actualmente.
Pero, en su formulación clásica se incide en el tedio, la falta de satisfacción a obrar, el abandono de las obligaciones por esta indiferencia y desinterés por todo. La tendencia a ser tibios, flojos, como sin fuerzas para cumplir los deberes para con Dios y para con el prójimo.
Nos parece que esta perspectiva es la que identifica la Pereza con el Trastorno Esquizoide, a partir de este distanciamiento y falta de vibración emocional que se precisa para implicarse en los otros, para comprometerse.
La frialdad afectiva, la falta de sentimientos, de empatía, de indiferencia a los halagos y a las críticas del Esquizoide configuran un modelo de personalidad que a los Escolásticos les pareció alejados de Dios precisamente por su incapacidad de realizar el esfuerzo necesario en el cumplimiento de sus deberes religiosos unido a la imposibilidad de sentir la satisfacción de la comunidad espiritual.
La Acedia preocupaba profundamente a los Escolásticos, puesto que en una sociedad donde la vida contemplativa, especialemente en los monasterios, era privilegiada y aureolada de santidad, no chocaría el individuo que permanece inactivo, retirado, aislado del mundo y sus afanes, siempre que estuviera cerca de Dios.
Es decir, que es interesante hacer notar que supieron diferenciar los Santos Padres la falta de productivida material pero con una adecuada capacidad para ocuparse de los bienes espirítuales, con lo que hoy catalogariamos de sujeto esquizoide en el que hay, en efecto, un aplanamiento afectivo que le impide un compromiso auténtico con Dios.
CONCLUSIÓN
Hay quien ha observado que en las últimas décadas del siglo XX ha habido un resurgimiento del interés por el Demonio. Desde la estética gore en el cine y en la literatura, hasta la proliferación de sectas satánicas, parece que en el imaginario popular reaparece la tendencia a interpretar lo terribles sucesos de violencia y crueldad que inundan los noticiarios como un resurgimiento del Mal, así con mayúsculas, encarnado en el Diablo y sus seguidores.
Paralelamente también se ha ido prestando mayor interés desde la psicopatología académica a los Trastorno de Personalidad que se han ido enriqueciendo y perfilando en las sucesivas ediciones de los DSM a partir de las ya citadas formulaciones de Kurt Schneider a mediados del siglo pasado.
Hemos querido plantear este trabajo, sin ánimo de ser exhaustivos, ni mucho menos, como una reflexión a cerca de lo que existe de malo en el fondo de la personalidad humana, entendiendo por malo aquello que causa dolor, ya sea al propio individuo, ya sea a su entorno o a la sociedad entera si las circunstancias lo favorecen.
La maldad siempre ha tenido un atractivo especial para el hombre, y el dolor también. El arte ha sabido entenderlo así desde la antigüedad como veíamos en los personajes de la tragedia griega. La maldad y el dolor han tenido que ser explicados y justificados para poder convivir con ellos sin que la angustia sea excesiva, para poder contenerlos en unos límites que nos parezcan comprensibles, en el sentido existencial del término. Si podemos comprender, es decir, controlar el mal y el dolor estamos más tranquilos.
Por eso las sociedades han tratado de etiquetarlo, clarificarlo, encuadrarlo y nombrarlo de tal manera que sea posible hablar de ello dentro de un orden. Si se dice: es un envidioso, es un avaro, es un soberbio, sus conductas y también sus sentimientos estarán claros para los demás, sabrán a que atenerse, ya no les pillará desprevenidos aquello que venga de él y ya no hará tanto daño, y, por ende, queda el consuelo (¿?) de que pagará por ello con la condenación eterna si no se arrepiente y rectifica.
Si decimos: es un Caracterial, es un Paranoide, un Compulsivo, un Narcisista, podemos incluso, en un acto de magnanimidad, justificar y perdonar (¿?) aquello que nos hace sufrir por causa de su Trastorno de Personalidad y además podemos esperar de los profesionales de la Salud Mental que le curen, que le cambien, que hagan de él una persona encantadora.
En consecuencia, ¿hemos psiquiatrizado el mal?, ¿se trata de un mecanismo de defensa de la sociedad para justificar lo injustificable?.
Porque a nuestro entender, seguimos en la misma disyuntiva que se planteaba la Teología cristiana sobre si el pecado (el mal) es innato y consustancial al ser humano, (tesis seguida preferentemente por la Reforma), o bien puede ser eliminado por el bautismo y limpiada la conciencia una y otra vez por la penitencia hasta que el pecador recupere la Gracia, según los católicos.
La Psiquiatría tampoco ha encontrado todavía solución al tratamiento de los Trastorno de Personalidad Las psicoterapias de muy diversas orientaciones, tratan de ayudar, en principio a aquel que es capaz de dar el primer paso para pedir ayuda y la psicofarmacología, en base a ciertas alteraciones neurobiológicas encontradas en los Trastorno de Personalidad que los acercarían a lo psicótico, de alguna manera trata de modificar el fondo endógeno de la personalidad.
Tampoco las leyes vigentes llegan a ninguna conclusión definitiva sobre la imputabilidad/inimputabilidad de ciertos actos delictivos cometidos por quien puede ser diagnosticado de Trastorno de Personalidad y ello da lugar a interminables debates técnicos que se acaban decantando en base quizás más a criterios de interés político o sociológico del momento que científico.
Pero, sin alcanzar a aquellas conductas que llegan a los Tribunales, pensemos en el mal cotidiano, en el dolor del día a día, en la tortura que supone la convivencia con una persona diagnosticable, que no diagnosticada en muchos casos, de un Trastorno de Personalidad, con la persona a quien su entorno llama mala persona, viciosa, de mal genio, maniática, vaga...
¿Sería posible que este mismo entorno le exigiera responsabilidades por el daño que causa a sus padres, hermanos, pareja o hijos?, ¿sería adecuado que no le justificaran con un diagnóstico psiquiátrico y simplemente se apartaran de él hasta que tocara fondo y se pusiera a la tarea de redimirse, de cambiar?
Si, pero con matizaciones. Hay Trastornos de Personalidad más curables que otros.
Nos parece apreciar que el elemento que puede cambiar el pronóstico de un Trastorno de Personalidad es la presencia en la personalidad del individuo de una estructura suficientemente desarrollada o bien no tan desestructurada para mantener de alguna manera la capacidad de amar.
Y volvemos a encontrar aquí al Amor por antonomasia, que los teólogos identifican con el amor a Dios y la psicología identifica con la libido.
Y así como para la Teología, la Gracia es el amor de benevolencia que Dios tiene a los hombres, y el que salva al hombre y al mundo convertido en respeto y amor fraterno por la intervención del Hijo, la libido narcisista, innata, cargada de omnipotencia, se convertirá en libido objetal con la maduración del individuo para investir a los objetos de carga afectiva.
Y es en este desarrollo de la libido narcisista a la libido objetal donde encontramos las formas patológicas de desarrollo de la personalidad.
Nos parece también interesante, a la hora de plantear las modalidades tácticas de psicoterapia para cada uno de los Trastornos, hacer de nuevo una referencia a la Escolástica cuando nos indica que a cada uno de estos siete vicios corresponde una virtud. ¿Intento de equilibrar polaridades? Seguramente.
A la soberbia, contraponen la humildad, así el enfoque terapéutico tratará de que el paciente internalice la aceptación empática por parte del terapeuta de sus fallos y deficiencias. La actitud terapéutica de que los errores son inevitables y por lo tanto humanos, proporciona una oportunidad de evaluar su propia valía de una forma realista como nunca tuviera en sus aprendizajes tempranos.
En el campo de la envidia, nos hablan de la caridad, y la caridad no es sino amor, el primer objetivo de la terapia es librar a los Paranoides de la desconfianza demostrándoles que pueden compartir con otras personas sus ansiedades sin sufrir el maltrato o la humillación. Es decir, que pueden querer y ser queridos. Entonces no sólo percibirán el mundo desde su perspectiva, sino a través de la mirada de los demás.
Al avaro le sugieren largueza, largueza a la hora de arriesgarse, desprendiéndose de todas las corazas defensivas con las que se han protegido de los cambios y novedades.
Fomentar en el Obsesivo la posibilidad de perder la seguridad proporcionada por el acaparar y acumular bienes de cara a futuros desastres y aceptar que abrirse a la posibilidad del dolor, el desengaño y el fracaso, es la única esperanza para una recompensa auténtica.
Como son pacientes y cumplidores, la terapia estructurada les funciona, pero hay que enseñarles a actuar con espontaneidad, es decir, con generosidad y largueza.
En el terreno de la lujuria, proponen castidad. Pero castidad también significa tener la capacidad de estar solo, valerse por sí mismo para lograr satisfacciones más duraderas y con una perspectiva de mayor profundidad y trascendencia, ser capaz de introspección y conseguir tolerar la ansiedad existencial sin huir a la superficialidad.
El Histriónico debe corregir la tendencia a satisfacer todas sus necesidades recurriendo a los demás, no utilizar a los otros como medio de gratificación buscando constantemente el estímulo de acaparar una nueva fuente de atención.
Con la templanza los Escolásticos definen con una sola palabra todo lo que tratamos de conseguir y equilibrar en el paciente Límite.
Intentamos equilibrar, templar, las polaridades entre las que oscila el paciente Límite: dolor-placer, pasividad-actividad, pensamiento-sentimiento, aunque resulta uno de los Trastornos de más difícil tratamiento.
Manipulador y necesitado de gratificación, tendría que aprender estrategias para potenciar su independencia sin sentirse abandonado, poniendo unos límites claros a la intervención terapéutica y unos objetivos de control de sus impulsos (apetitos) mediante técnicas de feed-back.
Se contrapone la paciencia a la ira, entendemos que la paciencia comparte etimológicamente la raíz de las palabras padecer y padecimiento, y así consideramos que la orientación terapéutica sería conseguir que el individuo Antisocial fuese capaz de sufrir con y por los demás, es decir, tuviera la capacidad de experimentar empatía.
Se trata de incrementar la orientación hacia los otros, incrementar la sensibilidad hacia las necesidades y sentimientos de los demás y, de esta forma, tratar de buscar recompensas no a costa del sufrimiento ajeno.
Al perezoso, le exigen diligencia, nosotros intentamos mostrarle la posibilidad de movilizarse para la búsqueda de gratificaciones y la evitación del dolor.
Activar el aplanamiento afectivo del Esquizoide para incrementar su capacidad para experimentar sentimientos, elevar el nivel de energía y promover las capacidades expresivas.
Ayudar al paciente a identificar sus emociones y modificar sus cogniciones pobres y desvinculadas.
Las técnicas comportamentales resultarán efectivas si mejora mínimamente el nivel basal energético.
La religión católica propone contricción, arrepentimiento, propósito de enmienda y penitencia para quedar limpio de pecado. La psiquiatría ofrece técnicas psicoterapéuticas basadas en lo psicodinámico, lo cognitivo y lo conductual, y, en ambos casos se apela al apoyo del entorno afectivo y los recursos psicosociales del sujeto.
Pero, de cualquier manera, los hombres y las mujeres que exhiben un Trastorno de Personalidad al igual que los etiquetados como pecadores según los criterios de la moral cristiana, siguen siendo personas que se debaten entre los imprecisos límites del bien y el mal, haciendo grandes esfuerzos para adaptarse a un mundo que no entienden ni les entiende, al que culpan de todas sus desdichas y, en consecuencia, en el que no pueden dejar de sufrir y hacer sufrir.
Aunque no debemos olvidar que la personalidad es histórica y mantiene, por cierto, sus características, pero a través del cambio, que este permanente juego entre sí mismo y rol sólo termina con la muerte, y siempre hay posibilidades para este cambio, ya sea por golpes de fortuna, por amores que remecen profundamente, por conversiones religiosas o por violentos encuentros con Dios.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
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SCHNEIDER, K.: Psicopatología Clínica. Ed. Fundación Archivos de Neurobiología (1997).
SHORTER, E.: Historia de la Psiquiatría. Ed. J & E (1999).
VARIOS: Historia de la Psicofarmacología. Editor: Demetrio Barcia (1999).
VILLALOBOS, Fray Enrique: Suma de la Teología Moral y Canónica. Imprenta de Bernardo de Villa-Diego. Madrid (1682).
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