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El electrochoque todavía forma parte del arsenal terapéutico contra la depresión

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Noticia | 18/05/2015
BORJ


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A ROBERT. 18 mayo 2015

Algunas depresiones son tan graves que el paciente piensa que está muerto. Siente que no le late el corazón, que no respira y que su intestino no digiere. Algunos, incluso, imaginan que se descomponen y notan cómo se los comen los gusanos. Con las personas que sufren este trastorno, denominado delirio nihilista o de Cotard, a veces no funcionan los medicamentos antidepresivos. También pasa con otros trastornos mentales. Cuando no hay más fármacos a los que recurrir, aún queda una técnica en el arsenal terapéutico de los psiquiatras: la electroconvulsión. Una serie de descargas eléctricas que desencadenan una crisis en el cerebro y, nadie sabe el porqué, son capaces de hacer remitir la enfermedad.

Si la psiquiatría ya es una especialidad envuelta en un estigma, explica Saiz, esta terapia lo está aún más. «Existe una visión negativa histórica, puede que asociada a 'Alguien voló sobre el nido del cuco'», afirma. «Se ha vendido el electrochoque como un elemento de castigo y represión contra el enfermo, pero no lo es». Como con cualquier otro tratamiento, apunta, los pacientes deben dar su consentimiento para recibirlo. Y, físicamente al menos, no es una técnica agresiva. «Ya no debería llamarse electroshock porque el cuerpo no convulsiona, solo el cerebro», asegura Miquel Bernardo, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica y médico en el hospital Clinic de Barcelona, donde dirige el área de Esquizofrenia.

En la actualidad, explica Bernardo, se denomina terapia electroconvulsiva (TEC) y se administra bajo anestesia y con relajantes musculares que evitan los espasmos. «Antes podía producir algún daño en los dientes, o en algún hueso por las contracciones bruscas, pero ya no», indica Saiz. Lo habitual es que se aplique entre seis y doce veces, a un ritmo de dos o tres sesiones por semana. Dos electrodos aplican una corriente eléctrica hasta que un electroencefalograma detecta que el paciente entra en crisis convulsiva. Entonces se para. En muchos centros, una máquina lo hace automáticamente. El principal efecto secundario, indica Saiz, es la amnesia. «Se provoca una pérdida de memoria a corto plazo que suele ser breve», señala. «Se recupera en aproximadamente un mes, aunque puede haber recuerdos que no se fijen y que no sean recuperables».

Nadie sabe exactamente por qué cura la terapia electroconvulsiva. Se han hecho suficientes ensayos clínicos como para entender cómo administrarla, en qué dolencias es eficaz, qué secuelas causa y su tasa de éxito. Pero no los mecanismos profundos por los que el cerebro, sus neuronas y conexiones, pasan de estar enfermos a dejar de estarlo. «Hay muchísimas teorías», indica el psiquiatra del Ramón y Cajal. «La más extendida es que la crisis convulsiva generalizada que produce la electricidad hace algo parecido a reiniciar el ordenador. Creemos que provoca un cambio metabólico y de la conectividad del cerebro, pero no está claro». En general, recuerda, mucho de lo que pasa dentro del cerebro aún es un misterio. Y con muchos otros tratamientos médicos, como las anestesias generales, ocurre algo similar.

Bernardo, del Clinic, está en pleno impulso por limpiar la imagen de la terapia electroconvulsiva. «Es uno de los tratamiento de toda la medicina que más juicios de valor y calificativos ha recibido», señala en un artículo que publicó recientemente en la revista científica Psiquiatría y Salud Mental, el órgano oficial de las sociedades médicas de esta especialidad en España. «Hoy sigue siendo considerado controvertido, pero seguro, eficaz, longevo y vigente». Pese a que es una técnica acreditado, ha elaborado, junto a otros compañeros, un informe de posicionamiento terapéutico -algo así como una guía de buenas prácticas- sobre la TEC. La Consejería de Sanidad de Cataluña ya la recoge. El Ministerio de Sanidad, apunta Bernardo, está en ello. «Van más despacio, pero la publicarán también», afirma.


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